Pantallas de plata (Alfaguara, 2014) de Carlos Fuentes

Carlos Fuentes considera La sombra del caudillo (1960) de Julio Bracho una de las mejores películas mexicanas.

Pantallas de plata es uno de los libros póstumos de Carlos Fuentes. Consiste en una recopilación de varios textos donde se recoge una de las pasiones del autor: el cine. En cada uno de estos pequeños ensayos con notas autobiográficas, el escritor mexicano va encadenando sus conocimientos, reflexiones y pasiones cinéfilas. Un nombre le lleva a otro hasta crear verdaderos hilos desde los cuales tirar.

Su vida se mezcla con su pasión. Hay filigranas y retahílas de datos, historias, gustos y anécdotas que van dando forma a cada uno de los textos. Hubiera seguido leyendo mucho más. Me pregunto si el libro fue así concebido por Carlos Fuentes o formaba parte de un proyecto mucho más ambicioso. Me decanto más por la segunda opción.

Cada texto es un pequeño deleite. Uno desea tener un lápiz a mano e ir apuntando un montón de datos e ideas. De momento, he copiado en una de mis agendas las películas mexicanas que más le gustaron a Carlos Fuentes, entre las que están La sombra del caudillo, Flor silvestre o Campeón sin corona, y quien sabe si trataré de localizar todas para hacerme un ciclo especial y escribir sobre ello.

En los textos abundan las referencias sobre el cine clásico de Hollywood. Apenas escribe sobre cine actual (Carlos Fuentes falleció en 2012), tan solo en el último párrafo de un pequeño ensayo sobre cine mexicano, nombra a toda una generación de nuevos realizadores donde aparecen los nombres de Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro o Carlos Reygadas. También en Pantallas de plata, hay presencia del cine europeo, pero durante su etapa clásica.

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Una película en una sola secuencia

Charles Chaplin en El peregrino. Una secuencia que revela al genio.

No hace mucho vi por primera vez La calle del Delfín Verde (Green Dolphin Street, 1947) de Victor Saville. Es uno de esos dramones románticos y de aventuras que te enganchan desde el minuto cero. La película en su conjunto es algo irregular, pero, de pronto, tiene secuencias que justifican absolutamente su visionado. De ahí surgió una reflexión de cómo una secuencia no solo puede salvar un largometraje, sino que sobrevive también como unidad independiente. A través de un secuencia se puede definir una película. Así que después de ver La calle del Delfín Verde, pude disfrutar bajo esta premisa de otras dos películas que tenía pendientes: Un lugar en el sol (A Place in the Sun, 1951) y El peregrino (The Pilgrim, 1923). Y ahí va un breve análisis de tres secuencias.

1. La secuencia que salva la película. En La calle del Delfín Verde (Green Dolphin Street, 1947) de Victor Saville hay un montón de personajes secundarios. Dos de ellos protagonizarán una de las secuencias que salvan la película. Muchos son los motivos del mérito. En tan solo unos segundos cuenta toda una historia de amor. Es una secuencia de actores y guion. Por una parte, Edmund Gwenn y Gladys Cooper. Por otra, el guionista Samson Raphaelson.

La secuencia está contada desde el punto de vista de Marguerite Patourel (Donna Reed), una de las dos hermanas protagonistas, que es testigo de la historia de amor de sus padres en el lecho de muerte de la madre. Sophie Patourel (Gladys Cooper) se despide de su esposo Octavius Patourel (Edmund Gwenn) y le confiesa cómo se casó con él enamorada de otro hombre, pero a lo largo de los años ha ido amándole por lo vivido juntos. Lo emocionante es ver el rostro de Octavius ante las palabras de ella, y cómo le revela a su amada esposa que siempre supo lo que le está contando, pero que él siempre la ha amado con la seguridad de que podía hacerla feliz. Es tal la emoción contenida en esa secuencia y tan hermosa la historia que cuenta, que solo por ella merece la pena ver esta película.

