To Leslie (To Leslie, 2022) de Michael Morris

A Leslie le acompañan a veces tan solo las canciones que escucha en los bares…

Con una canción de fondo, un álbum de fotografías y un vídeo con una noticia grabada de un telediario, Michael Morris cuenta mucho de su protagonista, Leslie (Andrea Riseborough). Basta escuchar la preciosa canción country de Dolly Parton, «Here I am», para saber sobre qué va esta historia: es una historia de segundas oportunidades.

A través de las fotografías conocemos a una niña, adolescente y joven que se convierte en madre. Su sonrisa siempre desarma. Y un ojo morado nos dice muchas cosas también. Al final, el vídeo con la noticia: nos encontramos con una joven exaltada que ha ganado la lotería y a un niño triste a su lado, que la mira preocupado. Justo ahí acaban los títulos de crédito y nos encontramos con unas letras que nos avisan de que han pasado ya unos cuantos años.

Nos topamos con una Leslie más mayor, sola, alcoholizada y recién expulsada de un motel. Sin dinero, sin pertenencias, sin nada. Con su maleta rosa de la que no se separa. Tiene fotografías en un sobre y un papel roto con unos cuantos teléfonos tachados. No puede estar más en el límite del abismo o sí. Sí, porque va donde su hijo, que la acoge, cariñoso, aunque llevan años sin verse, pero ella está enferma y rompe las reglas. Miente. No solo roba al compañero de piso de su hijo, sino que no deja de beber.

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Diccionario cinematográfico (239). Madres

Madres e hijos en el centro de 20.000 especies de abejas.

Madres idílicas, madres coraje, madres tóxicas, madres terroríficas, madres divertidas, madres valientes, madres emprendedoras, madres malas… Las madres en el cine siempre han sido un buen tema. La galería es interminable, pero merece la pena el recorrido. ¡Todos hemos tenido una madre…, y, efectivamente, madre solo hay una… y este post va por ellas! La figura de la madre ha dejado unos cuantos buenos personajes cinematográficos.

Últimamente, en la sala de cine, he visto a tres madres en el centro de tres películas que por muy distintos motivos son interesantes. Dos son el debut en el largometraje de ficción de dos directores españoles y la tercera es de una directora francesa con una filmografía que merece mucho la pena.

Por una parte, 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren, donde Ane (Patricia López Arnaiz) es madre de tres hijos y no está precisamente en su mejor momento ni profesional ni emocional. Es verano y se va con ellos a la casa materna, entre otras cosas para intentar superar la crisis existencial en la que se haya hundida. Allí se reencontrará con su madre y su tía, una criadora de abejas. Las tres son figuras maternales y con caracteres fuertes y definidos que se enfrentan a la vida y a los problemas de distinto modo. Ane está especialmente preocupada y presta atención al sufrimiento y la sensibilidad que detecta en su hijo de ocho años, que está intentando exteriorizar y que todo el mundo se dé cuenta de su identidad sexual.

También he disfrutado de la última película de Mia Hansen-Løve, Una bonita mañana. Su protagonista, Sandra (Léa Seydoux), es madre de una niña de ocho años y se enfrenta al deterioro mental y físico de su padre, un profesor de filosofía. En este duro proceso se encontrará a un amigo al que hacía tiempo que no veía, Clément (Melvil Poupaud). En la película está muy presente también la madre de Sandra, Françoise (Nicole García), con una personalidad arrolladora, que en su momento dejó a la familia que había formado para perseguir una vida que la satisfaciera.

Y, por último, Matria de Álvaro Gago Díaz, protagonizada por una mujer gallega, Ramona (María Vázquez), que ve que su precario equilibrio de madre y mujer trabajadora se resquebraja, pero trata de no romperse del todo y hacer lo que ha hecho toda la vida, salir adelante. Por una parte, pierde el trabajo que más estabilidad le aportaba y, por otra, ve cómo su joven hija no solo se está independizando, sino eligiendo una vida que no es la que ella deseaba.

