10 razones para amar Las horas (The hours, 2002) de Stephen Daldry

En Las horas, Meryl Streep muestra su versatilidad como actriz y su facilidad para crear buenos personajes.

Razón número 1: Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes

Llevaba tiempo que quería escribir sobre Las horas. Y ha surgido la oportunidad ahora que he tenido que volver a verla varias veces por diferentes motivos. Además, lo tuve más claro todavía cuando esta semana anunciaron los medios de comunicación que el Premio Princesa de Asturias de las Artes de este año iba para Meryl Streep.

Streep y sus películas me han acompañado desde que tengo uso de razón. Y es una actriz que siempre me ha gustado. Tiene en su haber películas que no solo me fascinan, sino que han contribuido a mi amor por el cine. En Las horas es ni más ni menos que Clarissa Vaughan, a quien su amigo, amor platónico y poeta Richard Brown la llama señora Dalloway. Una señora Dalloway del siglo XXI que una mañana va a comprar unas flores y está dispuesta a organizar una fiesta.

Si tuviera que hacer un pequeño listado de diez películas que merecen la pena de Meryl Streep (sin contar Las horas) y que hay que ver sí o sí aportaría los siguientes títulos: El cazador (The Deer Hunter, 1978) de Michael Cimino, La decisión de Sophie (Sophie’s Choice, 1982) de Alan J. Pakula, Enamorarse (Falling in Love, 1984) de Ulu Grosbard, Memorias de África (Out of Africa, 1985) de Sydney Pollack, Tallo de hierro (Ironweed, 1987) de Héctor Babenco, Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) de Clint Eastwood, Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) de Spike Jonze, La duda (Doubt, 2008) de John Patrick Shanley, Agosto (August: Osage County, 2013) de John Wells…

Y la décima va para reconocer su faceta menos valorada y conocida de la actriz, pero que a la Streep le encanta y es el terreno de la comedia: Florence Foster Jenkins (2016) de Stephen Frears. En la película de Frears muestra lo grande que es ejerciendo en un papel de comedia con un fondo trágico.

Razón número 2: La habitación propia de Virginia Woolf

Las horas es un canto a Virginia Woolf. Una puerta de entrada a su vida y obra. La película de Stephen Daldry puede enganchar sin más como un melodrama redondo, pero su disfrute es mayor si uno toma como epicentro de la historia a Woolf. No solo que ella es un personaje central de la trama, sino que además su universo literario construye la historia.

En su maravilloso ensayo Una habitación propia escribió que «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas». Ella aspiro a una y no dejó de crear hasta el final. En Las horas nos adentramos en ese primer día en el que en su habitación propia Virginia va metiéndose en el proceso de creación de la novela La señora Dalloway.

Además de sus novelas, hay diversos escritos (ensayos, críticas, cartas…) que muestran su mente privilegiada y, especialmente, es bonito como en muchas de sus obras se nota la importancia que da la autora al acto de pasear como fuente de inspiración, de reflexiones y de pensamientos. Sus personajes pasean; ella, también (de hecho, hay una recopilación de textos bajo el título Paseos por Londres, donde se refleja la ciudad que amaba a través de la escritura. De hecho, ese amor hacia la ciudad se refleja en un momento clave de la película). Y en Las horas se ve esta querencia de Woolf por el paseo para observar, pensar, meditar y tomar decisiones.

Las horas aporta breves pinceladas de su vida y personalidad. Su suicidio y carta de despedida a su esposo, Leonard Woolf: «Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo… e increíblemente bueno. Quiero decirlo, aunque todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiese podido salvarme solo podrías haber sido tú. Todo se ha marchado de mí, salvo la certeza de tu bondad. Y no puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo».

Pinceladas de su relación con Leonard, con su hermana Vanessa Bell, la presencia de sus sobrinos (de hecho, Quentin Bell escribiría una notable biografía de su tía). Pinceladas de su trastorno bipolar y de su proceso creativo.

Las horas cuenta un día en la vida de Virginia Woolf. Un día lleno de luces y sombras. Un día en el que le nace la primera frase de su nueva novela: «La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores».

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El castigo (2022) de Matías Bize

En El castigo, de nuevo la actriz chilena Antonia Zegers construye uno de esos personajes complejos difíciles de olvidar.

El castigo desvela un proceso creativo que hace que sea una película especial. Primero, las ganas de Matías Bize de contar otra vez con su cámara una historia íntima que poder llevar a cabo. Segundo, la llamada a la guionista española Coral Cruz, con la que ya había trabajado en La vida de los peces, para tantearla sobre qué historias tenía en mente y entusiasmarse con una idea que le plantea. Tercero, la labor de Cruz de conjugar en el guion una noticia que la impactó y una idea que la rondaba en la cabeza desde hacía tiempo.

