Redescubriendo clásicos (5). Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon / El camino del pino solitario (The Trail of the Lonesome Pine, 1936) de Henry Hathaway

Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon

En Barreras invisibles dos amigos con amistad leal y transparente se nos presentan de una manera muy especial… En la ducha antes de conseguir la libertad.

Lloyd Bacon se pone al frente de una entretenida historia con un montón de detalles que enriquecen la propuesta. Es un largometraje con tintes sociales, habituales en la Warner, y con dos potentes tramas principales: una de amistad y otra fraternal. Es una película con apariencia de puro cine de gánsteres, en su ritmo y personajes, pero con mucho más fondo.

Barreras invisibles está muy bien contada y tiene un reparto, sobre todo masculino, del que se extrae mucho jugo. El trío protagonista está formado por dos tipos duros y un joven actor en ciernes que tardaría en alcanzar el estrellato, pero que desde sus primeras apariciones dejaba ver su versatilidad y carisma. George Raft, Humphrey Bogart y un jovencísimo William Holden se empapan de tres personajes que dan rienda suelta a un montón de emociones por parte del espectador.

La historia arranca con la salida de la cárcel después de una estancia larga de dos delincuentes: Cliff Taylor (George Raft) y Charles Martin (Humphrey Bogart). Ya dice mucho la manera de presentarlos. Dándose una ducha, totalmente desnudos para todos, mostrando una amistad basada en la confianza mutua y en la transparencia. Toman caminos diferentes, pero no se traicionarán y serán leales el uno al otro. Cliff trata de incorporarse a la sociedad buscando un trabajo honrado. Charles sabe que no tiene oportunidad alguna y no duda en que va a delinquir de nuevo.

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10 razones para amar Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers, 1954) de Stanley Donen

Siete novias para siete hermanos. Las novias esperando la primavera en una cabaña aislada.

Razón número 1: Un disco de vinilo

Mi infancia está unida a muchos recuerdos bonitos. Y uno de ellos tiene que ver con un vinilo. Los domingos por la mañana mis hermanos y yo dormíamos hasta más tarde. Mis padres para que fuéramos abriendo los ojos nos ponían música y uno de los vinilos más empleados era el de la banda sonora de Siete novias para siete hermanos. Según íbamos amaneciendo al son de las canciones, también nos llegaba desde la cocina el delicioso olor de las tortillas francesas con bonito que nos estaban preparando para desayunar.

Razón número 2: Un recuerdo materno

Uno de los recuerdos de la infancia de mi madre tiene que ver con Siete novias para siete hermanos. Mis abuelos la llevaban mucho al cine y aquel día eligieron para ir con ella el musical de Stanley Donen. Compraron las entradas en taquilla y se disponían a pasar felices una tarde de cine… Entonces en la puerta, recriminaron a mi abuelo que cómo era tan imprudente de llevar a una niña a una película así, que sus protagonistas salían en ropa interior, que cómo se atrevía… Así que mis abuelos se murieron de la vergüenza y mi madre se quedó sin ver la película.

Razón número 3: Stanley Donen

Es uno de mis directores amados, porque varias de sus películas han fomentado mi amor por el cine clásico. ¡¡¡Está detrás de Cantando bajo la lluvia!!! Me sorprendió otra vez cuando descubrí hace doce años Juego de pijamas, un musical a mi parecer innovador donde los protagonistas son los empleados de una fábrica que se pone en huelga para conseguir mejoras laborales. Hubo una época que me vi prácticamente toda la filmografía de Audrey Hepburn y Donen tienen tres títulos con ella que figuran entre mis favoritos: Charada, tremendamente divertida; Una cara con ángel, estéticamente impecable y, por supuesto, una de las comedias románticas que más amo, Dos en la carretera. Pero también Donen fue un pionero en el tratamiento de ciertos temas y en 1969 contó la historia de dos hombres que son pareja desde hace treinta años en La escalera.

Siete novias para siete hermanos. Cada uno de los intérpretes de esta película consiguieron no caer en olvido por esta película.

