Cadeneta de minicríticas de cine de estreno

Petra (2018) de Jaime Rosales

Petra

… Jaume, un dios malvado, que juega a dibujar y crear el destino de los personajes…

Jaume es el personaje de tragedia griega, el dios malvado que todo lo destroza, sin mala conciencia. El personaje que maneja el destino a su antojo… Es el rey de la función en Petra, la nueva película de Jaime Rosales. Todos los personajes bailan a su son. Él es el conflicto, él lo desata y en él termina y culmina la trama. Y Jaume tiene el rostro de Joan Botey, que nunca hasta ahora se había puesto delante de una cámara como actor y, sin embargo, construye uno de los personajes más perversos de nuestra cinematografía. Jaume hace de la humillación una forma de vida, y todo lo justifica con que tuvo que salir adelante desde que era niño. Cuando aparece en su mundo la diosa Petra (Barbara Lennie), su equilibrio humillante se tambalea, pero aun así logra dar zarpazos certeros y continuar destruyendo. Jaime Rosales no deja de experimentar formalmente, como hace en cada una de sus películas, y cuidando cómo contar esta tragedia sobre la continuidad de la humillación a los vencidos (no es de extrañar que en esta historia contemporánea aparezca de fondo la fosas de la guerra civil y también la discusión de arte y verdad versus arte y dinero), deja una historia potente. Bajo una óptica de melodrama familiar, una tragedia griega… y un destino escrito: con esa estructura de capítulos desordenados, pero dentro de un lógica aplastante. Y una cámara que sorprende, que entra y que sale, que parece que va siguiendo o que está pegada a los personajes, donde el fuera de campo es otra herramienta para ir contando o para mostrar algo inesperado. En el reparto, fieles a su cine, como Alex Brendemühl o Petra Martínez, u otros actores que completan la galería como Bárbara Lennie, Marisa Paredes y unos sorprendentes Carme Pla y Oriol Pla.

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Confidencias de mujer (The Chapman report, 1962) de George Cukor

Confidencias de mujer

Intimidad tras el biombo…

Durante los años sesenta se empiezan a buscar en Hollywood argumentos osados. Por una parte está a punto de gestarse un cambio generacional entre directores y actores (y los de la vieja escuela tratan de adaptarse a los nuevos tiempos); por otra, el sistema de estudios está en las últimas. Además por la competencia de la televisión y la crisis de la industria se están intentando buscar nuevas maneras de atraer al público a las salas de cine. Tampoco tiene ya sentido mantener el código Hays, así que temas prohibidos vuelven a la palestra y van encontrando su camino para sortear esa obsoleta censura que da sus últimos coletazos. También los grandes estudios siguen en alerta ante el éxito de posibles best sellers para llevarlos inmediatamente a la pantalla de cine (como todavía se sigue haciendo). Por aquellos años Irving Wallace era un autor muy conocido y acababa de escribir una novela, The Chapman report, sobre un tema llamativo: un doctor realiza un estudio sobre la sexualidad femenina y necesita voluntarias para llevarlo a cabo (todavía coleaba en la puritana y conservadora sociedad americana los estudios, por ejemplo, del doctor Kinsey). Y, claro, en la América de principios de los 60 (a punto de la revolución de la mujer y la sexualidad) todavía podía resultar un tema escabroso y escandaloso.

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45 años (45 years, 2015) de Andrew Haigh

45 años

“Me preguntaron cómo sabía si mi amor era verdadero. Yo por supuesto contesté que algo aquí dentro no podía ser negado. Dijeron: Algún día descubrirás que todos los que aman están ciegos… Cuando tu corazón está ardiendo, debes darte cuenta de que el humo entra en tus ojos. Entonces no les hice caso y me reí alegremente al pensar que ellos podían dudar de mi amor. Hoy mi amor ha volado lejos, estoy sin mi amor… Ahora mis amigos se ríen de las lágrimas que no puedo ocultar. Entonces yo sonrío y digo: Cuando una llama encantadora muere, el humo entra en tus ojos…” … Esta es la letra de la canción Smoke get in your eyes y cobra un crudo y desolador significado en la película 45 años de Andrew Haigh. Nada tiene que ver cuando la tararea al principio de la película una tranquila y alegre Kate (Charlotte Rampling), que cuando suena al final de la película. El gesto y el significado que adquiere para Kate es totalmente diferente y desgarrador. 45 años es la historia de la descomposición de un matrimonio de cuarenta y cinco años en una semana… por la presencia abrumadora de una figura del pasado.

