Una joven prometedora (Promising Young Woman, 2020) de Emerald Fennell

Una joven prometedora me ha suscitado reflexiones desde que la vi en la sala de cine y ofrece una mirada determinada que dota de sentido toda la película, incluido su tono. La vi hace varios días y sigo dándole vueltas. Voy a intentar explicarme. Ahora mismo estoy disfrutando de lo lindo con un enorme volumen de Cuentos de hadas (Impedimenta, 2016) de Angela Carter, donde la escritora recopila una ristra de cuentos tradicionales de todas las partes del mundo con un nexo común: están protagonizados por mujeres. Como dice en la introducción: “pese que este sea un libro de cuentos maravillosos o cuentos de hadas, entre sus páginas vas a encontrar pocas hadas”…, lo que encuentras, sin embargo, es todo tipo de mujeres.

La traductora Consuelo Rubio Alcover en un Prefacio a la antología facilita una definición certera de este tipo de cuentos del historiador y filósofo rumano Mircea Eliade: “según el cual estos cuentos proponen ‘modelos de comportamiento humano’ que, por lo tanto, dotan de ‘sentido y validez’ a la vida”. Pues bien en estos cuentos nuestras heroínas se encuentran protagonizando situaciones límites y en ellos hay violencia, sexo, muerte, dolor, desengaño… y también litros y litros de humor negro.

¿Y por qué esta introducción? Porque es como debe tomarse Una joven prometedora, como un cuento contemporáneo protagonizado por una mujer. La heroína se enfrenta a un mundo donde la violencia contra las mujeres está no solo bien enraizada, sino donde los lobos pueden tener piel de cordero, además de ser protegidos, cuidados y exonerados de culpa por la sociedad. ¿No suena algo de esto con echar un vistazo a un periódico y leer alguna de sus noticias? Pero nuestra protagonista se pone el mundo por montera con dosis de amargura y trata de sobrevivir en un mundo cruel. El cuento presenta un mundo de colorines, con canciones de Paris Hilton o Britney Spears, para mostrar en realidad su reverso oscuro. Y ese tono genera momentos incómodos, además de aderezarlos con dosis de humor negro.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (y II)

Segunda y última entrega de este feliz descubrimiento que ha sido Basil Dearden, y que no ha decaído en absoluto en los siguientes visionados. El binomio Dearden-Relph siempre tenía algo que ofrecer, y siempre proporcionaban alguna secuencia que convierte una película en puro deleite cinematográfico. Como ya dije a Dearden le empecé a seguir la pista por sus inicios en los estudios Ealing, allí además en los cuarenta encontraría a su compañero de trabajo hasta el final, Michael Relph. A partir de 1963 sus producciones dejan atrás el halo polémico y social, y se entregan a un cine puro y duro de entretenimiento, diversión, terror e intriga. En la anterior entrega este salto podía verse con La mujer de paja, y en esta nueva hay más ejemplos de ese cambio (El club de los asesinos, Tinieblas).

También en este nuevo repaso de su filmografía se puede descubrir sus primeros pasos hacia un cine social con carácter de cine negro en El farol azul, y no puede faltar la presencia de uno de sus títulos más emblemáticos, Víctima, con la homosexualidad de fondo. Por otra parte, dos películas se salen de esas dos vertientes que caracterizan su obra, pero que muestran su dominio del lenguaje cinematográfico, así como la elección de buenas historias: una de robos (Objetivo: banco de Inglaterra) y un buen melodrama histórico (Matrimonio de estado).

Y otro de los aspectos más reseñables de cada una de estas películas es el cuidado en la ambientación, en las atmósferas y en los espacios; no hay que olvidar que Michael Relph tenía formación y ejerció también en algunas películas como director de arte, así que sería uno de sus intereses cuidar siempre ese aspecto en las películas que produjo. De hecho, en algunas de las películas con Dearden, Relph intervino también en el diseño de producción y como coguionista.

Como en el anterior post, las pondré por el orden en el que las fui viendo.

