Redescubriendo clásicos (4). 36 horas (36 Hours, 1965) de George Seaton /La llave (The key, 1958) de Carol Reed

Estas dos películas no son redondas, pero proponen dos miradas diferentes hacia la Segunda Guerra Mundial, cuentan con unos repartos atractivos y además tienen momentos de buen cine, sobre todo porque atrapan durante su visionado. Es una manera de valorar las labores en la dirección de dos realizadores, George Seaton y Carol Reed, de los que no se suele hablar o escribir en exceso (un poco más reconocido Carol Reed, sobre todo porque es recordado por El tercer hombre).

36 horas (36 Hours, 1965) de George Seaton

Una trepidante aventura de espionaje bajo la dirección de George Seaton.

36 horas es una entretenida película de espías, donde no molesta nada lo inverosímil del relato. Te atrapa tanto, que te metes de lleno en la trampa. La idea parte de un relato corto de Roald Dahl, Cuidado con el perro, que luego se adapta libremente. George Seaton ya había mostrado su buen hacer con el cine de espías con Espía por mandato y aquí vuelve otra vez a deleitarnos con una propuesta ingeniosa.

La premisa es muy curiosa y te va atrapando desde el minuto uno. Tan solo quedan unos días para el desembarco de Normandía y los altos cargos militares de los servicios de inteligencia americanos están preocupados por si los servicios de espionaje alemanes logran finalmente dar con sus planes y con la fecha prevista. Uno de los oficiales viaja hasta Portugal, como si estuviese haciendo su trabajo habitual, para no levantar sospechas, pero una vez allí es drogado y secuestrado por los alemanes. ¿El motivo? Montan un dispositivo increíble para que el oficial crea al despertar que está en un hospital militar americano y que hace ya unos cuántos años que ha terminado la guerra, pero que sufre un tipo amnesia del que se está recuperando.

De esta manera y ganándose su confianza la enfermera que le cuida y el doctor que le trata, pretenden sonsacarle toda la información posible sobre los planes para el desembarco de Normandía. Pero nuestro oficial poco a poco va percibiendo algunos detalles que le van haciendo dudar y la aventura ya está servida.

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Redescubriendo clásicos (3). Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann / Han matado a un hombre blanco (Intruder in the Dust, 1949) de Clarence Brown

Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann

Fred Zinnemann construye el retrato de un hombre herido y traumatizado por la Segunda Guerra Mundial.

Nada es lo que parece en esta película de Fred Zinnemann. Un hombre solitario coge una pistola de la mesilla del dormitorio y se prepara para emprender un largo viaje en autobús que le lleva hasta Santa Lisa, una pequeña localidad en California. Uno de los rasgos físicos que más llaman la atención de este desconocido es su cojera. Descubrimos que es un perseguidor y se convierte en la sombra amenazadora de un buen ciudadano. Un constructor, que contribuye a la mejora de la comunidad, bien considerado entre los habitantes de la localidad, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial y con una bonita familia formada por una joven esposa y un crío. El espectador empatiza enseguida con el buen ciudadano y siente rechazo por el desconocido con la pistola.

Lo que no nos esperamos es que cuando el buen ciudadano es consciente de quién le persigue, pierde el rumbo de su vida en cuestión de segundos. El perseguidor es Joe Parkson (Robert Ryan) y el perseguido, Frank R. Enley (Van Heflin). La película de Zinnemann da un giro de 360 grados cuando Edith (Janet Leigh), la joven esposa, interroga al desconocido que está alterando su vida y quiere saber por qué persigue a su marido. La respuesta de este cambia la perspectiva de la historia. Descubrimos entonces el pasado de dos buenos amigos que se han convertido en hombres heridos y traumatizados por lo que pasaron en la guerra, que les puso en situaciones límites. Los dos se comportaron de manera diferente y las consecuencias por una decisión que toma Frank fueron muy trágicas.

De tal manera que el espectador asiste al frágil equilibrio que había construido Enley para sobrevivir y olvidar, pero que se desmorona como un castillo de naipes. Y comprende también que el único motor que mantiene vivo a Joe y asumiendo su discapacidad física es el ansia por llevar a cabo la venganza. A los dos les ha destrozado la guerra y la vuelta deja muchas heridas sin cerrar.

