Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh

Belfast es la reconstrucción de los recuerdos de la infancia y un canto de amor al cine.

Belfast no es solo una ciudad de Irlanda del norte, sino un lugar mítico del que hay que irse para siempre. Hay películas en las que un corazón late y se nota en cada fotograma. Una de ellas es Belfast. Kenneth Branagh bucea en el niño que fue y reconstruye el pasado que dejó en Belfast, su ciudad natal, el país de su infancia. Pero escoge un camino para ello y toma una decisión de puesta en escena determinada.

La reconstrucción de sus recuerdos, del espíritu de una época de su vida, los filma como si de una película clásica se tratase. Rescata en Belfast una de las pasiones de niño, la cual no solo la ha conservado toda su vida, sino que ha moldeado su camino: ir a ver películas a la sala de cine. Branagh propone un juego: la mirada de su alter ego, Buddy (Jude Hill), observa la vida a su alrededor como una película clásica de Hollywood.

El conflicto político y religioso no es el tema principal, sino lo que supone la situación y la violencia que brota en la calle donde vive Buddy para que su familia tome una decisión que cambiará el rumbo de su existencia: abandonar o no Irlanda del Norte. El punto de vista es además el de Buddy, un niño de nueve años, que no analiza ni entiende del todo lo que está pasando, solo se da cuenta de cómo cambia su vida, la de sus seres queridos y la de los vecinos de su calle.

Todo empieza durante una apacible tarde de verano en 1969 en una calle de la ciudad irlandesa. Buddy es un niño feliz que juega con sus vecinos cuando, de pronto, oye la llamada de su madre para que vuelva a casa, mientras regresa al hogar, en unos segundos su tranquila calle cambia y se ve sumergida en una ola de violencia que el niño mira con horror, sin entender nada. La convivencia pacífica entre vecinos católicos y protestantes salta por los aires. Su vida pega un giro de 180 grados.

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Madres paralelas (2021) de Pedro Almodóvar

Melodrama y memoria en Madres paralelas.

«No hay historia muda. Por mucho que la quemen, que la rompan, que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca», esta frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano cierra Madres paralelas de Pedro Almodóvar. Una propuesta arriesgada del cineasta manchego que se refugia en los recovecos de un melodrama contenido para fundirlo con un tema que le interesa: la localización y apertura de las fosas repartidas por la geografía española fruto de la Guerra Civil.

Así cuenta una historia sobre la maternidad con un personaje central, Janis (Penélope Cruz), que se ve metida en una encrucijada moral que hace que oculte una verdad, hasta que la quema y no puede callarse la boca. Pero a la vez es una mujer que lucha por conseguir hacer realidad el sueño de su abuela ya ausente: abrir la fosa común en el pueblo donde vivió durante su infancia para recuperar el cuerpo de su bisabuelo.

¿Cómo logra unir las dos historias? Janis es una fotógrafa y tiene que retratar a Arturo (Israel Elejalde), un antropólogo forense, implicado en la apertura de las fosas. Janis y Arturo se convertirán en amantes. Ella se quedará embarazada y, ante la indecisión del amado (es un hombre casado), decidirá seguir adelante con el embarazo, pues desea ser madre. No obstante, pese a las vicisitudes sentimentales de sus protagonistas, no interferirán en el intento de conseguir la apertura de la fosa.

Todo está entrelazado y tiene sentido en Madres paralelas. La profesión de fotógrafa de su protagonista, compartida con su bisabuelo, y la importancia de las fotografías en la historia: esos rostros de los fallecidos que «viven» a través de los retratos que guardan las familias. La profesión del amante, antropólogo forense, además este personaje cumplirá otra función: sembrará la duda en la recién estrenada maternidad de Janis.

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Fascinación (Obssesion, 1976) de Brian de Palma

Fascinación

Aviso: si no la has visto, y no quieres saber nada, sino mantener el suspense, advierto que cuento prácticamente toda la trama

Michael Courtland (Cliff Robertson), entre alucinado y fascinado (nunca mejor dicho), escucha a Sandra Portinari (Geneviève Bujold), una ayudante de restauración, que le explica cómo debajo de un fresco de la Virgen de Agnolo Gaddi había otra pintura más antigua, una especie de borrador, y que tuvieron que decidir entre restaurar el original, pero sin saber nunca qué había debajo, o ver lo que había oculto. Pregunta entonces a Michael que él qué hubiese hecho. Este contesta que conservar la pintura de Gaddi, y añade “debemos proteger la belleza”. Bien, algo así ocurre con este artilugio maravilloso que es Fascinación de Brian de Palma, donde está esta secuencia. Es mejor dejarse llevar por esta bella y retorcida historia de amor más allá de la muerte y por todo un metraje de ensoñación y nebulosa, que rascar y encontrar lo inverosímil que se esconde tras las imágenes. Algo semejante ocurría con su fuente de inspiración, algo que nunca ocultó Brian de Palma, Vértigo (Vertigo, 1958) de Alfred Hitchcock.

