Cadeneta de minicríticas y cada una con una canción. Los hermanos Dardenne, Edgar Wright y Richard Brooks

Una canción imprescindible para el relato cinematográfico es lo que une a estas tres películas. Cada una de ellas tiene su función en la narración.

Tori y Lokita (Tori et Lokita, 2022) de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Lokita y Tori, dos niños sin infancia, aunque atesoran una canción italiana que cantan como un mantra que les calma.

Los hermanos Dardenne son directos y sencillos en su forma de narrar Tori y Lokita, logrando una película que refleja con extrema sensibilidad las desventuras de dos niños africanos refugiados en Bélgica. Los fotogramas golpean el pecho con fuerza y tras el fundido a negro una vez acabada la historia, provoca que el corazón prácticamente deje de bombear. Cine social y de denuncia sin moralina, sensiblería o morbo. Seco, duro y brutal.

El hilo conductor de las desventuras de los dos muchachos, que siempre formarán parte de una estadística, una línea en la sección de sucesos de un periódico o simplemente serán ignorados, es una canción italiana infantil, «Alla fiera dell’est», que los dos entonan en un karaoke al principio de la película. Dicha canción aparece en contextos muy diferentes en varias secuencias y deja ver la trayectoria de dos niños a los que se les ha arrebatado la infancia. Duele la indefensión de Lokita y las sencillas palabras finales de Tori exponen con sencillez lo fácil que hubiese sido evitar la desgracia… y, por eso, provocan más vergüenza.

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Diccionario cinematográfico (239). Madres

Madres e hijos en el centro de 20.000 especies de abejas.

Madres idílicas, madres coraje, madres tóxicas, madres terroríficas, madres divertidas, madres valientes, madres emprendedoras, madres malas… Las madres en el cine siempre han sido un buen tema. La galería es interminable, pero merece la pena el recorrido. ¡Todos hemos tenido una madre…, y, efectivamente, madre solo hay una… y este post va por ellas! La figura de la madre ha dejado unos cuantos buenos personajes cinematográficos.

Últimamente, en la sala de cine, he visto a tres madres en el centro de tres películas que por muy distintos motivos son interesantes. Dos son el debut en el largometraje de ficción de dos directores españoles y la tercera es de una directora francesa con una filmografía que merece mucho la pena.

Por una parte, 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren, donde Ane (Patricia López Arnaiz) es madre de tres hijos y no está precisamente en su mejor momento ni profesional ni emocional. Es verano y se va con ellos a la casa materna, entre otras cosas para intentar superar la crisis existencial en la que se haya hundida. Allí se reencontrará con su madre y su tía, una criadora de abejas. Las tres son figuras maternales y con caracteres fuertes y definidos que se enfrentan a la vida y a los problemas de distinto modo. Ane está especialmente preocupada y presta atención al sufrimiento y la sensibilidad que detecta en su hijo de ocho años, que está intentando exteriorizar y que todo el mundo se dé cuenta de su identidad sexual.

También he disfrutado de la última película de Mia Hansen-Løve, Una bonita mañana. Su protagonista, Sandra (Léa Seydoux), es madre de una niña de ocho años y se enfrenta al deterioro mental y físico de su padre, un profesor de filosofía. En este duro proceso se encontrará a un amigo al que hacía tiempo que no veía, Clément (Melvil Poupaud). En la película está muy presente también la madre de Sandra, Françoise (Nicole García), con una personalidad arrolladora, que en su momento dejó a la familia que había formado para perseguir una vida que la satisfaciera.

Y, por último, Matria de Álvaro Gago Díaz, protagonizada por una mujer gallega, Ramona (María Vázquez), que ve que su precario equilibrio de madre y mujer trabajadora se resquebraja, pero trata de no romperse del todo y hacer lo que ha hecho toda la vida, salir adelante. Por una parte, pierde el trabajo que más estabilidad le aportaba y, por otra, ve cómo su joven hija no solo se está independizando, sino eligiendo una vida que no es la que ella deseaba.

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Diccionario cinematográfico (238). Maletas

Maletas de cine

Esta Semana Santa he visto una de las películas que tenía pendientes, Ali y Ava de Clio Barnard, y de ahí ha salido la inspiración para una palabra más para el diccionario: una pequeña maleta que hace Ava para pasar un fin de semana con Ali. Ava es irlandesa, Ali es paquistaní; ambos viven en Bradford. Y ambos por distintos motivos se sienten solos (ella volcada en su profesión de maestra y en cuidar a sus nietos; él, tras una tragedia, a punto de separarse de su esposa) y aman la música. Ambos cargan mucho dolor sobre sus hombros, pero no pierden la alegría.

