El cine como catarsis. La directora colombiana Laura Mora Ortega (1981) vivió un hecho traumático a los 22 años. Su vida se rompió en mil pedazos: fue testigo de la muerte violenta de su padre por unos sicarios. Entonces, durante su periodo de duelo, rabia e impotencia por la injusticia (a día de hoy el caso de su padre no se ha resuelto), tuvo un sueño: Laura se vio fumando en un mirador con vistas a Medellín, de repente un chico de su edad se ponía a su lado a hablar con ella, y en un momento de la conversación él le decía: “Yo me llamo Jesús y yo maté a tu papá”. Y a partir de ahí empezó a dar forma a este personaje… y a escribir y escribir. Conversaba con el asesino de su padre y trataba de dar respuesta a todas las preguntas que escondía en lo más hondo de su alma. Vomitó lo que tenía dentro en un guion y se puso detrás de una cámara para rodar Matar a Jesús. El cine como vómito, pero también como reflexión inteligente sobre la violencia y la venganza.
La protagonista de su película, Paula, es una universitaria con inquietudes artísticas y arropada por su familia, sobre todo por su admirado padre, un profesor de Ciencias Políticas en la universidad pública de Medellín. Un día va a buscarlo a su clase y de regreso a casa en coche, ella es testigo de cómo pasa una moto con dos jóvenes y uno de ellos dispara contra su padre y lo mata. A partir de ahí la vida de Paula se disuelve y también la unidad familiar, además de que cada vez va creciendo más su impotencia y su rabia cuando ve que las fuerzas del Estado no responden ante el asesinato de su padre. Y un día que sale con sus amigos universitarios por la noche, se cruza con el joven sicario. Y decide acercarse a él y conocerlo… con el objeto de vengarse, sin importarle las consecuencias. El joven sicario se llama Jesús.
Antes de que muera asesinado, Paula ve a su padre dar una de sus populares clases donde apela a la inquietud y a mantenerla siempre viva… Preguntarse por las cosas, por los motivos, entender el mundo que le rodea… Y eso es lo que hace Laura Mora Ortega con su película. Pero también hace una película política, se posiciona. Y su cita referencial también la dice ese padre de la ficción en su clase, citando a Michel Foucault: “A los individuos nos corresponde indignarnos, a los gobiernos reflexionar y actuar”. Así Mora se indignó con lo que le ocurrió, pero encontró la manera de reflexionar, algo que los sucesivos gobiernos de su país (y de tantos otros países) no hacen. Canalizó su rabia y su dolor, sus ganas de violencia y venganza.
De esta manera el espectador ve nacer la relación compleja que se establece entre Paula y Jesús y cómo dentro de una ciudad y un sistema violento, ellos se miran y reconocen la humanidad del otro…, aunque les lleve a un callejón sin salida. Los dos finalmente, aunque parezca imposible, son víctimas de un país enfermo con unas instituciones enfermas. Pero Paula se da cuenta, con dolor, que ni la violencia ni la venganza es el camino para aliviar su dolor o para seguir avanzando. Ese no es el camino para “ir matando canallas con su cañón de futuro”. Ese cañón de futuro es otro: quizá el objetivo de su cámara…
Y es que la protagonista saca fotos, las revela y los rostros desvelan secretos. Primero pide a su padre que sonría en el coche, antes de ser asesinado, y le saca un retrato. Un primer plano sonriendo. Después le pide a Jesús que pose en el mirador que él la lleva para contemplar Medellín. Y también le saca un primer plano. Luego revela las fotografías. Los dos rostros tienen de qué hablar. Y ella los capta, los atrapa… y los escucha, los mira.
Laura Mora Ortega siguiendo la tradición de uno de los directores colombianos más internacionales, Victor Gaviria (La vendedora de rosas), busca la verdad en sus fotogramas y en los rostros e interpretaciones de sus actores. Así que buscó en Medellín (también protagonista de Matar a Jesús) a sus personajes y trabajó así con actores no profesionales. Y encontró a dos jóvenes con vidas parecidas a las que representan en la ficción y que se movían en círculos similares por Medellín. Paula es Natasha Jaramillo y Jesús es Giovanny Rodríguez. Y los dos logran química y verdad en sus interpretaciones.
Matar a Jesús es un vómito que logra inquietar, pero también reflexionar; y llama a la indignación, pero también a la búsqueda de respuestas a ciertas preguntas que a menudo se prefiere dejar sin contestar.
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Mi querida Hildy, esta película me parece más interesante contada, y pensada, que vista. Termino por no creerme nada de lo que veo (a partir del asesinato, claro), la narrativa me parece todo el tiempo inferior a las ideas de base que maneja. Merecen mejor tratamiento, creo.
Besos
Mi querido Alfredo, yo sentí que era una película no redonda e imperfecta, efectivamente. Pero contada desde las entrañas. Película vómito. Y que sí había mucha verdad en lo que se relataba y en los rostros de los dos personajes protagonistas. Me llegó el grito. Y me pareció una película política con un discurso interesante. Una película pensada y reflexionada. Yo sí encontraba verdad, yo sí me creía la mirada de la directora. Y en muchos momentos me pareció visualmente potente, una mirada interesante.
Beso
Hildy