Tiempo de comedia (1). El doctor se casa (The doctor takes a wife, 1940) de Alexander Hall

Loretta Young y Ray Milland, pareja sorpresa para un buen screwball comedy, El doctor se casa.

Los años treinta y cuarenta fueron las décadas doradas de la screwball comedy o comedia alocada. Y precisamente el año 1940 cosechó grandes películas de este género. Por ejemplo, Luna nueva, Historias de Filadelfia, Mi mujer favorita o El bazar de las sorpresas. Las screwball se convirtieron en un buen antídoto contra la Depresión. Y además de provocar la risa, hacían pensar. Normalmente, siempre solía haber un personaje que ponía patas arriba el mundo ordenado o en un mundo loco entraba alguien cuerdo. El choque y el roce eran siempre motivo de malentendidos, risas y amor, mucho amor. En las mejores screwball había una lectura de clases sociales y una crítica al sistema. También solían ser protagonizadas por fuertes e independientes personajes femeninos, y a menudo estas eran también la “pieza” del desorden. La guerra entre sexos siempre estaba servida. Entre tanta joya alguna ha quedado sepultada, y su descubrimiento es todo un deleite.

Así ocurre con El doctor se casa, también de 1940, una deliciosa y divertida screwball comedy muy olvidada. Su director es Alexander Hall, y no hace mucho dediqué una entrada a una de sus películas más recordadas: El difunto protesta (Here comes, mr. Jordan, 1941). La pareja protagonista son Loretta Young y Ray Milland (él ya había protagonizado una comedia alocada inolvidable: Una chica afortunada, de Mitchell Leisen), seguidos por unos secundarios de oro, algunos asiduos a este tipo de comedias: Reginald Gardiner, Gail Patrick y Edmund Gwenn, entre otros. Young y Milland están deliciosamente divertidos y con una química muy especial. Ella es June Cameron, una escritora feminista de éxito. Él es el doctor Timothy Sterling, que ambiciona una cátedra en la Universidad que le permita seguir investigando sobre las migrañas, además de tener en su cabeza ideas retrógradas sobre las mujeres. Uno de los guionistas es George Seaton, que también dirigiría películas posteriormente. Es más, es recordado sobre todo por una película navideña de culto: De ilusión también se vive. Pero en su filmografía puede encontrarse una interesante película de espías (Espía por mandato) u otra que inauguró el cine de catástrofes (Aeropuerto).

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Películas para diciembre. Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) de Gustavo Salmerón / Coco (Coco, 2017) de Lee Unkrich, Adrián Molina

Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) de Gustavo Salmerón

Muchos hijos, un mono y un castillo

Julita, dama del screwball comedy en Muchos hijos, un mono y un castillo

Todas las familias tienen sus peculiaridades, y cada familia es especial a su manera. Si no que se lo pregunten a Gustavo Salmerón que, cámara en mano y con mucho mimo, durante catorce años ha filmado a la suya además de recopilar imágenes de archivo y montar un documental. Así nace Muchos hijos, un mono y un castillo con las luces y sombras de su familia, pero de tal forma que siempre termina provocando la risa o la sonrisa. La cámara se convierte en su herramienta de expresión para realizar una personal biografía de sus padres, hermanos y él mismo. Su familia numerosa (son seis hermanos) gira alrededor de la matriarca, Julita, que con su facilidad de palabra, sus sueños, las vértebras de su abuela y su marcado sentido del humor articula la historia de esta familia peculiar.

Ya lo dice uno de los hermanos…, su familia vive en el caos y llevan una existencia caótica, pero siempre unidos. Y ese caos lo sustenta su madre y su filosofía de vida que como si fuera una vieja dama octogenaria del screwball comedy, con gotas de esa otra generación del 27, arrastra a todos los miembros a una especie de peculiaridad continúa a lo Vive como quieras de Frank Capra (y esa inolvidable familia que son los Sycamore).

