Diario cinéfilo de Hildy Johnson durante la cuarentena (1)

Dos meses de cuarentena son muchas horas para ponerse al día con películas recientes. No solo de clásicos se alimenta Hildy Johnson. También, durante estas extrañas jornadas, han tenido un especial protagonismo los documentales sobre cine que han alimentado mis ganas de saber un poco más. Por eso propongo durante los tres próximos textos un pequeño recorrido por un mapa de películas y documentales que me han despertado sensaciones y reflexiones.

Ficciones con alma

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. La luz de mi vida

En tiempos de pandemia, no han faltado películas con dicha temática, y que, premonitorias, se estrenaron muy recientemente. Por una parte, una de animación stop motion de Wes Anderson: Isla de perros (Isle of dogs, 2018). Un cuento sensible con ese universo característico de su director, que crea un peculiar mundo distópico, sobre un niño que busca a su perro en un gigantesco vertedero donde han sido confinados los mejores amigos del hombre por una pandemia. Anderson cuenta sus historias con notas de humor, pero con una melancolía latente y con la reflexión de una sociedad oscura donde hay pocas posibilidades de luces, pero donde alguno de sus personajes lucha por no perder su identidad y no sucumbir en un pozo negro sin salida. Y me ha sorprendido también muy gratamente la última película que dirigió Casey Affleck, La luz de mi vida (Light of my life, 2019). El actor (que escribe, dirige y protagoniza la película) refleja el universo íntimo que construyen un padre y una hija en un mundo hostil arrasado por una pandemia que afecta a las mujeres. Así lo que le interesa a Affleck es mostrar esa relación que se va armando a través de las sesiones nocturnas de cuentos e historias bajo la luz de una linterna. Cuentos que se transforman en un manual de supervivencia para los dos en un mundo de incertidumbres y peligros constantes.

Si sigo la estela de los fuertes lazos que se establecen entre padres e hijos, es interesante la forma que tiene Damien Chazelle de contar la aventura espacial de Neil Armstrong en El primer hombre (First man, 1918). No solo cuenta la historia bajo la mirada de Armstrong, sino bajo la mirada de un hombre melancólico, aislado e introspectivo que no puede enfrentarse al dolor de la pérdida de su pequeña. Y este decide apartarse de la vida en la tierra y apostar por alcanzar la luna. No narra la aventura espacial como un episodio épico de la humanidad, sino que deja ver las fragilidades y oscuridades del empeño. Y también cómo los hombres que lograron la hazaña tenían una historia personal a sus espaldas, una familia, muchas sombras, ausencias y heridas. Esa aventura espacial supuso un desgaste de años, de oscuridades, de sacrificios y penalidades.

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. El bailarín

Y si continuo el camino tras los actores que deciden ponerse tras las cámaras surgen dos películas interesantes que he visto estos días. Por una parte, el tercer trabajo en la dirección de Ralph Fiennes, El bailarín (The white crow, 2018), y, por otro, la vuelta a Shakespeare de Kenneth Branagh con El último acto (All is true, 2018). De sus tres películas, el biopic de Ralph Fiennes sobre Rudolf Nureyev me parece la más irregular. Pero, sin embargo, sigue construyendo una carrera coherente como director. Así continúa centrándose en hombres que se enfrentan a situaciones adversas y que tienen que elegir y decidir sus caminos. Hombres con personalidades fuertes y creativas, que ponen sus pasiones a la cabeza, y lo sacrifican todo por ellas. Técnicamente, tiene momentos bellos, con esa fusión siempre llamativa de cine y danza, pero falla en la tensión narrativa como thriller político (por ejemplo, no alcanza la perfección en ese sentido de Noches de sol de Taylor Hackford) y en la construcción de sus personajes. En este último punto, es difícil empatizar con el propio Nureyev, hay personajes secundarios excesivamente desdibujados como el de Clara Saint o se desperdician personajes interesantes como el interpretado por Fiennes, Aleksandr Ivanovich Pushkin, el maestro de danza de Nureyev. Y Kenneth Branagh vuelve a disfrutar del universo shakesperiano, y esta vez se convierte en el propio dramaturgo (pues también es el protagonista de la película) y filma sus últimos años. Así deja una película acertada y curiosa, que pone de manifiesto sus conocimientos sobre el bardo. La vida de Shakespeare, envuelta en enigmas, permite el juego. Y Branagh le otorga sus posibles últimos años, como si de una de sus obras de enredos y dramas familiares se tratara, logrando que no solo se empatice con el personaje, sino comprender parte de su universo. Un Shakespeare entregado a las labores de jardinería en su ciudad natal, Stratford, que trata de poner orden en su caótica vida familiar junto a su mujer y sus dos hijas, mientras arrastra todas sus decisiones pasadas y la muerte de su hijo Hamnet. Hay un diálogo que no tiene desperdicio entre Henry Wriothesley (Ian McKellen) y Shakespeare, que además dibuja la historia de un artista bisexual, enamorado durante un periodo de su vida de un hombre concreto.