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Adiós a Gina Lollobrigida. Trapecio (Trapeze, 1956) de Carol Reed

Gina Lollobrigida como la trapecista Lola entre los otros dos integrantes de un trío pasional, Mike y Toni (Burt Lancaster y Tony Curtis).

Cuando muere una leyenda del cine, automáticamente pienso en qué película recuerdo con más cariño de dicho actor o actriz. Qué película me trae su rostro. En el caso de Gina Lollobrigida me quedo con Trapecio. No me voy a su tierra natal, ni a los primeros papeles de su carrera en Italia (Vida de perros de Steno y Mario Monicelli o Pan, amor y fantasía de Luigi Comencini) ni a sus visitas a Francia (Fanfan, el invencible de Christian-Jaque), sino que aterrizo en uno de sus intentos de triunfar en EEUU.

Este es un largometraje que realizó el director británico Carol Reed, que también probaba fortuna al otro lado el océano. Trapecio para mí es una maravillosa película sobre el mundo del circo. Tres trapecistas vuelan muy alto en la carpa y todo lo arriesgan, pero cuando pisan tierra firme están encadenados a fuertes emociones que complican sus vidas. Los maestros de ceremonia en esta historia son el veterano y desencantado Mike Ribble (Burt Lancaster), el joven e ingenuo Toni Orsini (Tony Curtis) y toda una superviviente, que lo único que desea es dejar una vida perra, Lola (Gina Lollobrigida). Los tres protagonizan una historia de amor, donde tres son multitud.

Sí, puede que no sea redonda del todo, pero es de esas historias que tienen alma. Y yo cada vez que la veo, me engancho a sus secuencias. Porque se nota que está Carol Reed detrás con un buen equipo técnico, y hay momentos inolvidables (esos pasillos solitarios y tenuemente iluminados por los que suele irse solitario el personaje de Burt Lancaster). Y porque el carisma de los intérpretes hace creíble la vida dura y sacrificada de los que se dedican al circo y el drama romántico que se va desarrollando. Sí, también me engancho a sus personajes secundarios: Katy Jurado, como la domadora de caballos y antigua amiga de Mike; Thomas Gomez, el director del circo que quiere asegurarse a toda costa el negocio con un buen número circense; o Johnny Puleo, como Max, el enano del circo y testigo de las emociones cruzadas entre los personajes principales.

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El príncipe y el mendigo (The Prince and the Pauper, 1937) de William Keighley

Errol Flynn, uno de los alicientes para acercarse a El príncipe y el mendigo.

Miles Hendon (Errol Flynn) es un personaje secundario de esta película de aventuras de William Keighley. Es un joven vividor, aventurero, dinámico, ligón, anárquico y libre, que no sucumbe ni a las riquezas ni al poder. Muchas de las características que coronaron la vida vertiginosa, escandalosa y de película que tuvo un Flynn a punto de alcanzar ya, en el momento de protagonizar este largometraje, la gloria absoluta en la meca del cine con Robin de los Bosques. Esta película de Keighley tiene el encanto de ser una adaptación cinematográfica de una de las novelas de Mark Twain (esta novela ha sido varias veces adaptada al cine y a la televisión, al igual que otras novelas de Mark Twain) y por otra por conservar todos los ingredientes de una entretenida película del Hollywood clásico.

Son varios los elementos que hacen que uno disfrute de dicha historia en la pantalla grande. Por una parte, se desarrolla el argumento universal del cambio de roles de dos personas con semejanza física. En este caso, el niño mendigo, Tom Canty, y el príncipe Eduardo son interpretados por unos populares gemelos de los años treinta que alcanzaron la cima con esta película: Billy y Bobby Mauch. Ambos se enamoraron del cine, pero más de sus aspectos técnicos. Abandonaron su carrera de niños prodigio, pero continuaron unidos al mundo del cine y de la imagen: uno fue experto en el departamento de sonido y el otro en edición.

