Redescubriendo clásicos (5). Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon / El camino del pino solitario (The Trail of the Lonesome Pine, 1936) de Henry Hathaway

Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon

En Barreras invisibles dos amigos con amistad leal y transparente se nos presentan de una manera muy especial… En la ducha antes de conseguir la libertad.

Lloyd Bacon se pone al frente de una entretenida historia con un montón de detalles que enriquecen la propuesta. Es un largometraje con tintes sociales, habituales en la Warner, y con dos potentes tramas principales: una de amistad y otra fraternal. Es una película con apariencia de puro cine de gánsteres, en su ritmo y personajes, pero con mucho más fondo.

Barreras invisibles está muy bien contada y tiene un reparto, sobre todo masculino, del que se extrae mucho jugo. El trío protagonista está formado por dos tipos duros y un joven actor en ciernes que tardaría en alcanzar el estrellato, pero que desde sus primeras apariciones dejaba ver su versatilidad y carisma. George Raft, Humphrey Bogart y un jovencísimo William Holden se empapan de tres personajes que dan rienda suelta a un montón de emociones por parte del espectador.

La historia arranca con la salida de la cárcel después de una estancia larga de dos delincuentes: Cliff Taylor (George Raft) y Charles Martin (Humphrey Bogart). Ya dice mucho la manera de presentarlos. Dándose una ducha, totalmente desnudos para todos, mostrando una amistad basada en la confianza mutua y en la transparencia. Toman caminos diferentes, pero no se traicionarán y serán leales el uno al otro. Cliff trata de incorporarse a la sociedad buscando un trabajo honrado. Charles sabe que no tiene oportunidad alguna y no duda en que va a delinquir de nuevo.

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Margaret Sullavan y Frank Borzage. Y ¿ahora qué? (Little man, what now?, 1934)/La hora radiante (The shining hour, 1938)

La primera vez que vi a Margaret Sullavan en pantalla fue con El bazar de las sorpresas, una de mis películas favoritas de Ernst Lubitsch. Poco a poco he ido viendo parte de su filmografía… y con la expresividad de sus ojos y su voz cascada y entrecortada enriquece a unos personajes que son todo emoción y delicadeza, con detalles y matices. Se convirtió en musa de Frank Borzage y con él realizó una serie de películas que devuelven a una actriz para rescatar del olvido. Así Borzage la convirtió en heroína trágica, pero capaz de un amor trascendental, poderoso y fuerte. En cada una de sus películas con el director, construye personajes femeninos complejos que viven, ríen, sufren y aman. Las películas que realizaron juntos fueron: Y ¿ahora qué? (1934), La hora radiante (1938), Tres camaradas (1938) y Tormenta mortal (1940). Cuatro películas que muestran a Frank Borzage no solo como un director sensible, sino con un dominio elegante del lenguaje cinematográfico y la puesta en escena.

Margaret Sullavan se subió a los escenarios teatrales muy pronto y cuando pasó a la pantalla de cine, lo hizo ya con un rol protagonista con el rey del melodrama durante los años 30, John M. Stahl. Durante sus años de juventud en el teatro, coincidió en la compañía University Players con dos hombres con los que conservaría su amistad durante años: Henry Fonda y James Stewart. Con el primero, vivió una apasionada historia y estuvieron casados durante unos meses. Siempre siguieron siendo amigos. Con el segundo trabajó en varias películas (entre ellas Tormenta mortal y El bazar de las sorpresas), fueron amigos… y se dice que vivieron una historia de amor que nunca pudo ser, que nunca estalló. Sullavan era una actriz exigente y entregada, con mucha personalidad y carácter. Emocionalmente inestable dejó huella imborrable en sus dos primeros maridos: Henry Fonda y el director William Wyler con los que vivió historias apasionadas y matrimonio breve. Sullavan se retiró pronto del cine, durante los años 40, aunque no abandonó los escenarios. Dejó una filmografía breve, pero intensa. Murió a los 50 años de sobredosis de barbitúricos.

Y ¿ahora qué? (Little man, what now?, 1934)

Y ¿ahora qué?