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El castigo (2022) de Matías Bize

En El castigo, de nuevo la actriz chilena Antonia Zegers construye uno de esos personajes complejos difíciles de olvidar.

El castigo desvela un proceso creativo que hace que sea una película especial. Primero, las ganas de Matías Bize de contar otra vez con su cámara una historia íntima que poder llevar a cabo. Segundo, la llamada a la guionista española Coral Cruz, con la que ya había trabajado en La vida de los peces, para tantearla sobre qué historias tenía en mente y entusiasmarse con una idea que le plantea. Tercero, la labor de Cruz de conjugar en el guion una noticia que la impactó y una idea que la rondaba en la cabeza desde hacía tiempo.

La noticia: una pareja japonesa que como castigo abandonó a su hijo durante apenas dos minutos en un bosque y cuando regresó a buscar al niño, este había desaparecido. Pasaron tres días hasta que lo encontraron y, mientras tanto, hubo un brutal juicio mediático hacia la pareja por el castigo que habían infringido a su hijo. Por otro, la guionista quería analizar la figura de la madre arrepentida, un tema todavía tabú en el siglo XXI. ¿Toda mujer tiene que sentirse plena ante la maternidad? ¿Una mujer tiene que querer ser madre? Muchas son las cuestiones que se están planteando alrededor de estas preguntas, tirando por la borda ese tapiz idealizado que siempre ha envuelto a la maternidad.

Cuarto, Matias Bize propuso un reto a la hora de desarrollar el argumento, pues sentía que este necesitaba ser contado no solo en tiempo real, sino rodarlo en un plano secuencia. Ochenta y seis minutos intensos, donde un matrimonio se desnuda emocionalmente y con dosis desasosegantes de suspense. Y, sí, realmente funciona la historia contada en ese plano secuencia envolvente que devuelve la película más redonda de Bize. Se dan la mano un buen guion y una puesta en escena que aporta a la historia. La forma y el fondo.

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Buenas noches, madre (‘night, Mother, 1986) de Tom Moore

Buenas noches, madre, una película cruda, directa y desnuda sobre el suicidio.

Buenas noches, madre. Una simple frase puede convertirse en amenaza, en despedida, en mensaje inevitable o en una oración tremendamente triste. No se necesita mucho para que una película te pegue una bofetada de las fuertes. Dos mujeres, un diálogo entre ellas y una casa en la que conviven. Una premisa dura. Una madre y una hija. Una pistola. Y un deseo: la hija le dice a la madre que esa misma noche va a dispararse, que solo quiere avisarle.

Madre e hija dialogan en las distintas habitaciones de la casa donde viven ambas. La madre lucha hasta el último segundo para que la hija no se suicide. La hija trata de explicarle sus motivos, razonarle su decisión. Y en el camino ambas se dicen muchas verdades, cosas que no se habían expresado hasta ese momento. La hija además ha dejado todo organizado y no cesa de explicarle a la madre cosas prácticas para cuando viva sola, así como lo que tiene que hacer cuando todo ocurra.

Buenas noches, madre está contada en tiempo real. Cada segundo es crucial. Noventa y dos minutos de tensión, pero también de recuerdos, de sentimientos, de risas, de gritos, de miedos, de lágrimas… De nuevo, una película donde se analiza sin medias tintas el suicidio.

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The quiet girl (The quiet girl, 2022) de Colm Bairéad

La carrera de una niña, la importancia de los gestos en The quiet girl.

La cámara de Colm Bairéad no se separa de la niña protagonista, Cáit (Catherine Clinch), de nueve años. The quiet girl es una película de miradas y silencios. Bairéad ofrece una ópera prima que es un poema directo y conciso sobre una infancia dura. Son más importantes los gestos que las palabras para ir construyendo la historia. Y donde una carrera cronometrada de su protagonista para recoger el correo adquiere todo su significado y emoción al final de la historia. Colm Bairéad, desde la calma y la belleza de la Irlanda rural de los años ochenta, regala unos últimos minutos de emoción intensa. La niña tranquila realiza una carrera para expresar su amor. Y transmite una sensibilidad similar a la carrera de Joey Starrett (Brandon de Wilde) en Raíces profundas de George Stevens.