Matrimonio de estado (Saraband for dead lovers, 1948)

Al nombre de Relph, Dearden y Ealing, se une otro más: la presencia entre los guionistas de Alexander Mackendrick. Además, Matrimonio de estado es una película con un uso del color tan especial como en las películas de Powell y Pressburger. La producción tenía todos los ingredientes, a mi parecer, para ser un éxito, y, sin embargo, no funcionó en taquilla. Una historia inspirada en hechos reales del siglo XVII sobre enredos y depravación en las entrañas de las monarquías europeas, donde se llegan a acuerdos de Estado para ampliar el poder. Y en esos acuerdos no importa llevarse por delante la felicidad de las personas o incluso provocar bajas “necesarias” para la obtención de diferentes objetivos. Unas monarquías donde los roles de poder están en manos inesperadas, como damas de la aristocracia que como amantes encuentran su lugar para mover los hilos. En este ambiente de “máscaras” para mantener el statu quo transcurre el triste idilio de amor y muerte de Sophia Dorothea (Joan Greenwood), princesa de Celle, esposa del príncipe de Hanover y futuro rey Jorge de Inglaterra, y Philippe de Konigsmark (Stewart Granger), un aristócrata y soldado sueco. Como se refleja en los tejemanejes de todos los personajes implicados siempre hubo amistades peligrosas en las altas esferas.

La secuencia maravillosa transcurre antes de que los amantes confiesen su amor en pleno carnaval. La triste princesa huye del castillo con su máscara para encontrarse con el conde sueco, y se entremezcla por las calles bulliciosas con un pueblo en fiesta, donde todo el mundo está oculto con caretas, el ambiente es de alegría, jolgorio y placer. No hay límites. Pero la princesa todo lo vive con angustia, solo ve deformidades, ruido, agobio y asfixia, lo mismo que siente encerrada en su castillo de marfil. Tanta máscara y aglomeración, la marea y da vértigo hasta que cae en los brazos del amado. La otra secuencia inolvidable es la encerrona que sufre el conde, y la lucha a espada con varios contrincantes en la oscuridad, donde las sombras guardan más de una sorpresa.

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El hilo invisible (Phantom Thread, 2017) de Paul Thomas Anderson

El hilo invisible

El creador y la musa… y el vínculo de un hilo invisible

Paul Thomas Anderson no esconde que el personaje principal de El hilo invisible, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), está inspirado en Cristóbal Balenciaga y este tenía muy claro lo que era su profesión: “Un buen modisto debe ser arquitecto para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida”. Y así actúa Reynolds Woodcock…, pero también Paul Thomas Anderson a la hora de construir esta película. Así Woodcock en su primer acercamiento a su musa Alma (Vicky Krieps) la convertirá en instrumento de su arte. No habrá un beso ni sexo, sino que lo que hará el modisto será probarle el esqueleto de una de sus creaciones y, después, minuciosamente tomar las medidas de su cuerpo. Ahí se siente seguro, ahí domina la situación. Los hilos invisibles van haciendo acto de presencia. Y Paul Thomas Anderson modela, con elegancia y mucho humor negro, una enfermiza historia de amor o dominación. Viaja y se hunde en los vericuetos caminos del amor oscuro. El poder destructivo del amor o el amor como perdición o los peculiares caminos para encontrar el equilibrio. Y va cosiendo esos hilos invisibles para otra película de análisis apasionante.

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Diferencias entre La seducción (The beguiled, 2017) de Sofia Coppola y El seductor (The beguiled, 1971) de Don Siegel

La Seducción

El bello universo de unas damas sureñas…

1. Títulos en castellano. No ocurre así con el título original (que es el mismo en ambas), pero sus traducciones en castellano ya dan matices. La de Don Siegel se centra en la figura del cabo John McBurney… En castellano se titula El seductor. Un lobo feroz que pretende manipular a su gusto a las damas-cordero. Y el espectador se sitúa al lado del seductor manipulador para ser testigo de cómo se va convirtiendo en un cordero sacrificado por unas mantis religiosas. Sin embargo, la película de Sofia Coppola se ha titulado La seducción, luego el foco de atención se va al grupo de las damas sureñas (profesoras y alumnas). El grupo femenino acoge a un cabo John McBurney que se convierte en ese oscuro objeto del deseo, pero pronto pasará a ser un juguete roto, y las damas se unen para manejarlo a su antojo y después deshacerse de él, limpia y fríamente.

