Cadeneta de minicríticas y cada una con una canción. Los hermanos Dardenne, Edgar Wright y Richard Brooks

Una canción imprescindible para el relato cinematográfico es lo que une a estas tres películas. Cada una de ellas tiene su función en la narración.

Tori y Lokita (Tori et Lokita, 2022) de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Lokita y Tori, dos niños sin infancia, aunque atesoran una canción italiana que cantan como un mantra que les calma.

Los hermanos Dardenne son directos y sencillos en su forma de narrar Tori y Lokita, logrando una película que refleja con extrema sensibilidad las desventuras de dos niños africanos refugiados en Bélgica. Los fotogramas golpean el pecho con fuerza y tras el fundido a negro una vez acabada la historia, provoca que el corazón prácticamente deje de bombear. Cine social y de denuncia sin moralina, sensiblería o morbo. Seco, duro y brutal.

El hilo conductor de las desventuras de los dos muchachos, que siempre formarán parte de una estadística, una línea en la sección de sucesos de un periódico o simplemente serán ignorados, es una canción italiana infantil, «Alla fiera dell’est», que los dos entonan en un karaoke al principio de la película. Dicha canción aparece en contextos muy diferentes en varias secuencias y deja ver la trayectoria de dos niños a los que se les ha arrebatado la infancia. Duele la indefensión de Lokita y las sencillas palabras finales de Tori exponen con sencillez lo fácil que hubiese sido evitar la desgracia… y, por eso, provocan más vergüenza.

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De película de estreno a película de estreno y tiro porque me toca

Llevo unas semanas recuperando el ritmo de película por semana en sala de cine, pero en el periplo, no he conseguido que ninguna me deslumbre del todo, tan solo destellos. Todas me han aportado algo, pero no he perdido el sentido con ellas. Y es más, todas están bien contadas, incluso con el ritmo adecuado, en ninguna me he aburrido o he tenido ganas de salirme de la sala, pero me han parecido más cerebrales que emocionales. Ni siquiera había un equilibrio entre ambas posiciones, que varias de ellas lo pedían.

Ninguna “sentipensante”, como dice mi hermana. Solo una me hizo desbordarme bastante, pero sufrí un hándicap grave en la sala de cine. Fui a la sesión nocturna, llevaba una semana toledana y hubo momentos en que la vi entre sueños. Lo bonito es que me quedé con unas ganas locas de volver a verla. Lo que vi entre sueños también me hipnotizó. Curiosamente era la que más se dejaba llevar por la fantasía y la que más se arriesgaba cinematográficamente hablando.

Tres de ellas son el reflejo de una época. Y aportan. Es más, diría que son necesarias, pero no son redondas ni perfectas, no llegan del todo al espectador (sea cinéfilo o no), por distintos motivos que iremos desgranando. Cuentan con una mirada sobre un acontecimiento histórico concreto. Emplean distintos géneros para mostrarlos: cine carcelario, cine judicial y cine social. También, por último, escribiré sobre un documental sobre un crítico de cine, que se queda en un reportaje periodístico correcto.

La “sentipensante”. Tres mil años esperándote (Three Thousand Years of Longing, 2022) de George Miller

También os digo que es una película para ver entre sueños, porque de eso trata. De pronto Miller, con sus 77 años y creador de la saga de Mad Max, decide crear una película de fantasía donde se da importancia a la narración, a los cuentos, en una época racional, científica y de nuevas tecnologías.

Él decide contar la relación especial que se establece entre una especialista en literatura y en las narraciones con cara de Tilda Swinton y un genio que sale de una botella igualito a Idris Elba. Y los dos encerrados en una habitación de hotel en Estambul y luego en una casa solitaria en Londres cuentan una historia dentro de una historia y otra historia…

Algo parecido a esos mundos mágicos de las mil y una noches, el barón Munchausen o el manuscrito encontrado en Zaragoza. Y queda demostrado que incluso en este siglo XXI sigue siendo necesario creer en los cuentos y dejarse llevar. ¿Cómo no te vas a arrastrar hasta una sala de cine con semejante título… Tres mil años esperándote? Por cierto, adapta un relato de una autora a la que no me importaría acercarme, A.S. Byatt.

