Descubrimientos veraniegos (2). Garcine. 40 años del primer óscar a una película en lengua española

Aquellos maravillosos fotogramas, en este caso uno de Volver a empezar, donde uno se ponía frente la marquesina de un cine y comprobaba  las  ganas o no que tenía de ver determinada película.

«Amigo, somos las películas que hemos visto». Este año ha sido una época de homenaje para José Luis Garci. Su óscar en 1983 por Volver a empezar ha servido de excusa. En la exposición Garcine el discurso expositivo oscila entre la nostalgia, el recuerdo, la emoción, la pasión por el cine de Garci y un retrato íntimo del director, donde la importancia de la familia y la amistad en su vida se pone siempre de relieve. La ejecución de la exposición es sencilla, grandes paneles explicativos en las paredes, con una recopilación de fotografías personales, fotogramas y carteles de sus películas. Una especie de álbum gigante, con todo el material gráfico repartido por temas para ir enfocando la vida y obra del cineasta. Así como varias vitrinas-mesa para mostrar diversos objetos que conforman el universo del autor: guiones originales, premios, máquinas de escribir, tebeos, cromos, publicaciones, cartas…, etcétera.

La carencia de materia audiovisual como entrevistas, making off, determinados momentos de su vida filmados o grabados o intervenciones de televisión y radio se suple con una recopilación muy amplia de frases de Garci que dibujan un retrato interesante. Si ponemos como centro a un hombre que sobre todo ha sabido transmitir su pasión por el cine a través de la palabra, no es mala idea construir ese discurso expositivo a través de ella. José Luis Garci ha escrito y sigue escribiendo libros donde muere por el cine. También ha tenido diversas colaboraciones escritas en diferentes medios. Su labor divulgadora como experto en cine clásico ha estado presente en la radio, ese medio que tanto ama, y también en la televisión. Nunca hay que olvidar además que Garci empezó siendo guionista antes que director.

Al final del recorrido, casi en una especie de capilla cinéfila, el visitante pasa por unas cortinas rojas y, en unas butacas de viejos cines, puede disfrutar de varias secuencias de las películas de José Luis Garci. No hay montaje ni ensayo cinematográfico, ni siquiera están todas sus películas, pero sí una serie de secuencias que dan una idea de la manera de mirar del realizador. De ese mundo clásico, analógico, de otra época, donde sus personajes se van moviendo entre el amor, la nostalgia y el recuerdo. Donde el tiempo pasa con mesura.

Unas películas que reflejan el espíritu de una época concreta bajo su mirada: la transición. O que atrapan también un país lejano encerrado en obras de teatro o novelas de autores variados como Benito Pérez Galdós, ese tándem que formaron María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, Josep Maria de Sagarra, Miguel Mihura, Ramón Pérez de Ayala… No queda duda de que Garci tiene una visión determinada del mundo.

Este año José Luis Garci no solo ha contado con la exposición en el Conde Duque, que podrá disfrutarse hasta el 15 de octubre, sino que también se han celebrado coloquios, como el que se organizó en Espacio Fundación Telefónica el pasado 11 de abril, rodeado de un montón de amigos. O la Filmoteca Española ha programado sus películas, igual que el Conde Duque (que volverá a proyectarlas en septiembre). Y no solo eso desde la Filmoteca han creado un ciclo donde han dado carta blanca a José Luis Garci para pasar películas de cine clásico imprescindibles para el cineasta.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (VII). Sur (1988) de Fernando E. Solanas

Sur, de Fernando E. Solanas, toda una tanguedia.

Hace muchos años, cuando era universitaria, acudí a un seminario sobre cine latinoamericano en la Casa de América. Una de las proyecciones que hubo fue Sur (1988) de Fernando E. Solanas. Me pareció muy hermosa. No aparté la mirada de la pantalla. A los pocos días me enteré de que volvían a proyectarla en la filmoteca. Y regresé. La emoción fue la misma. Desde entonces se me quedaron en la cabeza los tangos clásicos cantados por Roberto Goyeneche y otros compuestos por Astor Piazzolla que salían en la película. Pero sobre todo no he olvidado uno de ellos, «Naranjo en flor».

Es más, en aquel momento me compré un vinilo con canciones que salían en diferentes películas y ahí estaba este tango que me aprendí de memoria: «Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento… Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento». Todo esto ocurrió en los años noventa del siglo pasado. Y ya no pude volver a ver de nuevo esta película. Nunca la pillé en televisión ni en ningún otro ciclo. La busqué en vhs, dvd o blu ray… y jamás la encontré.