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Píldoras de películas clásicas: Ello, Salve, héroe victorioso, El milagro de Morgan Creek, Vinieron las lluvias, El despertar, Soy Cuba, El déspota y El día de los forajidos

Recuperar a Antonio Moreno (y II). Ello (It, 1927) de Clarence G. Badger

It

El it boy y la it girl… de los años 20

El término it girl está en cualquier revista de moda actual. Pero, sin embargo, tenemos que irnos a principios de siglo para saber realmente qué significa. Y fue Elinor Glyn, novelista y guionista, quien popularizó el término. “It” era aquella cualidad que poseía una persona, de manera inconsciente, que irremediablemente provocaba atracción física y mental. Y, fue tal la popularidad de dicha palabra, que Hollywood quería llevar el término “it” a la pantalla… Y nació una película donde incluso la propia Glyn hizo de ella misma. ¿Y quién podía ser la pareja que tuviera Ello? ¿Quiénes tenían esa cualidad innata de atraer, de manera inconsciente… por su forma de ser, de actuar, de comportarse…? ¿Cuál sería la pareja de moda? La primera it girl en la pantalla sería Clara Bow. Y el primer it boy en el cine tendría el rostro de Antonio Moreno. Y los dos son los protagonistas de una película divertida… una comedia de equívocos y con ritmo… una comedia de los locos años 20… It de Clarence G. Badger. Supuso la consagración definitiva de Clara Bow. Es curioso descubrir la vida trágica de la flapper del cine, de la mujer que representó los despreocupados y divertidos años 20. Por cierto, entre los figurantes de esta película se ve un actor que hace de reportero que apenas sale un minuto…, pero ya se ve que tiene Ello. Ese figurante será toda una estrella en el futuro: Gary Cooper.

Preston Sturges y la guerra. Salve, héroe victorioso (Hail the Conquering Hero, 1944) / El milagro de Morgan Creek (The Miracle of Morgan’s Creek, 1944)

Es un lujo darse una sesión doble con estas dos películas dirigidas y escritas por Preston Sturges y como actor protagonista de ambas, el olvidado Eddie Bracken, un actor cómico, y también en las dos aparece como secundario de lujo, William Demarest. Durante la Segunda Guerra Mundial, nadie osaba reírse de los soldados o representar en la pantalla blanca una imagen negativa. Normalmente eran tratados como héroes o como personajes trágicos… Preston Sturges crea, sin embargo, dos comedias donde se ríe de ellos y con ellos y de mil cosas más, pero con elegancia y ternura… y soltando de todo por su boca. En Salve, héroe victorioso, el protagonista, Woodrow Truesmith, no puede ser marine por una enfermedad absurda y se avergüenza del volver a su hogar. Se encuentra en un bar, desolado, cuando entra un grupo de marines que necesitan dinero para beber… y los invita, y ellos se inventan una historia para que este regrese a casa. Y se arma tal revuelo en su localidad que ¡lo reciben como el mayor de los héroes de guerra! Y el pobre Woodrow Truesmith no sabe cómo salir de esta aventura, cómo decir la verdad… Sus compañeros no hacen más que liar las cosas… Y en El milagro de Morgan Creek… milagrosamente la película pasó la censura pues trata ni más ni menos de una inocente, pero algo alocada, muchacha que se va de juerga con un montón de soldados una noche y al día siguiente no solo no se acuerda de nada, sino que aparece con un anillo de casada, y pronto se entera de que además está embarazada. Quien estará a su lado y tratará de ayudarla por todos los medios será un muchacho, que no ha podido alistarse, y que está locamente enamorado de ella desde que eran niños. También forman parte de la aventura el duro padre (pura máscara) de la muchacha y su hermana pequeña.

Las dos películas son tremendamente divertidas y muy locas… Preston Sturges se ríe con elegancia de muchísimas cosas y llama la atención cómo pudo sacar adelante ambos proyectos cinematográficos en aquellos tiempos y con tan buena fortuna. Además es una gozada disfrutar de toda una galería de actores secundarios realmente graciosos. Y también encontrarse con dos actrices que merece la pena seguir sus pasos: Ella Raines y Betty Hutton.

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Ocho mujeres y un crimen (The Mad Miss Manton, 1938) de Leigh Jason

