Acercamientos a la figura de Jean-Luc Godard (primera parte)

Godard, un acercamiento en cuatro pasos

1.-Godard. Retrato del artista a los setenta (Seix Barral, 2005) de Colin MacCabe. Colin MacCabe señala dos cosas en su prefacio: “Una biografía de una persona viva es necesariamente incompleta, pero un sujeto vivo brinda la posibilidad de un retrato: en este caso, una serie de tomas sobre la vida y el trabajo de Godard” y “el cine de Godard se cuenta entre lo más importante del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX”.

A partir de ahí, articula un interesante retrato del realizador, estudiando sus orígenes familiares, la ruptura con su familia, su formación cinéfila y su trayectoria en Cahiers du cinema, como parte de los jóvenes turcos. También describe la articulación de su filmografía por tres caminos apasionantes: las mujeres que han formado parte de su vida, su evolución y militancia política y, por último, la evolución en su filmografía (desde los referentes del cine clásico hasta la ruptura de la narración cinematográfica, así como su paso al formato vídeo, y la importancia de la imagen, la palabra, el sonido y el montaje).

Colin MacCabe ofrece un retrato que acerca a las peculiaridades de un creador. Su vida queda estructurada por tres mujeres que forman parte de su obra cinematográfica: Ann Karina, Anne Wiazemsky y Anne-Marie Miéville. Pero también a través de su relación profesional con el director de fotografía Raoul Coutard, que estaría presente durante sus primeras obras, como Al final de la escapada o El desprecio. Por otro lado, junto a Jean-Pierre Gorin protagonizó una ruptura con todo su cine anterior y formaron el Grupo Dziga-Vertov, cuya premisa era crear un cine militante. Y, por último, su estancia en Rolle (Suiza), refugio y centro de creación, y su colaboración con Miéville.

MacCabe ha establecido además una relación personal y profesional con Godard a lo largo de varios años, luego lo conoce de primera mano, pero además es un estudioso de su obra. El libro deja un análisis extenso y exhaustivo de varias de sus obras, pero sobre todo de Histoire[s] du cinéma, serie documental fundamental para entender los postulados y la mirada del realizador hacia el mundo, el cine y la historia.

2.-Truffaut y Godard: Two in the Wave (Truffaut, Godard: Deux de la Vague, 2010) de Emmanuel Laurent. MacCabe no omite, pero no profundiza, en la relación entre Truffaut y Godard y, sobre todo, no se para en exceso en la ruptura radical de su amistad. Un primer acercamiento hacia esta relación puede ser este documental de Emmanuel Laurent. Se queda también en un acercamiento, pero recupera unas imágenes de archivo valiosas (entrevistas a ambos realizadores, momentos de mayo del 68 y del festival de Cannes…). Además en la lectura que propone de su relación hay un tercero que complementa la visión: Jean-Pierre Léaud, que trabajó con ambos, y evolucionó como actor con los dos. Léaud se convirtió en el rostro de la nueva ola a partir de su personaje Antoine Doinel en Los cuatrocientos golpes.

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Feliz año 2021. Los visitantes de la noche (Les visiteurs du soir, 1942) de Marcel Carné

A Guilles, uno de los visitantes de la noche, le pilla por sorpresa el amor.

Acabo de soñar con dos figuras de piedra en un paisaje bucólico, al lado de una fuente. Creo que allí corre el año 1485. En el interior de esas figuras laten dos corazones. Qué hermosa manera de dejar atrás el año 2020, contemplando por primera vez Los visitantes de la noche. Esas dos figuras de piedra esconden a Anne (Marie Déa) y Gilles (Alain Cuny). Durante las dos horas que ha durado mi sueño, me he enamorado perdidamente de Guilles, un enviado del diablo. Un enviado del diablo que sin esperarlo ni quererlo se enamora. Al principio tiene el corazón frío, y sufre por ello. Pero termina amando locamente a Anne. El hielo de su corazón que late se resquebraja.

Gilles cabalga junto a Dominique (Arletty) por el mundo. Ambos son enviados por el diablo a su próximo destino, el palacio del triste barón Hugues (Fernand Ledoux), para sembrar la discordia entre los hombres. Allí, pronto va a casarse la bella hija del barón, Anne, con el frío caballero Renaud (Marcel Herrand). Por supuesto, en un matrimonio de conveniencia, como no podía ser de otra manera en el medievo. Y, por eso, en palacio están de fiesta, y reciben a todo tipo de artistas. De esta manera, Gilles y Dominique no tienen ningún problema en presentarse como jóvenes trovadores.