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Prevención del suicidio. La vida vale más (The Slender Thread, 1965) de Sydney Pollack

Lucha contra el suicidio. Todos coordinados para salvar a Inga, una mujer que se ha tomado unos barbitúricos.

El suicidio ha sido y sigue siendo un tema tabú, pero se van dando pasos. La vida vale más es una interesante película testimonio, que además despierta también curiosidad porque es el primer largometraje que dirigió Sydney Pollack, que ya había debutado a principios de los sesenta como realizador en televisión.

El viernes 10 de septiembre se celebró el Día internacional para la prevención del suicidio y el día 11, en Madrid, se convocaba una manifestación para pedir al Gobierno la aprobación de un plan nacional para la prevención de los suicidios. El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España y, últimamente, tras el confinamiento están aumentando de manera alarmante los casos.

El cine no ha dado la espalda al tema y lleva décadas contando historias para luchar contra un tema tabú y sobre el que cuesta hablar. Provoca escalofríos visionar esta película de los años sesenta, pues en la oficina donde trabaja como voluntario el estudiante universitario Alan Newell (Sidney Poitier), hay un cartel que advierte que cada dos minutos una persona intenta suicidarse en EEUU. Las estadísticas ya eran alarmantes.

El largometraje de Sydney Pollack describe el funcionamiento de un teléfono de atención a personas suicidas en Seattle desde que se recibe una llamada hasta que se llega a la víctima que ha ingerido ya unos barbitúricos. Como si fuese un reloj cronometrado (de hecho Newell y otros personajes no dejan de mirar un reloj), el espectador acompaña al protagonista desde que recibe la llamada de una mujer, Inga (Anne Bancroft), que le dice que acaba de tomarse unas pastillas, hasta que se pone en marcha todo un dispositivo para localizarla.

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Sesiones dobles para tardes de verano (1). Reencuentro (The Big Chill, 1983)/ Silverado (Silverado, 1985), de Lawrence Kasdan

Recuerdo y siento gran cariño por las películas de Lawrence Kasdan como director y guionista. Siempre es un placer volver a ellas. Kasdan empezó a dirigir en los ochenta, trató de revitalizar ciertos géneros (como el cine negro o el western) y también reflejó el sentir de toda una generación en una de las películas que tengo más cariño de su trayectoria.

Por una parte, para esta sesión doble especial, propongo la película que habla de esa generación que pensó en cambiar el mundo en EEUU y que años después lidia contra el desencanto. Por otra, invito a una emocionante visita al Oeste, toda una celebración del género.

Reencuentro (The Big Chill, 1983)

La amistad según Lawrence Kasdan.

Lawrence Kasdan inauguró con Reencuentro una temática concreta: la de las reuniones de grupos de amigos que por un motivo concreto vuelven a encontrarse después de cierto tiempo sin verse. Y conviven unos días juntos, otra vez. Ese momento pone sobre la mesa temas pendientes del pasado, aviva de nuevo los lazos (para bien o para mal), describe emociones y sensaciones, y dibuja un mapa de las vidas de cada uno de los asistentes de la reunión, con sus sueños, frustraciones y fracasos. Después de la película de Kasdan, esta temática ha seguido dando títulos que no se olvidan, y en distintas partes del mundo: Los amigos de Peter, Pequeñas mentiras sin importancia o Las distancias.

La película empieza con la muerte por suicidio de uno de los amigos de la pandilla, Alex. Como curiosidad queda que el elegido para este papel fue Kevin Costner. En un principio su papel iba a ser más largo pues iba a protagonizar varios flashback, pero al final Kasdan optó por otra manera de contar la historia: Alex iba a ser solo nombrado. Así que Costner aparece nada más en los créditos y tan solo partes de su cuerpo, mientras lo están preparando para el entierro. Es el gran personaje ausente de la historia, pero todo gira alrededor de él.

