El castigo desvela un proceso creativo que hace que sea una película especial. Primero, las ganas de Matías Bize de contar otra vez con su cámara una historia íntima que poder llevar a cabo. Segundo, la llamada a la guionista española Coral Cruz, con la que ya había trabajado en La vida de los peces, para tantearla sobre qué historias tenía en mente y entusiasmarse con una idea que le plantea. Tercero, la labor de Cruz de conjugar en el guion una noticia que la impactó y una idea que la rondaba en la cabeza desde hacía tiempo.
La noticia: una pareja japonesa que como castigo abandonó a su hijo durante apenas dos minutos en un bosque y cuando regresó a buscar al niño, este había desaparecido. Pasaron tres días hasta que lo encontraron y, mientras tanto, hubo un brutal juicio mediático hacia la pareja por el castigo que habían infringido a su hijo. Por otro, la guionista quería analizar la figura de la madre arrepentida, un tema todavía tabú en el siglo XXI. ¿Toda mujer tiene que sentirse plena ante la maternidad? ¿Una mujer tiene que querer ser madre? Muchas son las cuestiones que se están planteando alrededor de estas preguntas, tirando por la borda ese tapiz idealizado que siempre ha envuelto a la maternidad.
Cuarto, Matias Bize propuso un reto a la hora de desarrollar el argumento, pues sentía que este necesitaba ser contado no solo en tiempo real, sino rodarlo en un plano secuencia. Ochenta y seis minutos intensos, donde un matrimonio se desnuda emocionalmente y con dosis desasosegantes de suspense. Y, sí, realmente funciona la historia contada en ese plano secuencia envolvente que devuelve la película más redonda de Bize. Se dan la mano un buen guion y una puesta en escena que aporta a la historia. La forma y el fondo.