La noticia: una pareja japonesa que como castigo abandonó a su hijo durante apenas dos minutos en un bosque y cuando regresó a buscar al niño, este había desaparecido. Pasaron tres días hasta que lo encontraron y, mientras tanto, hubo un brutal juicio mediático hacia la pareja por el castigo que habían infringido a su hijo. Por otro, la guionista quería analizar la figura de la madre arrepentida, un tema todavía tabú en el siglo XXI. ¿Toda mujer tiene que sentirse plena ante la maternidad? ¿Una mujer tiene que querer ser madre? Muchas son las cuestiones que se están planteando alrededor de estas preguntas, tirando por la borda ese tapiz idealizado que siempre ha envuelto a la maternidad.

Cuarto, Matias Bize propuso un reto a la hora de desarrollar el argumento, pues sentía que este necesitaba ser contado no solo en tiempo real, sino rodarlo en un plano secuencia. Ochenta y seis minutos intensos, donde un matrimonio se desnuda emocionalmente y con dosis desasosegantes de suspense. Y, sí, realmente funciona la historia contada en ese plano secuencia envolvente que devuelve la película más redonda de Bize. Se dan la mano un buen guion y una puesta en escena que aporta a la historia. La forma y el fondo.

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El caftán azul (Le bleu du caftan, 2022) de Maryam Touzani

El caftán azul, una película que capta la intimidad y complicidad de una bonita relación a tres bandas.

Hay películas que muestran una sensibilidad especial a la hora de contar una historia. Y así ocurre con El caftán azul. Una relación a tres bandas contada con detalles, matices, miradas y silencios. Con un ritmo sereno. Es difícil conseguir la sensación de complicidad; es decir, ser testigos de una relación íntima. Y eso es lo que ocurre con el matrimonio formado por Halim (Saleh Bakri) y Mina (Lubna Azabal). Por circunstancias de la vida, la pareja tiene que dejar entrar en esa complicidad a un joven, Youssef (Ayoub Missioui).

Halim y Mina llevan un taller artesanal de costura de caftanes en la medina de Salé. Halim es el sastre, Mina administra el local, atiende a los clientes y es una eficaz ayudante. Cuando les conocemos, sabemos que les cuesta sacar el negocio adelante, que Mina no se encuentra bien y que para sacar los pedidos pendientes necesitan contratar a un joven aprendiz.

Poco a poco vamos descubriendo que Halim es todo un artista de la costura. Un sabio de las telas y las puntadas. Cada una de las prendas las realiza con un gran amor y cuidado. Respeta absolutamente su profesión. En el momento en el que le conocemos está llevando a cabo para una clienta un caftán azul y está siendo una de sus piezas más elaboradas. Es un hombre silencioso, respetuoso y bueno, con la mirada lo dice todo. Mina es una mujer luminosa, con carácter y fuerza, con don de gentes.

Como dice Halim en un momento de la película, Mina es la roca de la relación. Con su vitalidad, sacan todo adelante, pero ahora está enferma. Mina ama Halim, Halim ama a Mina. Los dos tienen una complicidad preciosa, saben reírse juntos, mantienen un equilibrio precioso y un secreto. Halim reprime su sexualidad. Ahora en esa complicidad perfecta que han construido durante años entra Youssef… y la vida les obliga a restablecer las líneas de un nuevo equilibrio.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (VII). Sur (1988) de Fernando E. Solanas

Sur, de Fernando E. Solanas, toda una tanguedia.

Hace muchos años, cuando era universitaria, acudí a un seminario sobre cine latinoamericano en la Casa de América. Una de las proyecciones que hubo fue Sur (1988) de Fernando E. Solanas. Me pareció muy hermosa. No aparté la mirada de la pantalla. A los pocos días me enteré de que volvían a proyectarla en la filmoteca. Y regresé. La emoción fue la misma. Desde entonces se me quedaron en la cabeza los tangos clásicos cantados por Roberto Goyeneche y otros compuestos por Astor Piazzolla que salían en la película. Pero sobre todo no he olvidado uno de ellos, «Naranjo en flor».

Es más, en aquel momento me compré un vinilo con canciones que salían en diferentes películas y ahí estaba este tango que me aprendí de memoria: «Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento… Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento». Todo esto ocurrió en los años noventa del siglo pasado. Y ya no pude volver a ver de nuevo esta película. Nunca la pillé en televisión ni en ningún otro ciclo. La busqué en vhs, dvd o blu ray… y jamás la encontré.