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Así ama la mujer (Sadie McKee, 1934) de Clarence Brown

Joan Crawford como Sadie McKee, toda una heroína pre code en una buena película de Clarence Brown.

Hay infinitos caminos para llegar a una película y verla. ¿Cómo he llegado a Así ama la mujer? A través de un título de culto, mítico: ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), de Robert Aldrich. En la primera secuencia, después del prólogo donde se nos presenta a las hermanas Hudson, Blanche (Joan Crawford) mira emocionada en la televisión una reposición de una de sus películas. Justo cuando era una estrella dorada del Hollywood de los años treinta y no estaba postrada en una silla de ruedas. Ahora, durante los sesenta, Blanche vive aislada en una mansión junto a su hermana Jane (Bette Davis), una antigua niña prodigio. Baby Jane, este fue su apodo, posee una frágil salud mental, que además se agrava por el alcohol.

En unos momentos frente al televisor, Blanche vuelve a revivir sus momentos de gloria. Incluso expresa en voz alta algunas cosas que hubiese mejorado de su actuación, pero está satisfecha porque ve una buena película. Pues bien, los fragmentos de ese largometraje corresponden al largometraje pre code de Clarence Brown que hoy reseñamos, protagonizado por una joven y vital Joan Crawford, ya con todos los ingredientes que la harían famosa.

Y es que Clarence Brown ya ha visitado más de una vez este blog, pues cuenta con títulos de lo más interesante en su filmografía. Si bien pueden no ser redondos del todo, como este que estamos analizando, presentan motivos argumentales para pararse en ellos despacio. Además cuenta con algunas secuencias que dejan patente el domino de Brown para el lenguaje cinematográfico. Por otro lado mira a sus heroínas de forma especial al representarlas en pantalla, y en este caso es evidente con Joan Crawford. Con unos primeros planos que realzan su rostro especial, y que actúa como una especie de faro luminoso que hace posible la identificación con el personaje además de construir la imagen de una diva del cine dorado.

El título original se refiere al nombre propio y el apellido de mujer en concreto, Sadie McKee, poniendo el énfasis en un carácter concreto. Sadie es la hija de una cocinera de la adinerada familia Alderson. Esta, mientras les sirve durante una comida, se rebela cuando Michael (Franchot Tone), el hijo de los Alderson, que acaba de regresar después de estudiar derecho y que va camino de convertirse en un prestigioso profesional, menosprecia delante de todos a su novio Tommy (Gene Raymond). Sadie escucha cómo dudan de su honradez como trabajador en la empresa familiar, además ha sido recientemente despedido. Antes de este incidente, sin embargo, hemos sido testigos de la complicidad existente desde la infancia entre Michael y Sadie, que vuelve a renacer cuando se reencuentran después de unos años.

No obstante, Sadie dolida por cómo han dudado del hombre que ama, y que en concreto haya sido atacado con frialdad por su amigo de la infancia, toma una decisión: huye con Tommy a Nueva York para buscarse la vida allí y casarse. Pero las cosas no salen como Sadie espera. Su novio la abandona en cuanto le sale la oportunidad de trabajar como cantante con una artista de variedades que conoce en la pensión donde se hospedan la primera noche. Sin embargo, Sadie decide no regresar a casa, y gracias a una nueva amiga, consigue un trabajo como bailarina en un club nocturno. A los pocos días conoce a Brennan (Edward Arnold), un millonario alcohólico, que se queda prendado de ella y que además, casualmente, tiene como abogado a Michael.

Así iremos conociendo las vicisitudes de Sadie con los tres hombres de su vida: Tommy, Brennan y Michael. Y como ella no se amilana para hacer lo que realmente piensa, para ser independiente en sus decisiones y equivocarse o acertar. Al final, lo que tiene claro es que hay que salir adelante en la vida, así como ser absolutamente sincera con sus sentimientos, aunque no sea fácil.

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La última estación de Christopher Plummer

Christopher Plummer, todo un galán de un cine clásico para siempre eterno.