Fred Zinnemann construye una película dramática sobre el regreso de los soldados, los traumas y fracturas que provoca la guerra en los que combatieron y revela también un empleo del lenguaje cinematográfico y de la puesta en escena significativos. No solo eso, sino que Zinnemann además dirigió durante la posguerra un buen ciclo de películas alrededor de las diferentes heridas que dejó el conflicto bélico tanto en los soldados como en la población civil: a Acto de violencia se unen Los ángeles perdidos (The Search, 1948), sobre el sufrimiento de los niños supervivientes de los campos de concentración; Hombres (The Men, 1950), que trata la situación de los combatientes que sufren graves secuelas físicas y, por último, Teresa (Teresa, 1951), el duro regreso de un joven soldado estadounidense que se casa con una joven italiana a la que conoció durante la contienda.

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El genio del melodrama. Cuando Douglas Sirk se llamaba Detlef Sierck

Un melodrama rural: La muchacha del páramo.

La fascinación por los melodramas estadounidenses de Douglas Sirk continúa vigente. Es imposible no estremecerse ante secuencias como el entierro de Annie; la soledad de Cary frente a un televisor; Ernst y Elizabeth, enamorándose entre el ruido de las bombas o el baile de Marylee, mientras su padre agoniza. Sin embargo, fue uno de tantos cineastas alemanes que tuvo que emigrar a EEUU debido al nazismo. Antes de ser Douglas Sirk se llamó Detlef Sierck y trabajó durante los años treinta en la UFA; sin embargo, cuando Josef Goebbels se dio cuenta del poder del cine y tomó el control de la productora alemana en 1937, Sierck se dio cuenta de que sus días allí estaban contados. Así que con su segunda esposa, Hilde Jary, una actriz judía, decidió abandonar el país.

Y es que su propia vida personal podría ser una película del género que le identifica. Sierck se casó en primeras nupcias con la actriz de teatro Lydia Brincken con la que tuvo a su único hijo, Klaus Detlef Sierck. Brincken abrazó el ideario nazi y parece ser que hizo todo lo que estuvo de su mano para impedir que su exesposo mantuviese algún contacto con su hijo. Klaus se convirtió en un popular niño prodigio del cine alemán. Durante la Segunda Guerra Mundial fue reclutado como soldado y falleció en Ucrania. Es inevitable pensar que la bellísima Tiempo de amar, tiempo de morir es un homenaje de un padre a su hijo desconocido.

Cuando Sierck pisó EEUU ya era un reconocido cineasta alemán y en esas películas de la UFA puede sentirse su destreza y sensibilidad para el melodrama. En estas líneas pasearemos por cuatro de sus películas alemanas donde se percibe con claridad que había un cineasta que sabía escribir con su cámara. De hecho, las cuatro son elegantes y sofisticados melodramas. En estos fotogramas en blanco y negro ya se respira esa tremenda melancolía y el dominio de la puesta en escena para alcanzar la catarsis y la emoción que se reflejaría en su filmografía americana. Sí, ese cine que es «sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor».

En 1935 lleva a cabo una adaptación de un relato de Selma Lagerlöf y surge un hermoso y delicado melodrama rural, La muchacha del páramo. Karsten, un joven granjero, se encuentra casi sin quererlo entre dos mujeres: Gertrud, la hija del más rico del pueblo, con una personalidad arrolladora, pero defensora acérrima de sus privilegios y la tímida Helga, la joven del páramo, rechazada por la comunidad, después de haber sufrido el abuso del patrón en la casa donde servía. Con la primera está a punto de casarse y a la segunda le da trabajo en la granja de sus padres.

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10 razones para amar Noche en la ciudad (Night and the City, 1950) de Jules Dassin

Harry Fabian corre en una carrera sin retorno en Noche en la ciudad.

Razón número 1: Cine negro en estado puro

Noche en la ciudad es cine negro en estado puro. No solo el increíble uso del blanco y negro, la importancia de la atmósfera conseguida, el espíritu pesimista que rodea la historia, el destino del personaje principal tatuado en su frente, la peculiaridad de la ciudad y sus bajos fondos, la presencia del antihéroe como protagonista, las cuestiones sociales siempre en primer plano, el realismo mostrado con veracidad, el romanticismo trágico o la redención final como ingredientes indispensables revelan su adscripción al género, sino también porque los implicados sabían bien cómo realizar este tipo de películas, además de que el momento en el que se realizó y las circunstancias que la rodearon eran tan oscuras, tensas y pesimistas como el alma de la película.