En el momento en que Gilles canta una triste canción de amor salta la chispa entre el trovador y la hija del noble. Por otra parte, la misteriosa Dominique realiza bien su trabajo y aprovecha para, a pesar de estar vestida como un joven muchacho, lanzar el anzuelo tanto al barón Hugues, que hasta ese momento solo vivía para el recuerdo de su esposa fallecida, como al caballero Renaud. De hecho terminará provocando el enfrentamiento de ambos y sembrará la desgracia en palacio.

Lo que el diablo (Jules Berry) no se esperaba es que uno de sus emisarios, Guilles, le fallara. No solo este no siembra malos sentimientos, sino que se enamora sin remedio. Así que decide presentarse como un viajero en mitad de la noche, y siembra enseguida la confusión, la tragedia y el caos, como todo un profesional, además de castigar a su mensajero. Todo sin perder la sonrisa. Lo que tampoco se imagina es que caerá rendido ante la inocente, sencilla y pura Anne, capaz de todo por amor. El diablo, de pronto, desea convertirse en un hombre enamorado y vivir tranquilo en la tierra. No podrá vencer al amor que ha nacido entre Guilles y Anne.

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Sesión doble para un corazón roto. La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar / Rifkin’s Festival (Rifkin’s Festival, 2020) de Woody Allen

Con la maravillosa oportunidad de poder ver el cortometraje de Almodóvar en las salas de cine, me regalé una sesión doble, que no os voy a mentir, disfruté muchísimo. Tanto Pedro Almodóvar como Woody Allen diseccionan un corazón roto. El manchego entrega un delicatessen y el neoyorkino ofrece un divertimento.

La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar

Un corazón roto vaga por las ruinas de su amor…

Jean Cocteau escribió un monólogo en 1930, La voz humana. A partir de ese momento el texto cobró vida, y en los escenarios y en el cine, actrices diversas han desnudado su corazón roto y han dejado ver su desgarro por el abandono… Ellas solas en el escenario con tan solo un teléfono. Y al otro lado de la línea el amante ausente, aquel que sale de sus vidas. Dicho monólogo siempre ha estado presente, de alguna manera, en la obra cinematográfica de Almodóvar, sobre todo con una Carmen Maura que protagonizó varios momentos inspirados en el texto. En La ley del deseo, su personaje, Tina, en una secuencia representaba una parte del monólogo; y su Pepa, de Mujeres al borde de un ataque de nervios no era sino una prolongación de la historia que cuenta Cocteau.

Almodóvar vuelve de nuevo a La voz humana y construye una pieza única, un delicatessen, pero además, como hizo ya con Pepa, aunque de manera más limpia y radical, libera a la mujer abandonada de su carga para que resurja cual ave fénix de sus cenizas. A la nómina de grandes actrices encerradas en una habitación con sus teléfonos (Anna Magnani, Ingrid Bergman, Simone Signoret, Sofía Loren…), el director manchego aporta a otra gran dama sufridora extrema, Tilda Swinton.

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Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2019)

En Tiempos de ninguna edad subimos a Naves silenciosas.

La imagen poderosa de Freeman Lowell (Bruce Dern), una especie de eremita jardinero y astronauta, en unas naves que salvaguardan la vida vegetal y algunas especies animales en mitad de la inmensidad espacial, con la esperanza de que algún día la tierra pueda volver a convertirse en un paraíso, asalta mi mente. Este jardinero espacial, desterrado del planeta, tiene una obsesión: cuidar y proteger los gigantescos invernaderos espaciales para asegurar un futuro próximo. Y por salvar la naturaleza será capaz de todo, incluso de la soledad más absoluta, aliviada por la compañía de tres rústicos robots. Freeman Lowell es uno de los protagonistas del último capítulo de Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos. Si en el primer ensayo ya analizado (Tierras de ningún lugar) proporcionaba un recorrido especial por la utopía y el cine, esta vez el camino a seguir lleva al lector a las distintas distopías que se han reflejado en la pantalla blanca. La distopía como advertencia o espejo del mundo hacia el que nos dirigimos con la mirada en el presente.

De hecho, Freeman Lowell, que abre el capítulo «La humanidad desterrada», se encuentra lejos de una tierra que ha destruido sus recursos naturales. Lowell, protagonista de la película Naves misteriosas (Silent Running, 1972) de Douglas Trumbull, es un soñador obsesivo: «¿Y no creéis que es hora de que alguien vuelva a soñar? ¿No es el momento de que alguien sueñe con un mundo mejor?». Y el ensayo de Antonio Santos está poblado de soñadores que tratan de rebelarse contra el sistema político y social generado en la distopía que habitan.

