El síndrome de China
Razón número 1: Periodismo y cine
El síndrome de China es un ejemplo más de un matrimonio muy bien avenido: periodismo y cine. Desde el cine mudo hasta la actualidad esta pareja continúa dando buenos frutos. Los periodistas siguen siendo personajes llamativos para protagonizar una historia. Esta vez esta película se centra en una reportera de televisión junto a su equipo: un realizador y un técnico de sonido. Los tres están en una central nuclear de California realizando un reportaje rutinario sobre el funcionamiento de la planta cuando son testigos de un accidente nuclear, que parece finalmente controlado. Mientras han sido testigos, en una sala de seguridad, de todo lo que estaba pasando, el cámara, aunque les han dicho expresamente que no podían grabar, deja la cámara funcionando. El conflicto surge, entre otros motivos mucho más graves, porque hay imágenes de un acontecimiento que es silenciado.
La periodista Kimberly Wells (Jane Fonda), presentadora y reportera, es una cara prometedora para la cadena de televisión en la que trabaja. Lo único que el tipo de reportajes que realiza tienen más que ver con noticias ligeras y de entretenimiento que con el periodismo de investigación. Pero la ambición de Wells es llegar a hacer este tipo de periodismo.
El realizador y el sonidista son independientes, vamos autónomos, y tienen menos presiones con los mandamases de la cadena (lo máximo que les puede pasar es que no les vuelvan a llamar), así que tienen claro llevar a cabo un periodismo comprometido. Richard Adams (Michael Douglas) tiene además un posicionamiento claro en contra de las centrales nucleares.
En El síndrome de China se representa el funcionamiento de un canal de televisión, en concreto de un telediario, a finales de los años setenta, antes del boom digital. Con el estrés, los tiempos justos, las consecuencias de los directos, los cortes de conexión, pero también los intereses de las cadenas, las presiones y muchas cosas más que la verdad poco han cambiado.