Cerrar los ojos (2023) de Víctor Erice

Cerrar los ojos encierra varias películas en su interior.

Cerrar los ojos es una reflexión serena sobre la importancia de la mirada. Sin mirada no hay cine. Sin esa fascinación por lo que se mira y ese reconocimiento a través de la mirada del otro no habría existido el cine ni se hubiesen construido esas historias que aún hoy nos fascina admirar… a ser posible en pantalla grande.

Cerrar los ojos cultiva varias formas de poder disfrutarla. Su mecanismo desvela infinitas películas en una. Es de esos largometrajes que dejan poso y va siendo más hermoso tras la reflexión, el recuerdo y las ganas de un nuevo visionado.

Cerrar los ojos encierra un canto de amor al cine analógico, cuenta que el cine tal y como lo conocíamos es una reliquia del pasado, pero con una esperanza: que la capacidad del séptimo arte para continuar fascinando sigue viva. Es difícil resistirse a la belleza de una secuencia hermosa.

Cerrar los ojos es una historia sencilla y cercana, la más asequible de Víctor Erice. Habla de una desaparición y un reencuentro. Habla del olvido y la memoria. De la nostalgia y el recuerdo.

Cerrar los ojos es un ejercicio de metacine, puro cine dentro del cine, pero también oculta entre sus fotogramas la filmografía de Víctor Erice y su manera de entender el cine. Ahí está la Ana de El espíritu de la colmena y la fascinación ante la imagen, así como el reconocimiento. Se evoca ese Sur y esa búsqueda de un sitio donde volver. La belleza del proceso creativo, el arte de mirar, de El sol del membrillo… La sombra y huellas de Juan Marsé y ese embrujo de Shanghai soñado. Toda una caligrafía de sueños…

Sigue leyendo

Bosco (Bosco, 2020) de Alicia Cano Menoni

Orlando Menoni, contador de historias del Bosco.

El anciano Orlando Menoni desde el patio de su casa en Salto, Uruguay, es un contador de historias. Desde su silla giratoria, que le permite una visión de 360 º, atraviesa las fronteras espaciales y temporales. Desde la existencia de la palabra, la fuerza de la tradición oral ha estado presente y se ha transmitido de generación en generación. Orlando guarda en su memoria las raíces familiares, los orígenes de los Menoni, y sus historias no se pierden porque él las cuenta. Y esas raíces le llevan siempre a Bosco di Rossano, un pequeño pueblo italiano, escondido entre montañas y castaños. Él nunca ha estado ahí, pero lo conoce como la palma de su mano. Y es más, lo ama. Es la tierra donde reposa la memoria familiar, Orlando lleva en su cabeza su Innisfree particular.

Sin embargo, ocurre algo precioso, porque esa tierra amada y soñada es real, y su nieta, Alicia Cano Menoni, cineasta, tiene una cámara para atraparla. Cuando hace trece años, tuvo la oportunidad de ir a estudiar a Italia, su mayor deseo era encontrar el pueblo de Bosco, el protagonista de todas las historias que le contaba su abuelo cuando era niña en el patio de Salto. Alicia no solo localizó la aldea, sino que durante trece años atrapó la esencia de ese pueblo, convivió con sus apenas trece habitantes durante sus estancias allá, captó su espíritu… y se dio cuenta de que el pueblo soñado y transmitido por su abuelo existía, era de carne y hueso. Las palabras de su abuelo fueron su guía… y allá se encontró con sus pobladores, guardianes de memoria, que también guardaban sus historias y conservaban sus formas de vida. No hay olvido.

Sigue leyendo

Festival de Venecia, 2022. Cortometraje Carta a mi madre para mi hijo de Carla Simón

Carla Simón en Carta a mi madre para mi hijo.

Una carta, una canción y un cuento son la columna vertebral de un cortometraje de la realizadora Carla Simón. El cine como forma de expresión de lo más íntimo. Para indagar en la memoria, en el pasado. Lo filmado para indagar en lo autobiográfico. La directora, justo cuando se dispone a rodar, está viviendo un momento especial: va a ser madre. Y decide a través de las imágenes escribir una carta a su progenitora ausente. «Querida mamá, quiero contarte que voy a ser madre». Lo que se va revelando es pura sensibilidad y emoción.