Una pareja sobrevive en un mundo que se derrumba…

Frank Borzage se centró en parte de su filmografía en personajes desheredaros, en los márgenes de la sociedad. Y también realizó una trilogía sobre la inestabilidad social y política alemana que culminó con Tormenta mortal. Y ¿ahora qué? supone la primera película de la trilogía y sigue a dos personajes en los márgenes. Por otra parte, sus películas contaban con el amor como instrumento trascendental que sigue a sus personajes más allá del tiempo y el espacio. Un amor fou que no entiende de racionalidad. Un amor que sobrevive a la tragedia. Los protagonistas de Y ¿ahora qué? son dos jóvenes que viven en una Alemania inestable social y políticamente, que no levanta cabeza después de la Primera Guerra Mundial. Ahogados por la situación económica y laboral, tratan de seguir siempre adelante. Emma (Margaret Sullavan) y Hans (Douglass Montgomery) sobreviven como pueden y solo su amor parece que no sucumbe.

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Ocho mujeres y un crimen (The Mad Miss Manton, 1938) de Leigh Jason

Ocho mujeres y un crimen

Peter Ames y Melsa Manton… irracionalmente enamorados

“Antes de conocerte no me gustabas nada. Y aún sigues sin gustarme nada. Al menos a mi lado razonable. Pero mi parte irracional se altera al pensar en ti”, le dice el periodista Peter Ames (Henry Fonda) a la millonaria Melsa Manton (Barbara Stanwyck). Y entonces este personaje da con la clave que mueve todas las historias de amor de las screwball comedies… Sus personajes se dejan llevar por esa parte irracional y los polos opuestos están condenados no solo a entenderse sino a enamorarse locamente. A Melsa Manton y Peter Ames les acompañan otras parejas ilustres como David Huxley (Cary Grant) y Susan Vance (Katharine Hepburn) que habitaban en La fiera de mi niña. O Godfrey Parke (William Powell) e Irene Bullock (Carole Lombard) que paseaban su absurdo y loco amor por Al servicio de las damas. Pero además Ocho mujeres y un crimen apunta otro derrotero que la hace especial: une a la comedia alocada, el misterio. Y esta mezcla ya había dado muy buenos resultados con un sofisticado matrimonio de detectives, Nick Charles (William Powell) y Nora (Myrna Loy), que empezaron sus aventuras, entre fiestas y champán, en 1934 con La cena de los acusados.

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Reflexiones alrededor de El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939) de John Ford

El joven Lincoln

1. Maravillosa elipsis

Solo por una maravillosa elipsis merece la pena no perderse El joven Lincoln de John Ford. Ahí se ve cómo Ford sabía escribir con la cámara. Y es un paseo por el campo, al lado del río, de ese joven Lincoln con Ann Rutledge. Es primavera. Ella habla de su inteligencia y ambición, de que puede aspirar a más. Ann explica que él es un autodidacta y su amor por las letras, por los libros (ella se lo ha encontrado leyendo, tumbado). Es un paseo delicado, tranquilo. De manera natural Anna va desapareciendo del plano, siguiendo su camino tras la valla, y deja solo a Lincoln. Y vemos cómo este la sigue con la mirada. Entonces coge una piedra del suelo y la lanza al agua y esta forma unas ondas que se transforman en placas de hielo. El tiempo ha pasado, es invierno. Y Lincoln abrigado pasea por el río y vuelve a la valla, solo que al otro lado hay una tumba, la tumba de Anna.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (II). El día de los tramposos (There was a crooked man, 1970) de Joseph L. Mankiewicz

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Los ecos del Nuevo Cine Americano ya estaban en plena eclosión en 1970. Y esos ecos era una mirada diferente sobre diversos temas. A esa mirada influyeron los tiempos que corrían de desencanto y cambio, la caída del código Hays y del sistema de estudios y una nueva generación de trabajadores del cine (directores, guionistas, actores…). Pero muchos de los ‘maestros’ siguieron creciendo y creando últimas obras fascinantes… Uno de los que siempre arriesgó, tanto en sus guiones como en las películas que dirigió, fue Joseph L. Mankiewicz. Así en su penúltima película toma un género que no había trabajado nunca, el western, y realiza uno atípico pero fascinante, como ya ocurrió cuando llevó a cabo su único musical Ellos y ellas. Su desencanto con el género humano casa con el desencanto de los tiempos y crea una película cínica y demoledora con humor negro pero con dosis de amargura (o por lo menos a mí me ha provocado amargura). Además esta vez no escribió el guion sino que se apoyó en el de dos jóvenes creadores que ya habían ofrecido la historia de Bonnie and Clyde (que se suele nombrar como la película inaugural del Nuevo Cine Americano).