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Cortometrajes. 28º Festival Ibérico de Cine. Palmarés

Mejor cortometraje del Festival Ibérico de Cine: Farrucas

Riqueza de historias y matices. De formas de contar una historia. Todo tipo de géneros. El cortometraje es una puerta a la creatividad. Durante el mes de julio, se ha celebrado en Extremadura este festival de referencia en el mundo del cortometraje. Y el palmarés ha dejado entrever la variedad, pero también una lectura diversa del mundo actual.

Si bien es cierto que el cortometraje tiene difícil su distribución y proyección, muestra, sin embargo, un abanico de creatividad y de formas de expresión con fuerza. ¿Por qué no volver a proyectar un cortometraje antes del largometraje en las salas de cine? ¿Por qué no crear una sala de exhibición solo para cortometrajes? En un momento crítico, donde hay que incentivar la sala de cine como lugar idóneo para ver películas, ¿por qué no atraer también con el mundo cortometraje? Iniciativas como el Festival Ibérico de Cine muestra su buena salud. Un paseo por su palmarés deja al descubierto un ramillete de propuestas cinematográficas que tienen siempre algo que merece la pena analizar.

Premio Onofre al mejor cortometraje. Farrucas de Ian de la Rosa

Juego con espejos. Las protagonistas se miran. De frente. Hadoum, Fátima, Sheima y Sokayna son cuatro jóvenes hispano-marroquíes que viven en el barrio de El Puche en Almería. Se reúnen para el cumpleaños de una de ellas. La mayoría de edad, 18 años.

El Puche es un protagonista más. Al igual que la casa donde se reúnen. Lo más interesante no es solo ese espejo donde se miran sin miedo. Ni tampoco el sentimiento de sororidad que hay entre ellas. Lo que más destaca es la mirada de dos ellas. La mirada hacia su futuro, la realidad social. Es mostrar que son conscientes del mundo que las rodea. Y las dos miradas son realistas.

Una aspira a soñar, quiere trabajar en París en lo que ella desea.

La otra cree que es imposible salir del barrio, que su origen las marca.

Las demás son testigos de las miradas contrapuestas.

Lo importante: trenzar las dos miradas. Ser conscientes de los obstáculos, pero estar dispuestas a volar sobre ellos.

Ian de la Rosa ofrece un cortometraje de realismo social que destila no solo naturalidad y frescura, sino un halo poético. Las farrucas avanzan al atardecer.

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Críticas en unas pocas palabras de películas de estreno

El triunfo (Un triomphe, 2020) de Emmanuel Courcol

El triunfo, cine y teatro en armonía.

Cuando estaba viendo esta película francesa, me vino a la cabeza una británica de Peter Cattaneo, Lucky Break y una italiana de los hermanos Tavianni, César debe morir. En los tres largometrajes, unos presos en una cárcel se interesan por el teatro y sienten la posibilidad de alcanzar la libertad. Y las tres películas muestran una manera muy diferente de contar esta historia.

La francesa se inspira en una historia verídica, y presenta a un profesor de teatro que ama lo que hace, que trata a los presos como actores profesionales y que les propone montar algo muy serio: Esperando a Godot de Samuel Beckett. En El triunfo se respira en cada fotograma un amor inusitado hacia el teatro; el poder que siente uno encima de un escenario; cómo la vida alimenta a la ficción, y viceversa; y, por último, deja sentir una obra de teatro que puede hacer comprender una situación, unas vidas y esa sensación de espera…

La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal

La hija oscura, una reflexión incómoda sobre la maternidad.

La actriz Maggie Gyllenhaal se pone detrás de la cámara para rodar una historia psicológica e incómoda sobre la maternidad, adaptando una novela de Elena Ferrante. Se pone en la piel de una profesora de literatura, Leda (maravillosa Olivia Colman), que está de vacaciones en un idílico lugar al lado del mar. De pronto, su contacto con una joven madre (enigmática y sensual Dakota Johnson) y su hija pequeña desata una tormenta interior en Leda. Desde ese momento, rememora su propio papel como madre joven (Jessie Buckley) de dos niñas.

Desde el principio todo lo vemos desde la mirada de Leda que cada vez está más incómoda y todo lo que la rodea va adquiriendo una tonalidad siniestra, desagradable y amenazante. A la vez que también va tomando decisiones y llevando a cabo acciones cada vez más incomprensibles: como esa muñeca que acaba en su poder y que desata una tormenta interior. En realidad, Leda trata de reconciliarse con una decisión que tomó en el pasado y con las sensaciones encontradas que tiene con lo que sintió: la felicidad sin las ataduras de la maternidad.