Hasta que el otro día trasteando por internet la localizé en YouTube con una maravillosa calidad. Y me emocioné. No tuve duda y me la puse de nuevo. No tenía miedo de estropear el recuerdo. La miré con ojos nuevos, descubriendo más matices y detalles, pero volvió a parecerme tremendamente hermosa. De nuevo, sentí esa congoja que sentí cuando era más joven, esa sensación de melancolía, pero también con un cierto sentimiento de esperanza. «¿Quién va a defender lo que soñaste sino vos?».

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Joyas del cine clásico latinoamericano (VI). El chacal de Nahueltoro (1969) de Miguel Littín

El chacal de Nahueltoro no deja indiferente a un espectador que le acompaña en su historia.

El chacal de Nahueltoro. Los tobillos de un hombre con unos grilletes. De calzado, unas sandalias. Todos los periodistas que le rodean llevan zapatos. Mientras se filman sus pies encadenados, se oye cómo pide el posible indulto. Y el espectador siente que ese hombre ya está condenado.

Ya desde los créditos de la película de Miguel Littín se informa de que los hechos contados se basan en informaciones de prensa de la época, en entrevistas realizadas por los periodistas, expedientes, actas y documentos del proceso de Jorge del Carmen Valenzuela Torres. La película se divide en distintas partes que van contando el errar del personaje principal desde la infancia hasta que es condenado a pena de muerte. Así ante nuestros ojos, como si de un documental se tratara, pasa la infancia, el andar, la regeneración y muerte de Jorge, el chacal de Nahueltoro.

Miguel Littín arranca su historia una vez ha sido detenido y cómo es condenado por la multitud que le rodea. Ese hombre está siendo conducido al lugar de los hechos para reconstruir la muerte de las víctimas. A partir de ese momento la voz del propio asesino va contando su historia desde la infancia, con insertos también de una voz objetiva que lee documentos oficiales. El chacal describe los hechos tal y como declaró para el juicio o en las diferentes entrevistas a la prensa.

El largometraje tiene una fuerza narrativa que atrapa, pues Miguel Littín retrata con toda su crudeza los asesinatos que cometió el chacal el 20 de agosto de 1960 bajo los efectos del alcohol: mató con violencia a una mujer, Rosa, y a sus cinco hijos, uno de ellos un bebé. Pero antes conocemos el deambular de Jorge desde que huyera de su casa a los siete años. Una vida de miseria y soledad, sin referentes ni educación y con la humillación continua en cada paso o nuevo destino. Rosa, viuda y expulsada de su hogar por el patrón, no le va a la zaga en vida dura. El apodo de chacal se le puso por el salvajismo de sus actos, pues llegó a pisotear al bebé hasta morir. Tanto el chacal como Rosa y sus hijos están condenados de antemano por sus circunstancias sociales.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (V). Camila (1984) de María Luisa Bemberg

Camila es una heroína romántica en busca de la libertad para amar.

La madre de Camila O’Gorman es una mujer que ha sido educada para ejercer el rol de esposa y madre, siempre a la sombra del marido. Y es la misma que en una comida en la que su hija expresa su parecer sobre determinados temas políticos, la regaña, diciéndole inflexible: «Come, Camila, cállate y escucha».

Pero cuando, más tarde, en el clímax de la tragedia, se da cuenta de que nadie va a hacer nada por salvar a su hija se rebela, sin miedo alguno, contra la tiranía de su esposo: «Todos estáis enfermos de violencia y de sangre. ¿Alguien levanta la voz para salvar a mi hija? Nadie. Nadie piensa en ella. La Iglesia piensa en su buen nombre. Vos pensáis en vuestro honor. Rosas, en su poder. Lo unitarios en cómo derribar utilizando este escándalo. Pero en mi hija, quién». En esa rebelión se encierra la filosofía del cine de María Luisa Bemberg y explica también el éxito que tuvo Camila cuando se estrenó en Argentina.

La cineasta, que empezó tarde en el mundo del cine y cuya vida familiar tuvo bastantes similitudes con situaciones planteadas en la película, dirigió un elegante y sensible melodrama romántico sobre la trágica historia de la joven aristócrata Camila O’Gorman y el sacerdote Ladislao Gutiérrez. Pero Bemberg lo que hace en este largometraje es convertir a Camila en la absoluta protagonista y la presenta como una mujer que lucha por su libertad y se rebela contra su padre, la sociedad, el gobierno y la iglesia. Todo por encontrar la libertad y defender su amor por Ladislado.