Los dos se conocen y conectan. Los dos se dan una oportunidad y uno de los pasos que dan es pasar un fin de semana juntos. Ava hace feliz una maletita, le quita un poco de ilusión en el viaje una de sus hijas, y después espera en la estación de tren junto a esa maleta… y sus dudas se disipan cuando llega Ali corriendo con su mochila y ambos suben para hacer su particular viaje. En esta película de Barnard hay un legado, con menos crudeza y desgarro, de Ladybird, Ladybird de Ken Loach.

Las maletas son objetos muy presentes en el cine: la forma de hacerlas, lo que se mete en ellas, las que se olvidan, cómo se cierran, dónde se guardan e incluso las que son fundamentales para la trama.

Por ejemplo, una de las comedias más divertidas de Peter Bogdanovich, Qué me pasa doctor (1972), todo su enredo empieza por la confusión que se establece con varias maletas en un aeropuerto, pues ¡varios personajes tienen la misma maleta!, pero con cosas muy distintas dentro.

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Sesiones dobles de verano (II). Mujeres condenadas a la pena de muerte: Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson / ¡Quiero vivir! (I Want to Live!, 1958) de Robert Wise

Esta sesión sobre la pena de muerte trae varias sorpresas. Un realizador de carrera irregular, pero con unos títulos de lo más interesantes a lo largo de su filmografía: J. Lee Thompson. Y uno de los grandes olvidados, Robert Wise, puesto en la categoría de directores artesanos, pero con una carrera amplia y cargada de títulos estrella. Ambos muestran una sensibilidad especial a la hora de tratar el tema con dos actrices de armas tomar. Por un lado, la respuesta en Gran Bretaña a Marilyn Monroe: Diana Dors. Y, por otra parte, una de las reinas del melodrama en EEUU: Susan Hayward.

Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson

Mary (Diana Dors) y la angustia de la espera en Yield to the Night.

J. Lee Thompson mostró en sus primeros años una sensibilidad especial a la hora de contar historias complejas. Por ejemplo, en Amenaza siniestra y La bahía del tigre refleja de manera cruda y no exenta de belleza los miedos infantiles, y las dificultades de los niños en sus relaciones con adultos atormentados. O en Woman in a Dressing Gown habla de la triste descomposición, desencanto y monotonía de una familia británica.

En Yield to the Night se atreve con un relato especial. La tensa espera de una mujer hasta que se ejecuta la pena de muerte a la que está condenada. El relato, en primera persona, cae sobre los hombros de Diana Dors, que ofrece todo un abanico de matices a su personaje.

La película empieza como una de puro cine negro: mostrándonos durante los primeros minutos cómo Mary, la protagonista, comete un asesinato. Dispara a sangre fría a otra mujer que se baja de un coche. Todo con un suspense y una manera de rodar, con ritmo y tensión, que atrapa al espectador.

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Sesiones dobles de verano (I). Niños: El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook / Laurin (Laurin, 1989) de Robert Sigl

Niños como protagonistas. Dos son los motivos para esta sesión doble. La primera, el fallecimiento de Peter Brook, una leyenda del teatro contemporáneo, que también construyó una breve e interesante filmografía. Por otra, el libro colectivo Lo que nunca volverá. La infancia en el cine me ha dado la oportunidad de recordar películas que llevaban tiempo en el baúl de pendientes y que tenía que desempolvar ya y también, por suerte, me ha descubierto nuevos títulos (no hay cosa que me guste más de los libros de cine: que me descubra más títulos que no puedo perderme).

Las películas elegidas son: El señor de las moscas, la adaptación cinematográfica de la novela de William Golding, que llevó a cabo Peter Brook (en el libro la reseña con buenas claves para el análisis es llevada a cabo por Snuff) y Laurin, largometraje de terror con aires de cuento infantil perverso, del realizador alemán Robert Sigl (analizado con sensibilidad especial por Laura Pavón). Ahora una vez vistas y disfrutadas, me dispongo a escribir lo que me han aportado.

El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook

Los niños, como metáfora de la organización social en El señor de las moscas.