Su madre ausente es un referente para Carla Simón. Así lo dejó ver en su largometraje Verano 1993, una obra de ficción donde espolvoreaba entre los fotogramas recuerdos de su infancia. La realizadora perdió a sus padres cuando tan solo era una niña. Ambos fueron víctimas del sida. Cuando tenía tres años, falleció su padre. Tres años después, su madre. La pequeña Carla fue adoptada por sus tíos maternos.

A través de Carta a mi madre para mi hijo la directora logra a través de un cuento para su hijo recuperar a la madre ausente. Y es tan emocionante como triste poder ver ese encuentro. El cortometraje es un grito silencioso sobre su lucha para reconstruir a la madre que no conoció y que no quiere olvidar. Carla Simón no olvida a Neus Pipó Simón, su madre. «¿Cómo podrá Manel conocerte si apenas te conocí yo?».

Sigue leyendo

Ennio Morricone, Val, Nelly & Nadine y Misterios de la sala oscura: tres documentales y un libro

Ennio: El maestro (Ennio: The Maestro, 2021) de Giuseppe Tornatore

Ennio Morricone, un creador…

El otro día me hice un regalo propio por mi cumpleaños: me fui sola a una sala de cine a ver Ennio: El maestro. Estuve más de dos hora y media disfrutando. Feliz. Giuseppe Tornatore es cierto que se entrega totalmente al maestro, pero logra un documental hermoso, donde deja ver varias caras de Ennio Morricone. Tornatore consigue mostrar la complejidad de su figura y que existen recovecos donde este no deja entrar tan fácilmente.

Hay determinadas películas que, de pronto, por distintos motivos de tu vida sientes que te hablan. Y Ennio: El maestro fue una de ellas. Por ejemplo, me ofreció un dato más sobre Stanley Kubrick, que tanto me ha acompañado estos últimos meses: el realizador contactó con él para la banda sonora de La naranja mecánica…, y explica que fue una de esas bandas que se quedó con ganas de realizar. Y, por otra parte, el documental habla de una de las películas de mi vida y que estará presente en un proyecto que está a punto de hacerse realidad: Érase una vez en América.

Digamos que hay cuatro relatos en uno, pero con un inteligente sentido del montaje: una extensa entrevista a Ennio Morricone, que es una delicia escucharle. Conversaciones tanto con gente que trabajó junto a él como con expertos que analizan su legado musical. La muestra de su trabajo musical junto a las grandes secuencias de películas para las que creo la banda sonora. Y un rico material audiovisual de archivo sobre apariciones del maestro en distintos eventos públicos y apariciones televisas o en momentos íntimos con familiares y amigos. Giuseppe Tornatore sabe combinar perfectamente los cuatro relatos para crear un retrato bastante completo de Ennio Morricone, aunque con misterios y ausencias.

El documental es la radiografía de un creador, Ennio. Desde su infancia hasta el final (murió recientemente: 6 de julio de 2020). Pero también una lección de música, así como un canto de amor al cine. Toca muchos aspectos de su obra: ese poco miedo que tenía Ennio Morricone a lo experimental, pero a la vez logrando conectar con generaciones de espectadores, que tienen como bandas sonoras de su vida algunas de las que ha creado.

Su infancia y adolescencia marcada por su padre, un trompetista, y su maestro Goffredo Petrassi. Dos hombres de fuerte carácter que no solo moldearon su carácter, sino también la manera de enfrentarse a la música. Sus conocimientos de ajedrez y su aplicación a la hora de crear. Su fama de arreglista perfeccionista, innovador y milagroso que trabajó para grandes profesionales de la canción italiana. Su fuerte relación entre otros con el director Sergio Leone… Cada una de las películas que se convirtieron en leyenda en parte por la música que acompañaba sus secuencias. El amor hacia su mujer Maria Travia.

Un hombre serio…, pero con un marcado sentido del humor. Profesional. Dedicado al cien por cien a la música. Su llamativo complejo de inferioridad. La segunda época dorada que vivió ya siendo anciano, no solo porque le seguían contratando para crear buenas bandas sonoras, sino porque se recorrió el mundo dirigiendo conciertos con la música de sus películas, cómo se le resistió el ansiado oscar…

Me emocioné durante varios momentos, pero particularmente mientras se narra el proceso de creación de la banda sonora de Érase una vez en América, una de las músicas de mi vida (sobre todo el tema de Deborah). O también el momento que cuenta cómo creo la banda sonora de La misión, en un momento de crisis vital y creativa. Me conmovió cómo durante la entrevista Ennio Morricone ante hechos de su pasado llora sin ocultar sus lágrimas, bien de emoción, de alegría o de tristeza.