Hay películas donde es absurdo emplear la lógica, sino que lo mejor es dejarse fascinar obsesivamente y arrastrarse por sus imágenes escuchando una banda sonora brillante que hace que el espectador se deslice con emoción por cada una de las secuencias. Y es que es Bernard Herrmann, uno de los compositores de cabecera del maestro de suspense, quien creo la partitura para otra historia de amor obsesivo y oscuro. Si además se emplea como plató cinematográfico dos ciudades como Florencia y Nueva Orleans y la luz suave, como de sueño continuo, del director de fotografía Vilmos Zsigmond, se logra alcanzar un estado de hipnosis. Pero es que también, para escapar de toda lógica, la película cuenta con el espíritu atormentado de Paul Schrader en el guion. Schrader se dedica a bajar a los infiernos, para qué diablos quiere ser verosímil.

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Roma (Roma, 2018) de Alfonso Cuarón

Roma

Desde la terraza…

Once y media de la mañana, una sala enorme de cine se va llenando. La única sala de Madrid donde proyectan Roma. No queda una butaca libre. Y empieza la proyección, el agua de un cubo va cayendo en los baldosines del suelo… y un avión se refleja en el charco. Roma, de Alfonso Cuarón, ha empezado. Y también la rutina diaria de Cleo, la protagonista. Y me alegro de haberla visto en pantalla grande, en la sala oscura. Roma es de esas películas que te acompañan durante días. Su análisis es minucioso y muy rico en matices. Pese a que Cuarón es barroco y excesivo hasta para ser realista, creo que hay verdad y corazón en esa recreación de su memoria, de su pasado… Y ahí está la clave: es un viaje personal a su ayer, y por eso puede ser exagerado, onírico, incluir escenas y personajes como de ensueño, construir una forma especial, colosal… en una historia muy real. Me encontré de bruces con la emoción de la película, tal es así que no pude contener las lágrimas en varios momentos. La historia que cuenta es sencilla, pero es su personal viaje al pasado, a su infancia. El director mexicano se hunde en el laberinto de sus recuerdos y surgen, sobre todo, tres mujeres: la sirvienta, la madre y la abuela. Pero elige unos ojos, una mirada, y son los de Cleo (Yalitza Aparicio), una sirvienta indígena de una familia de clase media en la colonia Roma en Ciudad de México durante los convulsos años 70.

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Matar a Jesús (Matar a Jesús, 2017) de Laura Mora Ortega

Matar a Jesús

Matar a Jesús, una reflexión sobre la violencia.

El cine como catarsis. La directora colombiana Laura Mora Ortega (1981) vivió un hecho traumático a los 22 años. Su vida se rompió en mil pedazos: fue testigo de la muerte violenta de su padre por unos sicarios. Entonces, durante su periodo de duelo, rabia e impotencia por la injusticia (a día de hoy el caso de su padre no se ha resuelto), tuvo un sueño: Laura se vio fumando en un mirador con vistas a Medellín, de repente un chico de su edad se ponía a su lado a hablar con ella, y en un momento de la conversación él le decía: “Yo me llamo Jesús y yo maté a tu papá”. Y a partir de ahí empezó a dar forma a este personaje… y a escribir y escribir. Conversaba con el asesino de su padre y trataba de dar respuesta a todas las preguntas que escondía en lo más hondo de su alma. Vomitó lo que tenía dentro en un guion y se puso detrás de una cámara para rodar Matar a Jesús. El cine como vómito, pero también como reflexión inteligente sobre la violencia y la venganza.

La protagonista de su película, Paula, es una universitaria con inquietudes artísticas y arropada por su familia, sobre todo por su admirado padre, un profesor de Ciencias Políticas en la universidad pública de Medellín. Un día va a buscarlo a su clase y de regreso a casa en coche, ella es testigo de cómo pasa una moto con dos jóvenes y uno de ellos dispara contra su padre y lo mata. A partir de ahí la vida de Paula se disuelve y también la unidad familiar, además de que cada vez va creciendo más su impotencia y su rabia cuando ve que las fuerzas del Estado no responden ante el asesinato de su padre. Y un día que sale con sus amigos universitarios por la noche, se cruza con el joven sicario. Y decide acercarse a él y conocerlo… con el objeto de vengarse, sin importarle las consecuencias. El joven sicario se llama Jesús.

Antes de que muera asesinado, Paula ve a su padre dar una de sus populares clases donde apela a la inquietud y a mantenerla siempre viva… Preguntarse por las cosas, por los motivos, entender el mundo que le rodea… Y eso es lo que hace Laura Mora Ortega con su película. Pero también hace una película política, se posiciona. Y su cita referencial también la dice ese padre de la ficción en su clase, citando a Michel Foucault: “A los individuos nos corresponde indignarnos, a los gobiernos reflexionar y actuar”. Así Mora se indignó con lo que le ocurrió, pero encontró la manera de reflexionar, algo que los sucesivos gobiernos de su país (y de tantos otros países) no hacen. Canalizó su rabia y su dolor, sus ganas de violencia y venganza.