Hasta que el otro día trasteando por internet la localizé en YouTube con una maravillosa calidad. Y me emocioné. No tuve duda y me la puse de nuevo. No tenía miedo de estropear el recuerdo. La miré con ojos nuevos, descubriendo más matices y detalles, pero volvió a parecerme tremendamente hermosa. De nuevo, sentí esa congoja que sentí cuando era más joven, esa sensación de melancolía, pero también con un cierto sentimiento de esperanza. «¿Quién va a defender lo que soñaste sino vos?».

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The quiet girl (The quiet girl, 2022) de Colm Bairéad

La carrera de una niña, la importancia de los gestos en The quiet girl.

La cámara de Colm Bairéad no se separa de la niña protagonista, Cáit (Catherine Clinch), de nueve años. The quiet girl es una película de miradas y silencios. Bairéad ofrece una ópera prima que es un poema directo y conciso sobre una infancia dura. Son más importantes los gestos que las palabras para ir construyendo la historia. Y donde una carrera cronometrada de su protagonista para recoger el correo adquiere todo su significado y emoción al final de la historia. Colm Bairéad, desde la calma y la belleza de la Irlanda rural de los años ochenta, regala unos últimos minutos de emoción intensa. La niña tranquila realiza una carrera para expresar su amor. Y transmite una sensibilidad similar a la carrera de Joey Starrett (Brandon de Wilde) en Raíces profundas de George Stevens.

Cáit lo observa y sobre todo lo siente todo. Es una niña callada, tímida, que no expresa sus sentimientos, que prefiere pasar desapercibida en un entorno que es hostil. Vive en el seno de una humilde familia numerosa, donde su agotada madre está a punto de dar a luz y su padre no pone las cosas fáciles, nunca. La muchacha tampoco recibe el apoyo de sus hermanos y en el colegio no encuentra su sitio, sus problemas de aprendizaje y su actitud silenciosa no hace que sea muy popular. Cáit se siente invisible.

Ante la inminente llegada del bebé, los padres toman la decisión de mandar a Cáit a pasar el verano (o mucho más, no le queda muy claro) a casa de unos familiares de la madre. Su padre la deja allí sin un ápice de cariño, incluso olvida darle el equipaje, y ella se enfrenta sola a la incertidumbre. Nadie se ha despedido de ella. Entra en el hogar de los Kinsella (Carrie Crowley y Andrew Bennett), sin apenas conocerlos. Y Cáit realiza una serie de descubrimientos que darán un vuelco a su vida.

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Declaraciones de amor al cine (segunda parte). Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) de Steven Spielberg

Cinco razones para no perderse Los Fabelman

Los Fabelman en la sala de cine.

Primera razón. Cabeza y corazón

Desde la primera secuencia de Los Fabelman no solo se presenta el conflicto del personaje principal, sino el gran tema de la película. Mitzi y Burt Fabelman (Michelle Williams y Paul Dano) llevan por primera vez a su hijo Sammy (Mateo Zoryan/Gabriel LaBelle) al cine. Esperando la cola, el niño les expresa sus dudas de entrar a la sala. Tiene miedo. Burt trata de convencerlo explicándole, desde la ciencia, lo que supone el cine, por qué se produce el efecto óptico de las imágenes en movimiento. Le desvela cómo funciona un proyector para poder ver en la pantalla la película. Mitzi le dice que va a soñar, que va a disfrutar con la experiencia y con la historia que va a ver en la pantalla.

Sammy escucha a los dos: para su padre, un ingeniero informático, todo tiene una explicación racional, un porqué. Es un hombre ordenado, serio y todo en su vida tiene que estar controlado. Para su madre, una mujer que cambió el piano por la seguridad de una casa, la vida es sueño, juego, improvisación, creatividad, arte y alegría. Su padre es la calma, su madre es la espontaneidad. Su padre controla las emociones y los miedos, su madre es todo emoción y desequilibrio. Su padre es una línea recta, su madre es una curva.

Sammy entra al cine, una sala enorme hasta arriba de público, y se queda hipnotizado frente El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) de Cecil B. DeMille. Sobre todo alucina con una secuencia: el descarrilamiento de un tren. A partir, de ese momento, solo sueña con recrear ese instante con un tren de juguete en la intimidad de su casa. Quiere controlar y crear por sí solo ese accidente.