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022) de Kenneth Branagh

Muerte en el Nilo, cuando el cine es puro entretenimiento.

Kenneth Branagh apuesta por el cine puro y duro de entretenimiento, llevándonos a lugares exóticos, dejándonos arrastrar por el glamour, por las pasiones desatadas, por varios asesinatos y un peculiar detective belga para resolverlos. Si al principio de su carrera, Branagh abrazó a William Shakespeare, ahora se siente cómodo en el universo de Agatha Christie.

Una cosa está clara en sus dos películas sobre el universo de la dama del misterio: se siente cómodo como Hércules Poirot, y no solo eso…, sino que se lo pasa bien en su piel. Es más, en esta glamurosa Muerte en el Nilo, le regala un pasado en que se nos revela la razón de su famoso bigote, y le regala la posibilidad de enamorarse.

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El ombligo de Guie’dani (Xquipi’ Guie’dani, 2018) de Xavi Sala

La adolescente Guie’dani le confiesa a su amiga Claudia que su ombligo está enterrado en su pueblo, Xadani, en Oaxaca. Es un ritual simbólico que refleja que siempre puede regresar a su tierra, pues ahí se esconde su esencia. Guie’dani no renuncia ni un momento a sus raíces, a su identidad, a su cultura, a la mirada que posee del mundo… Su vida da un vuelco cuando tiene que abandonar la aldea e irse con su madre a Ciudad de México, donde su progenitora ha encontrado un trabajo como empleada doméstica interna con una familia de clase media acomodada.

Cuando llega a su nuevo hogar, no solo no lo vive como tal, sino que se siente un pez fuera del agua, que mira con ojos vigilantes un mundo al que no pertenece ni quiere pertenecer si tiene que renunciar a ser ella misma. Una de las funciones de cuidado que tienen que asumir su madre y ella es alimentar a unos delicados peces en un enorme acuario. Guie’dani se siente pez extraviado, fuera de su hábitat natural, y se rebela contra un mundo que no la deja ser ella misma.

La actitud de Guie’dani incomoda a la nueva familia, y el director Xavi Sala logra trasladar esa inquietud que provoca al espectador. Pues la niña no es sumisa, la niña no renuncia a su identidad, la niña es diferente y no quiere ser de otra manera para ser aceptada, la niña no asume las reglas de convivencia que establece la familia empleadora, que perpetua un modelo social injusto… Ella no les habla, los mira fijamente, no empatiza, no sonríe… Siempre está al acecho ese momento que se espera catártico donde Guie’dani estalle con toda su rebeldía y transgresión, donde el enfrentamiento cristalice. Pues la adolescente no siente que se tenga que mostrar agradecida ante una familia, que sutilmente, rechaza su identidad. De nuevo, cuando Claudia, su amiga, le pregunte que qué quiere ser de mayor. Ella lo tiene claro, será lo que tenga que ser, menos una sirvienta.

Porque el primer largometraje de Xavi Sala, director nacionalizado mexicano, pero que nació en Alicante, remueve y toca muchos matices a analizar. No solo evidencia una realidad mexicana, sino que universaliza un sentir. Es decir, no solo trata el conflicto racial tan arraigado en México contra la comunidad indígena, que incluso se perpetúa en ciudadanos con ideales progresistas, como la familia de la película, sino que deja al descubierto la enorme brecha social existente, cada vez mayor, donde arraigan nuevas relaciones de esclavitud.

Y esa brecha cada vez es más profunda y es universal, creando unos mecanismos de intransigencia y odio, donde asoma siempre una violencia silenciosa, en la que unos prefieren ignorar y perpetuar su poder bajo sonrisas amables y otros quieren sacudirse el yugo, frustrándose ante las continuas humillaciones, sin abandonar un enfrentamiento continuo. Ese enfrentamiento quiere revelar que no solo abrazan su diferencia, sino que se niegan al destino social que tienen asignado. Guie’dani echa de menos su aldea, sus orígenes, su raíces, su ombligo… No quiere renunciar a él. De hecho, se lleva como codiciada posesión una bolsa de tierra de su aldea.