Una gozada de documental, porque además de disfrutarlo cada segundo, descubrí un montón de cosas que desconocía sobre Ennio Morricone, y me provocó muchas más ganas de indagar en su vida y obra.

Sigue leyendo

Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021) de Paolo Sorrentino

La familia de Fabietto…

Fue la mano de Dios es un grito, una confesión. Paolo Sorrentino esconde un dolor en su interior que marcó su vida de adolescente. Quizá fue el principio de su camino como cineasta…, porque la realidad no le gustaba. Su alter ego, un adolescente con rizos, el dulce Fabietto Schisa (Filippo Scotti), pasea por el Nápoles de los años 80 y, de golpe, tiene no solo que aprender a mirar, sino emprender un camino. Entre la risa y el desgarro fluctúa el gran secreto de su capacidad creativa.

Muchos cineastas convierten su pasado en una película, en un intento de atrapar el recuerdo y entenderse un poco más. En realidad se puede construir un largo tapiz de autobiografías convertidas en fotogramas, donde cineastas se desnudan ante las cámaras para contar lo más íntimo, y convertirlo en arte.

El viaje merece la pena: Los 400 golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959) de François Truffaut, Fellini, ocho y medio (Otto e mezzo, 1963) o Amarcord (Amarcord, 1973) de Federico Fellini, El espejo (Zerkalo, 1975) de Andrei Tarkovsky, Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1974) o Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982) de Ingmar Bergman, Voces distantes (Distant Voices, 1988) de Terence Davies… O, últimamente, Roma (Roma, 2018) de Alfonso Cuarón, Dolor y Gloria (Dolor y Gloria, 2019) de Pedro Almodóvar, Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh…, y Paolo Sorrentino y Fue la mano de Dios. Dicen por ahí que no tardaremos en ver la infancia de Steven Spielberg en pantalla grande, y seguro que merece la pena.

Sigue leyendo

Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh

Belfast es la reconstrucción de los recuerdos de la infancia y un canto de amor al cine.

Belfast no es solo una ciudad de Irlanda del norte, sino un lugar mítico del que hay que irse para siempre. Hay películas en las que un corazón late y se nota en cada fotograma. Una de ellas es Belfast. Kenneth Branagh bucea en el niño que fue y reconstruye el pasado que dejó en Belfast, su ciudad natal, el país de su infancia. Pero escoge un camino para ello y toma una decisión de puesta en escena determinada.

La reconstrucción de sus recuerdos, del espíritu de una época de su vida, los filma como si de una película clásica se tratase. Rescata en Belfast una de las pasiones de niño, la cual no solo la ha conservado toda su vida, sino que ha moldeado su camino: ir a ver películas a la sala de cine. Branagh propone un juego: la mirada de su alter ego, Buddy (Jude Hill), observa la vida a su alrededor como una película clásica de Hollywood.

El conflicto político y religioso no es el tema principal, sino lo que supone la situación y la violencia que brota en la calle donde vive Buddy para que su familia tome una decisión que cambiará el rumbo de su existencia: abandonar o no Irlanda del Norte. El punto de vista es además el de Buddy, un niño de nueve años, que no analiza ni entiende del todo lo que está pasando, solo se da cuenta de cómo cambia su vida, la de sus seres queridos y la de los vecinos de su calle.

Todo empieza durante una apacible tarde de verano en 1969 en una calle de la ciudad irlandesa. Buddy es un niño feliz que juega con sus vecinos cuando, de pronto, oye la llamada de su madre para que vuelva a casa, mientras regresa al hogar, en unos segundos su tranquila calle cambia y se ve sumergida en una ola de violencia que el niño mira con horror, sin entender nada. La convivencia pacífica entre vecinos católicos y protestantes salta por los aires. Su vida pega un giro de 180 grados.

Sigue leyendo

Una tarde de noviembre y mi cabeza llena de cine

Cine de verdad, pura comedia, que desvela cosas de la vida: Arsénico por compasión.

Este es un texto agradecido. Mi pasión, el cine, me ha dado y me está dando muchas oportunidades en la vida. Sobre todo lo que más le agradezco es que no se termina nunca mi capacidad de querer aprender y tampoco se acaba mi curiosidad. Alimenta también otro de mis idilios: la lectura. Me ha hecho descubrir muchos libros, tanto ensayos como literatura.