Ocho mujeres y un crimen

Peter Ames y Melsa Manton… irracionalmente enamorados

“Antes de conocerte no me gustabas nada. Y aún sigues sin gustarme nada. Al menos a mi lado razonable. Pero mi parte irracional se altera al pensar en ti”, le dice el periodista Peter Ames (Henry Fonda) a la millonaria Melsa Manton (Barbara Stanwyck). Y entonces este personaje da con la clave que mueve todas las historias de amor de las screwball comedies… Sus personajes se dejan llevar por esa parte irracional y los polos opuestos están condenados no solo a entenderse sino a enamorarse locamente. A Melsa Manton y Peter Ames les acompañan otras parejas ilustres como David Huxley (Cary Grant) y Susan Vance (Katharine Hepburn) que habitaban en La fiera de mi niña. O Godfrey Parke (William Powell) e Irene Bullock (Carole Lombard) que paseaban su absurdo y loco amor por Al servicio de las damas. Pero además Ocho mujeres y un crimen apunta otro derrotero que la hace especial: une a la comedia alocada, el misterio. Y esta mezcla ya había dado muy buenos resultados con un sofisticado matrimonio de detectives, Nick Charles (William Powell) y Nora (Myrna Loy), que empezaron sus aventuras, entre fiestas y champán, en 1934 con La cena de los acusados.

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Diccionario cinematográfico (222). Familias

La familia

Familias: palabra inabarcable en el mundo del cine. Las hay de todos tipos, felices e infelices. Locas y cuerdas. Divertidas y tristes… Buenas y terroríficas. De policías y de mafiosos. Ricos y pobres… Algunas veces sabemos la historia de generaciones y otras veces acompañamos a una familia por unos cuantos días, o incluso tan solo unas horas.

De las más actuales tenemos, desde Francia, a La familia Bélier, donde todos los miembros son sordos excepto la hija mayor, que además tiene una bella voz para el canto. También está la familia Weston con los que vivimos unos días calurosos de verano en la América profunda, en concreto del mes de Agosto (antes de verlos en la pantalla, los disfrutamos en los escenarios teatrales). Imposible olvidar el almuerzo después de un entierro, y cómo madre e hija acaban de los pelos y todos intentando separarlas. En el cine patrio no solo está la saga de La gran familia ni tampoco únicamente los Panero (que además poca ficción hay en ellos) y El desencanto… que arrastraban por una España en blanco y negro. No hace mucho apareció por este hogar del ciberespacio la familia Porto Alegre que influenciada por Las furias llega a momento catártico al lado del mar… después de varios ataques de nervios. Y también tan solo hace unos tres años estuvimos de celebración, entre risas y lágrimas, digo, con siete novias para siete hermanos, con la familia Montero, o como gustan llamarse: La gran familia española. Ay, también Almodóvar tiene una colección de familias especiales, siempre con fuerte presencia femenina. Y es que el director en Volver regresa a sus raíces familiares manchegas en compañía de Raimunda y toda su estirpe de mujeres.

Pero hay familias de celuloide míticas. Así, de repente, me vienen a la cabeza una ráfaga. Los Corleone nunca faltan a una cita de familias y nadie olvida un regalo para El padrino. Tampoco podemos olvidarnos de las desgracias de la familia Joad en esa camioneta desvencijada, porque Las uvas de la ira caen por una carretera interminable. Y por estas fechas, Qué bello es vivir, todos recordamos a la familia Bailey, que aunque no lo tiene fácil y a veces las cosas se les ponen muy complejas, como dice el ángel Clarence cuentan con muchos amigos. O alrededor de torres de petróleo, aunque ellos siempre prefirieron el ganado, se encuentran los Benedict, protagonistas de una historia Gigante. Y no podemos dejar de nombrar a los Amberson… El cuarto mandamiento de Orson Welles: dejarás la historia por décadas y décadas de una familia y su decadencia.

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¡Qué ruina de función! (Noises off, 1992) de Peter Bogdanovich

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Peter Bogdanovich ama el cine y uno de sus amores es un género: la comedia y si es posible screwball… con unas gotas de slapstick, por favor. Si encima unes cine y teatro…, solo hay una salida: el espectáculo debe continuar. Así surge ¡Qué ruina de función!, película donde el director cinéfilo logra que el espectador llore de la risa y sus carcajadas no puedan reprimirse. Bogdanovich mima sus comedias y bebe de un lenguaje cinematográfico complejo que se fue forjando con los grandes cómicos de cine mudo americano y continuó con el género screwball durante los años treinta y cuarenta…, de esta manera las comedias de Bogdanovich son evoluciones y homenajes al género que ponen de relieve la importancia que tiene un buen director de comedias. No hace más que seguir la premisa que nos descubrió Preston Sturges en Los viajes de Sullivan: lo importante que es dirigir buenas comedias y provocar simplemente la risa. Porque la risa termina siendo terapéutica y relajante cuando realmente surge del alma.