Razón número 4: De cantantes y bailarines

Siete novias para siete hermanos tiene un reparto de cantantes y bailarines que dejan un buen recuerdo. De hecho los siete hermanos Pontipee forman parte de los recuerdos cinéfilos de los que amamos el género. Los siete atractivos solteros que viven aislados en plena naturaleza, rudos, salvajes y maleducados, que, de pronto, «aprenden» a comportarse en sociedad tienen rostros de cantantes y bailarines (menos uno del que hablaremos en el próximo apartado).

El primogénito, Adam, es Howard Keel. De los musicales de Broadway como cantante saltó a la Metro y prestó su voz a más de un musical clásico (Magnolia o Bésame, Kate), aunque también trabajó en muchas películas que no alcanzaron tal estatus. Curiosamente adquirió la mayor popularidad de su carrera cuando trabajó en la serie Dallas. El hermano pequeño, Gideon, es el popular y magnífico bailarín Russ Tamblyn. Sería también el inolvidable Jeff en West Side Story, pero también es recordado como actor en melodramas como Vidas borrascosas o en la serie Twin Peaks.

Mi hermano Pontipee favorito, Frank, fue un gran bailarín, Tommy Rall. Se puede seguir su pista en Mi hermana Elena o también Bésame, Kate. Los otros tres hermanos: Caleb, Daniel y Ephraim fueron también tres bailarines con interesantes carreras en este campo: Matt Mattox (parece ser que fue considerado un experto en la disciplina de danza jazz), Marc Platt y Jacques d’Amboise.

Entre las novias destacan, la esposa de Adam, Milly. El papel fue para Jane Powell, cantante y bailarina. También estuvo presente en otro recordado musical, Bodas reales, donde Fred Astaire bailaba hasta en los techos… Las otras novias también tenían como profesión el baile, el canto o solo la actuación, pero tan solo una de ellas alcanzó cierto recuerdo (como veremos en el próximo apartado). Ellas fueron Ruta Lee (Ruth), Virginia Gibson (Liza), Nancy Kilgas (Alice), Betty Carr (Sarah) y Norma Doggett (Martha).

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William Faulkner y Hollywood. Vivamos hoy (Today We Live, 1933) de Howard Hawks, Richard Rosson / Relato Tierra del Oro (Golden Land, 1935)

 

William Faulkner fue uno de los guionistas de Vivamos hoy. El escritor adaptaba al cine uno de sus relatos.

Todos los caminos me han llevado a William Faulkner. Me gusta que una cosa me conduzca a otra y más allá. Esta vez me apetecía descubrir una película de los años treinta. Y me decanté por Vivamos hoy. Me apetecía mucho por varios motivos. Primero que era una película bélica sobre la Gran Guerra, siempre me interesa este tema, pues hay una filmografía valiosa alrededor de este acontecimiento histórico. Segundo, en su reparto está una actriz que me gusta mucho y de la que estoy tratando de ver prácticamente toda su filmografía, Joan Crawford.

Tercero, me atraía mucho su reparto masculino: Gary Cooper, Robert Young y Franchot Tone. Cuarto, la presencia en la dirección de Howard Hawks (aunque también estuvo codirigiendo con él un mucho más desconocido y olvidado Richard Rosson, que también había sido actor de cine mudo, y había trabajado ya junto con Hawks en Scarface) con largometrajes en su haber que han definido mi pasión por el cine.

Y quinto y el motivo de esta entrada: uno de sus guionistas fue el escritor William Faulkner. Y además en este caso adaptaba uno de sus relatos, Viraje (Turnabout). Así que en Vivamos hoy se cuenta una historia sobre la Gran Guerra y esconde, tras la cámara, otra apasionante: aquellos rodajes pre-code en el Hollywood del sistema de estudios. Esta película es el principio de una larga amistad: la del director Howard Hawks y la del escritor William Faulkner. Esta obra fue su primera colaboración juntos, pero no la última. La mano de Faulkner también puede encontrarse en Tener y no tener y El sueño eterno.