Ante el estropicio que provoca en su primer intento, el padre le regaña y le dice que tiene que cuidar sus juguetes y no destrozarlos y su madre tiene la sensibilidad de captar lo que el niño desea: reproducir lo que ha visto en la pantalla y ser capaz de llevarlo a cabo. Ella le prestará la cámara del padre para que lo inmortalice una vez más. Mitzi le ofrece el instrumento para saciar su pasión: crear historias. Lo primero que inmortalizará será el descarrilamiento, pero después ya no dejará de filmar.

Los Fabelman se cuenta a través de la mirada de Sammy que asistirá, mientras alimenta su pasión, al descarrilamiento del universo familiar. La elección que tiene que hacer es ir por la vida con cabeza y tenerlo todo bajo control o dejarse llevar por el corazón y la pasión, aunque el camino sea arduo.

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Alcarràs (Alcarràs, 2022) de Carla Simón

Alcarràs, tierra de melocotones

Una niña, Iris (Ainet Jounou), está organizando una representación familiar en un día de lluvia, entonces se pone seria y entona una cançó de pandero que su abuelo le ha enseñado. Una canción que guarda la memoria oral, que cuenta una historia lejana que aún tiene una huella profunda. Además la letra guarda entre líneas el amor a la tierra, al trabajo y la traición del terrateniente. Poco a poco miembros de la familia protagonista, la familia Solé, van tatareando o uniéndose al canto de la niña. De pronto, la cámara viaja hasta lo que enmarca una ventana: los árboles de melocotones, la tierra. Todo bajo una lluvia que alimenta, que nutre.

Carla Simón logra un momento emocionante y de gran belleza. Lo que hace en Alcarràs es un delicado ejercicio de atrapar una realidad: un mundo que se acaba, una forma de vida que termina. Durante un verano, una familia de payeses en Lleida se va dando cuenta de que lo que han hecho durante tres generaciones, recoger melocotones de sus tierras, es algo que se les escapa para siempre. Su manera de vivir está a punto de transformarse.

Lo que cuenta la realizadora de Estiu 1993 es una historia íntima y pequeña, pero termina escapándose también la Historia con mayúsculas. Una película suave y hermosa, pero que no calla. Lo político y lo social partiendo de lo íntimo. Pues al final poco ha cambiado el panorama. Los poderosos siguen siendo los mismos y salen adelante llevándose todo por delante si hace falta, y los que tienen que ir adaptándose a los designios y transformaciones son los trabajadores que se dejan la piel en su día a día. Y muchos pensarán que es una manera simplista de ver la realidad, pero es que así de simple es el asunto.

Tal y como ocurrió en su debut, Simón parte de un mundo que conoce. Si Estiu 1993 era un largometraje con mucho de autobiográfico. En Alcarràs sabe del mundo que filma, no le es ajeno. No le resulta complicado mirarse en el espejo.

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Barbara Loden (y II). Wanda (Wanda, 1970)

El señor Dennis y Wanda, una pareja de forajidos.

Durante la investigación que realizó Nathalie Léger para su libro Vida de Barbara Loden, contactó con Mickey Mantle, un famoso jugador de béisbol, de los Yankees de Nueva York. Este había conocido a Barbara Loden durante sus inicios, cuando bailaba en el Copacabana, un famoso club nocturno durante la década de los cincuenta. Y el jugador de béisbol le da una definición inesperada y reveladora de la historia que se refleja en Wanda, la única película que dirigió Barbara Loden: «Como ya sabrá, Wanda y el señor Dennis son igual que una pareja de payasos, Ahab y Bartleby viajando juntos —uno empecinado a muerte en hacer algo y otro que preferiría no hacerlo—, una verdadera historia de amor, no se extrañe tanto».

Juego no obstante ante la pantalla para atrapar a «esa pareja» y realizar mi propio análisis. Y el hilo del que tiro es una historia de un par de fugitivos o una pareja fuera de la ley, pero sin el halo heroico y romántico que suele habitar en este tipo de películas en el cine estadounidense. El señor Dennis y Wanda viven en un mundo gris y sin alicientes, sin un futuro al que aferrarse, ni siquiera planifican un sueño. Cuando miran por la ventana, los paisajes con los que se topan no son bonitos, ni tampoco las calles por las que pasean o los hoteles y casas por los que pasan…, es esa América que está muy lejos del sueño, pero que es más real.