Cáit lo observa y sobre todo lo siente todo. Es una niña callada, tímida, que no expresa sus sentimientos, que prefiere pasar desapercibida en un entorno que es hostil. Vive en el seno de una humilde familia numerosa, donde su agotada madre está a punto de dar a luz y su padre no pone las cosas fáciles, nunca. La muchacha tampoco recibe el apoyo de sus hermanos y en el colegio no encuentra su sitio, sus problemas de aprendizaje y su actitud silenciosa no hace que sea muy popular. Cáit se siente invisible.

Ante la inminente llegada del bebé, los padres toman la decisión de mandar a Cáit a pasar el verano (o mucho más, no le queda muy claro) a casa de unos familiares de la madre. Su padre la deja allí sin un ápice de cariño, incluso olvida darle el equipaje, y ella se enfrenta sola a la incertidumbre. Nadie se ha despedido de ella. Entra en el hogar de los Kinsella (Carrie Crowley y Andrew Bennett), sin apenas conocerlos. Y Cáit realiza una serie de descubrimientos que darán un vuelco a su vida.

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Paul Newman. La extraordinaria vida de un hombre corriente. Una autobiografía (Libros Cúpula, 2022)

Paul Newman como Brick en La gata sobre el tejado de zinc. Uno de sus personajes emblemáticos.

Entre 1986 y 1991 Paul Newman y su amigo el guionista Stewart Stern empezaron por deseo del actor un proyecto que quedó inacabado. Newman siempre se sintió incómodo con la imagen que proyectaba la prensa sobre él. Deseaba que sus hijos sobre todo supieran realmente cómo era. La tarea mastodóntica consistía en entrevistar con una grabadora a todo aquel que conociese al actor (familiares, amigos, profesionales…) y el requisito fundamental que se les pidió fue la sinceridad. Después Paul iba contando su propia vida. Sin tapujos. Con lo bueno y lo malo. Y todo ese material se iba transcribiendo. Quizá abrumados por la cantidad de material generado, ambos lo fueron dejando.

Paul Newman falleció en 2008 y Stern, siete años después, y sin saber dónde se hallaban todas las transcripciones que llegaron a recopilar. Años más tarde, en concreto en 2019, fueron localizadas. Como cuenta su hija Melissa fue la productora Emily Watchel quien dio con ellas mientras realizaba inventario de material almacenado, propiedad de la familia. Tras la lectura de esta documentación empezaron a dar vueltas a finalizar el proyecto de Newman y Stern.

De todo esto han surgido dos obras. Por una parte, el actor Ethan Hawke accedió a dicho material y le sirvió de base para realizar una miniserie documental de seis capítulos: The Last Movie Stars (2022). Por otra parte, se ha llevado a cabo un libro, que recientemente ha sido traducido al español (traductor: Francisco Javier Pérez). A falta de ver todavía la serie, me he empapado de las páginas del libro y me ha sorprendido el retrato que surge de Paul Newman.

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Declaraciones de amor al cine (segunda parte). Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) de Steven Spielberg

Cinco razones para no perderse Los Fabelman

Los Fabelman en la sala de cine.

Primera razón. Cabeza y corazón

Desde la primera secuencia de Los Fabelman no solo se presenta el conflicto del personaje principal, sino el gran tema de la película. Mitzi y Burt Fabelman (Michelle Williams y Paul Dano) llevan por primera vez a su hijo Sammy (Mateo Zoryan/Gabriel LaBelle) al cine. Esperando la cola, el niño les expresa sus dudas de entrar a la sala. Tiene miedo. Burt trata de convencerlo explicándole, desde la ciencia, lo que supone el cine, por qué se produce el efecto óptico de las imágenes en movimiento. Le desvela cómo funciona un proyector para poder ver en la pantalla la película. Mitzi le dice que va a soñar, que va a disfrutar con la experiencia y con la historia que va a ver en la pantalla.