El señor de las moscas es una película sobrecogedora, que muestra la esencia del ser humano en una historia protagonizada por niños. La lectura filosófica que ofrece de las personas y la organización social no es muy positiva ni idealizada. El planteamiento es sencillo: en plena Segunda Guerra Mundial, unos niños británicos son evacuados en un avión. En un accidente aéreo, terminan en una isla desierta sin adulto alguno. Los niños se organizan, esperando su rescate.

Peter Brook utiliza un blanco y negro elegante, se vale del paisaje salvaje de la isla, de un grupo de actores infantiles que ofrecen un abanico de matices increíble y una puesta en escena extremadamente sobria, que permite momentos sencillos, pero de una belleza especial. El relato lo va contando a base de secuencias, con principio, desarrollo y final, que van in crescendo en tensión y terror. Ya en los títulos de crédito muestra una mirada especial: la presentación del universo de lo niños en el lugar donde viven, el momento histórico en el que se encuentran y lo relativo al accidente es contado con fotos fijas, a lo La Jetée.

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Críticas en unas pocas palabras de películas de estreno

El triunfo (Un triomphe, 2020) de Emmanuel Courcol

El triunfo, cine y teatro en armonía.

Cuando estaba viendo esta película francesa, me vino a la cabeza una británica de Peter Cattaneo, Lucky Break y una italiana de los hermanos Tavianni, César debe morir. En los tres largometrajes, unos presos en una cárcel se interesan por el teatro y sienten la posibilidad de alcanzar la libertad. Y las tres películas muestran una manera muy diferente de contar esta historia.

La francesa se inspira en una historia verídica, y presenta a un profesor de teatro que ama lo que hace, que trata a los presos como actores profesionales y que les propone montar algo muy serio: Esperando a Godot de Samuel Beckett. En El triunfo se respira en cada fotograma un amor inusitado hacia el teatro; el poder que siente uno encima de un escenario; cómo la vida alimenta a la ficción, y viceversa; y, por último, deja sentir una obra de teatro que puede hacer comprender una situación, unas vidas y esa sensación de espera…

La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal

La hija oscura, una reflexión incómoda sobre la maternidad.

La actriz Maggie Gyllenhaal se pone detrás de la cámara para rodar una historia psicológica e incómoda sobre la maternidad, adaptando una novela de Elena Ferrante. Se pone en la piel de una profesora de literatura, Leda (maravillosa Olivia Colman), que está de vacaciones en un idílico lugar al lado del mar. De pronto, su contacto con una joven madre (enigmática y sensual Dakota Johnson) y su hija pequeña desata una tormenta interior en Leda. Desde ese momento, rememora su propio papel como madre joven (Jessie Buckley) de dos niñas.

Desde el principio todo lo vemos desde la mirada de Leda que cada vez está más incómoda y todo lo que la rodea va adquiriendo una tonalidad siniestra, desagradable y amenazante. A la vez que también va tomando decisiones y llevando a cabo acciones cada vez más incomprensibles: como esa muñeca que acaba en su poder y que desata una tormenta interior. En realidad, Leda trata de reconciliarse con una decisión que tomó en el pasado y con las sensaciones encontradas que tiene con lo que sintió: la felicidad sin las ataduras de la maternidad.

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022) de Kenneth Branagh

Muerte en el Nilo, cuando el cine es puro entretenimiento.

Kenneth Branagh apuesta por el cine puro y duro de entretenimiento, llevándonos a lugares exóticos, dejándonos arrastrar por el glamour, por las pasiones desatadas, por varios asesinatos y un peculiar detective belga para resolverlos. Si al principio de su carrera, Branagh abrazó a William Shakespeare, ahora se siente cómodo en el universo de Agatha Christie.

Una cosa está clara en sus dos películas sobre el universo de la dama del misterio: se siente cómodo como Hércules Poirot, y no solo eso…, sino que se lo pasa bien en su piel. Es más, en esta glamurosa Muerte en el Nilo, le regala un pasado en que se nos revela la razón de su famoso bigote, y le regala la posibilidad de enamorarse.

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Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh

Belfast es la reconstrucción de los recuerdos de la infancia y un canto de amor al cine.

Belfast no es solo una ciudad de Irlanda del norte, sino un lugar mítico del que hay que irse para siempre. Hay películas en las que un corazón late y se nota en cada fotograma. Una de ellas es Belfast. Kenneth Branagh bucea en el niño que fue y reconstruye el pasado que dejó en Belfast, su ciudad natal, el país de su infancia. Pero escoge un camino para ello y toma una decisión de puesta en escena determinada.