Como para muchos autores que pisaron la meca del cine no fue un camino de rosas y sí una senda de frustraciones, pero era un modo rápido y fácil de poder ganar dinero. William Faulkner trabajó en guiones que nunca se rodaron o en otros donde no se acreditó su presencia. En Vivamos hoy sí firma. ¿Es una de las mejores películas de su director? No. ¿Es una de las mejores películas de los actores mencionados? Tampoco. ¿Es una de las mejores películas sobre la Primera Guerra Mundial? No. Pero lo que uno no puede negar es que es un largometraje muy especial por muchos motivos… y es, a pesar de los pesares, puro Hawks. Es una película tremendamente entretenida y con un montón de elementos en su trama interesantes. Y además ha hecho que William Faulkner vuelva a mi vida, que llevaba mucho tiempo muy lejos.

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El príncipe y el mendigo (The Prince and the Pauper, 1937) de William Keighley

Errol Flynn, uno de los alicientes para acercarse a El príncipe y el mendigo.

Miles Hendon (Errol Flynn) es un personaje secundario de esta película de aventuras de William Keighley. Es un joven vividor, aventurero, dinámico, ligón, anárquico y libre, que no sucumbe ni a las riquezas ni al poder. Muchas de las características que coronaron la vida vertiginosa, escandalosa y de película que tuvo un Flynn a punto de alcanzar ya, en el momento de protagonizar este largometraje, la gloria absoluta en la meca del cine con Robin de los Bosques. Esta película de Keighley tiene el encanto de ser una adaptación cinematográfica de una de las novelas de Mark Twain (esta novela ha sido varias veces adaptada al cine y a la televisión, al igual que otras novelas de Mark Twain) y por otra por conservar todos los ingredientes de una entretenida película del Hollywood clásico.

Son varios los elementos que hacen que uno disfrute de dicha historia en la pantalla grande. Por una parte, se desarrolla el argumento universal del cambio de roles de dos personas con semejanza física. En este caso, el niño mendigo, Tom Canty, y el príncipe Eduardo son interpretados por unos populares gemelos de los años treinta que alcanzaron la cima con esta película: Billy y Bobby Mauch. Ambos se enamoraron del cine, pero más de sus aspectos técnicos. Abandonaron su carrera de niños prodigio, pero continuaron unidos al mundo del cine y de la imagen: uno fue experto en el departamento de sonido y el otro en edición.

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Alcarràs (Alcarràs, 2022) de Carla Simón

Alcarràs, tierra de melocotones

Una niña, Iris (Ainet Jounou), está organizando una representación familiar en un día de lluvia, entonces se pone seria y entona una cançó de pandero que su abuelo le ha enseñado. Una canción que guarda la memoria oral, que cuenta una historia lejana que aún tiene una huella profunda. Además la letra guarda entre líneas el amor a la tierra, al trabajo y la traición del terrateniente. Poco a poco miembros de la familia protagonista, la familia Solé, van tatareando o uniéndose al canto de la niña. De pronto, la cámara viaja hasta lo que enmarca una ventana: los árboles de melocotones, la tierra. Todo bajo una lluvia que alimenta, que nutre.

Carla Simón logra un momento emocionante y de gran belleza. Lo que hace en Alcarràs es un delicado ejercicio de atrapar una realidad: un mundo que se acaba, una forma de vida que termina. Durante un verano, una familia de payeses en Lleida se va dando cuenta de que lo que han hecho durante tres generaciones, recoger melocotones de sus tierras, es algo que se les escapa para siempre. Su manera de vivir está a punto de transformarse.

Lo que cuenta la realizadora de Estiu 1993 es una historia íntima y pequeña, pero termina escapándose también la Historia con mayúsculas. Una película suave y hermosa, pero que no calla. Lo político y lo social partiendo de lo íntimo. Pues al final poco ha cambiado el panorama. Los poderosos siguen siendo los mismos y salen adelante llevándose todo por delante si hace falta, y los que tienen que ir adaptándose a los designios y transformaciones son los trabajadores que se dejan la piel en su día a día. Y muchos pensarán que es una manera simplista de ver la realidad, pero es que así de simple es el asunto.