El día de los tramposos refleja toda una galería de hombres ‘deshonestos’ que terminan en una prisión federal de Arizona perdida en medio del desierto. Y en esa prisión el grupo gira alrededor de dos hombres: el encantador bandido con gafas, Paris Pitman, y con rostro de Kirk Douglas y el nuevo alcaide (antiguo sheriff disparado en la pierna por uno de los ahí encerrados e incapacitado para seguir ejerciendo) con ganas de reformar los métodos arcaicos de la prisión con otros más humanos y sociales (dotar a la cárcel de comedor, enfermería u otro tipo de ocupaciones para los presos…) y una aparente moral inquebrantable con rostro de Henry Fonda. Y sobre todos ellos medio millón de dólares, que tan solo sabe su paradero el bandido Paris Pitman (pues él mismo los robó y escondió). Por eso el objetivo de este hombre será huir de la prisión a toda costa… y busca aliados.

… en esta película del oeste más que la acción, funciona la picaresca y la inteligencia para salir vivo de la prisión y conseguir el botín que permitirá una vida sin ley y con dinero al otro lado de la frontera, en México. Así Paris Pitman engatusa a todos sus compañeros de celda pero también al nuevo alcaide (con el antiguo había pactado un ‘reparto’) y a los propios espectadores que caen rendidos (como servidora) a sus encantos. Es un hombre con carisma. Sin embargo, desde el principio se nos advierte de que es un bandido sin escrúpulos y que utiliza a las personas para conseguir sus fines, sobre todo, quedarse con el botín. Como también somos conscientes de que pie cojean cada uno de los asesinos, estafadores, antiguas glorias (y de sus debilidades)… que conviven en la celda. Aunque no se para ahí El día de los tramposos, igual de deshonestos que la pandilla que se encuentra encerrada en la celda, son los hombres de bien: el padre de familia, el juez, los guardianes, el antiguo alcaide e incluso el hombre que nos parece más honesto de la función nos ofrecerá su cara oscura, su rostro oculto (sin embargo, y parece ser que hubo cortes en su papel, el de Henry Fonda es el que me parece menos logrado aunque es fundamental para la trama y la sola presencia de Fonda le otorga un poderoso final). El día de los tramposos es un sálvese quien pueda. Y el que sea más hábil jugando, se llevará el botín. El más inocente (que lo hay) perderá la vida sin entender que es lo que ha ocurrido, ni saber que ha sido vilmente manipulado. Otros se darán cuenta del engaño. Y el de más allá perderá la cordura. El de más acá se creerá vencedor pero no se dará cuenta de que hay un destino, un factor suerte…

A pesar de parecer un western vodevil envuelto en película carcelaria con reformas sociales, El día de los tramposos es una demoledora película sobre lo sombrío de la condición humana muy acorde con los tiempos que corrían (y con los que corren ahora)… Tiene un ritmo alegre, divertido y pícaro pero por detrás va dando mazazos, golpes y dejando a la luz un mundo oscuro, triste y perplejo. Cuenta con una galería de actores excepcional pues a Kirk Douglas y Henry Fonda, se unen unos secundarios de lujo, con unos personajes maravillosamente perfilados, como los geniales Hume Cronyn (estafador, homosexual y pintor de ángeles con sexo), Burgess Meredith (una leyenda que se hace llamar Kid y lucha por no volverse loco) o Warren Oates (toda su vida traicionando buscando tener un amigo de verdad…).

Un western atípico que logra congelarte la sonrisa. Pero, como siempre rodado con ingenio, con un arranque estupendo que además es la mejor presentación de cada uno de los protagonistas… y un final tan inesperado como demoledor…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

12 hombres sin piedad (12 angry men, 1957) de Sidney Lumet

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Sidney Lumet pertenecía a esa generación de directores de cine que comenzaron su formación en la televisión (como por ejemplo John Frankenheimer, Stanley Kramer, Arthur Penn o Martin Ritt). Cuando debutó en el cine ya tenía una carrera televisiva a sus espaldas y fue con uno de los dramas judiciales más míticos: 12 hombres sin piedad. Esta pieza fue escrita por Reginald Rose precisamente para televisión (después realizó una versión para los escenarios de teatro y escribió el guion para la película). Se emitió por primera vez en la CBS el 20 de septiembre de 1954 en el programa Studio One. Y a Henry Fonda le encantó el proyecto. Tanto que se convirtió en productor y no paró hasta llevarla a cabo para la pantalla grande. Y su sueño se convirtió en realidad con Lumet como director. Fue una de las películas de las que más orgulloso se sintió el actor (junto a Incidente en Ox-Bow y Las uvas de la ira).