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Sesión doble de cine español. Verano 1993 (Estiu 1993) de Carla Simón / Abracadabra (2017) de Pablo Berger

Verano 1993 (Estiu 1993) de Carla Simón

Verano 1993

Miradas de la infancia

Verano 1993 tiene una mirada especial: la de una niña de 6 años, Frida. Una niña que precisamente en ese verano de 1993 tiene que enfrentarse a muchas cosas que no son fáciles: a la muerte de su madre; a entender qué es exactamente lo que ha pasado; a asimilar que no la verá más, ni podrá hablar con ella; a dejar su ciudad, Barcelona; a la vida en un pueblo; a ver a sus tíos y a su pequeña prima como su nueva familia; a conseguir nuevos amigos; a encontrar su lugar en su nuevo mundo… Y Carla Simón consigue una mirada que toca y trastoca, una mirada impregnada de verdad. Pues es una mirada empapada de memoria y recuerdos. Simón rescata la niña que fue y crea una película de sensaciones. Y, sí, nos metemos en el universo de Frida.

Y es el primer largometraje de Carla Simón, otro nombre a añadir a esa lista de cineastas, muchas de ellas de Cataluña, que están ofreciendo un mapa cinematográfico especial con voces de mujer. Al ver Verano 1993, me vino a la cabeza enseguida, sin poder evitarlo, François Truffaut, y sobre todo dos de sus películas: Los 400 golpes y La piel dura. Por dos motivos: Como Truffaut, Carla Simón se expresa y cuenta con la cámara sus sensaciones, recuerdos y pinceladas de la infancia. La cámara es un apéndice de su forma de expresarse, de su memoria, de la forma de entender el mundo… No escribe diarios…, filma películas. Y como en La piel dura, Carla Simón dibuja niños reales y habla de que la infancia puede ser un periodo duro…, es como si dijera en alto a sus protagonistas niñas las palabras del profesor Richet: “La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella, ojo, endureceros no ser insensibles”.

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Píldoras de cine: Clark Gable… y las rubias platino, Hitchcock/Truffaut, Sidney Lumet… y Dos hombres contra el Oeste

1.-Clark Gable… y las rubias platino

Tierra de pasión

Después de volver a visionar Tierras de pasión (Red Dust, 1932) de Victor Fleming, segunda película que rodaron como pareja cinematográfica, y descubrir la última en la que trabajaron juntos, Saratoga (Saratoga, 1937) de Jack Conway, se puede comprobar la química existente entre Gable y la rubia platino de moda en los años 30, Jean Harlow. Mientras la sensual y políticamente incorrecta Tierras de pasión (el antecedente de la popular Mogambo de John Ford), les presenta a los dos como sex symbols y ambos se comen la pantalla y rezuman sexo en cada aparición (también sentido del humor e ironía), la fallida Saratoga los presenta en ciertos momentos como pareja cómica y cómplice (durante su rodaje falleció Jean Harlow…, de hecho no pudo terminar de rodarla y hay varias escenas de una rubia de espaldas o a la que apenas se la ve el rostro), con mucha química y sensualidad a rastras. Mientras que en la primera reflejaba la relación entre una mujer de mala vida y el jefe de una plantación de caucho en tierras exóticas, la segunda mostraba la relación entre un corredor de apuestas de caballos y una señorita bien con ganas de seguir subiendo en el escalafón social, pero decentemente.

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La piel dura (L’argent de poche, 1976) de François Truffaut

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“Quería deciros que si elegí el oficio de maestro fue porque guardo un mal recuerdo de mi juventud y porque no me gusta la forma en que se trata a los niños. La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella, ojo, endureceros no ser insensibles”. El que habla es el profesor Richet en La piel dura de François Truffaut. Pero no es un profesor heroico. Es un hombre normal y corriente que va todos los días a la escuela de una pequeña población francesa, Thiers. No se le presenta como un profesor sufridor que es finalmente adorado por todos los alumnos. Él es un profesional que trabaja y ama su trabajo. Y que tiene muy clara su función como docente y sobre todo respeta a los niños… y les prepara para la vida.