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Fuego en las calles (Flame in the Streets, 1961) de Roy Ward Baker

En Gran Bretaña, seis años antes de la película estadounidense Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner), Fuego en las calles presentaba de una forma más cruda y compleja el mismo conflicto. Roy Ward Baker, que terminaría especializándose en el género de terror, realiza una obra cinematográfica de puro cine social con personajes llenos de matices. Si bien es cierto que el conflicto racial que plantean ambos títulos se desarrolla en dos países diferentes con contextos distintos (de hecho, en uno de los diálogos de este film se hace alusión a esto), los puntos en común entre ambas generan una interesante sesión doble. Es mucho más popular la película de Stanley Kramer y más fácil acceder a ella. Fuego en las calles ha caído totalmente en olvido, pero, sin embargo, creo que aporta mucha miga al asunto. Es una película más incómoda, menos amable, más cruda. Quizá menos exquisita en su realización, pero no carente de interés, y también con unas interpretaciones a tener en cuenta.

En un momento dado, el profesor jamaicano Peter Lincoln (Johnny Sekka) dice al padre de su prometida, Jacko Palmer (John Mills), unas palabras reveladoras para entender el conflicto: “Cuando me enamoré, no pensé en los prejuicios. Esperaba que todo fuera como lo había soñado. Kathie y yo, sin barreras. Señor Palmer, su hija es distinta a usted. Usted piensa lo que debe creer. Y Kathie, en cambio, siente lo que cree”.

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Diario cinéfilo de Hildy Johnson durante la cuarentena (1)

Dos meses de cuarentena son muchas horas para ponerse al día con películas recientes. No solo de clásicos se alimenta Hildy Johnson. También, durante estas extrañas jornadas, han tenido un especial protagonismo los documentales sobre cine que han alimentado mis ganas de saber un poco más. Por eso propongo durante los tres próximos textos un pequeño recorrido por un mapa de películas y documentales que me han despertado sensaciones y reflexiones.

Ficciones con alma

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. La luz de mi vida

En tiempos de pandemia, no han faltado películas con dicha temática, y que, premonitorias, se estrenaron muy recientemente. Por una parte, una de animación stop motion de Wes Anderson: Isla de perros (Isle of dogs, 2018). Un cuento sensible con ese universo característico de su director, que crea un peculiar mundo distópico, sobre un niño que busca a su perro en un gigantesco vertedero donde han sido confinados los mejores amigos del hombre por una pandemia. Anderson cuenta sus historias con notas de humor, pero con una melancolía latente y con la reflexión de una sociedad oscura donde hay pocas posibilidades de luces, pero donde alguno de sus personajes lucha por no perder su identidad y no sucumbir en un pozo negro sin salida. Y me ha sorprendido también muy gratamente la última película que dirigió Casey Affleck, La luz de mi vida (Light of my life, 2019). El actor (que escribe, dirige y protagoniza la película) refleja el universo íntimo que construyen un padre y una hija en un mundo hostil arrasado por una pandemia que afecta a las mujeres. Así lo que le interesa a Affleck es mostrar esa relación que se va armando a través de las sesiones nocturnas de cuentos e historias bajo la luz de una linterna. Cuentos que se transforman en un manual de supervivencia para los dos en un mundo de incertidumbres y peligros constantes.

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Perlas desconocidas (1). La legión negra (Black legion, 1937) de Archie Mayo

La legión negra, una película social con un Humphrey Bogart sorprendente.

No es de extrañar que el estudio que durante los años 30 produjo las más importantes películas de gángsteres, también se decantara por otras que tocaban distintos temas sociales. La legión negra es un ejemplo. La Warner Brothers estaba un poco más cerca de la realidad que otros estudios. Durante esa década, marcada fuertemente por la Depresión, surgió también con virulencia el fascismo en EEUU, de modo que, entre otras cosas, nacieron organizaciones violentas que, similares al KKK, repartían el terror con sus actos vandálicos y asesinatos contra colectivos que ellos consideraban que no eran americanos. La consigna bajo la que funcionaban sigue en activo hoy, por desgracia, en muchas partes del mundo: “América para los americanos”. La legión negra habla de una de esas organizaciones, y su protagonista es un joven Humphrey Bogart muy alejado del héroe duro, cínico y romántico que le convertiría en mito.