Jules Dassin estaba encadenando a finales de la década de los cuarenta (década que fue la etapa de oro del cine negro estadounidense) una serie de largometrajes del género que culminaron fuera de EEUU con Noche en la ciudad en Londres y Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955) en París. Dassin es una de las figuras claves del film noir con historias tan características como las reflejadas en Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La ciudad desnuda (The Naked City, 1948) y Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949).

La novela que servía como material de partida, con el mismo título que la película, de Gerald Kersh, contaba con ambientes que bien conocía su autor por moverse entre pubs nocturnos y haber tenido empleo en el ámbito de la lucha libre en Londres. Por otra parte, Dassin contó con la profesionalidad del director de fotografía Mutz Greenbaum, que ya había realizado dos películas de cine negro victoriano notables como So Evil My Love y Gritos en la noche y con la labor del guionista Jo Eisinger, que abordó uno de sus mejores trabajos, aunque fue una de las plumas también presentes en el guion de otra obra mítica del cine negro estadounidense, Gilda.

Razón número 2: Al borde del exilio

Las circunstancias extracinematográficas de Noche en la ciudad son muy especiales, pero hacen entender mucho mejor el alma que subyace en cada uno de los fotogramas. Ese pesimismo y poca fe en el mundo, pero también una mirada de compresión hacia el personaje del perdedor. Se respira el pesimismo, el desencanto hacia el ser humano, la traición, el dolor de la delación. Se siente la tensión. La incertidumbre y el desequilibrio.

Jules Dassin se encontraba en un momento extremadamente delicado, pues la caza de brujas estaba en su apogeo y el director se hallaba en el punto de mira. El productor de la Fox, Darryl F. Zanuck, decidió alejarle de EEUU, y el rodaje de Noche en la ciudad se trasladó a Londres. Aunque después del rodaje regresó a EEUU, sufrió inmediatamente la presión del macartismo, su nombre fue dicho en varias declaraciones de distintos compañeros, formó parte de las tristes listas negras y no tuvo más remedio que exiliarse a Europa. De hecho, hasta cinco años después no consiguió los apoyos necesarios para realizar Rififi, cuyo éxito le permitió llevar a cabo una segunda carrera cinematográfica en Europa.

Así que Jules Dassin sabía que estaba en el punto de mira y se sentía tan presionado como Harry Fabian, el protagonista de su película. Así a ese timador de poca monta le envuelve una pátina de compasión y comprensión ante la encerrona que va sufriendo.

Razón número 3: Harry Fabian

Harry Fabian se carga todos sus sueños y una posible vida feliz junto a Mary.

El actor Richard Widmark se estaba convirtiendo en un actor imprescindible del género; de hecho debutó en la magnífica El beso de la muerte. Su presencia podía denotar la maldad más absoluta como en su debut o estar al lado de la ley y ser absolutamente creíble como en Pánico en las calles o Un rayo de luz. Solo que en Noche en la ciudad logra mostrar un personaje ambiguo, que si bien empieza transmitiendo rechazo, termina provocando la compasión del espectador.

En Noche en la ciudad, su carisma le permite dar matices fundamentales al personaje de Harry Fabian. Este perdedor y timador de poca monta que se mueve en los bajos fondos y tiene grandes sueños de grandeza y ambiciones, deseando dar el pelotazo que le permita vivir tranquilo, no tiene escrúpulos a la hora de engañar y enredar a los que le rodean. Es capaz de engañar a su novia o engatusar a un hombre mayor para que baile a su son. Solo desea una vida mejor, pero no le importa si tiene que pisar para lograr sus objetivos. Posee una energía sin igual y aunque fracase una y otra vez y deba dinero a todo el mundo y cada vez tenga menos credibilidad, enseguida vuelve a levantarse y a intentar dar otro palo.

Sin embargo, Harry Fabian muestra también su vulnerabilidad, sus sueños, su alma de perdedor, su desesperación por esa vida que no logra y, finalmente, el dolor que siente y el desencanto cuando descubre que toda su vida ha sido un error, que no ha hecho nada bien y que tal y como ha hecho él, todo el mundo a su alrededor le delata y le traiciona. Ni siquiera le permiten que le salga bien su redención final, cuando trata de compensar a la mujer que quiere, pero que nunca ha cuidado.