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Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight) de Woody Allen

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Sophie (Emma Stone) percibe “impresiones mentales” que le hacen adivinar los secretos ocultos del alma de toda persona que se relaciona con ella. En ella, en esa joven, está el misterio, lo inexplicable de la vida, y lo demuestra en sus sesiones de espiritismo en las que logra conectarse con el más allá. Así Woody Allen vuelca también sus “impresiones mentales” en su última película Magia a la luz de la luna y bajo una aparente y sencilla comedia de amor, emulando a las screwball comedies y la guerra de sexos, filosofa sobre los grandes temas que le han preocupado siempre a lo largo de su filmografía.

Así Woody Allen vuelve a hacer un viaje al pasado, a los locos años 20, a Europa (ya lo hizo hace relativamente poco en Midnight in Paris) y nos presenta a un mago racional y pesimista, ególatra y narcisista (elegante Colin Firth)… que trata de desenmascarar a una joven médium y a su madre que están, en teoría, engañando y desplumando a una millonaria familia. El encargo viene de otro mago, mejor y único amigo del protagonista y amigo a su vez de la supuesta familia estafada. Así que Stanley, que así se llama nuestro escéptico mago, se ve enredado en la mirada y la sonrisa de Sophie. De pronto, ella con su misterio y como portadora de lo inexplicable da un sentido a la vida, una explicación posible a la nada, una esperanza… Y el escéptico se siente vencido y arrebatado. De pronto descubre que quizá no todo es tan lógico y a la vez tan sin sentido, y que tal vez haya más magia de la que imagina.

La presencia de la magia o del espiritismo no es nuevo en la filmografía de Woody Allen. Es como si el director tratara de que sus personajes lograran una cierta tranquilidad en su relación con lo inexplicable, alimentando esperanzas. Como si lo racional y lo lógico no hiciera feliz a sus personajes y sí dejarse llevar por lo misterioso, por lo que el ser humano no puede explicar pero siente que está ahí, por esas “impresiones mentales” que emanan por el aire. Así Allen se ha dejado llevar por la magia y el espiritismo o incluso por los viajes en el tiempo en La maldición del escorpión de sangre, Scoop o Conocerás al hombre de tus sueños… Personajes que encuentran un motivo para vivir e ilusionarse.

Así Allen crea un inteligente debate sobre la razón y lo espiritual bajo una aparente sencillez (y parece que este debate está últimamente en varias películas en cartelera pero en forma de ciencia ficción). Y esa sencillez hace que nos metamos de lleno, tanto en la descripción de los personajes como en los acontecimientos que transcurren, en una elegante screwball comedy con guerra de sexos de fondo. En Sophie y Stanley hay ecos de grandes comedias clásicas dirigidas y escritas por Preston Sturges o dirigidas por Mitchell Leisen o Howard Hawks. Sophie es el elemento discordante, que viene de otro lugar y de otra clase social, a poner patas arriba el mundo de unos excéntricos millonarios. Y sobre todo a desmoronar la ordenada y construida vida de Stanley, mago de éxito (pero como una profesión cualquiera que tiene su fruto por el arduo trabajo) y a punto de casarse con la mujer más perfecta y racional que existe. Sophie siembra un delicioso caos, como buena heroína de un screwball. No puede faltar la alegría chispeante de una canción de Cole Porter ni el disparate siempre presente en este tipo de comedias con personajes tan especiales como un joven millonario que canta fatal con un ukelele a su amada, y nunca se agota, o su madre que es feliz al poder hablar desde el más allá con su señor marido y preguntarle si alguna vez le fue infiel… O una tía encantadora, excéntrica y solitaria que conoce como nadie a su en el fondo triste sobrino…

Todo regado con un romanticismo elegante donde no falta la tormenta que obliga a Stanley y a Sophie a ocultarse en un observatorio. En un momento dado, pueden ver el cielo estrellado. Stanley le ha explicado a Sophie que esta visión le parecía amenazadora cuando era un niño. Como si el Universo le aplastara y fuera evidente su insignificancia y lo incomprensible del mundo. Sophie mira ese cielo y le pregunta que si realmente le parece amenazador, que si no lo ve simplemente romántico… ¿Hay forma más sencilla e inteligente de reflejar la magia a la luz de la luna? ¿Hay forma más sencilla e inteligente de mostrar la convivencia entre lo racional y lo espiritual?