Por ejemplo, hace nada entré un momento en una librería (cómo me gustan esos espacios), me fui a las novedades cinematográficas, y desde una de sus mesas me llamó la atención un libro. Curiosamente ese libro que “vociferaba” que lo cogiese era de una edición de 1997, pero ahí estaba en esa mesa. La tentación pudo conmigo. Y ya estoy con él en mis manos pensando que pronto escribiré sobre él: El universo del western, de Georges Albert Astre y Albert Patrick Hoarau… Ya sabéis lo que me gusta este género. Si me ponen por delante una buena película del Oeste, yo disfruto tremendamente. Estoy segura de que por algo en concreto me llamó ese libro.

Poco a poco, a lo largo de los años, me han ido saliendo proyectos de distinta naturaleza relacionados con el cine. Proyectos que me han hecho ilusión, pero que también me han enfrentado a mis miedos e inseguridades, y que me han ayudado a superarlos o estoy en proceso de hacerlo. Y ahí siguen saliendo nuevos retos, que a veces me hacen sentir al borde del abismo (ya sabéis que soy un poco drama queen), pero en los que trato de poner todo mi cariño y, sobre todo, lograr transmitir mi pasión. No sé si de alguna manera lo consigo, pero lo intento. Ahora estoy con varios proyectos entre mis manos, muy jugosos. Os juro que tengo muchas ganas de que salgan muy bien. Al menos lo intentaré. Siempre pienso que el cine es mi refugio, y quiero pensar que bajo su amparo nada malo puede pasar. Cruzo los dedos.

Una de las locuras en las que me embarqué hace ya catorce años fue, precisamente, este blog. Siempre pienso en él como un hogar en el ciberespacio donde nos reunimos un montón de amigos para charlar sobre cine y compartir todo aquello que descubrimos. Además me permite cuidar algo que siempre me ha gustado: escribir y transmitir pasión.

Mi amor loco por cada película que veo me muestra otras maneras de pensar, de ver, de interpretar ciertas ideas… De alguna manera, van construyendo mi personalidad, y me aportan herramientas para enfrentarme a la vida diaria. Una de las cosas que más me gusta es recuperar películas que en su día vi y volver a disfrutarlas años después con otros ojos. Así me ha pasado con dos españolas. En su día aprecié El desencanto, de Jaime Chavarri, y Función de noche, de Josefina Molina, pero no tanto como ahora que las he vuelto a ver durante estos días. Los años y la experiencia hace que te lleguen mucho más y que captes y entiendas matices que en su momento se te escaparon.

Hago un repaso de mi recorrido por el mundo, y soy consciente de la cantidad de recuerdos que tengo unidos a mi pasión por el cine. Y entonces agradezco ese montón de películas que he visto, que repetiré y aquellas que me quedan por descubrir. Porque sé que todas esas horas que he dedicado a ver cine y las que me quedan por vivir… son horas de felicidad. Incluso con aquellas que no disfruto del todo, porque en el análisis que hago de por qué no me han gustado, ya siento que no he perdido el tiempo.

Pero me estoy yendo por las ramas. Hay un verdadero motivo por el que escribo este texto.

Sigue leyendo

Perlas desconocidas (4). El fin del romance (The end of the affair, 1999) de Neil Jordan

La importancia de una promesa en El fin del romance.

Graham Greene decía que escribía “para escapar de la locura, de la melancolía, del terror inherente a la condición humana”. En estos días de confinamiento, estoy recuperando alguna de sus obras que tenía por casa. De hecho, ahora estoy leyendo El factor humano. En sus páginas encierra, efectivamente, la tristeza. Sí, es una novela de espionaje, melancólica, donde sus personajes campan en un mundo complejo y gris. Pero su prosa envuelve con una sensibilidad y belleza especial, aunque no oculta sombras y crueldades. Y he recordado que el último libro que tuve en mis manos en una de mis amadas visitas a una librería fue El fin del affaire, en la nueva edición que ha publicado el sello Libros del Asteroide. Creo que va a ser el primer libro que compre en cuanto pise de nuevo una librería.

Cuando lo tuve entre mis manos, lo primero que me vino a la cabeza fueron las imágenes de la película de Jordan. Soy una enamorada de esta obra cinematográfica y también de Vivir un gran amor (The end of the affair, 1955) de Edward Dmytryk. Tengo ganas de leer esta novela de Greene, pero, de momento, he vuelto a empaparme con las secuencias donde cobran vida el escritor Maurice Bendrix (Ralph Fiennes), el funcionario del Ministerio del Interior Henry Miles (Stephen Rea), y su esposa Sarah (Julianne Moore).