No era la única película que en aquellos momentos estaba advirtiendo sobre este fenómeno. Desde otro punto de vista, ahí estaba también la más conocida Furia (Fury, 1936) de Fritz Lang (y en un estudio bastante alejado de estos temas: Metro Goldwyn Mayer). Ni tampoco sería la única película que tocaría la existencia de este tipo de grupos. Un año antes Columbia realizó Legion of terror una desconocida película (que no he podido ver) sobre una organización similar a la de La legión negra, ambas inspiradas en una real que operaba en algunos estados de EEUU. Es más, estas películas, como haría más explícitamente Frank Capra con Juan Nadie, denunciaban cómo movían los hilos grupos de hombres influyentes y poderosos tanto en lo económico, como en lo político y en los medios de comunicación, que dejaban el “trabajo sucio” a hombres-títeres como Taylor, el protagonista de la película.

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Sorry, we missed you (Sorry, we missed you, 2019) de Ken Loach

Sorry we missed you

Sorry we missed you, la familia Turner disfrutando de un buen momento. Rara vez pueden…

Una familia, los Turner: Ricky y Abbie, el matrimonio, y Seb y Lisa Jane, los hijos. Desde la crisis económica de principios de siglo XXI no levantan cabeza. Y padre y madre se matan a trabajar, pero no llegan a fin de mes. Y el sueño de comprar una casa queda lejos. El trabajo les roba tiempo para compartir con sus hijos, para estar ellos dos juntos, para tener otros planes, para dormir, para descansar… Y la incertidumbre no cesa. El miedo al mañana siempre está presente. En los padres y en los hijos. Las condiciones de trabajo no solo han empeorado, es que uno se siente cada vez más solo. Las estructuras de la solidaridad obrera, de la unión entre los trabajadores, con las nuevas formas de empleo han saltado por los aires. No suele haber lugar de encuentro y todo termina siendo un sálvese quien pueda. ¿Además quién tiene tiempo? Una doctrina del shock continua (o nunca se ha salido, siempre en bucle) donde el miedo campa a sus anchas. Bienvenido al infierno.

Ricky apuesta por ser un mensajero de esas grandes plataformas que reparten paquetes de lo que la gente compra online. Sí, todo empieza con una entrevista de trabajo donde le dicen que él va a ser su propio jefe, pero hay mucha letra pequeña. Ahí está el encargado de almacén: Maloney, que tiene las ideas muy claras. Lo que importa es el cliente (siempre tiene razón) y el beneficio. Lo demás importa poco, no quiere quejicas. Cada uno que se las arregle como pueda, pero que no falle. Y si no penalización para el trabajador, nunca para la empresa.

Abbie trabaja en una contrata, una cuidadora a domicilio de personas dependientes, principalmente de personas mayores y solas. Lo de las ocho horas es un sueño lejano. Apenas tienen personal y recursos. Y Abbie ama su trabajo y es responsable, pero apenas tiene tiempo para ocuparse de sus hijos o de ella misma. Casi no ve a su marido. El móvil es su apéndice. Y lo sabe, y le duele.

Los derechos laborales brillan por su ausencia. Parece que no hay derecho ni a estar enfermo. Y Ken Loach sumerge de nuevo al espectador en un laberinto real, sin aparente salida.

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Un paseo por la cartelera. Los hermanos Sisters (Les frères Sisters, 2018) de Jacques Audiard/Como pez fuera del agua (Come un gatto in Tangenziale, 2017) de Riccardo Milani/La corresponsal (A private war, 2018) de Matthew Heineman

Los hermanos Sisters (Les frères Sisters, 2018) de Jacques Audiard

Los hermanos Sisters

Dos hermanos mercenarios en busca de un hogar…

Las huellas del universo de Audiard siguen presentes en este western crepuscular. La violencia unida irremediablemente a la naturaleza humana, la importancia de los lazos de sangre y el anhelo de un hogar como utopía. El director francés lleva a la pantalla un tono melancólico que a veces hace caída libre hacia un humor sutil (que últimamente no aparecía por su filmografía). Toma como punto de partida una novela contemporánea del canadiense Patrick deWitt, y entre sus líneas está presente ya ese tono triste y divertido a la vez, que ha casado con la mirada de Audiard.

Pero si lo miramos con ojos de western clásico, la película se pierde entre las huellas de El tesoro de Sierra Madre, otros films que atrapan las odiseas de hermanos matones por el viejo Oeste y el regreso al hogar a lo Centauros del desierto. Y también sigue la estela de los nuevos western del siglo XXI que atrapan ese Oeste ya sin tanta leyenda ni épica sino que apunta más a lo emocional (a un punto de vista humanista y existencial), pero con vocación clásica, con dosis de realidad y unas gotas de poesía, tipo El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford o Valor de ley.

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