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Redescubriendo clásicos (2). Un hombre (Hombre, 1967) de Martin Ritt / Un hombre de hoy (WUSA, 1970) de Stuart Rosenberg

Un hombre y Un hombre de hoy, dos de las películas más desconocidas de Paul Newman, las rodaron dos directores que repitieron varias veces con él: Martin Ritt y Stuart Rosenberg, ambos de mentalidades progresistas capaces de realizar películas políticas de fuerte impacto. La de Ritt es redonda, la de Rosenberg tan solo es un boceto de lo que podría haber sido. Ambas son muy ricas en el análisis que se puede ofrecer.

Un hombre (Hombre, 1967) de Martin Ritt

Hombre, el personaje de Paul Newman, se convierte en líder improvisado de un grupo de personas muy variopintas.

Un hombre recuerda a un referente literario que ya pasó en su momento por el western. Me refiero a ese inteligente cuento de Guy de Maupassant, Bola de sebo, que fue también inspiración para John Ford y La diligencia. La película de Ritt también refleja un viaje en diligencia de personas muy diferentes entre sí, entre ellos hay un paria que terminará sacrificándose por todos.

El paria es John Russell (Paul Newman), que fue secuestrado y criado por apaches siendo niño, y cuando fue adoptado por un hombre blanco, este prefirió volver con los indios al no compartir la forma de vida «civilizada» ni la manera que tiene de tratar «su gente» al pueblo que lo ha criado. Vuelve de nuevo a la civilización cuando su padre adoptivo le deja en herencia una casa de huéspedes, que este decide vender para comprar caballos, a pesar de que ya le han avisado de que debido al progreso (trenes y otros medios de transporte), el negocio de los caballos no va a ser muy boyante.

Una vez se formaliza la venta, desea regresar de nuevo para adquirir sus caballos, y decide montar en una diligencia, un servicio a punto de desaparecer, que ha contratado un rico matrimonio. Él (Fredric March) es un agente de la reserva india que se ha aprovechado y ha robado todo lo que ha querido y su esposa (Barbara Rush) conoce perfectamente los tejemanejes de su marido y lo sigue.

Hay otros viajeros que deciden aprovechar el viaje. Está el único amigo de John, el conductor mexicano de la diligencia (Martin Balsam); la mujer que regentaba la casa de huéspedes (Diane Cilento), que tiene que buscarse de nuevo la vida en algún otro lugar; un joven matrimonio que buscan sobrevivir y cambiar de aires en algún sitio (Peter Lazer y Margaret Blye) y un misterioso hombre con pinta de matón (un magnífico Richard Boone). Este hombre nada más llegar a la posta, crea además una situación incómoda, pues trata de arrebatar el billete a John, que ni si inmuta, pero sale en su defensa un soldado, que no solo se queda sin billete, sino que nadie levanta un dedo por él. Ni siquiera John, que prefiere no comprometerse con nadie.

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Redescubriendo clásicos (1). Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich / Miedo en la tormenta (Storm Fear, 1955) de Cornel Wilde

Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich

Sangre en Filipinas, la historia dura de un grupo de enfermeras en la Segunda Guerra Mundial.

Películas bélicas en tiempos de guerra. Sangre en Filipinas esconde varias sorpresas. En plena Segunda Guerra Mundial, Hollywood pone en marcha la maquinaria. Se estrenan un montón de títulos de dicho género. Algunos meramente propagandísticos y otros que encerraban bastante más. Sangre en Filipinas, un éxito de público y taquilla de aquellos tiempos, muestra un sorprendente drama bélico con un punto de vista bastante atractivo. La guerra desde el punto de vista de las enfermeras que trabajaban en primera línea.

Mark Sandrich, habitual director de películas de Fred Astaire, sorprende con Sangre en Filipinas, un drama bélico de gran fuerza emocional con momentos muy a tener en cuenta cinematográficamente hablando. La gran baza de este largometraje de la Paramount es obviamente su reparto femenino con tres grandes estrellas de Hollywood y un grupo de buenas secundarias. Los roles masculinos corren a cargo de actores que encontraron su oportunidad por no estar en aquellos momentos, por distintos motivos, en el campo de batalla, no como otras estrellas de cine que estuvieron durante esos años fuera de las pantallas cinematográficas.