El viernes murió el actor Christopher Plummer y, en seguida, casi todo el mundo lo identificó con un personaje: el del capitán Von Trapp en la película de Robert Wise, Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, 1965). Lo cierto es que desde 1958, año en que debutó en el cine, hasta la actualidad no dejó de actuar en la pantalla grande. La ironía del asunto es que Plummer no tenía demasiado cariño a su capitán Von Trapp. Pero con ese papel fue lo más cerca que estuvo de ser una estrella de Hollywood, tal y como se “fabricaban” en el sistema de estudios. La caída del sistema y la personalidad fuerte y díscola de Christopher Plummer no dejaron tras de sí a una estrella, pero sí un actor versátil con varias interpretaciones mucho más allá de Von Trapp.

Curiosamente, su papel en este musical deja ver alguna de sus cualidades como actor. No sería el último papel que haría de hombre recto, serio e incluso antipático, que, sin embargo, se rompe en un momento dado y deja ver su vulnerabilidad y romanticismo. Según fue haciéndose más mayor, fue creciendo su imagen de caballero elegante. De hecho en una de sus últimas películas, dejó una imagen reveladora. Fue en el remake americano a la película argentina Elsa y Fred. Al final le vemos elegante y bello como un Fred de ochenta años, ataviado como Marcello Mastroianni en La dolce vita, en la Fontana de Trevi, cumpliendo el sueño de Elsa (Shirley MacLaine) de ser por un día Anita Ekberg. Plummer, en blanco y negro, se transformaba en todo un galán que evocaba ese cine clásico para siempre eterno.

Nunca despreció un papel por ser secundario; de hecho, su carrera está llena de secundarios o antagonistas memorables. No se le daban nada mal los villanos, pero tampoco los duros vulnerables. Y cuando le dieron un protagonista lo bordaba. Tampoco le asustó arriesgarse ni moverse para actuar por Gran Bretaña, EEUU o Canadá (su país de origen) en películas de todo tipo. Durante su vejez se convirtió en un intérprete imprescindible e incluso ganó un óscar por Beginners (2010), siendo el actor más mayor que recibió dicho galardón. En esta película era Hal, un hombre que vivía a tope sus últimos años, incluso atreviéndose a salir del armario.

Si su Von Trapp era un hombre complejo, el propio Plummer también lo era, y lo dijo en ocasiones durante sus entrevistas. En un momento de su vida se dejó llevar por el alcohol y los excesos. Al final, en los setenta, encontró estabilidad en su vida sentimental con su tercera esposa, la actriz Elaine Taylor, y también llegó a recuperar su relación perdida con su única hija, fruto de su primer matrimonio, Amanda (nunca la olvidaré en El rey pescador).

Debutó en los años cincuenta de la mano de Sidney Lumet y Nicholas Ray y su última película fue en 2019 en un divertido whodunit de Rian Johnson, Puñales por la espalda. Fue protagonista indiscutible de una filmografía extensa, combinando protagonistas con secundarios de carácter, aunque nunca dejó de ser un imprescindible gran desconocido. También tuvo una sólida trayectoria como actor de teatro. Debutó antes en el escenario que en la pantalla. Al final, queda en la cabeza que se ha ido todo un elegante caballero, una leyenda de un Hollywood que ya no existe.

Un recorrido particular por la filmografía de Plummer

Repaso su filmografía y construyo mi personal recorrido. Y le recuerdo como el todopoderoso productor Raymond Swan que trata de controlar la imagen y la vida de una joven promesa que va para actriz de éxito, Daisy Clover. El productor es una especie de personalidad vampírica que va despojándola de todo y la va succionando la sangre poco a poco hasta convertirla en un títere. Este cuento de cine dentro del cine termina cuando Daisy decide declarar la guerra al príncipe de las tinieblas… Me refiero a La rebelde (1965) de Robert Mulligan.