Tal y como ocurrió en su debut, Simón parte de un mundo que conoce. Si Estiu 1993 era un largometraje con mucho de autobiográfico. En Alcarràs sabe del mundo que filma, no le es ajeno. No le resulta complicado mirarse en el espejo.

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Gaza, mon amour (Gaza mon amour, 2020) de Mohammed Abou Nasser, Ahmad Abou Nasser

En Gaza, una historia de amor entre un pescador y una costurera.

Los hermanos gemelos Nasser cuentan con su cámara un pequeño cuento, una fábula sobre el amor que transcurre en la franja de Gaza. Así logran otra manera de reflejar la realidad palestina. Ellos se centran en la gente y su día a día. En las personas que a pesar de las condiciones inhumanas en las que viven tratan de sentir, amar, vivir, superar los obstáculos diarios, ilusionarse, tener esperanza, disfrutar de los pequeños momentos…, aunque intenten arrebatárselos continuamente.

Su protagonista es un pescador soltero enamorado de una viuda costurera. Ambos rondan los sesenta años. Y los dos, rodeados de un mundo lleno de dificultades, se ilusionan por vivir un romance otoñal. Issa (Salim Dau), el pescador, se enamora como un adolescente. Para él Siham (Hiam Abbass) es la mujer de sus sueños. Con una inocencia, timidez y ternura infinitas trata de conquistar a la dama.

Y entre medias de su lenta y pausada historia, Issa atrapa en sus redes una hermosa estatua fálica de Apolo. Aunque esta misteriosa pieza le mete en muchos líos, parece como si tuviese un influjo mágico en su vida. La llamada del amor no puede esperar más. Los realizadores se inspiraron para esta parte de la trama en una historia real a principios del siglo XXI: realmente hubo una estatua que fue rescatada del mar.

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Retratos de mujer. La boda de Rosa (2020) de Iciar Bollaín / Las niñas (2020) Pilar Palomero / Selva trágica (2020) de Yulene Olaizola

Interesantes retratos de mujer en tres estrenos, dos películas españolas y una mexicana. Las españolas continúan en las salas de cine y la tercera ha sido estrenada en Horizontes latinos en el 68 Festival de cine de San Sebastián. Las tres películas están dirigidas por mujeres, y las tres encierran universos muy peculiares. Iciar Bollaín se centra en una mujer en la mitad de su vida que quiere hacer un parón y hacerse una promesa a sí misma. Palomero cede su mirada a una niña que se adentra en la edad adulta, abre los ojos y busca su voz. Y Olaizola presenta a una mujer de principios de siglo XX, que se adentra en el corazón de la selva, en un territorio fronterizo, y en el viaje se transforma de mujer víctima a espíritu que conduce a la muerte. Tres retratos de mujer que esconden reflexiones interesantes.

La boda de Rosa (2020) de Iciar Bollaín. Retratos: una mujer adulta

Retratos: una mujer adulta

Iciar Bollaín recrea un universo íntimo en una película que deja un buen sabor de boca. Recupera a la actriz con la que inició su andadura en los largometrajes (Hola, ¿estás sola?), Candela Peña, para concebir una historia reconocible. Y esa historia es la de Rosa, una mujer de más de 40 años, que de pronto decide hacer un parón en el camino y replantearse su vida. Un día se da cuenta de que todo a su alrededor tiene que cambiar y que todavía está a tiempo de conquistar sus sueños. Por eso se pone manos a la obra para organizar una boda consigo misma, ser fiel a su persona, quererse más y apostar por la vida que siempre deseó. Esa boda es tan solo el pistoletazo de salida para dar un vuelco necesario a su existencia. Curiosamente su entorno más cercano es quien le pone todos los obstáculos… Nadie entiende que de pronto Rosa quiera mirar un poco más por ella en vez de volcarse y cuidar a todos los demás, como siempre ha hecho.