Sidney Lumet desarrolla toda la trama en un cuarto: donde un jurado, doce hombres, delibera sobre la culpabilidad o inocencia de un joven (18 años) al que se le ha acusado de asesinar a su padre. Y sin embargo logra que el espectador esté pegado a la butaca durante todo su metraje… por varios motivos.

El primero, un gran reparto, doce actores que construye cada uno un personaje definido y una manera de comportarse ante la misión que tienen encomendada. Dependiendo del voto de inocente o culpable el joven irá a la silla eléctrica o no. En un principio todos están dispuestos a que la deliberación termine pronto. Parece un caso bastante claro. Lo que quieren es votar e irse a sus hogares u otros menesteres. Pero en esa primera votación el jurado número 8 (no sabemos el nombre de ninguno de los personajes excepto al final en el que tan sólo nos enteramos del nombre del jurado número 8 y de jurado número 9) vota inocente. Como no hay unanimidad tienen que empezar a deliberar. El jurado número 8  explica que no está del todo seguro sobre su inocencia pero que tiene varias dudas razonables y un respeto inmenso por la tarea encomendada. Cree el muchacho se merece que piensen y que su voto sea tras un razonamiento justo de todas las pruebas presentadas en el juicio. El jurado número 8 es crítico con cómo se ha llevado a cabo el juicio, piensa que todo el mundo ha dado por hecho la culpabilidad del joven y que ni siquiera el abogado defensor (uno de oficio) se ha molestado en llevar a cabo una buena defensa. Cree que si hay más de una duda razonable (como les ha recordado antes de entrar en la sala un juez cansino) deben plantearse el voto. En tiempo real (una hora y media más o menos) poco a poco cada personaje y por motivos diferentes van cambiando su parecer…

En segundo lugar la tensión y el ambiente que ‘se respira’ en la sala y una buena labor de fotografía en ese sentido (aumentando esa sensación de agobio en buen blanco y negro por el gran Boris Kaufman). Es un día asfixiante, el ventilador no funciona, las ventanas no se abren bien, hay una sensación de agobio ante una mesa enorme y las sillas. De falta de espacio, de atmósfera irrespirable. Después se desata una tormenta. Da la sensación de doce hombres encerrados en una especie de jaula de la que no pueden salir sin haber solucionado lo que tienen entre manos.

Y el tercero unos diálogos y un ritmo potente donde cada uno puede ver reflejados comportamientos reconocibles en los distintos grupos sociales en los que nos movemos. A través de esas dudas razonables, las discusiones de estos hombres y sus cambios de voto vemos un microcosmos social representado donde cada uno tiene un papel especial asignado.

Doce hombres sin piedad no dio muchos dividendos en taquilla. No fue un éxito de público. Sin embargo, con los años se ha convertido en todo un clásico y un referente de cine y juicios.

Merece la pena, porque es uno de sus mejores logros, el analizar a cada uno de los miembros del jurado que además poseen el rostro de actores carismáticos con carreras televisivas, cinematográficas y teatrales a sus espaldas. Todos los rostros nos suenan y todos están increíbles en sus composiciones. Ninguno sobra. Todos tienen sus matices. Sus personajes están perfectamente construidos. Si nos fijamos bien en el fotograma, sabremos quién es quién. Empezamos por el personaje que está de pie y luego continuamos a la derecha.

Jurado 1: Martin Balsam

Él es el presidente del jurado. Trata de llevar con disciplina y como obligación el puesto que tiene asignado aunque también denota que tiene ganas de que acabe pronto la deliberación y se queda sorprendido cuando ve que se va a discutir sobre el caso. A veces se siente saturado ante su función e incluso se enfada con quienes se quejan y les invita a que ocupen su puesto. Nunca deja clara su posición ni por qué cambia su voto. Se ve que es un buen hombre que tienen ganas de realizar bien sus obligaciones como ciudadano.