Por otra parte, presenta un reflejo de la guerra bastante crudo y no un momento de victoria, sino de incertidumbre total. De no saber muy bien qué es lo que iba a ocurrir en un futuro próximo. Justamente la película ilustra cómo el ataque inesperado a Pearl Harbour cambia el destino de un grupo de enfermeras que terminan en Filipinas, en concreto en Bataán, y el asedio continuo que sufren por parte del ejército japonés. Así se presenta la historia sin una imagen edulcorada y sí es bastante realista al reflejar el trabajo incansable y valioso de este grupo de mujeres. La película empieza con la evacuación de las enfermeras de la zona de combate, pero sin saber cuál será el destino de sus compañeros ni si acabará de una vez la guerra.

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10 razones para amar El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) de Edmund Goulding

El monstruo de El callejón de las almas perdidas es la clave de esta historia.

Razón número 1: Una historia negra

No es fácil encajar El callejón de las almas perdidas en un género concreto. Es una película negra, muy negra. Oscila entre el cine negro más puro y el drama psicológico. La ambigüedad moral de la mayoría de sus personajes, el que todo conduzca al protagonista a un destino cruel, el relato de una caída sin redención posible, la atmósfera que atrapa, el uso certero del blanco y negro, la construcción perfecta de sus personajes, el buen reflejo de la manipulación… Es una obra cinematográfica pesimista sobre el ser humano y la supervivencia en un mundo hostil, propia de los tiempos que corrían, con una Segunda Guerra Mundial todavía cercana y mucho desencanto a cuestas. Es tal la fuerza de esta historia tan negra, que aún hoy sobrecoge.

La película cuenta como base con la novela de William Lindsay Gresham, que publicó en 1946 (editada en castellano con el mismo título que el film) y tuvo éxito inmediato. El autor fue un hombre con una vida tormentosa y perseguido por la sombra del alcoholismo. El motor de arranque para escribir dicha historia fue precisamente una anécdota que le contaron durante su estancia como voluntario en la Guerra Civil Española. Dicha anécdota versaba sobre un número de feria para el que se empleaba a un hombre alcoholizado.

Razón número 2: El relato circular perfecto: el monstruo

Uno de los puntos fuertes de El callejón de las almas perdidas es la perfección del relato cinematográfico en su estructura. Es una historia circular sobrecogedora. Nada más conocer a Stanton Carlisle (Tyrone Power) sentimos lo que le atrae y le sobrecoge «el monstruo» de la feria donde ha recalado para ganarse la vida y prosperar. El monstruo nunca se ve, solo sabemos que es uno de los números que más atraen al público. Un ser salvaje que se come a animales vivos y crudos (le tiran a una poza gallinas vivas y la gente se asombra de cómo las devora).

Tan solo se refieren a él. Stanton se pregunta que cómo alguien puede caer tan bajo, no lo entiende, pero a la vez le fascina. Porque por lo que nos van revelando «el monstruo» fue un artista de feria que tuvo su momento de gloria, pero que cayó en la pesadilla del fracaso y el alcohol. Ahora es una persona enferma con deliriums tremens, que consigue sus dosis de alcohol y cobijo con ese trabajo degradante en la feria.

Lo que aterra es cómo se nos va revelando poco a poco que «el monstruo» solo era un aviso del destino que le espera a Stanton, que también prospera y tiene éxito hasta que su propia ambición y malas artes le hacen caer desde lo más alto. La película plasma uno de esos finales que no se olvidan.

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Cadeneta de minicríticas y cada una con una canción. Los hermanos Dardenne, Edgar Wright y Richard Brooks

Una canción imprescindible para el relato cinematográfico es lo que une a estas tres películas. Cada una de ellas tiene su función en la narración.

Tori y Lokita (Tori et Lokita, 2022) de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Lokita y Tori, dos niños sin infancia, aunque atesoran una canción italiana que cantan como un mantra que les calma.

Los hermanos Dardenne son directos y sencillos en su forma de narrar Tori y Lokita, logrando una película que refleja con extrema sensibilidad las desventuras de dos niños africanos refugiados en Bélgica. Los fotogramas golpean el pecho con fuerza y tras el fundido a negro una vez acabada la historia, provoca que el corazón prácticamente deje de bombear. Cine social y de denuncia sin moralina, sensiblería o morbo. Seco, duro y brutal.