Camila se ambienta además en la época de Rosas, a mediados del siglo XIX, donde el gobernador Juan Manuel de Rosas ejerció un mandato dictatorial durante diecisiete años. Durante su gobierno se identificaban a los federales, sus partidarios, y a sus detractores, los unitarios. Por otra parte, durante aquel periodo también tenía bastante influencia en la sociedad la iglesia católica. La protagonista es una mujer rebelde contra todo lo establecido. No está de más señalar que cuando Camila tuvo un éxito espectacular no solo de crítica, sino también en taquilla, se acababa de establecer la democracia en Argentina después de siete oscuros años de dictadura militar.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (IV). Vidas secas (Vidas secas, 1963) de Nelson Pereira dos Santos

Vidas secas, película fundacional del Cinema Novo.

Vidas secas. Un paisaje desierto, infinito, con unos pocos arbustos y ramas secas, de fondo una banda sonora sin música posible, tan solo un ruido insistente, es la presentación del sertão brasileño. Una paisaje hosco y duro. Unas figuras avanzan a lo lejos y se van acercando. Lo primero que vemos es a una perrilla inteligente que avanza y corretea y poco a poco aparecen uno a uno los miembros de una familia: Fabiano, Vitória y sus dos niños. Entre sus escasas pertenencias tienen un loro y a la perrita Baleia. Son supervivientes, campesinos que intentan sobrevivir a la inclemencia de la sequía, el hambre, la pobreza y las condiciones económicas, políticas y sociales. Van de un sitio a otro intentando arraigarse y ser gente normal, como ellos expresan una y otra vez. Solo quieren un trabajo, una cama en condiciones y un hogar en el que permanecer.

Nunca un título estuvo tan adecuado. Vidas secas. Nelson Pereira dos Santos ofrece un retrato de la miseria desolador. La familia trata de arraigarse, pero todo se va complicando. No solo es la desolación del paisaje y la dureza de los periodos de sequía. Son las diferencias de clase, las condiciones laborales del patrón, el poder corrupto de los que lo ostentan… Sus personajes protagonistas son un matrimonio cada vez más duro y desesperado, pero sin fuerza para la rebelión. Viven humillados y ellos mismos eliminan de sus vidas los sentimientos (solo hay ciertos destellos, no han perdido la capacidad de desear un futuro mejor), necesitan acarrear fuerzas para seguir avanzando y buscar el lugar adecuado. No hay sitio para debilidades.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (III). El niño y la niebla (1953) de Roberto Gavaldón

El niño y la niebla, un retrato de la locura.

Con El niño y la niebla cerramos el año 2022, pero no este ciclo de joyas del cine clásico latinoamericano. Este fin de año se merece un buen drama de un director brillante de la época de oro del cine mexicano: Roberto Gavaldón. El drama es protagonizado por una de las intérpretes con más carisma de México, Dolores del Río, con una trayectoria larga, interesante e intensa. Durante su juventud la actriz triunfó en Hollywood y luego regresó a su país como una gran dama del cine mexicano. En esta adaptación de una obra de teatro del dramaturgo Rodolfo Usigli, Gavaldón pone de manifiesto su fuerza a la hora de contar historias potentes, con gran hincapié en la psicología de sus personajes. Cada secuencia tiene momentos de puro cine. El largometraje muestra el espíritu de una mujer en llamas, al borde de la locura.

En El niño y la niebla no solo se habla de la salud mental, la eutanasia, el suicidio o el aborto, sino también de la nefasta influencia que pueden tener una madre y un padre sobre un hijo sensible. La película arranca con un incendio en un pozo petrolífero de Poza Rica. Allí viven en una casa acomodada Marta, su esposo Guillermo (Pedro López Lagar) y su hijo Daniel (Alejandro Ciangherotti). A través de las ventanas y la puerta, solo se ven las torres petrolíferas a pleno rendimiento. Daniel mira fascinado las llamas del incendio y Marta vigila horrorizada esa atracción que siente el muchacho. Este último se alarma cuando se entera de que su padre está allá trabajando y luchando contra el incendio y quiere acudir a toda costa por si necesita ayuda. Pese a la prohibición de la madre, el niño acude al encuentro de su progenitor.