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. La chaqueta de piel de ciervo

Es interesante la mirada de algunos cineastas hacia hombres perdidos en su masculinidad. En unos tiempos que ponen en cuestión dicha identidad porque arrastra culturamente muchos rasgos y comportamientos erróneos, y en este periodo histórico donde la mujer busca su sitio y lo lucha, muchos hombres se sienten y están fuera de lugar. Así una película de humor negro de Quentin Dupieux, La chaqueta de piel de ciervo (Le daim, 2019), presenta un peculiar personaje, con rostro de Jean Dujardin, “poseído” por una chaqueta de piel con flecos. Solo sabemos de él que ha tenido una ruptura sentimental, que ha dejado atrás su vida, que se retira a un pequeño pueblo y que se ha comprado la chaqueta. Su transformación, cada vez más perturbadora, deriva en un ser ridículo, patético y monstruoso (obsesionado por ser el único que lleva una chaqueta) que contrasta con la oscuridad de otro personaje femenino, una camarera, que se cruza en su camino. Más fallida, pero tremendamente curiosa y con la poderosa presencia de Ethan Hawke, es El captor (Stockholm, 2018) de Robert Budreau. En clave de comedia bufa y extraña, relata un hecho real de los años setenta: un delincuente entró a un banco sueco y retuvo a cuatro rehenes (tres en la película, dos mujeres y un hombre). Sus condiciones eran que liberasen a un compañero suyo que estaba en prisión y que pudiesen huir los dos. El comportamiento de los rehenes respecto a sus captores, que hicieron todo lo posible por protegerlos, generaría el término psicológico de “síndrome de Estocolmo”. La película es una especie de Tarde de perros, pero más fría y distante que aquella. Esto no impide a un Hawke patético, divertido y entregado.

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. Las invisibles

Una mirada a la historia y al mundo contemporáneo me ha acercado a tres películas muy diferentes, pero con lecturas interesantes. Por una parte, la francesa Las invisibles (Les Invisibles, 2018) de Louis-Julien Petit, una comedia social sobre un centro de día de mujeres sin hogar al borde del cierre. Tanto las trabajadoras y las voluntarias como las sin hogar se reinventan y se unen para continuar, buscar salidas a su situación y tener siempre la cabeza bien alta. Es de esas películas que no son redondas, pero tienen alma, verdad y buenos personajes. También pude ver, por fin, la última película de Spike Lee, Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), que también en clave de comedia oscura ficciona un hecho real de los años setenta (como El captor): Ron Stallworth fue el primer agente negro del departamento de policía de Colorado Springs, y una de sus primeras misiones fue como infiltrado en el Ku Klux Klan. Es una propuesta hilarante, y con ella Spike Lee logra una película divertida sobre temas muy serios. Pone de nuevo en la palestra el racismo fuertemente presente en la sociedad y la lucha constante, silenciosa y con resultados mínimos de muchos ciudadanos que quieren un mundo más justo. Y, por último, dentro de un interesante ciclo de películas españolas que analizan desde distintos puntos de vista la crisis económica y social en la que está inmersa nuestro país desde 2008 no puede faltar El rey tuerto (2016), donde el director de teatro y cine Marc Crehuet lleva a la pantalla su propia obra teatral, después de haber pisado los escenarios. El encuentro de dos amigas de la infancia con sus respectivas parejas tiene consecuencias inimaginables. Una comedia negra, donde se sientan en la misma mesa un policía antidisturbios y un director de documentales sociales que perdió un ojo por una pelota de goma en una manifestación. El factor sorpresa son las relaciones y las dinámicas que se van estableciendo y la reacción de cada uno de los personajes después de este encuentro. Una película con ritmo, divertida y sorprendente que además ofrece un trabajo brillante de su cuarteto protagonista, especialmente de Alain Hernández.