El espíritu melancólico de Greene recorre los fotogramas de El fin del romance y a la vez se mezcla con las complejas historias de amor que se convierten en el corazón y en el sello de la filmografía de Neil Jordan (no hay más que recordar también Mona Lisa o Juego de lágrimas). Pero además el espectador no solo es sacudido por la sensualidad y la tristeza onírica de las imágenes, sino que camina por el sendero que traza la música de Michael Nyman, que como el canto de las sirenas, conduce a un estado hipnótico que te sumerge más en la historia.

Sigue leyendo

Los años más bellos de una vida (Les plus belles années d’une vie, 2019) de Claude Lelouch

Los años más bellos de una vida

Los años vividos…

Sentarse en una sala de cine casi vacía y dejarse llevar. Leer una cita y escuchar una canción. Emocionarse y tener ganas de llorar. Sentir el inevitable paso del tiempo. Y saber que aquellos años fueron bellos, pero estos esconden otras vivencias. Explicar lo inexplicable. La química de dos rostros. Oír unos versos de Boris Vian. Dos miradas, dos sonrisas, dos gestos (retirar el pelo del rostro)… en 1966 y en 2019. Los mismos movimientos que uno reconoce en el otro, pero con más experiencias vividas. Recuerdo y olvido… y un presente. Correr veloz con un coche: atravesar París para llegar a una cita. Cometer locuras con un dos caballos. Estar dispuesto siempre a la huida. Una película que se convierte en poema.

“Los años más bellos de una vida son aquellos que todavía no hemos vivido”, escribió Víctor Hugo. Aunque estés rozando el momento de abandonar la vida. Aunque te cueste moverte. Aunque no sepas dónde estás. Aunque solo te quedes con algunos recuerdos y unos versos. Aunque te sigas enamorando una y otra vez. Claude Lelouch perpetua la vida de dos de sus personajes. Aquellos que protagonizaron Un hombre y una mujer y se enamoraron al son de la melodía de Francis Lai, que ya nos dejó hace apenas unos meses. Ahora son dos ancianos. Él está en una residencia y apenas retiene los recuerdos, se aferra a un rostro del pasado. Ella sigue la vida apacible, con algún que otro sobresalto, al lado de su hija y su nieta. El hijo de él piensa que no sería mala idea que ella fuese a verlo. Y entonces surge la posibilidad de seguir viviendo más años bellos, aunque sea en sueños, en la imaginación o quizá todo sea real.

Sigue leyendo

Segundo visionado. Dolor y gloria (2019) de Pedro Almodóvar

Una de las historias de amor más bonitas de su filmografía…

El amor no mueve montañas, el amor no salva, esta premisa siempre está presente en las películas de Almodóvar, pero hasta Dolor y gloria no ha sido tan explícito. Ha sido un leit motiv en su filmografía, el amor está presente, el camino es doloroso, no reconforta, es retorcido, confuso, lleva a equivocaciones, está lleno de obstáculos, y muchas veces no deja finales felices… El género del amor es el melodrama. Hay otros caminos que sí salvan al individuo: la creación, las pasiones, la belleza, la lectura, el cine, los recuerdos, los lugares queridos, las obras de arte, la música… Y estas sendas de salvación también quedan dibujadas en la película.

Y es curioso porque Almodóvar abre su alma, pero también deja claves para analizar su trayectoria cinematográfica. En Dolor y gloria deja una de sus historias de amor más hermosas y redondas, pero con su premisa intacta: el amor no salva. Y su forma de construirla, estructurarla, es uno de los puntos fuertes. Primero un ordenador que entre sus muchos documentos, guarda uno: laadiccion.doc. Y un actor (Asier Etxeandia) que abre el contenido ante su creador dormido, Salvador Mallo (Antonio Banderas), protagonista de Dolor y gloria. El actor lee e imagina. Después, una petición: llevar ese texto al escenario de una pequeña sala de teatro. Más tarde, para superar una crisis de viejos conocidos, que mucho saben el uno del otro, cesión del texto al actor. El creador no quiere que aparezca su nombre, pero le preocupa mantener la esencia, y deja algunas instrucciones de interpretación y puesta en escena. El actor lleva a cabo su monólogo ante la sala vacía y luego con esta llena de espectadores. En una esquina, uno llora.

Sigue leyendo