La reconstrucción de sus recuerdos, del espíritu de una época de su vida, los filma como si de una película clásica se tratase. Rescata en Belfast una de las pasiones de niño, la cual no solo la ha conservado toda su vida, sino que ha moldeado su camino: ir a ver películas a la sala de cine. Branagh propone un juego: la mirada de su alter ego, Buddy (Jude Hill), observa la vida a su alrededor como una película clásica de Hollywood.

El conflicto político y religioso no es el tema principal, sino lo que supone la situación y la violencia que brota en la calle donde vive Buddy para que su familia tome una decisión que cambiará el rumbo de su existencia: abandonar o no Irlanda del Norte. El punto de vista es además el de Buddy, un niño de nueve años, que no analiza ni entiende del todo lo que está pasando, solo se da cuenta de cómo cambia su vida, la de sus seres queridos y la de los vecinos de su calle.

Todo empieza durante una apacible tarde de verano en 1969 en una calle de la ciudad irlandesa. Buddy es un niño feliz que juega con sus vecinos cuando, de pronto, oye la llamada de su madre para que vuelva a casa, mientras regresa al hogar, en unos segundos su tranquila calle cambia y se ve sumergida en una ola de violencia que el niño mira con horror, sin entender nada. La convivencia pacífica entre vecinos católicos y protestantes salta por los aires. Su vida pega un giro de 180 grados.

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Películas para empezar el año

Una película buena para terminar el año y otra para empezarlo. Un buen listado para los últimos y primeros días del año. Y estoy contenta porque de cada propuesta he disfrutado bastante, así que ha sido una bonita manera de encaminarme hacia el 2022 con ganas de tener muchas más risas, buenos largometrajes, libros y, sobre todo, muchos momentos con aquellas personas a las que quiero.

West Side Story (West Side Story, 2021) de Steven Spielberg

Rita Moreno, nexo de unión entre las dos versiones cinematográficas de West Side Story.

El nexo de unión de ambas versiones cinematográficas es Rita Moreno. La Anita de la versión de 1961 se transforma en Valentina, la dueña de la tienda donde trabaja Tony. Y para ella, con casi 90 años, es la canción de «Somewhere» en esta nueva mirada de Spielberg.

Lo que logra el director es transmitir no solo su amor por este musical (sus canciones han formado parte de la banda sonora de su vida: desde su infancia hasta la actualidad), sino no traicionar el espíritu de la película de Robert Wise y Jerome Robbins. Cine musical clásico, pero a la vez con toda la frescura de una mirada nueva. Romeo y Julieta vuelven a las calles de Nueva York con sensibilidad del siglo XXI. Me apetecía además un homenaje a Stephen Sondheim, que últimamente lo tengo muy presente.

Si bien es cierto que no sentí el despertar y sobrecogimiento que supuso mi primer visionado de la película de 1961, sí logré volver a engancharme con la historia de los Jets y los Sharks, hundirme por las calles de Nueva York, vivir ese amor interracial más allá del odio y sentir cómo los temas que toca están más de actualidad que nunca (de nuevo Spielberg trabaja con el guionista y dramaturgo Tony Kushner). Como siempre Steven Spielberg atrapa con su fuerza visual.

Y los nuevos Tony y Maria, Bernardo y Anita o Riff viven, cantan y bailan las calles de la ciudad, se dejan ver a través de pañuelos de colores, luchan por un barrio en ruinas o estalla el drama en un almacén de sal. La música, coreografías y canciones vuelven a encandilar. Algunas las sitúa en otro lugar de la trama o realiza variantes y matices distintos que la versión de 1961. En algunos acierta plenamente como el encuentro entre Tony y María en el gimnasio y en otros me quedo sin ninguna duda con la versión de Wise, como la canción y la coreografía de «Cool».

Tres pisos (Tre Piani, 2021) de Nanni Moretti

El número tres, Nanni Moretti nada en el equilibrio para contar un buen melodrama contenido.

Me pareció fascinante esta película de Nanni Moretti donde atrapa tres historias de tres familias diferentes en un vecindario italiano de clase media alta en tres actos en un periodo de diez años aproximadamente. El equilibrio del número tres se repite continuamente en las historias. Como punto de partida el director italiano toma una novela de Eshkol Nevo, donde cuenta la vida de tres familias israelíes.