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10 razones para amar Danzad, danzad, malditos (They shoot horses, don’t they?, 1969) de Sydney Pollack

En Danzad, danzad, malditos, Robert y Gloria bailan sin parar hasta la extenuación.

Razón número 1: Relato desolador de la Gran Depresión

Un relato crudo y sin concesiones sobre la Gran Depresión sin salir de un recinto donde se celebra un maratón de baile… Esta sería una sinopsis simple de Danzad, danzad, malditos. Una película que ya no olvidas una vez que la ves. Y con una visión del mundo pesimista: el ser humano fomenta la humillación del otro como espectáculo para evadirse de un mundo en crisis continua. Ya lo dice el maestro de ceremonias (Gig Young): él ofrece espectáculo a un público ávido de miseria, que paga la entrada para sentirse mejor “disfrutando” de la desgracia ajena… Película, por otro lado, premonitoria, que muestra de lo que es capaz cierta industria del espectáculo con tal de subir audiencias. No hay más que mirar el televisor y ver la cantidad de concursos extremos basados en llevar hasta la extenuación a sus concursantes, además de regarlos de pruebas humillantes, o el éxito de programas de crónicas negras. Pero es algo que siempre se ha dado: el fomento del espectáculo de la humillación como catarsis para sobrellevar las épocas oscuras. Uno puede remontarse a los circos romanos o a los castigos y ejecuciones públicas en la Edad Media.

Danzad, danzad, malditos es la adaptación de una novela de Horace McCoy, un hombre contemporáneo a la Gran Depresión y que la conocía bien, por eso supo plasmarla en varios de sus libros. Entre ellos se encuentra el que inspira la película: They shoot horses, don’t they? (publicada en castellano como ¿Acaso no matan a los caballos?). Horace McCoy escribió novela negra y también fue guionista de Hollywood.

Razón número 2: Jane Fonda, un antes y un después

Recientemente emitieron en televisión un documental francés revelador sobre la figura de Jane Fonda, Ciudadana Jane Fonda (Citizen Jane, l’Amérique selon Fonda, 2020) de Florence Platarets, y en él se explicaba cómo en su carrera cinematográfica Danzad, danzad, malditos supuso un antes y un después en su carrera y en la percepción que el público tenía de ella. Si había ido saltando en el cine de la jovencita ingenua y convencional a la totalmente consciente de su sexualidad, explotando su espectacular físico y llegando a su culminación con la Barbarella de Roger Vadim, su amargada Gloria en la película de Pollack supuso una Fonda que fue adquiriendo una mirada crítica y política en la vida, y que trasladaba a los papeles elegidos.

La Fonda sensual se convirtió en una actriz crítica que no quería que solo se la percibiese como objeto de deseo. Así esa Gloria amargada, extenuada y golpeada por la vida, que trata de luchar hasta el último momento para dejar de ser una perdedora perpetua, tira la toalla sin la más mínima esperanza para ella ni para el espectador. Durante los años setenta Jane Fonda se transformó en la actriz que exteriorizaba y plasmaba un periodo convulso con una mirada crítica (Klute, Todo va bien, El regreso, El síndrome de China, Julia, El jinete eléctrico…). El despertar de una América que ya no creía en el sueño americano y encontraba en la militancia un modo de abrir los ojos.

No es irónico que en Danzad, danzad, malditos varios de los participantes del maratón de baile, entre ellos Gloria, hayan tratado o traten de buscarse la vida en Hollywood. Algunos piensan que el concurso puede servirles como plataforma de lanzamiento, ya que, a veces, entre el público hay personal de la industria del cine. Incluso en un momento dado, el maestro de ceremonias anuncia que entre el público se encuentra el director de cine, Mervyn LeRoy. El maratón se celebra durante el año 1932, luego el presentador no duda en gastar una broma nombrando el último éxito de LeRoy, hija de la Gran Depresión, Hampa dorada (Little Caesar, 1931).