Truffaut presenta un universo infantil que atrapa. Esos dos hermanos traviesos, esa niña mimada que grita por la ventana con un altavoz que sus padres la han dejado sin comer, ese niño enamorado de la madre de su amigo, ese otro que empieza a ligar con chicas en el cine, el día a día de un niño solitario que vive en una chabola y ya guarda secretos duros… Con delicadeza y sensibilidad presenta la vida cotidiana de varios pequeños. Niños de infancias felices, niños con ausencias importantes en sus vidas, niños que se enfrentan por primera vez a algo parecido al amor, a la muerte, niños que juegan, que hacen travesuras, que aprenden, que recitan, que sufren en silencio…

Los niños atrapan la película, su mundo y universo igual de complejo e importante que el mundo adulto. Los adultos son presencias que dan pinceladas a sus vidas: los maestros, los padres, los vecinos… Y que también les marcan.

Está el niño que busca enamorarse (que trata de llenar la ausencia de la madre y la situación de un padre enfermo que no puede cuidarle), la niña que va a recibir el primer beso, los hermanos que desayunan solos (y no paran de hacer travesuras), el niño de apenas dos años que cae al abismo… y es protagonista de un momento sorprendente, el que realiza los primeros hurtos… Los niños también sobreviven cada día. Algunos son muy felices y se saben queridos. Otros andan heridos… y solos, sin poder defenderse, permanecen en silencio… hasta que alguien descubre las marcas de su piel dura.

En La piel dura la vida fluye. Las anécdotas cotidianas en el colegio, en el cine, en sus hogares o en las colonias construyen una película delicada y hermosa a la vez. Es sencilla, fresca, espontánea… como sus protagonistas. Y sobre todo se nota la mirada de un hombre que los quería, los entendía y los respetaba, Truffaut. Y este habla a través del profesor Richet en un hermoso y largo monólogo donde describe la importancia de que los niños vivan una buena infancia… porque ese es el camino que se extiende para enfrentarse a una vida compleja… Saber endurecerse y enfrentarse a los conflictos… pero a la vez ser sensibles, sentir y vivir.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La noche americana (La nuit américaine, 1973) de François Truffaut

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… ¿Por qué hoy La noche americana? Ayer pensaba tengo que hacerme un regalo especial e íntimo. Para mí sola. A mí misma. Es importante regalarse uno a sí mismo. ¿Por qué? Ha llegado el día del cambio de década. El reino del 3 termina y empieza la década del 4.

¿Qué me puede gustar más que una película que verse de cine dentro del cine? Y por qué La noche americana es la elegida. Su director François Truffaut amaba el cine… Cine en vena. Y en el momento de dirigir su particular homenaje sobre cine dentro del cine cumplía 40 años. ¿Otro motivo más? La película, después del estreno, recibió múltiples premios… en 1974 fue premiada con el oscar a la mejor película de habla no inglesa. Y ese mismo año, aquí doña Hildy, volvió a reencarnarse… Porque ya saben ustedes que vivimos diversas vidas (algunas paralelas, otras concéntricas e incluso laberínticas). ¿Otra razón más? A pesar de mi ansia por ver películas de cine dentro del cine y de mi amor por François Truffaut… curiosamente esta película continuaba en mi baúl de cintas pendientes… Así que este ha sido mi regalo: ver tranquila esta película que, no podía ser de otra manera, me ha entusiasmado.

Vida y cine, cine y vida. Asistimos al rodaje de una película con una extraña familia que la hace posible. Actores, actrices, técnicos, director, productor, músico (por conversación telefónica), acompañantes… Y asistimos a ese rodaje de manera natural, como la vida. La noche americana fluye…, te dejas llevar. Con alegrías y penas, con tensiones y locuras, con miedos, sueños, pesadillas, e inseguridades, con obstáculos y caprichos, improvisaciones, buenos momentos, con risas y también llanto. Con preguntas sin respuestas, situaciones inconclusas, y siempre la presencia del amor y las relaciones humanas. Y con una premisa, pase lo que pase, la película tiene que terminarse. Y al final: “nos veremos en la cola del paro” y después, probablemente, vuelta a empezar. Y La noche americana se convierte en documento nostálgico de una manera de hacer cine. De una manera especial. Con celuloide. Jugando siempre con un binomio: ficción y realidad, realidad y ficción.

Y también es una película de principios vitales. Tanto del que se dedica a hacer cine como del espectador que lo disfruta. Vivir con el cine siempre presente. Ya lo dice el director de La noche americana, Ferrand (o François Truffaut): “El cine es más bello que la vida, no hay atascos ni tiempos muertos. Avanza como un tren atravesando la noche. Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine”…, haciendo cine para que otros sean felices, viéndolo.