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Mujeres patológicas. La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman / Madame Marguerite (Marguerite, 2015) de Xavier Giannoli / Elle (Elle, 2016) de Paul Verhoeven

Tres mujeres patológicas emocionales protagonistas de tres películas que adquieren su personalidad por los magníficos personajes que desempeñan tres actrices que se arriesgan, hasta el límite: Joan Crawford, Catherine Frot y Isabelle Huppert. Y además tres películas que tienen mucho que analizar tanto en la forma como en el contenido. Tres mujeres encerradas en sus personalidades… y donde las casas adquieren un protagonismo importante. Son sus refugios, tanto para lo bueno como para lo malo…

La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman

La envidiosa

Joan Crawford es la Harriet Craig del título. Y no la importa crear un personaje desagradable y antipático, pero además conseguir entenderla y compadecer su soledad. Más que envidiosa (título poco afortunado), Harriet es una personalidad femenina compleja que busca con brazo de hierro una seguridad férrea en el hogar conyugal. Dominar el hogar, la casa, que todo esté impoluto, ordenado, milimétricamente colocado y ella perfecta… en cada instante. Que ese hogar no lo visite nadie que ella no controle. Y un marido que trabaje, que llegue a casa, que esté tranquilito y que no necesite nada más que una esposa perfecta. Todo bajo control, que nada se resquebraje. Y si algo atenta contra esa seguridad, ella será capaz de la manipulación y la mentira, de todo lo que sea necesario.

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Cuatro reflexiones alrededor de La guerra de los Rose (The War of the Roses, 1989) de Danny DeVito

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1.- El momento de la ruptura. Sin duda el momento clave de La guerra de los Rose ocurre en el dormitorio conyugal, cuando Barbara Rose le dice a su esposo Oliver (él acaba de pasar el susto de creer que perdía la vida con unos síntomas similares a un infarto y está molesto porque su mujer no ha acudido ni a verle ni a cuidarle) que cuando iba en el coche para ir al hospital de pronto tuvo miedo de lo que podía pasar en el futuro. Oliver (Michael Douglas) cree que su esposa va a decir que tuvo miedo a su pérdida, a su ausencia, y comienza a acercarse de nuevo a ella. Y de pronto Bárbara (Kathleen Turner) confiesa, fría, que se sintió liberada, que se dio cuenta de que todo le iría mejor que nunca si él no estaba en su vida. Finalmente le pide le divorcio. Y él se siente humillado, apaleado.

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Banquete de bodas (The catered affair, 1956) de Richard Brooks

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Banquete de bodas dentro de la historia del cine tiene un contexto claro. Sí, durante los años cincuenta, en el seno de Hollywood, nacieron varios largometrajes con un acusado realismo social, que bebían de fuentes inspiradoras ubicadas en el cine europeo (ese afán por estar cerca de las personas más humildes, de sacar la cámara a las calles o estar inmersa en la intimidad de las cuatro paredes, esas ganas de contar historias relevantes sobre dramas sociales y sobre temas controvertidos…) y en la televisión americana (curiosamente nuevos cineastas se formarían en este medio y serían conocidos como la Generación de la televisión). Fuentes inspiradoras que tuvieron su cordón umbilical en el Neorrealismo italiano. Estos largometrajes americanos se alejaban del glamour, algunos estaban protagonizados por estrellas que se borraban de golpe esa imagen y se convertían en ciudadanos de a pie, en vecinos. Curiosamente, antes estas historias se habían filmado para la televisión (en ese momento era un medio que se acercaba más al mundo real) y funcionaban de tal manera que los estudios decidían convertirlos en películas. Esta corriente ha seguido teniendo su evolución y su diálogo con otras películas más contemporáneas. En concreto Banquete de bodas haría una buena sesión continua con uno de los exponentes del cine social británico, Ken Loach, y su película Lloviendo piedras. En vez de un banquete de bodas, se cambia el conflicto por un vestido y una buena ceremonia de Primera Comunión.