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Daniel (Daniel, 1983) de Sidney Lumet

Cómo afecta a un hijo, Daniel, la herencia política de sus padres, sobre todo si arrastra una desgracia que rompe su unidad.

Susan Isaacson (Amanda Plummer) se queda mirando tristemente a su hermano Daniel (Timothy Hutton) durante su visita al sanatorio mental en el que está recluida, y antes de marcharse le dice: «Todavía nos están jodiendo, Daniel. ¿Te has dado cuenta?». Y es que esta inexplicablemente olvidada película de Sidney Lumet (es difícil localizarla y además tampoco es emitida por televisión) tiene ese tono melancólico y sombrío para contarnos un episodio negro de la historia política de EEUU. Lumet adaptó la novela El libro de Daniel de E. L. Doctorow, y además el propio autor elaboró el guion.

Así surge una película íntima y muy personal del realizador, donde cuida el fondo y la forma para devolver una obra cinematográfica dolorosa, pero tremendamente hermosa. No trata un tema fácil ni complaciente, sino bastante incómodo (puede que a eso se deba el silencio alrededor de la cinta), y Lumet junto a Doctorow tocan sutilmente todas las aristas para narrar lo que quieren. La verdad es que puede verse en una jugosa sesión doble junto otro título del director, del que hace relativamente poco escribí un post: Un lugar en ninguna parte (1988).

Uno de los alicientes de Daniel es la forma en la que está contada. La mirada predominante, el empleo del color, la estructura de la historia y la alternancia de los tiempos o el uso inteligente de la banda sonora… Todo para narrar la herencia que reciben dos hermanos por el compromiso político de sus padres, y el dolor que arrastran ante la desgracia familiar que acontece y que les destruye la vida. Esa desgracia tiene que ver con los tiempos que corrían, donde la militancia comunista de sus padres chocó con un momento de intolerancia política, miedo, sospecha y rechazo hacia la izquierda americana.

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Original y remake. La otra (1946) de Roberto Gavaldón/Su propia víctima (Dead Ringer, 1964) de Paul Henreid

Roberto Gavaldón y Paul Henreid unidos por una misma historia. Me gusta cómo un descubrimiento me lleva a otro. Así ha pasado con las dos películas de esta sesión que propongo. Indagando en el catálogo de una plataforma, descubro que han subido una nueva película de Bette Davis que no conozco, Su propia víctima. Y me agrada más cuando veo que está dirigida por el actor Paul Henreid, un inolvidable Victor Laszlo en Casablanca. Es otro de los temas que me gusta analizar, películas dirigidas por actores o actrices. Me deleito en su papel como realizador, sobre todo de numerosos capítulos de Alfred Hitchcock presenta.

Y me pongo a leer información antes de verla y entonces descubro que es un remake de película anterior, ambas basadas en una historia del guionista y autor Rian James. Y esa película original es del periodo de oro del cine mexicano, otra época en la que me gusta ahondar. Ni más ni menos que La otra de Roberto Gavaldón, con una genial Dolores del Río. Buscando en Internet descubro una página de la UNAM de México que facilita cine en línea, también con un canal en YouTube, y entre otras películas ofrece el visionado de una copia de buenísima calidad de esta obra cinematográfica de Gavaldón.

Roberto Gavaldón filma con maestría y elegancia visual un poderoso melodrama, y Paul Henreid crea una obra visualmente más plana y sencilla, pero fuerte tanto en la construcción de personajes, como en envolverlo todo de suspense y dejando huellas de cine negro para construir una película muy oscura.

La otra (1946) de Roberto Gavaldón

Roberto Gavaldón crea una obra cuidada formalmente y haciendo hincapié en la culpa, la redención y el romanticismo con una bella y gran actriz, Dolores del Río.