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Un cuento de Navidad. ¡Felices fiestas!

El poder de la risa en un cuento de Navidad.

Os regalo un cuento de Navidad. Este año como película navideña he elegido la película británica Cuento de Navidad (Scrooge. A Christmas Carol, 1951) de Brian Desmond Hurst. De nuevo, he leído la mítica novela corta de Charles Dickens. Y no puedo evitarlo: siempre me ha gustado esta alegoría del espíritu de la Navidad. Como todo buen cuento, ofrece herramientas para enfrentarse a una vida que no es fácil. Su protagonista no es un personaje agradable. Es el amargado, solitario, poco empático, avaricioso, egoísta, Ebenezer Scrooge.

Brian Desmond Hurst filma con sencillez, naturalidad, magia e inocencia, y apoyándose en sus protagonistas, un cuento cinematográfico de Navidad. Así adapta con sutiles cambios en el argumento que dan continuidad a la historia y limitadas ausencias en la trama el cuento de Dickens. La película y el cuento se sustenta en tres elementos: es una historia de fantasmas y espíritus, juega con el tiempo y con la transformación por lo vivido del personaje principal. El actor escocés Alastair Sim dota de credibilidad y humanidad a Scrooge. Desde el momento en que aparece, vemos cómo es y cómo se comporta con todos los que le rodean. Pero poco a poco somos testigos de su metamorfosis tras lo que va viviendo en una noche mágica, donde ve los claroscuros de la existencia.

Así que para felicitar estas Navidades y desearos un feliz año nuevo, dejo algunas ideas sueltas que están presentes tanto en las imágenes como en las letras de Dickens.

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Mujer sin pasado (The Chalk Garden, 1964) de Ronald Neame

Mujer sin pasado, una oportunidad para ver juntos en pantalla a John Mills y Hayley Mills en un buen melodrama psicológico.

Hay películas que desde que empiezan tienen una atmósfera extraña, enfermiza, con unos personajes de personalidad compleja, pero curiosamente su visionado nos atrae. Eso ocurre con Mujer sin pasado, un melodrama británico con cuatro damas…, y un mayordomo que todo lo observa. Desde los títulos de crédito, se nos muestra una mansión rodeada de un jardín, del que nada brota (al que se hace alusión en el título original). El jardín y el acantilado, dos de los escenarios de la historia, simbolizan las emociones de los personajes principales: sentimientos abruptos, en caída libre, donde es difícil que brote el amor.

El director británico Ronald Neame (¿quién no se acuerda de La aventura del Poseidón?) adapta una obra de teatro de la dramaturga Enid Bagnold, donde una adolescente conflictiva, con amor al fuego (todos los días enciende una hoguera), es el centro de la trama. Y alrededor de ella tres mujeres adultas influirán en su vida futura. Mujer sin pasado es una película elegantemente fría, pero en punto de ebullición para que estalle un volcán, aunque la lava nunca termine derramándose. Toda la trama está rodeada de un halo de misterio precisamente por una mujer sin pasado, la nueva institutriz que llega a la mansión (Deborah Kerr).

Laurel, la adolescente, tiene el rostro de Hayley Mills. La actriz afronta un papel que tiene que guardar el pulso entre ser insoportable y mostrarse herida y sensible. Mills logra el retrato de una muchacha perdida, inteligente y en búsqueda de un equilibrio emocional, que juega con el fuego, le encantan los crímenes y se dedica a investigar los secretos y trapos sucios de sus institutrices. Una de sus herramientas es urdir mentiras a su alrededor. Al borde del histrionismo, nunca lo roza, dejando secuencias donde refleja todo un abanico de emociones y sensaciones, como cuando Maitland (John Mills), el mayordomo, entra en su cuarto y la descubre cariñosa con una muñeca; Laurel entra en cólera y se vuelve agresiva, tirando con furia la muñeca al suelo. No quiere que nadie descubra su sensibilidad ni sus miedos.

Hayley Mills no solo hizo Tú a Boston y yo a California, uno de sus papeles más populares, sino que en Inglaterra empezó su carrera con dramas sociales donde sus niñas estaban muy alejadas de los roles que la harían famosa en Hollywood. Basta recordar dos dramas, como la triste La bahía del Tigre (1959), también junto a su padre John Mills, o la magnífica Cuando el viento silba (1961).

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