El señor Dennis y Wanda no tienen que ver con los protagonistas desesperados, pero enamorados hasta las trancas, de Solo se vive una vez, ni con Los amantes de la noche, ni siquiera con los de El demonio de las armas o con Bonnie y Clyde. No, no se parecen a ellos. Es difícil, incluso sentir alguna empatía hacia ellos o conectar un poco. Pero Barbara Loden termina realizando una triste historia de dos fuera de la ley y del sistema…, de dos fracasados. Una película que llega, que toca hondo, que no se olvida, que marca. La realizadora logra que lo que les ocurre nos conmueva. Sí, hace una desencantada historia de amor de dos seres sin futuro. Wanda y el señor Dennis no dejan indiferentes, conmueven.

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Barbara Loden (I). Vida de Barbara Loden (Sexto piso, 2022) de Nathalie Léger

Quién es Barbara Loden. La autora, Nathalie Léger, recibió un encargo a priori sencillo: una entrada de Barbara Loden para un diccionario cinematográfico. De pronto, la escritora se convierte en una araña que teje un libro bello, sensible e inteligente. Descubre que no puede limitarse a una objetiva y fría entrada, donde tan solo se mencione algunos datos biográficos, su trayectoria como actriz y glosar la única película que dirigió en 1970, Wanda. Entonces, se ve inmersa en un proceso de investigación, donde va tejiendo diferentes hilos. La escritora y también realizadora Marguerite Duras en una conversación con Elia Kazan expresó que «existe una inmediata y decidida coincidencia entre Barbara Loden y Wanda».

Nathalie Léger ofrece un libro de 114 páginas con una prosa rozando lo poético que va guiándote por una telaraña que te deja atrapada entre sus líneas. Lo primero que me llamó la atención fue su portada. Siempre me fijé en Barbara Loden. Una ilustración de la actriz en Wanda de Ruth Gwily se convierte en una llamada. Una vez en mi poder lo leí una vez y me dejó tan fascinada que inmediatamente acometí la segunda lectura para saborearlo despacio. Y no tengo duda, lo voy a leer muchas más veces. Es un libro soñado, en el sentido de que me hubiese gustado escribirlo, lo confieso.

Como amante del cine de Elia Kazan, no olvido un triste personaje en Esplendor en la hierba. Sí, todo el mundo recuerda a Dennie Loomis (Natalie Wood) y Bud Stamper (Warren Beatty), pero también está Ginny Stamper. Personaje trágico con rostro de Barbara Loden. La hermana mayor de Bud, joven rebelde, herida y vulnerable, que nos enteramos al final que ha fallecido en un accidente de coche. Loden da todos los matices al personaje: alocada, divertida, seductora, pero totalmente perdida, herida y dañada. Y los hombres que la rodean van cavando más honda su tumba. Esplendor en la hierba es de 1961, pero, sin embargo, plasma con tremendo realismo una violación grupal a una Ginny absolutamente borracha y desolada.

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Nos habíamos amado tanto (C’eravamo tanto amati, 1974) de Ettore Scola

Nos habíamos amado tanto, crónica de la historia de Italia después de la Segunda Guerra Mundial a través de tres amigos con ideales de izquierda.

«Creímos poder cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros», suelta en un momento dado Nicola (Stefano Satta Flores), uno de los tres amigos protagonistas de una crónica histórica de Italia. Y con esta frase resume la idea principal que sobrevuela alrededor de Nos habíamos amado tanto, una hermosa tragicomedia de Ettore Scola.

El director italiano no solo captura el espíritu de una época, sino que también realiza un canto de amor al cine. A través de tres hombres que se conocen luchando contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, la película cuenta sus vidas desde que acaba la guerra hasta los años setenta (de 1944 a 1974). A lo largo de varias décadas les acompaña también una mujer que deja su huella en cada uno de ellos: Luciana (Stefania Sandrelli).

Los tres amigos simbolizan tres maneras de enfrentarse a la vida y a unos ideales políticos. Los tres dibujan de alguna manera el desencanto ante la dificultad de ser fiel y llevar a cabo unos ideales. El abogado Gianni (Vittorio Gassman), el camillero Antonio (Nino Manfredi) y el intelectual Nicola ven pasar el futuro delante de ellos, sin ser apenas conscientes…, tal y como dice Gianni en el reencuentro final.

Los cineastas italianos son únicos para filmar crónicas de la historia de su país con un acento tragicómico, igual que en la vida real. Scola acierta no solo con el tono de la historia, sino también soltando verdades dolorosas de manera cotidiana y sencilla, con unos personajes extremadamente humanos. Nos habíamos amado tanto es un ejemplo de cómo filmar la nostalgia, esa melancolía que se origina por el recuerdo de momentos perdidos.

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