Desde el principio se muestra la tirantez de la pareja y su discusión constante alrededor de la educación y los cuidados que debe recibir Daniel. Y el muchacho se encuentra entre los dos, en pura contradicción, y buscando el equilibrio para no hacer daño a ninguno. El crío alimenta cada vez más sus miedos, su confusión y sus monstruos internos.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (II). Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea

La mirada del personaje principal, Sergio Carmona, es la que domina Memorias del subdesarrollo.

Para contextualizar Memorias del subdesarrollo, no hay más que mirar un poco de la historia del cine cubano. Una vez se produjo la Revolución cubana, se afianzó un grupo de directores cinematográficos e intelectuales que se volcaron en un principio en el documental, sobre todo para filmar el cambio. Tomás Gutiérrez Alea, al que también llamaban Titón, Julio García Espinosa y otros jóvenes del mundo del cine crearon el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Tanto Titón como Julio García Espinosa habían dirigido ya juntos un mítico corto, El Megano (1955). En él los propios trabajadores de la ciénaga en Zapata, que extraen el carbón de los árboles sumergidos, actúan para mostrar y denunciar sus condiciones de vida.

Julio García Espinosa escribiría varios textos que explicaban en cierta medida lo que estaba suponiendo el Nuevo cine latinoamericano, que nació a finales de la década de los cincuenta. Se centraba claro está en la situación política y social del momento. El texto más importante en cuestión fue Por un cine imperfecto (1969). Y sobre todo lo que explicitaba era un cine alejado de la perfección y de los medios de los estudios de Hollywood y un cine que sirviera para transformar.

En uno de los textos publicados en 1972 en un pequeño volumen recopilatorio (Por un cine imperfecto. Julio García Espinosa. Castellote editor, 1976) explica que «para nosotros lo más importante del cine es que este sea antiimperialista. Perfecto o imperfecto, documental o ficción, analítico o emotivo, pero antiimperialista. Esa es nuestra medida fundamental. Y por la sencilla razón, aparte de otras no menos importantes, de que nuestra cultura no puede desarrollarse, no puede revelarse, no puede aspirar a una genuina validez, si no es en lucha contra el imperialismo, contra el imperialismo como fuerza y contra el imperialismo como concepto del mundo».

Titón siempre se quedó en Cuba. Pasó del corto documental (con algunos que muestran momentos concretos de la Revolución como Asamblea General, sobre la concentración multitudinaria en 1960 cuando se aprobó la primera Declaración de La Habana) al largometraje de ficción. Y del entusiasmo revolucionario al desencanto crítico hasta llegar a la melancolía de algo que nunca fue, sobre todo en sus dos últimos largometrajes más internacionales, cuando ya estaba delicado de salud (los codirigió junto a Juan Carlos Tabío a principios de los noventa): Fresa y chocolate y Guantanamera. Lo cierto es que Tomás Gutiérrez Alea siempre fue fiel a su amor a Cuba y a la idea de la Revolución cubana, lo que le desencantó fue el proceso posterior y las fallas en el sistema. Era un hombre que creía en el poder del debate y la crítica política y social para la mejora.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (I). Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido es el pistoletazo de salida de este nuevo ciclo de cine que propongo, que tendrá varias entregas. El ciclo ha nacido por un motivo concreto. Hace apenas una semana salió, como cada diez años, la nueva lista de la revista británica Sight&Sound donde se establecen las cien mejores películas de todos los tiempos. La lista ha dado mucho que hablar por varios motivos muy interesantes para analizar, pero hay algo en ella que me ha removido bastante y es que en dicho listado no se señala ni una sola mención al cine latinoamericano. Un cine para mí siempre vivo, rico en propuestas y con una larga historia.

Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido, primera joya del cine clásico latinoamericano.

Al blog Diccineario y a su autor Antonio Martín García por descubrirme esta joya

Un enorme retrato de una mujer, como si fuese una presencia viva, preside la estancia principal de una mansión. Un hombre devastado, que solo bebe y llora, no deja de mirarla. Más allá del olvido es una historia sobre ese lado oscuro del amor que tan bien reflejaba Alfred Hitchcock en películas tan emblemáticas como Rebeca y Vértigo. Y no nombro aposta estas dos últimas obras, porque esta película argentina bebe de la primera y es un precedente de la segunda. El realizador y actor Hugo del Carril elabora una historia de amor oscuro con gotas en su estilo de suspense decimonónico o noir victoriano.