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Diccionario cinematográfico (207)

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Autobús: hoy me he despertado y me he dicho: me apetece montar en un autobús y a ver dónde me lleva… Porque son muchos los autobuses que han salido en el cine y muy distintos los motivos del viaje.

En la screwball comedy no faltan los autobuses. Recuerdo una película que se llama Una chica afortunada, me parto de risa. Todo comienza en un autobús. Y también termina ahí. Mary (Jean Arthur) se dispone como cada mañana a ir a trabajar en el medio de transporte que puede permitirse. De pronto le cae del cielo un abrigo de piel… y toda su vida cambia. También se conocen en un autobús la millonaria Ellie Andrews (Claudette Colbert) —que huye de su padre y además esconde su identidad— y el periodista intrépido Peter Warne (Clark Gable)… en esa joya de Frank Capra que se titula Sucedió una noche. Como siempre ocurría con este director los compañeros de viaje de los protagonistas no tienen desperdicio.

Por otra parte se hacen viajes en autobús que transforman. Que se lo digan a las tres drag queens que protagonizan Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Las tres artistas de cabaret recorren Australia en un autobús muy especial y a la vez van construyendo relaciones y como toda buena road movie que se precie es un viaje que cambia sus vidas.

Otro autobús con mucha vida es el de Bus Stop donde una soñadora cantante de cabaret, maleada por la vida, y un inocente vaquero pasarán del odio al amor. Del miedo al cariño. Cada uno vivirá su particular infierno y paraíso en un viaje en autobús.

Hay películas que terminan con un final incierto y abierto… pero con sus protagonistas montados en un autobús. Así ocurre en El graduado. El joven Benjamin y la bella Elaine vestida de novia nos miran desde los asientos traseros de un bus…

Y es que los viajes pueden ser de todo tipo. Incluso de acción. Pero de acción trepidante. Así ocurre en Speed. Un policía y una viajera lo pasan canutas sin poder parar un autobús que cada vez va más rápido y que si su trayectoria se interrumpe todos los viajeros morirán al explotar la bomba que esconde en su interior.

… Especialmente trágico es el viaje en autobús de una madre y su hija (y todos los viajeros) en La Soledad de Jaime Rosales en una de las escenas más impactantes de la película. O Alfred Hitchcock nos hace que lo pasemos muy mal durante el trayecto en autobús de un niño con una caja en Sabotaje (1936). Él no sabe lo que porta en esa caja, los espectadores sí: una bomba.

Todo puede ocurrir en un autobús: desde conocer a la persona que cambiará tu vida como le ocurre a Michelle Pfeiffer como un ama de casa americana de los sesenta obsesionada con Jackie Kennedy que quiere acompañarla durante los funerales de su esposo asesinado, el presidente John F. Kennedy, y se sube a un autobús donde conoce a un hombre negro con una niña que no habla apenas… en Por encima de todo de Jonathan Kaplan.

A conocer al amor de tu vida o al amigo del alma como le ocurre a Forrest Gump. En un autobús escolar conoce a Jennie. Y en otro autobús, cuando se alista para Vietnam, conoce a Bubba, su mejor amigo. Además es en una parada de autobuses urbanos donde empieza a contar toda su historia…

El autobús lleva a los personajes a un destino concreto donde empezar una nueva vida o para arreglar cuentas pendientes. Todo puede depender del asiento que esté libre o el compañero de viaje que toque. El viaje en autobús significa también huida o alcanzar un sueño. Que se lo digan a los personajes, a los peculiares amigos, de Cowboy a medianoche. Los dos harán un último viaje, Joe (John Voight) y Rizzo (Dustin Hoffman)… a punto de rozar un sueño.

Próxima parada.

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La gran familia española (2013) de Daniel Sánchez Arévalo