Sammy escucha a los dos: para su padre, un ingeniero informático, todo tiene una explicación racional, un porqué. Es un hombre ordenado, serio y todo en su vida tiene que estar controlado. Para su madre, una mujer que cambió el piano por la seguridad de una casa, la vida es sueño, juego, improvisación, creatividad, arte y alegría. Su padre es la calma, su madre es la espontaneidad. Su padre controla las emociones y los miedos, su madre es todo emoción y desequilibrio. Su padre es una línea recta, su madre es una curva.

Sammy entra al cine, una sala enorme hasta arriba de público, y se queda hipnotizado frente El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) de Cecil B. DeMille. Sobre todo alucina con una secuencia: el descarrilamiento de un tren. A partir, de ese momento, solo sueña con recrear ese instante con un tren de juguete en la intimidad de su casa. Quiere controlar y crear por sí solo ese accidente.

Ante el estropicio que provoca en su primer intento, el padre le regaña y le dice que tiene que cuidar sus juguetes y no destrozarlos y su madre tiene la sensibilidad de captar lo que el niño desea: reproducir lo que ha visto en la pantalla y ser capaz de llevarlo a cabo. Ella le prestará la cámara del padre para que lo inmortalice una vez más. Mitzi le ofrece el instrumento para saciar su pasión: crear historias. Lo primero que inmortalizará será el descarrilamiento, pero después ya no dejará de filmar.

Los Fabelman se cuenta a través de la mirada de Sammy que asistirá, mientras alimenta su pasión, al descarrilamiento del universo familiar. La elección que tiene que hacer es ir por la vida con cabeza y tenerlo todo bajo control o dejarse llevar por el corazón y la pasión, aunque el camino sea arduo.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (III). El niño y la niebla (1953) de Roberto Gavaldón

El niño y la niebla, un retrato de la locura.

Con El niño y la niebla cerramos el año 2022, pero no este ciclo de joyas del cine clásico latinoamericano. Este fin de año se merece un buen drama de un director brillante de la época de oro del cine mexicano: Roberto Gavaldón. El drama es protagonizado por una de las intérpretes con más carisma de México, Dolores del Río, con una trayectoria larga, interesante e intensa. Durante su juventud la actriz triunfó en Hollywood y luego regresó a su país como una gran dama del cine mexicano. En esta adaptación de una obra de teatro del dramaturgo Rodolfo Usigli, Gavaldón pone de manifiesto su fuerza a la hora de contar historias potentes, con gran hincapié en la psicología de sus personajes. Cada secuencia tiene momentos de puro cine. El largometraje muestra el espíritu de una mujer en llamas, al borde de la locura.

En El niño y la niebla no solo se habla de la salud mental, la eutanasia, el suicidio o el aborto, sino también de la nefasta influencia que pueden tener una madre y un padre sobre un hijo sensible. La película arranca con un incendio en un pozo petrolífero de Poza Rica. Allí viven en una casa acomodada Marta, su esposo Guillermo (Pedro López Lagar) y su hijo Daniel (Alejandro Ciangherotti). A través de las ventanas y la puerta, solo se ven las torres petrolíferas a pleno rendimiento. Daniel mira fascinado las llamas del incendio y Marta vigila horrorizada esa atracción que siente el muchacho. Este último se alarma cuando se entera de que su padre está allá trabajando y luchando contra el incendio y quiere acudir a toda costa por si necesita ayuda. Pese a la prohibición de la madre, el niño acude al encuentro de su progenitor.

Desde el principio se muestra la tirantez de la pareja y su discusión constante alrededor de la educación y los cuidados que debe recibir Daniel. Y el muchacho se encuentra entre los dos, en pura contradicción, y buscando el equilibrio para no hacer daño a ninguno. El crío alimenta cada vez más sus miedos, su confusión y sus monstruos internos.