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. Burning

También he visitado el cine oriental. Me he ido a Corea del Sur para hundirme en una película hipnótica, Burning (Buh-ning, 2018) de Lee Chang-Dong. Ya me había dejado seducir por su director en Poesía. Lee Chang-Dong parte de dos referencias literarias: Haruki Murakami y William Faulkner, y crea una historia que transita entre la imaginación y la realidad. Una atmósfera sugerente, como de ensueño, o sumergida en una nube de marihuana envuelve lo que en un principio parece un triángulo amoroso para ir transformándose poco a poco en un siniestro relato de cine negro y venganza. Lee Chang-Dong se sirve de tres atractivos personajes, de una banda sonora difícil de olvidar y de unas imágenes fuertemente poéticas. Por otra parte, el veterano director japonés Yôji Yamada presenta un melodrama en La casa del tejado rojo (Chiisai Ouchi, 2014), amores en tiempos históricos turbulentos. Yamada construye su relato cinematográfico alrededor de las memorias escritas de una mujer que acaba de fallecer, Taki Nunomiya. Las memorias se las deja a su sobrino, quien empieza a leerlas. Entre esas páginas surge la vida de Taki, centrándose en un periodo concreto: cuando entró al servicio de una familia acomodada en Tokio antes de la guerra. Secretos, recuerdos, culpas, traiciones y amor entre las cuatro paredes de la casa del tejado rojo, sobre todo cuando aparece un joven diseñador, que trabaja en la empresa de juguetes del marido. Sin embargo, La casa del tejado rojo a pesar de tener secuencias muy bellas y rodadas con una delicadeza especial, no vuela. Y esto ocurre por dos motivos: los personajes no están bien construidos y las relaciones entre ellos tampoco están bien desarrolladas, de tal manera que nunca llega la ansiada catarsis emocional, aunque sea sutil y contenida, de todo buen melodrama.

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. Redención

Por último, una confesión de Hildy Johnson. Reconozco haber visto alguna película solo para alegrarme el ojo con dos actores en concreto. Los dos elegidos han sido: Jake Gyllenhaal y Bradley Cooper. Curiosamente los dos presentes en dos películas sobre el éxito, el fracaso, la segunda oportunidad y la redención. Ninguna de las dos redondas, pero donde ambos se lucen en sus papeles protagónicos, además de estar bellísimos. Jake Gyllenhaal protagoniza Redención (Southpaw, 2015) de Antoine Fuqua, donde es un boxeador que cae en desgracia. El protagonista se está metiendo en una vida loca tras el éxito continuo, y arrastra a su mujer y a su hija, pero un desgraciado incidente supondrá además su caída a los infiernos. Así Fuqua no arriesga en un argumento mil veces visto en este tipo de historias de boxeo, pero sí narra con tensión y ritmo, además de dar rienda suelta a las emociones. Y Bradley Cooper se convierte en un chef que ha caído en desgracia por una vida errática, de dependencias emocionales y de sustancias, en Una buena receta (Burnt, 2015) de John Wells. Una película de personajes que falla en su estructura y construcción. Podría haber sido una interesante historia de redención, pero Wells no encuentra la forma de contarla. Bradley Cooper, sin embargo, consigue con su carisma y con su reciente especialización en personajes caídos en desgracia mantener el interés de la película.

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10 comentarios en “Diario cinéfilo de Hildy Johnson durante la cuarentena (1)

  1. Qué vértigo da leerte Hildy…es como ir en una montaña rusa dentro de una enorme carpa de circo donde se van proyectando todas las películas que mencionas en este blog y cuyas escenas se mezclan en tu retina enloquecida…cuando todo parase juntarias todas las vivencias y…. Bueno es que me has dejado sin aliento…Eres genial

  2. Jajajaja, gracias, querídisima Maria Rosa. Me ha gustado lo de la montaña rusa y esa enorme carpa donde se proyectan todas las películas. Sí, eso es, la experiencia de ver películas es la sensación de estar en una montaña rusa de emociones. Pero ¡no quiero que te quedes sin aliento y sí que tengas muchas ganas de ver más pelis!