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El jorobado de Notre Dame. Cuatro versiones cinematográficas de Nuestra Señora de París de Victor Hugo

El jorobado de Notre Dame, Quasimodo, es uno de los personajes más reconocibles de la literatura francesa. Victor Hugo escribió una obra de un romanticismo trágico para salvar el gótico de París que no estaba siendo muy respetado durante el siglo XIX. Así el escritor recreó el medievo francés en París y contó la historia de varios personajes alrededor de Notre Dame durante más de setecientas páginas en Nuestra Señora de París. Entre medias de las desgracias de sus personajes dirigidos por la fatalidad, su pluma dejaba sus reflexiones sobre el arte, el conocimiento, la arquitectura, el progreso… y diversas descripciones. Todo para exaltar su amor hacia la arquitectura gótica parisina.

El cine ha adaptado numerosas veces la novela, dejando las reflexiones, las descripciones y ciertas tramas entre las páginas del libro, y muchas veces alterando el argumento o tomándose diversas licencias, pero atrapando algo de su esencia o recuperando para la pantalla algunos de sus personajes. Aunque hay varios protagonistas en este universo literario alrededor de la catedral parisina, en el cine el “rey” de esta historia ha sido Quasimodo, el jorobado, el campanero deforme y sordo de Notre Dame. Y no es de extrañar que siempre sea interpretado por actores con una enorme presencia y personalidad en la pantalla. Así en el cuarteto de películas elegido para analizar, el jorobado tiene el rostro de Lon Chaney, Charles Laughton, Anthony Quinn y Mandy Patinkin.

Por otro lado, siempre en sus versiones se ha respetado la fatalidad de los hechos (aunque a veces el cine guarde un final feliz a algunos de los personajes después de tanta desdicha) y el romanticismo trágico, sobre todo ese amor imposible y platónico entre el campanero y Esmeralda, la gitana. En realidad, lo que ha llamado poderosamente la atención es que es otra versión de un argumento clásico de la literatura francesa, y también repetido una y otra vez en distintas películas: la bella y la bestia. Cada una de las versiones cinematográficas de la novela de Victor Hugo tienen sus peculiaridades, sus personajes y sus momentos o ideas que merecen la pena. También cada historia hace hincapié en un aspecto determinado. Y la calidad y el acabado de las cuatro es diferente.

El jorobado de Notre Dame (The hunchback of Notre Dame, 1923) de Wallace Worsley

Lon Chaney como el jorobado Quasimodo. Y en el momento en que el personaje de Esmeralda le ofrece agua.

Uno de los alicientes de la película era ver la transformación del hombre de las mil caras, Lon Chaney. Y su conversión en el jorobado, como un ser deforme y monstruoso, cumplió las expectativas. De hecho, de los cuatro es el que tiene más de monstruo que de humano, aunque no olvida su sensibilidad de bestia maltratada capaz de amar y corresponder. El jorobado de Notre Dame es una película muda de la Universal que además de poner los cimientos del futuro cine de terror, era una apuesta del estudio, una superproducción.

Monumental su recreación en estudio de Notre Dame y sus alrededores, se centra en la historia de amor imposible entre la inocente Esmeralda (Patsy Ruth Miller), presentada como la niña pura de la novela, y el caballero vinculado a la corona, Phoebus. Ella es una zíngara, aunque se explica que sus orígenes son de una buena familia y que fue secuestrada por dos mujeres gitanas, y él es un caballero del rey, a punto de casarse con una dama de la corte. Para que la historia entre los dos pueda terminar felizmente hace falta la intervención del desgraciado campanero para proteger a Esmeralda y acabar con aquel dificulta la relación, Jehan, vinculado a los poderosos y a la catedral por su hermano, Claude, el archidiácono. El personaje del malvado en la novela es, en realidad, el archidiácono de Notre Dame, pero aquí pierde su identidad, y es su hermano el que ejerce el mal. Así la Iglesia queda desvinculada de la maldad de la corte y sus aristócratas, esto no ocurre en otras versiones.

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