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Festival de Venecia, 2022. Cortometraje Carta a mi madre para mi hijo de Carla Simón

Carla Simón en Carta a mi madre para mi hijo.

Una carta, una canción y un cuento son la columna vertebral de un cortometraje de la realizadora Carla Simón. El cine como forma de expresión de lo más íntimo. Para indagar en la memoria, en el pasado. Lo filmado para indagar en lo autobiográfico. La directora, justo cuando se dispone a rodar, está viviendo un momento especial: va a ser madre. Y decide a través de las imágenes escribir una carta a su progenitora ausente. «Querida mamá, quiero contarte que voy a ser madre». Lo que se va revelando es pura sensibilidad y emoción.

Su madre ausente es un referente para Carla Simón. Así lo dejó ver en su largometraje Verano 1993, una obra de ficción donde espolvoreaba entre los fotogramas recuerdos de su infancia. La realizadora perdió a sus padres cuando tan solo era una niña. Ambos fueron víctimas del sida. Cuando tenía tres años, falleció su padre. Tres años después, su madre. La pequeña Carla fue adoptada por sus tíos maternos.

A través de Carta a mi madre para mi hijo la directora logra a través de un cuento para su hijo recuperar a la madre ausente. Y es tan emocionante como triste poder ver ese encuentro. El cortometraje es un grito silencioso sobre su lucha para reconstruir a la madre que no conoció y que no quiere olvidar. Carla Simón no olvida a Neus Pipó Simón, su madre. «¿Cómo podrá Manel conocerte si apenas te conocí yo?».

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Un último deseo. Buscando a Greta (Greta talks, 1984) de Sidney Lumet

Greta Garbo, muriéndose mejor que nadie en La dama de las camelias, hace llorar a Estelle a moco tendido.

Buscando a Greta es una de esas películas olvidadas en la abundante filmografía de Sidney Lumet. Es uno de esos largometrajes que, aun siendo imperfecto, le rodea un halo especial. No puedes evitar durante su visionado la sonrisa y la melancolía. Ya desde los títulos de crédito nos envuelve el tono tragicómico de la historia, la sensibilidad de la narración y el elaborado homenaje alrededor de Greta Garbo. Con una cuidada animación, se nos va narrando la vida de una mujer, mientras va imitando poses de fotografías de la gran diva, desde que es una adolescente hasta que alcanza la madurez.

Después, la primera secuencia que vemos es a la «aparente» protagonista de la historia, Estelle Rolfe (Anne Bancroft), en la cama, emocionada y llorando sin parar, viendo en la televisión la premonitoria última escena de La dama de las camelias (Camille. Margherita Gauthier, 1936) de George Cukor. Y aunque toda la película gira alrededor de Estelle, pronto pasa el relevo del protagonismo a su hijo Gilbert Rolfe (Ron Silver), que se llama así en homenaje a John Gilbert, pareja cinematográfica de la diva en cuatro ocasiones.

Este paso de relevo es porque la película se construye a través de un acto de amor: el esfuerzo de un hijo por conseguir el último deseo de su madre. A Estelle la diagnostican un tumor cerebral y que apenas le quedan unos meses de vida. Ella lo acepta, porque es lo que toca, pero no con alegría, pues es una mujer vital. Le hace entonces una petición a su hijo: quiere conocer a su ídolo, a la actriz que siempre la ha emocionado, a Greta Garbo.

Garbo se retiró del cine en el año 1941 con tan solo 36 años. Hizo verdad una frase de su personaje, la bailarina Grusinskaya, en Gran Hotel (Grand Hotel, 1932) de Edmund Goulding. En un momento, esta dice unas palabras que quedaron unidas a la actriz: «Quiero estar sola». Una vez se retiró, su leyenda no solo creció, sino que siguió alimentando su imagen de mujer inaccesible. Nada quería saber de Hollywood ni de la vida pública. Ni fotografías ni entrevistas. Solo ser una sombra. No era fácil acceder a la diva, de ahí la dificultad de Gilbert para cumplir el deseo de su madre.

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