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La piel suave (La peau douce, 1964) de François Truffaut

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Me gusta cómo narra La piel suave, François Truffaut. Y creo que esta forma de contar un crimen pasional sigue siendo una fórmula empleada por directores contemporáneos. Mientras veía esta película me venía a la cabeza Gus Van Sant (Elephant) o Michael Haneke (Caché o Amor). Por cómo está narrada. Desde la distancia. Desde una equilibrada distancia aparentemente objetiva y fría. Así se relata lo cotidiano, lo anodino, lo episódico… La cámara sigue a unos personajes a través de lo que nunca se reflejaría en una película, los tiempos muertos o acciones aparentemente irrelevantes hasta llegar a un final impactante, que golpea.

A muchos espectadores esta manera brusca de acabar una película no les resulta atractiva (ni fue entendible en el momento de su estreno, no recibió buenas críticas). Si la película lleva un ritmo pausado y de pronto termina con una ráfaga, desconcierta. Si parece que nos está contando una cosa: una infidelidad centrándose en el detalle, y de pronto lo que surge es un crimen pasional inesperado… el espectador se desconcierta. Pero el desconcierto provoca sensaciones, pensamientos, emociones reflexiones… La piel suave parece la historia de una infidelidad contada por un etólogo o un antropólogo. Pero sin embargo dentro de lo cotidiano, de la distancia, de lo objetivo, lo frío y el golpe inesperado… Truffaut vierte el suspense y el erotismo de manera sutil en su manera de rodar las secuencias. Por aquella época Truffaut se encontraba elaborando su libro imprescindible sobre Hitchcock y la influencia de su cine se dejó ver en varias de sus películas. La piel suave es una de ella. No sólo por el suspense sino por la presencia de la mujer rubia y el erotismo que recorre el metraje.

Mientras parece que nos está contando sólo una infidelidad, La piel suave nos está reflejando y retratando unos personajes, una manera de comportarse, un mundo determinado: un matrimonio de clase media alta, su entorno. Nos habla de las apariencias, de la mediocridad y las miserias de un intelectual que no sabe moverse en el terreno emocional, nos explica los mecanismos de la mentira, nos habla de las relaciones entre hombres y mujeres y muchos otros temas… La idea de la película partió de la noticia de un periódico sobre un crimen pasional. A partir de ese material Truffaut y el guionista Jean Louis Richard crearon el guion desde una premisa simple: ¿Por qué una mujer asesina a su marido?

Así nos cuenta las andanzas de un escritor, que vive de manera acomodada con su esposa y su hija pequeña, que durante un vuelo para ir a dar una conferencia sobre Balzac (Truffaut y la literatura) conoce a una joven azafata, Nicole, con la que empieza a verse habitualmente.

La rubia hitchcockniana —el objeto de deseo… la cámara sigue sus pies, sus ojos, sus piernas, su piel suave…— fue Françoise Dorléac. Quien encarna perfectamente a la azafata Nicole. Ella es la tercera en cuestión que hace saltar por los aires la cotidianidad aburrida y monótoma del matrimonio protagonista. Deja al descubierto todas las mezquindades, machismo y la cobardía del escritor ilustre y desata el huracán adormecido que se encontraba oculto en la esposa burguesa y acomodada. La azafata Nicole aparece y desaparece del mundo del escritor pero su paso supone un tsunami emocional que destruye. Y todo de manera inconsciente por su parte. Ella nunca buscó la destrucción drástica del matrimonio. Esa destrucción ya estaba agazapada entre ellos. Sólo hacía falta que despertara. Nicole y unas fotografías son el detonante.

Estremece ser consciente del parecido físico de la bella Françoise Dorléac en algunas escenas con su hermana Catherine Deneuve. Las dos habían elegido el mundo del cine y las dos iban camino hacia el éxito. Pero la carrera de Dorléac quedó suspendida bruscamente, como el final de esta película, cuando a los 25 años sufrió un accidente mortal de tráfico. Truffaut trabajaría también con su hermana Deneuve (y también se enamoraría de ella) en una película hitchcockniana (La sirena del Mississippi) y en otra que homenajea al mundo del teatro (El último metro).

La piel suave disecciona un adulterio con la banda sonora de fondo de Georges Deleure. Presentación de la familia, encuentro y flechazo con la amante, primer encuentro, regreso al hogar, reencuentro con la amante, marido que lleva vida paralela con la esposa y ‘la otra’, ocultación, descubrimiento de la infidelidad, separación… hasta llegar a un final drástico. Entre medias, conferencias, encuentros con amigos, discusiones, pasión, tiempos muertos… Truffaut, entre la distancia y el suspense, crea otra historia sobre las complejas relaciones entre los hombres y las mujeres.

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