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Doblete de cine español. Un monstruo viene a verme (2016) de J.A. Bayona/Que Dios nos perdone (2016) de Rodrigo Sorogoyen

Un monstruo viene a verme (2016) de J.A. Bayona

Un monstruo viene a verme

Patrick Ness partió de una idea original de la escritora Siobhan Dowd para crear una novela corta infantil: Un monstruo viene a verme, que publicó en 2011. La escritora había fallecido en 2007…, tenía cáncer. Los buenos cuentos infantiles son aquellos que transmiten herramientas para que los niños se enfrenten a un mundo adulto duro, y para que puedan entender la realidad que les rodea… a través de la imaginación. Por eso en los cuentos hay miedo, terror, soledad, tristeza, crueldad…, pero también todos sus contrarios. Porque así es la vida. Y a través de los cuentos se crea un camino para entender el mundo en el que se vive. Una de las cosas a las que se enfrentan los niños es a los conceptos de la muerte y de la ausencia, y los sentimientos confusos y contradictorios que estos provocan. Y de eso trata precisamente Un monstruo viene a verme.

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Ciudad de conquista (City for Conquest, 1940) de Anatole Litvak

Ciudad de conquista

Un sin hogar (Frank Craven) se convierte en el narrador omnisciente de Ciudad de conquista. Es él quien nos presenta el caos de una gran ciudad como Nueva York para terminar centrándose en pequeñas historias que se desarrollan en sus calles. El sin hogar nos lleva de la mano para que conozcamos la infancia de los protagonistas, y cómo la ciudad marca sus vidas. Este personaje desemboca en un barrio humilde y bullicioso… y nos presenta a los personajes, como niños: Googi, un niño superviviente que tiene hambre y se busca la vida en las calles; Peggy, una niña que tiene claras sus aspiraciones: llegar a ser una gran bailarina; Danny, un niño noble, que ama su barrio, sus amigos y que quiere y protege a Peggy incondicionalmente, sin excesivas aspiraciones, pero que sabe defenderse cuando es necesario; y su hermano Eddie, que desde pequeño trata de formarse para ser un buen músico… Y de pronto una larga elipsis y ya todos los niños son adultos jóvenes. Ahí empiezan sus historias en la ciudad y, de vez en cuando, retomaremos el rostro del sin hogar, ese narrador que siempre está presente, como testigo anónimo… hasta el final, en que todos vuelven a ser engullidos por las calles… pero ya hemos conocido y vivido su historia.

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El reloj (The clock, 1945) de Vincente Minnelli

El reloj

Aviso de Hildy: Por fin se ha solucionado el problema en los comentarios que impedía poder enviarlos. ¡Qué bueno volver a contar con vuestras imprescindibles aportaciones! Sin ellas este blog pierde mucho de su sentido… Espero que todos podáis seguir escribiendo sin problemas vuestras reflexiones sobre cine.

¿Son tan solo unas horas suficientes para conocer a una persona o encontrar una fuerte química con el otro? El cine sostiene que sí. Y una de sus pruebas es El reloj de Vincente Minnelli. Situaciones tambaleantes, que ponen a hombres y mujeres a prueba, o el futuro incierto hacen vivir el presente con más intensidad a los protagonistas. La incertidumbre de la guerra provoca que los dos días de permiso en Nueva York que tiene el soldado Joe (Robert Walker) sean su oportunidad de aprovechar el momento, más cuando se cruza en su camino Alice (Judy Garland).

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Un sombrero lleno de lluvia (A Hatful of Rain, 1957) de Fred Zinnemann

Un sombrero lleno de lluvia

Aviso de Hildy: sigue fallando intermitentemente el apartado de comentarios, pero ¡espero que pronto se solucione! De nuevo mil perdones… Una de las mayores riquezas de este blog son sin duda las buenas aportaciones de sus visitantes.

… Otto Preminger rueda El hombre del brazo de oro en el año 1955 y abre la veda sobre el tema de las drogodependencias para tratarlo sin tapujos, directamente. Los tiempos del código Hays ya no tienen sentido y los cineastas desean contar otras historias, mostrar otras realidades, saltarse los temas prohibidos. Entre ellos la dependencia a distintas sustancias. Tan solo películas del periodo silente y del periodo pre-code tocaron el tema con naturalidad, después una vez instaurado el código Hays, las drogas quedaron vedadas. Si se mostraba era de manera excesivamente velada y más contando con la imaginación del público (y sobre todo en algunos géneros determinados como el cine negro), además desde una mirada condenatoria.

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Diccionario cinematográfico (220). Homenaje a París

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Homenaje a París: Siempre nos quedará París… y recordé cuando vi a un grupo de personas que salían del estadio cantando La Marsellesa después del horror, la de veces que el himno francés ha emocionado en pantalla de cine… Así recuerdo ese campo de prisioneros en La Gran Ilusión de Renoir. Durante un espectáculo que han organizado los presos, les avisan de que un pueblo francés ha sido liberado… todos empiezan a entonar La Marsellesa. Y es un momento para no olvidar, para verlo una y otra vez.

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