El hilo conductor de las desventuras de los dos muchachos, que siempre formarán parte de una estadística, una línea en la sección de sucesos de un periódico o simplemente serán ignorados, es una canción italiana infantil, «Alla fiera dell’est», que los dos entonan en un karaoke al principio de la película. Dicha canción aparece en contextos muy diferentes en varias secuencias y deja ver la trayectoria de dos niños a los que se les ha arrebatado la infancia. Duele la indefensión de Lokita y las sencillas palabras finales de Tori exponen con sencillez lo fácil que hubiese sido evitar la desgracia… y, por eso, provocan más vergüenza.

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Descubrimientos veraniegos (1). Le soldatesse (Le soldatesse, 1965) de Valerio Zurlini

Este verano viajaremos por distintos descubrimientos cinematográficos que nos hagan viajar por películas, libros, exposiciones y alguna que otra curiosidad.

Le soldatesse, una triste historia de guerra.

Hay películas inexplicablemente en el olvido y no solo eso, sino que también es difícil acceder a ellas. Eso es lo que pasa con la película italiana Le soldatesse del realizador Valerio Zurlini, poco prolífico, pero con obras extremadamente bellas y delicadas como La chica con la maleta y Crónica familiar.

Le soldatesse narra un viaje muy especial en plena Segunda Guerra Mundial. Se centra en uno de esos episodios de los que poco se habla: la invasión italiana en Grecia. Y en algo mucho más concreto, chicas griegas en situaciones extremas de supervivencia buscan salida como prostitutas para subir la moral de los soldados italianos. La película narra el viaje en camión de tres militares de distintos rangos que tienen que asegurarse de que quince prostitutas vayan llegando a los distintos destacamentos. El territorio clave de esta invasión fue Albania.

El material del que parten el director y los guionistas es la adaptación de una novela con el mismo título de un escritor y también guionista, que además fue soldado durante la Segunda Guerra Mundial, Ugo Pirro, guionista de películas como Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha y El jardín de los Finzi-Contini.

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Tres dramas de Katharine Hepburn y Spencer Tracy

Siempre que se habla de amores de cine, se recuerda la historia entre Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Da la casualidad también de que ambos protagonizaron juntos la friolera de nueve largometrajes. De esas nueve son más recordadas las comedias, sobre todo: La mujer del año, La costilla de Adán y Adivina quién viene esta noche.

Pero estos actores, estrellas del sistema de estudios y muy carismáticos ambos, protagonizaron también tres dramas con grandes directores, que el público del momento respaldó por varios motivos: por la química que desprendían y porque además era un secreto a voces su historia de amor, pese a que Tracy no se divorció nunca de su primera esposa y madre de su hijos, Louise Treadwell. Pero también porque dos de ellas estaban muy cercanas a las circunstancias históricas y políticas que se estaban viviendo y la tercera en cuestión dejaba ver cierta apertura a la hora de reflejar ciertos temas señalados por la censura (el famoso código Hays).

Sin embargo, hoy en día estos tres dramas no son las películas más recordadas de ambos actores, pero tampoco de sus directores. Dos de ellas hay que contextualizarlas bajo la amenaza de la Segunda Guerra Mundial y otra en plena posguerra y la tercera es un melodrama familiar en el lejano Oeste, mostrando claramente un triángulo amoroso. Por orden cronológico, los tres dramas son La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor, Mar de hierba (The Sea of Grass, 1947) de Elia Kazan y El estado de la unión (State of the Union, 1948) de Frank Capra. Vistas hoy en día sí que es cierto que las tres no son películas redondas ni perfectas, pero no obstante merece mucho la pena su análisis, pues tienen muchas cosas que rescatar.

La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor

George Cukor, Katharine Hepburn y Spencer Tracy contra el fascismo en La llama sagrada.

No es de extrañar que rápidamente trabajaran juntos de la mano de George Cukor, cómplice y amigo de Katharine Hepburn, una vez se conocieron durante el rodaje de La mujer del año. Ella fue musa de muchas de las películas del realizador a lo largo de toda su filmografía.

Cukor se lanzó en aquel momento a rodar una de sus películas que dejan ver que es tiempo de guerra y además transmite un mensaje muy concreto. Para ello se sirve de dos grandes estrellas, Katharine Hepburn y Spencer Tracy, con una química muy especial. La película debe contextualizarse en un hecho muy concreto: el 7 de diciembre de 1941, EEUU, tras el ataque en Pearl Harbor, entra de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Luego no es de extrañar que la maquinaria de Hollywood se pusiera en marcha y proliferara el binomio cine y propaganda para que los espectadores asumieran, apoyaran y entendieran por qué estaban en guerra.

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