2. Flashbacks y voces interiores. Don Siegel hace uso en su película de varios flashback u otro tipo de imágenes (como una escena onírica) que hacen hincapié en el ambiente enfermizo y represivo. Y sobre todo acompañan a los personajes de Martha y McBurney, los dos personajes que quieren detentar el poder y los que más chocan y se enfrentan entre sí. Los flashbacks al lado de McBurney le dibujan como mentiroso y manipulador. El cabo quiere seducir a todas las mujeres por supervivencia pura y dura. Y los flashbacks que acompañan a Martha la muestran como una mujer reprimida y con secretos ocultos y moralmente prohibidos (una relación incestuosa con su hermano). Además hay un sueño onírico donde no solo da rienda suelta a una relación sexual con McBurney, sino que también dibuja una atracción de Martha hacia la joven y dulce profesora Edwina. El otro flashback que se ve en la película acompaña al personaje de Hallie e ilustra por qué nunca se ha unido y ha formado piña con McBurney (lo explicaré mejor en el siguiente punto). También en la película de Don Siegel, los personajes piensan en alto, es decir, permite escuchar las voces interiores y las reflexiones, por ejemplo, de las niñas, esto aumenta el ambiente represivo, enfermizo y oscuro… la tensión.

Sin embargo, todos estos flashbacks y voces interiores desaparecen en la película de Sofia Coppola, de tal manera que deja más libre al espectador para las interpretaciones sobre lo que ve en la pantalla, todo más limpio y menos oscuro además de aumentar una sensación elegante de ambigüedad durante todo el metraje.

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Sesión doble de cine español. Verano 1993 (Estiu 1993) de Carla Simón / Abracadabra (2017) de Pablo Berger

Verano 1993 (Estiu 1993) de Carla Simón

Verano 1993

Miradas de la infancia

Verano 1993 tiene una mirada especial: la de una niña de 6 años, Frida. Una niña que precisamente en ese verano de 1993 tiene que enfrentarse a muchas cosas que no son fáciles: a la muerte de su madre; a entender qué es exactamente lo que ha pasado; a asimilar que no la verá más, ni podrá hablar con ella; a dejar su ciudad, Barcelona; a la vida en un pueblo; a ver a sus tíos y a su pequeña prima como su nueva familia; a conseguir nuevos amigos; a encontrar su lugar en su nuevo mundo… Y Carla Simón consigue una mirada que toca y trastoca, una mirada impregnada de verdad. Pues es una mirada empapada de memoria y recuerdos. Simón rescata la niña que fue y crea una película de sensaciones. Y, sí, nos metemos en el universo de Frida.

Y es el primer largometraje de Carla Simón, otro nombre a añadir a esa lista de cineastas, muchas de ellas de Cataluña, que están ofreciendo un mapa cinematográfico especial con voces de mujer. Al ver Verano 1993, me vino a la cabeza enseguida, sin poder evitarlo, François Truffaut, y sobre todo dos de sus películas: Los 400 golpes y La piel dura. Por dos motivos: Como Truffaut, Carla Simón se expresa y cuenta con la cámara sus sensaciones, recuerdos y pinceladas de la infancia. La cámara es un apéndice de su forma de expresarse, de su memoria, de la forma de entender el mundo… No escribe diarios…, filma películas. Y como en La piel dura, Carla Simón dibuja niños reales y habla de que la infancia puede ser un periodo duro…, es como si dijera en alto a sus protagonistas niñas las palabras del profesor Richet: “La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella, ojo, endureceros no ser insensibles”.

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Tres países, tres mundos. Stefan Zweig. Adiós a Europa (Austria) / Lo tuyo y tú (Corea del Sur) / John Wick. Pacto de sangre (EEUU)

Stefan Zweig. Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2016) de Maria Schrader

Stefan Zweig

… Mirar a través de la ventana

Solo por la secuencia final de Stefan Zweig. Adiós a Europa merece la pena analizar esta película de la realizadora Maria Schrader. En una decisión inteligente de puesta en escena, el espectador vive un momento emocionante, desgarrador y demoledor a través de un espejo. Un momento íntimo, privado y doloroso. Con un máximo respeto hacia el escritor Stefan Zweig y su segunda esposa Lotte Altmann. Un reflejo de incertidumbre.