Martin Balsam le da su rostro y fue un actor secundario carismático al que se le puede recordar en distintos papeles. Su carrera fue larga pero sin duda nos viene a la memoria por dos papeles: uno como el único detective que llega al hogar de Norman Bates en Psicosis… y no acaba muy bien parado. Y otro como ese productor excéntrico, hortera y millonario que se declara descubridor de Holly Golightly en Desayuno con diamantes.

Jurado 2: John Fiedler

Es un empleado de banca apocado y convencido de la importancia de pertenecer a un jurado. Escucha a unos y a otros y se acerca a uno y a otros sin definirse claramente. Va construyéndose su propia opinión según cree él que haría un buen ciudadano. No pierde la calma pero no le gusta que se metan con él o no le traten de un modo correcto.

John Fiedler trabajó bastante más en la televisión que en el cine. Se le puede recordar como uno de los personajes más relevantes que acompaña las aventuras de Jack Lemonn y Walter Matthau en La extraña pareja. Para los amantes del cine de animación siempre dobló al personaje de Disney, Piglet en las historias de Winnie the Pooh.

Jurado 3: Lee J. Cobb

El jurado 3 es un hombre hecho a sí mismo. Un pequeño empresario que poseé una lavandería con varios trabajadores de la que se siente orgulloso. Tiene unas complejas relaciones con su joven hijo. Sus miedos, frustraciones, odio y violencia las vuelca en el joven acusado. Está acostumbrado a hacer su santa voluntad, él no discute, ordena. No dialoga, si alguien es contrario a su parecer pelea y se vuelve agresivo. Emplea el miedo y el grito como armas de persuasión. Todo esconde su sentimiento de culpa por no haber sido un buen padre.

Lee J. Cobb tiene un rostro que no se olvida. Fue un secundario de oro y tiene en su carrera un buen número de películas inolvidables con personajes de carácter. Una de sus creaciones más famosas es la de mafioso de los puertos en La ley del silencio. Pero su presencia es recordada en films como Los hermanos Karamazov, Éxodo o El exorcista.

Jurado 4: E. G. Marshall

Frío y calculador, es corredor de bolsa. Y parece inmutable en sus criterios y razonamientos. No suda. No se altera. Y trata de relacionarse lo menos posible con sus compañeros de sala. Es el que se muestra más racional a la hora de defender sus argumentos de culpabilidad… Parece imposible hacerle cambiar de parecer hasta que logran crear en él una duda razonable… que le deja sin argumentos.

E. G. Marshall se convirtió en un popular actor de radio pero también tuvo sus apariciones estelares en la pantalla grande. Así tiene personajes secundarios de importancia en la interesante Ciudad sin piedad (otro drama judicial) o en la impresionante La jauría humana. Y es uno de los protagonistas de una película que todavía no he visto pero me interesa muchísimo que forma parte de la corriente realista norteamericana: La noche de los maridos (The bachelor party, 1957).

Jurado 5: Jack Klugman

Ha crecido en el mismo ambiente que el acusado y sabe cuáles son las circunstancias del joven y cómo ha sido su día a día. Conoce la violencia que se respira en su ambiente e imagina los golpes continuos que ha recibido el joven. Ha vivido en su vencidario. Varias veces se siente agredido por otros componentes del jurado que no dan el mismo valor, ni los mismos derechos ni oportunidades a las personas que vienen de barrios marginales. Se siente menospreciado y por ello identificado con la situación del joven. Nota cómo hay prejuicios por parte de un montón de miembros del jurado… al principio siente a todo el mundo en contra pero según se va desarrollando la deliberación se siente más apoyado y libre para dar su opinión.

Jack Klugman fue un actor sobre todo conocido por sus papeles en la televisión. Uno de sus papeles televisivos más recordados fue el de la serie La extraña pareja (que llevaba a la caja pequeña la famosa película de Jack Lemmon y Walter Matthau). En cine se le recuerda en un rol secundario en Días de vino y rosas.

Jurado 6: Edward Binns

Un hombre trabajador, es pintor de profesión, y respetuoso con sus compañeros. Se altera cuando ve que alguno no trata bien al más mayor de los miembros del jurado o cuando hay faltas de respeto. Aunque en un principio se muestra poco reacio a dar su opinión o a pensar en el caso, poco a poco se va metiendo en el caso y apasionándose con su papel ahí, en el grupo. Empieza a importarle el paradero de ese chico al que están juzgando y a considerar importante lo que hacen.