    Beso
    Hildy

  3. Vaya diario más completo. De las que escribes, vi la de ‘Burning’, que me gustó pero no la aprecié tan magistral como decía tanta gente de mi entorno, y la de Spike Lee, que es una película que me hace tener cierta rabia por que ‘Green Book’ tuviera tanto bombo. Ambas abordan un problema dolorosamente actual remontándose al pasado. Una termina en una escena navideña empalagosa que nos dice que «tol mundo e güeno» para que nos sintamos todos a gustito y podamos pasar a otra cosa con una sonrisa satisfecha. La otra, después de plantearlo todo como una farsa, termina por darte un puñetazo en el estómago por medio de imágenes reales que te deja doblado sobre ti mismo echando la bilis. Me parece mucho más adecuado. Que queme, que duela. Que reacciones.

  4. A mí Burning me conquistó por ese halo entre ensueño y realidad, y por ese paso, como sin darte cuenta, de un trío amoroso, a una oscura historia de cine negro y venganza. Y la de Spike Lee me interesó muchísimo. Y hay un buen ciclo sobre cine y racismo y las forma de enfocarlo hoy en día que posibilitaría debates interesantes como el que has planteado. Ese diálogo entre Infiltrado en el KKKlan y Green Book me resulta muy atractivo. Lo cierto es que las dos plantean, pero sus maneras de hacerlo son muy diferentes.
    Ya me enteraré si ves alguna otra del listado. Hay algunas que permiten análisis o miradas muy ricas con un montón de matices.

    Beso
    Hildy

  5. Hola Hildy!
    Leo con atención y tomo buena nota de tus reseñas, excepto «Southpaw» (2015) no he visto el resto, todo lo que tenga el boxeo como telón de fondo me interesa. Supongo que nos estamos metiendo unas tremendas sobredosis de cine y series durante todo este tiempo, no se si sera muy sano, pero anda que no lo disfrutamos…jeje
    Venga, saludos!

  6. Jajaja, querido Fran, ¡yo siempre me meto sobredosis de cine en el cuerpo! Aunque es cierto que durante el confinamiento he aumentado algo mis dosis.
    Alguna vez lo he dicho en el blog, me ocurre algo curioso, creo que nunca iría a un combate de boxeo, pero, sin embargo, me encantan las películas sobre boxeo. Así que me sumergí con ganas en Redención. Recientemente me gustó bastante Creed (con ese Rocky con mucho que enseñar) u otra película que no es exactamente de boxeo, sino de un campeonato de artes marciales mixtas, pero con los ingredientes de este tipo de películas, Warrior, con Tom Hardy y Joel Edgerton.
    Beso
    Hildy

  7. Caramba, qué variedad. Yo he visto también algunas de estas, otras ya las conocía, y a otras no les tengo ningunas ganas. Me quedo con la gran sorpresa (en positivo) que constituyó Isla de perros. Wes Anderson no me interesa nada, apenas he disfrutado de El Gran Hotel Budapest, porque lo que es el resto, me deja por completo indiferente. Sin embargo, esta película me pareció deliciosa, muy fina y plagada de instantes brillantes, lo que no suele ser nada normal en el cine de nadas de este señor.

    El bailarín me decepcionó un poco; creo que no acierta en la línea que quiere seguir, y finalmente el amigo Fiennes, entre la profundidad y la belleza del baile, opta por esta, y se queda corto con la otra.

    Besos

  8. A mí me pasó lo mismo con El bailarín, mi querido Alfredo, esperaba más, pero como digo no deja de guardar cierta coherencia en la filmografía de Fiennes como director. Y además toca un tema que me gusta: el binomio danza y cine.
    Y a mí ya sabes que me gusta el cine de Anderson, pero coincido contigo en que Isla de perros es deliciosa, fina y plagada de momentos brillantes.
    ¡¡¡Viva la variedad!!!

    Beso
    Hildy

  9. Me has hecho recordar cuantísimo disfruté viendo «Isla de perros». Gracias por descubrirme algunas películas que no conozco y recordarme esas que quería ver y no pude.
    Es un placer leerte.
    Alberto Mrteh (El zoco del escriba)

  10. Querido Alfredo, sí, qué bonita es Isla de perros, yo también disfruté un montón viéndola.
    Es de esas películas que te van atrapando y ya no te dejan, además de dejarte un poso que no olvidas fácilmente.

    Beso
    Hildy

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