Y es que Schrader visualiza la vida de Zweig en sus últimos años de exilio por el continente americano, sobre todo en Brasil. Un Zweig que deambula, que aguanta, que se apaga, que se marchita de desesperanza…, que prefirió el silencio y creer en que el pacifismo era posible… hasta que ya no pudo sostener su creencia. Que decía adiós a una Europa que cada vez comprendía menos, una Europa que se hundía. Y en un momento actual de incertidumbre no es de extrañar que vuelva la figura de Zweig y que se convierta otra vez en escritor de cabecera.

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Mujeres patológicas. La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman / Madame Marguerite (Marguerite, 2015) de Xavier Giannoli / Elle (Elle, 2016) de Paul Verhoeven

Tres mujeres patológicas emocionales protagonistas de tres películas que adquieren su personalidad por los magníficos personajes que desempeñan tres actrices que se arriesgan, hasta el límite: Joan Crawford, Catherine Frot y Isabelle Huppert. Y además tres películas que tienen mucho que analizar tanto en la forma como en el contenido. Tres mujeres encerradas en sus personalidades… y donde las casas adquieren un protagonismo importante. Son sus refugios, tanto para lo bueno como para lo malo…

La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman

La envidiosa

Joan Crawford es la Harriet Craig del título. Y no la importa crear un personaje desagradable y antipático, pero además conseguir entenderla y compadecer su soledad. Más que envidiosa (título poco afortunado), Harriet es una personalidad femenina compleja que busca con brazo de hierro una seguridad férrea en el hogar conyugal. Dominar el hogar, la casa, que todo esté impoluto, ordenado, milimétricamente colocado y ella perfecta… en cada instante. Que ese hogar no lo visite nadie que ella no controle. Y un marido que trabaje, que llegue a casa, que esté tranquilito y que no necesite nada más que una esposa perfecta. Todo bajo control, que nada se resquebraje. Y si algo atenta contra esa seguridad, ella será capaz de la manipulación y la mentira, de todo lo que sea necesario.

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El nuevo, nuevo testamento (Le tout nouveau testament, 2015) de Jaco Van Dormael

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En El nuevo, nuevo testamento, el director belga Jaco Van Dormael sigue construyendo su universo especial, con un acusado sentido de la estética y un amor exacerbado al cine (los referentes cinematográficos y fotográficos siempre están), para explicar los misterios y miedos más profundos del ser humano: el tiempo, la vida, la muerte, el destino, los sueños, las decisiones tomadas, la vida, el amor, las creencias…, todo rociado con un poco de fantasía y unas gotas de poesía visual. Si en Las vidas posibles de Mr. Nobody tiraba por la ciencia ficción, en su nueva película roza el cuento fantástico con dosis de humor negro y bastante ternura.

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El club (El club, 2015) de Pablo Larraín

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El club de Pablo Larraín pertenece a un grupo de películas que provoca al espectador, lo agita y lo remueve, le hace pensar y dar vueltas a la cabeza sobre lo que está viendo. Le impacta. Hay películas que sorprenden no solo por lo que cuentan y cómo lo cuentan sino por la mirada proyectada. Si buscamos títulos, podemos hablar de Funny games de Michael Haneke, continuar con Canino de Giorgos Lanthimos, seguir con la trilogía Paraíso de Ulrich Seidl… y si nos vamos a un referente más lejano, podemos llegar a Pasolini y Saló, o los 120 días de Sodoma. Tanto los directores como las películas nombradas son muy diferentes, lo que une a esta ristra de títulos es el poseer una mirada original, perturbadora y catártica hacia temas conflictivos que mueven y remueven…, un enfoque diferente para reflejar y mostrar la realidad que nos rodea.

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Un día perfecto (A perfect day, 2015) de Fernando León de Araona

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Un día perfecto de Fernando León de Araona es una película imperfecta, aunque ahí reside parte de su encanto, su acierto y desacierto. Al final puede dejar una sensación de frialdad… pero con un poso. Su indefinición en el tono proporciona una ristra de temas interesantes que también se esbozaban en la novela corta en la que se inspira, Dejarse llover de Paula Farias. Entre las breves páginas de la novela se dejaba caer más pesimismo, crudeza y amargura y el director Fernando León en su conversión a fotogramas trata de exacerbar el humor negro, dejar paso a cierta luz o idealismo y restar crudeza de una interesante premisa que esboza: la dificultad de alcanzar una situación de paz y normalidad después de un conflicto bélico especialmente duro y violento (la guerra de los Balcanes).

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