El cine puede proporcionarnos unas vacaciones inolvidables. Y esta vez me voy a la risa. Tres comedias y una tragicomedia (como la vida misma). Grandes estrellas, glamour, viajes a lugares lejanos… incluso a la luna (o algo parecido con escala en África), amor mucho amor (con alguna lagrimilla), alguna que otra canción y ocio (especialmente pesca)… y unas dosis de humor negro (con homenaje a Richard Matheson).
Llévame a la luna (Un plan parfait, 2012) de Pascal Chaumeil
A veces me pasa que sólo pido evasión y risas cuando entro en la sala de cine. Sí, soy así de simple. Así que cuando me sirven una buena comedia romántica con toques clásicos de screwball comedy y guerra de sexos me siento contenta. Y así me ocurrió la tarde de Llévame a la luna, comedia francesa, con una pareja insólita pero que funciona muy bien: Diane Kruger y Danny Boon (nuevo rey de la comedia francesa). Pero ¿quién da la sorpresa?: la hermosa y gélida Diane Kruger que posee una magnífica vis cómica (que ya dejaba intuir en Malditos bastardos).
Llévame a la luna es previsible (pero no importa) y quizá olvidable (tampoco importa) pero tiene varias escenas que provocan la carcajada y deja buen sabor de boca. A Diane y Danny siempre les quedarán sus aventuras africanas. Y Pascal Chaumeil emplea correctamente los mecanismos de la comedia romántica con dosis suaves de locura y mala leche.
Una mujer difamada (Libeled lady, 1936) de Jack Conway
Ahora nos vamos a una screwball comedy de los años 30. Ya sólo por su increíble reparto merece la pena inmiscuirse en Una mujer difamada de Jack Conway. Tenemos un cuarteto de oro y el secundario imprescindible: Myrna Loy y William Powell (actuaron juntos en un montón de películas y siempre proporcionaban una sensación de elegancia, glamour, risas —y a veces, las menos, drama— y burbujas…), Spencer Tracy y Jean Harlow. Del cuarteto la sorpresa es disfrutar de una Harlow en su papel de rubia tonta, descarada y sensual pero sensible y mujer enamorada. Además el secundario de oro es Walter Connolly, en un papel de millonario excéntrico.
La trama es compleja y enrevesada pero llena de encanto donde todo el lío ocurre a partir de una noticia falsa en un periódico y una demanda millonaria. Jack Conway sabe imprimir un ritmo trepidante y unos diálogos chispeantes así como varias escenas delirantes. Lo que más me ha llamado la atención es que quizá a Howard Hawks le vino la inspiración, si vio en su momento esta película, para una de sus más delirantes y divertidas comedias, Su juego favorito. Tanto William Powell como Rock Hudson regalan escenas divertidísimas como pescadores ‘expertos’.
La comedia de los horrores (The comedy of terrors, 1963) de Jacques Tourneur
Otra sorpresa inesperada ha sido toparme con La comedia de los horrores y disfrutarla en cada momento con un divertidísimo guión repleto de humor negro de Richard Matheson (que nos dejó hace poco y está siendo recordada su contribución al mundo del cine… así que ahí va mi homenaje). Así Tourneur crea un divertimento de humor negro lleno de encanto con una genial galería de actores y un gato inolvidable.
Así nos topamos con el enterrador borracho y su ayudante (Vincent Price, Peter Lorre), la esposa frustrada cantante de ópera (Joyce Jameson) o el padre anciano y sordo (Boris Karloff)… pero la sorpresa es ese muerto ‘tan especial’, el papel que me produjo más carcajadas en cada una de sus apariciones (¡Basil Rathbone a tus pies!).
Una película artesanal, realizada con cariño y mucho buen humor (aunque sea negro), donde todo provoca sonrisa y carcajada. ¡Y qué bueno volver a encontrarse con la cara especial de Joe E. Brown (… que alcanzó la inmortalidad con su ‘Nadie es perfecto’)! Así esta vez en la intimidad del hogar el espectador va de la funeraria al cementerio o a mansiones de hombres solitarios con carcajadas en el recorrido.
Una canción para Marion (Song for Marion, 2012) de Paul Andrew Williams
Película británica sencilla, tragicomedia amable que deja ver el buen trabajo de dos intérpretes que son leyendas del cine. Buen cine británico con fondo social con momentos musicales para el recuerdo. Y sólo por los dos ancianos actores protagonistas merece la pena disfrutar de Una canción para Marion. Ellos son Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Ambos se convierten en un matrimonio: ella, enferma de cáncer; él, abuelo cascarrabias con pánico a perderla. Ella consigue sacar fuerzas para acudir a un coro de personas mayores muy especial… y él encontrará ahí la energía para seguir adelante. Una pieza clave será la joven profesora (Gemma Arteton). Una canción para Marion es la versión en ficción del documental Corazones rebeldes. El documental mostraba un coro muy especial de abuelos que interpretaban canciones muy pero que muy rockeras.
Y a mí me ganó por los solos musicales que tienen en distintos momentos de la película Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Momentos filmados con sencillez y elegancia y que ambos son capaces de que el espectador más exigente llegue a echar una lágrima, aunque sea disimuladamente. Paul Andrew Williams guarda bien el equilibrio entre comedia, tragedia y emoción. Así la película fluctúa entre la melancolía, la tristeza y la sonrisa tranquila de que la vida a pesar de los pesares continúa… y puede guardar momentos bonitos. En varias reseñas se ha señalado que Una canción para Marion es el reverso amable (y no tiene por qué ser peyorativa esta visión) de Amor de Michael Haneke. Y estoy muy de acuerdo.
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