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Sentí una enorme conexión con La gran familia española sin necesidad de que esa familia que se refleja en la pantalla se identifique con la mía…, sentí una conexión emocional. Cuando era pequeña, muchos domingos por las mañanas, mis padres nos despertaban (a mis hermanos y a mí, somos cuatro) con un disco de vinilo a todo volumen: Siete novias para siete hermanos (Seven brides for seven brothers, 1954) de Stanley Donen. Además de levantarnos con un buen rollo increíble, olía a desayuno rico, tortilla francesa con bonito… Mis padres, mis hermanos y yo vimos en un montón de ocasiones este musical. Y a mí me gustaba muchísimo. Secretamente me gustaban uno o dos hermanos a los que veía guapísimos… Me daba una alegría increíble… Cuando ya fui algo más mayor me siguió fascinando pero me sorprendió que me creyera los escenarios de cartón piedra, que no me diera cuenta de lo artificial. Recuerdo que en varias ocasiones, cuando no me quería ir de un sitio o que unas vacaciones terminasen (o cuando quería huir y que no me encontrasen) siempre pensaba: ojalá caiga una avalancha o que nieva mucho y nos quedemos incomunicados… recordando esos hermanos que secuestraban a las novias y se quedaban allí en la montaña, incomunicados del mundo… buscando su propia felicidad.

Así que ya desde el principio La gran familia española me tenía ganada… porque Siete novias para siete hermanos juega un gran protagonismo. Es de esas películas que generan buen rollo… es como si Daniel Sánchez Arévalo dijera que a pesar de que estemos hechos una mierda y vivamos en un mundo que se derrumba, no perdamos la oportunidad de vivir momentos felices y alegres…, de reírnos y de querer a la gente cercana que nos hace sufrir (porque los amamos con locura) pero también nos ofrecen buenos momentos. La familia de la película siempre está a punto de derrumbarse pero a la vez se reinventa sus lazos. Así La gran familia española es una tragicomedia con unas gotas de screwball comedy con su locura correspondiente.

Y ésa es su única función… que sigamos las alegrías y desgracias de cinco hermanos (que se llaman como los personajes de la película favorita del padre, el musical de Donen… por orden alfabético y nombres bíblicos) y salgamos con una sonrisa entre tierna y melancólica pero con unas ganas increíbles de seguir en el día a día con nuestras alegrías y penas.

Es de esas películas vitalistas que sirven de medicina para pensar que merece la pena seguir intentándolo. Como cuando el personaje de Woody Allen entra en la sala de cine desesperado y termina disfrutando de una película de los hermanos Marx en Hannah y sus hermanos desapareciendo su angustia vital. O como ese O’Sullivan que después de su viaje más duro es consciente de lo importante que es hacer películas que tan sólo hagan reír… O esa pequeña mujer desgraciada en la depresión de los 30 que solo encuentra consuelo y un poco de felicidad refugiándose en la sala de cine (de nuevo Allen).

Daniel Sánchez Arévalo contagia buen rollo con las vicisitudes de esa familia disfuncional que a la vez está unida por lazos fuertes… y que se enfrentan al amor, la depresión, la huida, la vida, la muerte, las discusiones, las envidias, las alegrias, desgracias y la desesperación con un punto de locura, una boda que nunca se termina y una reunión muy especial con una película de las de siempre…

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Tres comedias y una tragicomedia: Llévame a la luna (Un plan parfait, 2012) de Pascal Chaumeil / Una mujer difamada (Libeled lady, 1936) de Jack Conway / La comedia de los horrores (The comedy of terrors, 1963) de Jacques Tourneur /Una canción para Marion (Song for Marion, 2012) de Paul Andrew Williams

El cine puede proporcionarnos unas vacaciones inolvidables. Y esta vez me voy a la risa. Tres comedias y una tragicomedia (como la vida misma). Grandes estrellas, glamour, viajes a lugares lejanos… incluso a la luna (o algo parecido con escala en África), amor mucho amor (con alguna lagrimilla), alguna que otra canción y ocio (especialmente pesca)… y unas dosis de humor negro (con homenaje a Richard Matheson).

Llévame a la luna (Un plan parfait, 2012) de Pascal Chaumeil

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A veces me pasa que sólo pido evasión y risas cuando entro en la sala de cine. Sí, soy así de simple. Así que cuando me sirven una buena comedia romántica con toques clásicos de screwball comedy y guerra de sexos me siento contenta. Y así me ocurrió la tarde de Llévame a la luna, comedia francesa, con una pareja insólita pero que funciona muy bien: Diane Kruger y Danny Boon (nuevo rey de la comedia francesa). Pero ¿quién da la sorpresa?: la hermosa y gélida Diane Kruger que posee una magnífica vis cómica (que ya dejaba intuir en Malditos bastardos).