Edward Binns, como mucho de sus compañeros de película, trabajó bastante en televisión y en escenarios teatrales. En el cine tuvo papeles secundarios en películas como Con la muerte en los talones, Vencedores y vencidos, Patton o Veredicto final.

Jurado 7: Jack Warden

Es el pasota del grupo. Es vendedor. Se hace el simpático pero es un maleducado. Sólo quiere llegar a un partido del béisbol para el que tiene entradas. Quiere terminar cuanto antes y no le gustan los razonamientos. Sólo le interesa lo que le beneficia y lo demás le importa poco. Cambia su voto sólo en función de terminar cuanto antes…

Tiene el rostro de un gran secundario con una importante carrera llena de buenos personajes. En los últimos años era habitual su presencia en películas de Woody Allen como Septiembre, Balas sobre Broadway y Poderosa Afrodita. Películas míticas ganan con su presencia como la interesante Shampoo o las clásicas La taberna del irlandés o la reivindicable Donde la ciudad termina. También aparece en La noche de los maridos.

Jurado 8: Henry Fonda

Es un arquitecto que tiene en principio a todo el grupo en contra. Es el hombre tranquilo y razonable que trata de que el juicio al joven se convierta en justo. Por eso en la primera ronda deja caer su voto bomba: No culpable. Cree que merece la pena tomarse el caso en serio y siembra dudas razonables. A partir de ahí todos se ven obligados a pensar, razonar, discutir y posicionarse.

Es la única estrella del reparto (además de productor de la película) con una carrera cinematográfica mítica llena de títulos emblemáticos. Sin embargo ésta se convirtió en una de sus películas favoritas. Es difícil olvidarle en Sólo se vive una vez, Las tres noches de Eva o En el estanque dorado además de las películas anteriormente mencionadas… por sólo recordar unos cuantos de los buenos papeles que jalonaron su trayectoria profesional.

Jurado 9: Joseph Sweeney

Es el más mayor del grupo, jubilado. Nada tiene que perder. Es un hombre razonable y por eso apoya al jurado número 8 porque cree que tiene derecho a exponer sus dudas. Aunque hay algunos miembros del jurado que no le respetan por ser anciano nunca deja de exponer sus pensamientos y planteamientos. Su experiencia de vida le hace hacer observaciones muy válidas sobre los motivos de las declaraciones de alguno de los testigos. Además es tremendamente observador y pone en evidencia más dudas razonables.

Fue también un actor sobre todo de televisión. Además fue uno de los actores que se conservó del reparto de la versión televisada de Doce hombres sin piedad. Realizó el mismo rol, jurado número 9.

Jurado 10: Ed Begley

Con su rostro desagradable y sus malas formas finalmente deja al descubierto que tan sólo juzga por sus prejuicios y racismo. Al principio se siente fuerte pero según algunos van cambiando el voto y otros que aguantan cada vez menos su desprecio le van arrinconando y dejándole solo con su irracional discurso.

Ed Begley fue otro de los secundarios de oro en Hollywood. Cuenta con papeles inolvidables en Dulce pájaro de juventud (en otra creación de hombre desagradable) y está magnífico en la reivindicable Apuestas contra el mañana (1959), una galeria de perdedores que se abalanzan a un trágico destino… negro.

Jurado 11: George Voskovec

Ciudadano inmigrante, educado, sencillo y encantador. Es relojero. Sufre el racismo de varios de los miembros del jurado pero no se calla, sabe defenderse y pronto se pone del lado del joven acusado intentando entender sus motivaciones. También se toma en serio su papel y regala buenas reflexiones.

George Voskovec también trabajó en la televisón (aunque destacó en varias especialidades artísticas) y como Sweeney venía del reparto de la emisión televisiva.

Jurado 12: Robert Webber

Él es publicista y va cambiando su voto según le presiona el grupo. Demuestra que no tiene criterio propio. Trata de soltar gracias, de hacerse el simpático y cuenta anécdotas de trabajo que nada tienen que ver con lo que ahí se dirime… Es alguien que trata de ser carismático pero lo que deja ver es su falta de personalidad.

Robert Webber es un rostro popular en televisión y cine. En la pantalla grande se puede recordar su rostro en títulos como Castillos en la arena, Harper, investigador privado, Doce en el patíbulo o Quiero la cabeza de Alfredo García.

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