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Terror cotidiano. La tercera víctima (Cat and mouse, 1974) de Daniel Petrie

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Hace poco comentando El héroe anda suelto de Peter Bogdanovich, exponía cómo el cine de terror (más expresamente según el modelo Hollywood) había ido evolucionando de aquellos monstruos entrañables de los años treinta –que poblaban nuestros sueños pero eran claramente pesadillas lejanas, podíamos incluso tomarles cariño porque eran las representaciones de nuestros miedos más profundos–, hasta llegar a un terror cotidiano más esquivo, irracional, amenazante, inevitable e incomprensible que empezó a vislumbrarse a principios de los sesenta con continuación en los setenta. Era una especie de reflejo del desencanto de una época con convulsiones políticas, sociales y bélicas, del fin de la inocencia de esa artificial american way of life y la inmersion en la cara oscura, de cambios en la vida cotidiana y en la forma de mirar y entender el cine así como el fin de la censura. Así La tercera víctima, interesante thriller con gotas de terror de los años setenta (en algunas fuentes he visto que se realizó para televisión pero también que se estrenó en algún que otro cine y es una coproducción con Gran Bretaña), sigue dibujando ese terror cotidiano que tiene como protagonista a una persona cercana. Esta vez un introvertido profesor de Biología, con el rostro de Kirk Douglas.

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Una oportunidad en el cielo (Chance at Heaven, 1933) de William A. Seiter

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Una oportunidad en el cielo de William A. Seiter es una obra cinematográfica desconocida que tiene varios frentes de interés para su visionado y análisis. Primero, película pre-code, es decir, antes de que se pusiera en marcha el código de censura. Segundo, una película para analizar el sistema de estudios. Y tercero y último el nacimiento de una pareja cinematográfica con química que volvería a unirse siete años más tarde en la interesante Una nueva primavera de Gregory La Cava (leer aquí): Ginger Rogers y Joel McCrea.

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La pícara soltera (Sex and the single girl, 1964) de Richard Quine

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Hay películas que tienen una naturaleza amable, divertida, que existen para entretener. Así presentan un mundo glamuroso y cómico… y a veces con un punto de acidez y mala leche. Y eso lo sabía hacer muy bien Richard Quine. Así La pícara soltera es una película para divertirse, para disfrutar de un reparto de lujo y para empaparse de sus gotas de mala leche. El título original es realmente el título de un libro de no ficción que se había convertido en un best seller y que fue escrito por Helen Gurley Brown en 1962. Helen posteriormente se convirtió en la editora-jefe de Cosmopolitan. Bien, la película toma el título del libro de moda y el nombre de la autora para realizar una divertida película con situaciones descabelladas y alimentando uno de los grandes temas de la comedia, la guerra de sexos y el amor.

Una joven psicóloga escribe el libro de moda, Sex and the single girl, y una revista sensacionalista trata de sacar un escándalo de la escritora. Para ello cuentan con un periodista sin escrúpulos. Ella es Natalie Wood. Él, Tony Curtis. A su vez Tony Curtis tiene como vecinos a una pareja madura que siempre están discutiendo: son Lauren Bacall y Henry Fonda. Y esta pareja servirá para los propósitos del periodista sin escrúpulos que intenta engatusar a la joven profesional. Él robará los problemas conyugales y el nombre de su maduro vecino. La psicóloga tiene un psiquiatra compañero que la pretende con cara de Mel Ferrer, que de ser un hombre entregado a su profesión se va descubriendo como un auténtico ligón. Y Tony Curtis tiene un director de revista que tiene muy clara la filosofía de su publicación. Ese director tiene la planta ni más ni menos que de Edward Everett Horton. El periodista sin escrúpulos anda con una joven que aspira a ser artista y que adorna la película con un par de canciones y bailes. Ella es Fran Jeffries (que ya había hecho una aparición estelar en La pantera rosa).

La mala baba y el sarcasmo que sacaba Richard Quine (Cómo matar a la propia esposa) en algunas de sus comedias encuentra su mejor reflejo en las reuniones de dirección de la revista donde se vanaglorian de ser los más rastreros. Y todo con la elegancia y la seria cara de Edward Everett Horton. Pero además La pícara soltera cuida decorados, ambientes y vestuarios así como crea situaciones y enredos divertidos que culminan en una absurda persecución de coches, de ritmo trepidante, donde se ven implicados todos los protagonistas y algunos secundarios inolvidables (el taxista, el policía o la pareja de ancianos que van muy despacio en un viejo coche) y donde se crean situaciones absurdas que arrancan la risa.