La película rodada entre la ensoñación y la pesadilla logra una atmósfera que capta un romanticismo exacerbado al principio y se va convirtiendo en pesadilla siguiendo los pasos de un hombre que lucha para no volverse loco ante la ausencia de la amada. Hugo del Carril se inspira en una novela simbolista y experimental de Georges Rodenbach, Brujas, la muerta. Y ahí está el germen de ese viudo roto por la ausencia de su amor y que encuentra en las calles de Brujas a una mujer idéntica físicamente a su amada. El maestro del suspense adaptaría, sin embargo, para Vértigo una novela posterior de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, De entre los muertos, que tenía una premisa similar, pero con una explicación lógica para el parecido físico y en forma de thriller psicológico.

Fue una película que tuvo un rodaje complejo y un estreno que la relegó inmediatamente al olvido. Y no fue hasta décadas después cuando comenzó a revalorizarse. Cuando Hugo del Carril la estaba rodando, se produjo el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón. Entre otros fueron detenidos varios artistas simpatizantes del Gobierno, y uno de ellos fue Del Carril. Una vez liberado continuó con el rodaje y cuando se estrenó en 1956 le detuvieron de nuevo. El largometraje apenas duró en pantalla. Además pesó la prohibición, durante aquellos años, de la difusión de su obra cinematográfica y, por tanto, no tuvo fácil la distribución de sus películas.

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Lo que nunca volverá. La infancia en el cine (Applehead Team, 2022), editores: Santiago Alonso, Yago Paris e Isabel Sánchez

«Es curioso que habiendo tenido una infancia insignificante, toda la vida me la paso pensando en ella. El resto de la existencia me parece gris y poco animada».

Pío Baroja

Hay reseñas que se hacen con una ilusión especial, y esto es lo que me ocurre con Lo que nunca volverá. La infancia en el cine. Es uno de esos proyectos soñados en los que servidora ha estado presente y que he ido anunciando que os hablaría de él. En este libro hay mucho cariño, trabajo y ganas de ofrecer un ensayo colectivo que merezca la pena. Veinte personas que amamos ver películas nos hemos reunido alrededor de esta publicación para analizar un conjunto de largometrajes con un tema central: la infancia. Pero además defendemos la crítica de cine como género periodístico a reivindicar.

Como si fuese un jardín secreto (y haciendo referencia a la novela de Frances Hodgson Burnett, publicación fundamental de literatura infantil alrededor de la cual se vertebra la introducción de Santiago Alonso), el lector puede perderse por él. Invitamos a caminar por un vergel lleno árboles, flores, plantas, arbustos de celuloide. Y en ese paseo recuperará una mirada infantil a través de diversas películas que atrapan ese espíritu que hace observar el mundo de una manera distinta.

Lo que nunca volverá. La infancia en el cine nace con vocación de ser no solo un libro de consulta y referencia, sino también un ensayo colectivo que deja al descubierto una variedad de aspectos reveladores sobre la infancia, esta etapa de crecimiento y cambio. Una publicación que pueden disfrutar tanto los cinéfilos, especialmente los interesados en el tema tratado, o aquellas personas que crean en el cine como herramienta para comprender la realidad. Todos podrán disfrutar de un rico abanico de películas para analizar diferentes puntos de vista alrededor de la niñez.

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Universo western (III). Arizona (Destry Rides Again, 1939) de George Marshall / Cabalgar en solitario (Ride Lonesome, 1959) de Budd Boetticher

Arizona (Destry Rides Again, 1939) de George Marshall

Arizona, un atípico western.

Arizona es un western muy especial, se decanta en un principio por la comedia, no solo por las situaciones que vemos, sino también por ciertos personajes que tienen un rol cómico. Por otra parte, tiene todos los ingredientes de una película del oeste, pero aderezado con notas musicales. Y, finalmente, también se vierten unas lágrimas.

Su héroe es atípico: Tom Destry (James Stewart), un nuevo ayudante de sheriff educado, que no lleva pistolas, no le gusta la violencia, bebe leche, no para de contar historias (que siempre quieren decir algo), escucha a todos y trata de aplicar la ley. Lo que pasa es que no lo tiene fácil en Bottleneck, una localidad del Oeste donde el lugar más popular es el Saloon y donde impera la ley del más fuerte.

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