La película empieza en un entierro de un hombre con un alto poder adquisitivo, se nota por el carácter de la ceremonia y por los asistentes. Su viuda está totalmente cubierta de negro, su rostro también. Llega presurosa una joven hermosa y humilde, y pronto sabemos que es la hermana de la viuda. Una vez terminado el entierro es invitada a la mansión de esta. Cuando se retira el velo del rostro, descubrimos que son gemelas. Premisa fundamental de la historia. Durante el encuentro de ambas, de María y Magdalena (Dolores del Río), descubrimos sus distintas personalidades y suertes.

Una se ha subido al tren de la fortuna pisando a quien tuviese que pisar. Y la otra es una mujer trabajadora, con problemas económicos y amargada por su situación. La rivalidad entre ambas es evidente, incluso se deja entrever que el marido de la millonaria primero pretendió a la humilde. Cuando María, la humilde, se entera de la cantidad económica que va a heredar su hermana, su insatisfacción por la vida que tiene, aumenta. E incluso no la deja ver que hay un hombre a su lado, Roberto (Agustín Irusta), que no solo la ama, sino que quiere que pasen todos los problemas de la vida juntos. El trato humillante que recibe por parte de su jefe y de los clientes, en la peluquería donde trabaja, y su dificultad para pagar el alquiler de la vivienda donde vive, así como la imposibilidad de momento de casarse con Roberto hace que María tome una decisión: matar a su hermana y suplantarla. Planea el crimen perfecto.

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Perlas desconocidas (2). Hechizo (Enchantment, 1948) de Irving Reis

Roland y Lark, los rostros del pasado en Hechizo.

Las habitaciones, los pasillos, los rincones, las paredes, las escaleras, las lámparas, las cortinas, las ventanas, las camas, los espejos, los armarios, las estanterías, los libros, las puertas de una casa esconden historias. Las casas están vivas. En su interior laten un montón de corazones. No es de extrañar que una habitación vacía provoque una extraña sensación: alguien vivió en esas cuatro paredes. Si las casas hablasen… Y eso es lo que ocurre en Hechizo. Una casa de una calle de Londres empieza a contar una historia. Tiene una voz. La cámara entra por su puerta, el número 99, y nos hace recorrer los aposentos. Así conocemos a uno de los protagonistas: un general anciano y desencantado, Roland Dane (David Niven), que ha regresado al hogar de su infancia. Y allí quiere permanecer hasta su muerte, junto al fiel mayordomo de la familia (Leo G. Carroll). Aunque son tiempos volubles, tiempos de guerra, la Segunda Guerra Mundial no deja tregua. Corre el peligro de perder la casa, los dueños del terreno quieren demolerla. Roland está solo, como un fantasma permanece en su cuarto, a oscuras, y entre sueños llama a Lark, una mujer a la que ama, y esta le responde. No quiere más problemas, solo tranquilidad. Vivir entre voces del pasado.

Irving Reis arrastra al espectador por una elegante y romántica historia de amor doble en Hechizo donde se une el pasado con el presente. La soledad de Roland se romperá con una visita inesperada: su sobrina Grizel Dane (Evelyn Keyes). Esta viene de EEUU donde la rompieron el corazón, conduce ambulancias para el ejército y le pide a su tío una habitación para vivir mientras trabaja en Londres. Otra llegada inesperada cambia el rumbo de la historia y activa la memoria del pasado. Grizel conoce casualmente a un joven piloto, Pax (Farley Granger), que ha sufrido quemaduras en las manos al que traslada al hospital en su ambulancia. Poco despuésdicho joven visita la casa del general, pues hizo una promesa a Lark, su tía. Esta le hizo prometer que si se pasaba por Londres visitara la casa de sus recuerdos infantiles y juveniles.

Ambos se enamoran desde el primer momento, pero Grizel tiene miedo. El general Roland es testigo de ese enamoramiento y no quiere de ningún modo que su sobrina cometa el error de no vivir el presente, de no lanzarse al amor, quiere que termine en los brazos de Pax. Desea una historia de amor feliz, y no una imposible como la que él vivió con la mujer de su vida, Lark (Teresa Wright).

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