La pícara soltera es puro juego. No solo con la guerra de sexos y el amor sino también con las confusiones, el cambio de identidades… y con los guiños cinéfilos. Así a Tony Curtis le confunden en un momento con Jack Lemmon haciendo alusión al travestismo de este en Con faldas y a lo loco, donde precisamente su compañero de reparto era el mismo Tony Curtis. Además Jack Lemmon era uno de los actores fetiche de Richard Quine. A la vez Tony Curtis cuando tiene que ponerse una bata de mujer se inspira claramente en el Cary Grant de La fiera de mi niña. Si se disfruta de la chispa, belleza y frescura de una elegante y guapa Natalie Wood y su enamoramiento de un Tony Curtis que juega a ser un malote que se deja conquistar…, el disfrute máximo llega con el matrimonio maduro compuesto por Henry Fonda (fabricante de medias) y Lauren Bacall (ama de casa con mucho, mucho carácter) con una química brutal tanto en sus tormentosas discusiones como en sus momentos de locos enamorados (no tiene precio ese baile que se marcan con las lágrimas de Bacall incluidas…).

De hecho la ambientación y el tema de la película han servido de inspiración para una película reciente y también muy entretenida (que bebía también de las comedias que protagonizaron Doris Day y Rock Hudson sobre todo Pijama para dos), Abajo el amor de Peyton Reed. Y es que hay películas que están hechas únicamente con el objetivo de divertir, entretener…, de crear un mundo de glamour y humor donde los únicos problemas son las relaciones amorosas… Y La pícara soltera es un buen ejemplo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El año más violento (A most violent year, 2014) de J.C. Chandor

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El matrimonio Morales regresa a casa en coche después de una cena con unos banqueros y se cruza en su camino de forma violenta un ciervo que queda moribundo en la carretera. Los dos tienen claro que hay que matarlo para evitar su sufrimiento. Ahí, en esa escena, se ve claramente la manera de actuar de cada uno. Él pensándose mucho el camino más correcto a seguir para conseguir un objetivo concreto y ella siguiendo el camino más rápido y directo aunque haya que infringir las normas… para alcanzar el mismo objetivo que su marido. Él es un inmigrante en Nueva York que busca prosperar en el competitivo mercado del fuel pero siempre buscando la legalidad, ella quiere prosperar como su marido pero su padre y hermano son unos mafiosos de Brooklyn y tiene otra manera de ver el asunto.

El año más violento es una película incómoda porque el matrimonio protagonista es incómodo. Chandor (tercer largometraje desde Margin call y Cuando todo está perdido) presenta un Nueva York frío, desangelado y oscuro donde campa la violencia y la corrupción en un capitalismo salvaje y depredador que no permite otro camino, que enriquece a unos (aunque el personaje de Isaac quiera ir de legal, tiene claro dónde quiere llegar, es ambicioso y competitivo y no duda en llevarse por delante a sus competidores…, lobo con piel de cordero) y oprime a otros, los trabajadores, cuyas vidas terminan en tragedia. El año en el cual transcurre la odisea del matrimonio Morales (cuando se encuentran en el momento más vulnerable pero a la vez a punto de hacerse con el imperio del fuel) es el 1981, el año más violento de Nueva York.

El cine americano últimamente está realizando películas con reflexiones morales y filosóficas sobre un capitalismo salvaje que deshumaniza y deja en el camino la tragedia, la ruptura del sueño americano y la vuelta a un cine negro distante y frío que golpea al espectador y le incomoda. Así El año más violento puede ser la raíz de otras reflexiones de otros directores contemporáneos que realizan sus películas en EEUU como James Gray, Andrew Dominik (Mátalos suavemente) o una denostada injustamente y extraña película de Ridley Scott, El consejero.

Chandor logra imprimir una atmósfera que va envolviendo lo que quiere contar con un ritmo lento pero efectivo. Poco a poco va soltando la madeja y la información va filtrándose despacio desnudando tanto a los personajes como el ambiente corrupto y sin salida que les rodea. La complejidad del matrimonio Morales atrapa en una trama negra que huele a desencanto y violencia que se contiene y explota en cada momento. Todo con sutileza. La tragedia está a la vuelta de la esquina porque la corrupción termina perjudicando siempre al más vulnerable e indefenso, los otros siguen tejiendo redes (por mucho que quieran revestirlo de legalidad… es muy frágil la línea entre infringir o no las normas para enriquecerse) para conformar un capitalismo salvaje donde lo que menos importa son las personas.

Oscar Isaac y Jessica Chastain crean un matrimonio incómodo que termina haciendo temblar por la naturalidad con la que se mueven en una atmósfera enrarecida de violencia, corrupción e intereses creados. Él tiene claro que no quiere fracasar, y ella nunca dejará que la expulsen al lodo.

El año más violento es puro cine negro con mucha reflexión moral y filosófica rodeado de tragedia y pesimismo hacia un sistema económico que crea abismos de injusticias.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.