Hunted (Hunted, 1952) de Charles Crichton

Hunted, una película que muestra una relación especial, con química, entre un niño y un delincuente.

Hunted, cazado, cazar una buena película. De pronto en la filmografía de algunos directores se encuentran perlas perdidas. Al realizador británico Crichton se le recuerda, sobre todo, por sus grandes comedias con el sello de los estudios Ealing. La divertidísima Oro en barras o Los apuros de un pequeño tren. De hecho, se despidió del cine a finales de los ochenta con una gran comedia, Un pez llamado Wanda. Sin embargo, al echar un vistazo a su obra se descubre otro hilo conductor interesante. En varias de sus películas los niños y los adolescentes tienen un protagonismo especial.

Y entre esas películas se encuentra Hunted. Es un filme breve e intenso, donde no falta ni sobra nada, y su secreto es la química y la relación íntima que se establece entre Robbie (Jon Whiteley), un asustadizo niño de seis años, y Chris (Dirk Bogarde), un marinero que ha asesinado a un hombre.

En ochenta y cuatro minutos y con una economía narrativa envidiable, Crichton, de manera maestra, cuenta la historia de Chris y Robbie. Dos seres humanos maltratados por la vida, solitarios e inadaptados que se encuentran por las calles de un Londres de posguerra y emprenden una huida hasta Escocia. Los dos solitarios aprenden no solo a acompañarse, sino también a quererse de una manera auténtica. Chris trata de huir para eludir responsabilidades por el asesinato cometido y detrás va Robbie, que también huía del hogar de sus padres adoptivos.

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Lo que nunca volverá. La infancia en el cine (Applehead Team, 2022), editores: Santiago Alonso, Yago Paris e Isabel Sánchez

«Es curioso que habiendo tenido una infancia insignificante, toda la vida me la paso pensando en ella. El resto de la existencia me parece gris y poco animada».

Pío Baroja

Hay reseñas que se hacen con una ilusión especial, y esto es lo que me ocurre con Lo que nunca volverá. La infancia en el cine. Es uno de esos proyectos soñados en los que servidora ha estado presente y que he ido anunciando que os hablaría de él. En este libro hay mucho cariño, trabajo y ganas de ofrecer un ensayo colectivo que merezca la pena. Veinte personas que amamos ver películas nos hemos reunido alrededor de esta publicación para analizar un conjunto de largometrajes con un tema central: la infancia. Pero además defendemos la crítica de cine como género periodístico a reivindicar.

Como si fuese un jardín secreto (y haciendo referencia a la novela de Frances Hodgson Burnett, publicación fundamental de literatura infantil alrededor de la cual se vertebra la introducción de Santiago Alonso), el lector puede perderse por él. Invitamos a caminar por un vergel lleno árboles, flores, plantas, arbustos de celuloide. Y en ese paseo recuperará una mirada infantil a través de diversas películas que atrapan ese espíritu que hace observar el mundo de una manera distinta.

Lo que nunca volverá. La infancia en el cine nace con vocación de ser no solo un libro de consulta y referencia, sino también un ensayo colectivo que deja al descubierto una variedad de aspectos reveladores sobre la infancia, esta etapa de crecimiento y cambio. Una publicación que pueden disfrutar tanto los cinéfilos, especialmente los interesados en el tema tratado, o aquellas personas que crean en el cine como herramienta para comprender la realidad. Todos podrán disfrutar de un rico abanico de películas para analizar diferentes puntos de vista alrededor de la niñez.

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Cadeneta de películas que se quedaron en el tintero…, más la propina

Las he ido viendo poco a poco y en cascada… películas todas ellas irregulares pero con un componente que las hace atractivas, extrañas, apetecibles… que bien merecen un visionado, dos o tres. Que te dejan pensando. O que alguno de sus fotogramas se te queda fijo en la retina. No son ni redondas ni perfectas… pero algo en ellas hace que no las olvides, que las razones y las pienses. Todas muestran un director detrás de sus imágenes. La propina es más que olvidable, la más rutinaria, la menos extraña y creativa (el director es invisible pero porque no crea) que no merecería la pena si no fuera por dos interpretaciones (me atrevería a decir tres) que dejan una huella o que permite al menos pasar una tarde amena.