Llévame a la luna es previsible (pero no importa) y quizá olvidable (tampoco importa) pero tiene varias escenas que provocan la carcajada y deja buen sabor de boca. A Diane y Danny siempre les quedarán sus aventuras africanas. Y Pascal Chaumeil emplea correctamente los mecanismos de la comedia romántica con dosis suaves de locura y mala leche.

Una mujer difamada (Libeled lady, 1936) de Jack Conway

Ahora nos vamos a una screwball comedy de los años 30. Ya sólo por su increíble reparto merece la pena inmiscuirse en Una mujer difamada de Jack Conway. Tenemos un cuarteto de oro y el secundario imprescindible: Myrna Loy y William Powell (actuaron juntos en un montón de películas y siempre proporcionaban una sensación de elegancia, glamour, risas —y a veces, las menos, drama— y burbujas…), Spencer Tracy y Jean Harlow. Del cuarteto la sorpresa es disfrutar de una Harlow en su papel de rubia tonta, descarada y sensual pero sensible y mujer enamorada. Además el secundario de oro es Walter Connolly, en un papel de millonario excéntrico.

La trama es compleja y enrevesada pero llena de encanto donde todo el lío ocurre a partir de una noticia falsa en un periódico y una demanda millonaria. Jack Conway sabe imprimir un ritmo trepidante y unos diálogos chispeantes así como varias escenas delirantes. Lo que más me ha llamado la atención es que quizá a Howard Hawks le vino la inspiración, si vio en su momento esta película, para una de sus más delirantes y divertidas comedias, Su juego favorito. Tanto William Powell como Rock Hudson regalan escenas divertidísimas como pescadores ‘expertos’.

La comedia de los horrores (The comedy of terrors, 1963) de Jacques Tourneur

Otra sorpresa inesperada ha sido toparme con La comedia de los horrores y disfrutarla en cada momento con un divertidísimo guión repleto de humor negro de Richard Matheson (que nos dejó hace poco y está siendo recordada su contribución al mundo del cine… así que ahí va mi homenaje). Así Tourneur crea un divertimento de humor negro lleno de encanto con una genial galería de actores y un gato inolvidable.

Así nos topamos con el enterrador borracho y su ayudante (Vincent Price, Peter Lorre), la esposa frustrada cantante de ópera (Joyce Jameson) o el padre anciano y sordo (Boris Karloff)… pero la sorpresa es ese muerto ‘tan especial’, el papel que me produjo más carcajadas en cada una de sus apariciones (¡Basil Rathbone a tus pies!).

Una película artesanal, realizada con cariño y mucho buen humor (aunque sea negro), donde todo provoca sonrisa y carcajada. ¡Y qué bueno volver a encontrarse con la cara especial de Joe E. Brown (… que alcanzó la inmortalidad con su ‘Nadie es perfecto’)! Así esta vez en la intimidad del hogar el espectador va de la funeraria al cementerio o a mansiones de hombres solitarios con carcajadas en el recorrido.

Una canción para Marion (Song for Marion, 2012) de Paul Andrew Williams

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Película británica sencilla, tragicomedia amable que deja ver el buen trabajo de dos intérpretes que son leyendas del cine. Buen cine británico con fondo social con momentos musicales para el recuerdo. Y sólo por los dos ancianos actores protagonistas merece la pena disfrutar de Una canción para Marion. Ellos son Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Ambos se convierten en un matrimonio: ella, enferma de cáncer; él, abuelo cascarrabias con pánico a perderla. Ella consigue sacar fuerzas para acudir a un coro de personas mayores muy especial… y él encontrará ahí la energía para seguir adelante. Una pieza clave será la joven profesora (Gemma Arteton). Una canción para Marion es la versión en ficción del documental Corazones rebeldes. El documental mostraba un coro muy especial de abuelos que interpretaban canciones muy pero que muy rockeras.

Y a mí me ganó por los solos musicales que tienen en distintos momentos de la película Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Momentos filmados con sencillez y elegancia y que ambos son capaces de que el espectador más exigente llegue a echar una lágrima, aunque sea disimuladamente. Paul Andrew Williams guarda bien el equilibrio entre comedia, tragedia y emoción. Así la película fluctúa entre la melancolía, la tristeza y la sonrisa tranquila de que la vida a pesar de los pesares continúa… y puede guardar momentos bonitos. En varias reseñas se ha señalado que Una canción para Marion es el reverso amable (y no tiene por qué ser peyorativa esta visión) de Amor de Michael Haneke. Y estoy muy de acuerdo.

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