Tenemos que hablar de Kevin (We need to talk about Kevin, 2011) de Lynne Ramsay

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La directora Lynne Ramsay refleja un mundo de sensaciones, emociones y caos para reflejar el complejo universo de una madre que trata de entender qué es lo que le ha pasado a su hijo. Emplea el color, la música y el rostro increíble de Tilda Swinton. Presenta una narración descolocada que como las piezas de un puzle van tomando sentido en los ojos del espectador para contarnos una historia terrorífica y muy difícil de asimilar. Ninguno de los personajes de esta familia disfuncional ni sus relaciones, formas de ser o comportamientos son sencillas o fáciles de entender. Juega también con lo inquietante y lo incómodo. El espectador sabe en todo momento que ha ocurrido algo horrible o que va a ocurrir algo tremendo… pero ese instante siempre se retrasa…, hasta que llega la explosión de violencia, como una verdad revelada. Y te quedas absorto y te fundes con el rostro compungido de Tilda.

Solo Dios perdona (Only god forgives, 2013) de Nicolas Winding Refn

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El director Nicolas Winding Refn construye una historia negra y violenta a través de la imagen, la estética, los ambientes y los rostros de sus personajes. No necesita apenas diálogos. Su película es pura coreografía y puesta en escena. Y desencadena una historia familiar de odios y venganzas en Bangkok. La destrucción de una familia mafiosa americana en un país lejano… Todo empieza por un asesinato y un policía jubilado que actúa como si fuera un dios vengativo. En el tablero del destino juega una especie de femme fatale convertida en madre vengativa, una Kristin Scott Thomas maravillosa e irreconocible; un hijo silencioso que arrastra la culpa y el silencio (el impasible Ryan Gosling); un hermano e hijo muerto que desata la violencia; una joven prostituta humillada y un extraño policía que desata su ira allá por donde pasa y que tiene querencia por cantar canciones tristes en los karaokes…

La mosquitera (La mosquitera, 2010) de Agustí Vila

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El director Agustí Vila crea una extraña fábula sobre una familia que dinamita con sus comportamientos extraños la normalidad. No existe este concepto en La mosquitera que se termina convirtiendo en película incómoda sobre la incomunicación y la incapacidad del ser humano para vivir en estos tiempos duros. Con una cuidada puesta en escena, sencilla y efectiva, crea un mundo entre absurdo y agobiante donde una familia actúa con normalidad pero todos sentimos que nada lo es. Su forma de actuar, de comunicarse y hablar es distinta, no entendemos en ningún momento sus códigos y eso acrecienta la incomodidad del espectador. Es como si estuviesen atrapados en una mosquitera y todo lo viéramos a través de esa fina tela, desde la distancia. Los actores, especialmente Emma Suárez, se tiran en plancha en interpretaciones de riesgo. Los perros son más coherentes y normales que cualquiera de los personajes que se presentan en esta trama. Curiosamente realizaría una sesión doble con la griega Canino de Giorgos Lanthimos. Y terminaríamos realmente incómodos…

Polisse (Polisse, 2011) de Maïwenn Le Besco

polisse

A la realizadora y actriz Maïwenn Le Besco no le funciona del todo su fórmula entre realismo documental y ficción pero regala buenos momentos (lo que menos funciona es su personaje, aunque la idea podría no haber sido mala, y su historia de amor). Momentos de verdad que hacen lamentar que Polisse no sea una película más redonda. La película trata de reflejar la cotidianidad y el día a día de la unidad infantil del Departamento de Policía de París. Así deja una radiografía de las relaciones entre los miembros de la unidad, compartiendo sus momentos en las comidas, en las actuaciones, sus discusiones, sus celebraciones de alegría, su desesperación, la dificultad de sus vidas privadas, sus obstáculos para llevar a cabo su trabajo y cómo va haciendo mella en ellos su duro trabajo… Así nos estremecemos ante el lloro desconsolado de un niño al que deja su madre en la comisaria porque no puede hacerse cargo de él y la impotencia de uno de los policías que ha intentado por todos los medios encontrar un albergue que les acoja a los dos… O nos reímos con estos policías cuando ante duras situaciones surge el humor, un humor sano y seco, para suavizar o poder sobrellevar el momento.

La propina. El juez (The judge, 2014) de David Dobkin

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Un típico melodramón con juicio de fondo muy pero que muy americano con un argumento mal desarrollado donde la labor de dirección apenas llama la atención y que lo que sobrevive es la interpretación del juez del título, un colosal Robert Duvall, que logra conmover (e incluso que la espectadora que esto escribe echara más de una lágrima) y un Robert Downey Jr que consigue que se empatice con abogado agresivo y millonario que vuelve de nuevo a sus raíces familiares para redimirse y arreglarse con un pasado que le duele. Los momentos sensibles más conseguidos son unas grabaciones de super 8, las conversaciones y los momentos entre padre e hijo y las relaciones de Downey con sus hermanos de ficción, personajes que hubieran merecido ser más mimados pues están magníficamente interpretados por dos actores: Vincent D’Onofrio y Jeremy Strong.

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