Un menú para los Goya 2024. Tres directoras, tres historias

Los Goya están a la vuelta de la esquina. Os invito a un menú muy especial ya que se va acercando la gala. Dos largometrajes valientes y muy interesantes en la categoría de nominadas a la mejor película iberoamericana y un cortometraje de ficción nominado en dicha categoría que toca un tema de total actualidad, ideal para un buen debate después de su visionado.

Primer plato: La memoria infinita de Maite Alberdi

Nominación al Goya por mejor película iberoamericana.

El periodista chileno Augusto Góngora y la actriz y exministra de cultura Paulina Urrutia son celebridades en su país de origen y son los protagonistas de La memoria infinita de la documentalista chilena Maite Alberdi. Con una generosidad inusitada y la mirada sensible de la realizadora, el matrimonio nos permite entrar en la intimidad de sus últimos años juntos marcados por la enfermedad de él: alzhéimer.

Augusto frente a la cámara muestra su vulnerabilidad, esa memoria que se va desvaneciendo, esas capacidades que se van perdiendo. Y es el mismo Augusto Góngora que se puso en el pasado frente a la cámara, valiente, para contar los años más duros de su país bajo la dictadura y que siempre luchó por recuperar la memoria histórica. Es aquel también que fue un referente de los programas culturales en Chile.

Sin embargo, de nuevo, Maite Alberdi acierta en la manera de acercarnos a la realidad de Augusto y Paulina, pues somos testigos de una historia de amor que recorre más de dos décadas. Paulina se convierte en la memoria de Augusto y ambos intentan no perder los lazos que los unen. Mantienen intacta esa conexión que trata de no hundirse en las brumas del olvido.

La memoria infinita es un largometraje hermoso, pero tremendamente duro. Con un montaje preciso de grabaciones privadas de cuando apenas empezaron su relación en los noventa, material de archivo que permite revelar las trayectorias comprometidas de ambos en el mundo del periodismo y la cultura, el material filmado durante los últimos cinco años por la directora que se convirtió en la sombra del matrimonio y las grabaciones sobrecogedoras de Paulina Urrutia en los momentos de aislamiento de la pandemia, queda finalmente una historia de épica cotidiana de amor, compromiso y lucha.

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Una despedida. Las paredes hablan (2022) de Carlos Saura

Las paredes hablan o pasear con un hombre sabio.

El 30 de enero recibí un wasap de una amiga que me decía que le habían tocado unas invitaciones para ver el nuevo documental de Carlos Saura al día siguiente. Así que me apunté alegremente y fui sin tener ni idea de lo que iba a ver. Las paredes hablan me produjo una enorme alegría y un buen rollo increíble según iban pasando los minutos. Estábamos en la sala de cine, dejándonos llevar. Nos dejamos arrastrar por la curiosidad de un hombre de noventa años con muchas ganas de aprender. Ahí estaba en la pantalla gigante transmitiendo una energía muy bonita.

Y es que además Las paredes hablan es un documental muy bello. Parece sencillo, pero no lo es. Ese es uno de sus valores, que acerca un mundo complejo con sencillez y pasión. Con humildad. ¿Qué se encierran en los 75 minutos de imágenes gozosas? Una reflexión sobre el hombre y el poder de creación. ¿Cuándo el ser humano se convirtió en artista? Carlos Saura, junto a José Morillas, reflexionaron en un esbozo de guion inicial sobre las pinturas rupestres en las paredes de las cuevas.

Con una cita de un cuento de Borges arranca la magia de este documental: «Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo». Saura, como hombre sabio y curioso, dio una vuelta de tuerca al planteamiento del documental. El proceso creativo siempre vivo, generando pensamiento, ideas y arte. Si es cierto que los hombres prehistóricos utilizaban la pared como lienzo, la semilla que plantaron ha continuado hasta hoy. Ese afán de dibujar el mundo sigue en las paredes de las ciudades. Los grafitis son expresiones artísticas que nos dicen que las paredes hablan mucho más de lo que pensamos.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (II). Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea

La mirada del personaje principal, Sergio Carmona, es la que domina Memorias del subdesarrollo.

Para contextualizar Memorias del subdesarrollo, no hay más que mirar un poco de la historia del cine cubano. Una vez se produjo la Revolución cubana, se afianzó un grupo de directores cinematográficos e intelectuales que se volcaron en un principio en el documental, sobre todo para filmar el cambio. Tomás Gutiérrez Alea, al que también llamaban Titón, Julio García Espinosa y otros jóvenes del mundo del cine crearon el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Tanto Titón como Julio García Espinosa habían dirigido ya juntos un mítico corto, El Megano (1955). En él los propios trabajadores de la ciénaga en Zapata, que extraen el carbón de los árboles sumergidos, actúan para mostrar y denunciar sus condiciones de vida.

Julio García Espinosa escribiría varios textos que explicaban en cierta medida lo que estaba suponiendo el Nuevo cine latinoamericano, que nació a finales de la década de los cincuenta. Se centraba claro está en la situación política y social del momento. El texto más importante en cuestión fue Por un cine imperfecto (1969). Y sobre todo lo que explicitaba era un cine alejado de la perfección y de los medios de los estudios de Hollywood y un cine que sirviera para transformar.

En uno de los textos publicados en 1972 en un pequeño volumen recopilatorio (Por un cine imperfecto. Julio García Espinosa. Castellote editor, 1976) explica que «para nosotros lo más importante del cine es que este sea antiimperialista. Perfecto o imperfecto, documental o ficción, analítico o emotivo, pero antiimperialista. Esa es nuestra medida fundamental. Y por la sencilla razón, aparte de otras no menos importantes, de que nuestra cultura no puede desarrollarse, no puede revelarse, no puede aspirar a una genuina validez, si no es en lucha contra el imperialismo, contra el imperialismo como fuerza y contra el imperialismo como concepto del mundo».

Titón siempre se quedó en Cuba. Pasó del corto documental (con algunos que muestran momentos concretos de la Revolución como Asamblea General, sobre la concentración multitudinaria en 1960 cuando se aprobó la primera Declaración de La Habana) al largometraje de ficción. Y del entusiasmo revolucionario al desencanto crítico hasta llegar a la melancolía de algo que nunca fue, sobre todo en sus dos últimos largometrajes más internacionales, cuando ya estaba delicado de salud (los codirigió junto a Juan Carlos Tabío a principios de los noventa): Fresa y chocolate y Guantanamera. Lo cierto es que Tomás Gutiérrez Alea siempre fue fiel a su amor a Cuba y a la idea de la Revolución cubana, lo que le desencantó fue el proceso posterior y las fallas en el sistema. Era un hombre que creía en el poder del debate y la crítica política y social para la mejora.

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Bosco (Bosco, 2020) de Alicia Cano Menoni

Orlando Menoni, contador de historias del Bosco.

El anciano Orlando Menoni desde el patio de su casa en Salto, Uruguay, es un contador de historias. Desde su silla giratoria, que le permite una visión de 360 º, atraviesa las fronteras espaciales y temporales. Desde la existencia de la palabra, la fuerza de la tradición oral ha estado presente y se ha transmitido de generación en generación. Orlando guarda en su memoria las raíces familiares, los orígenes de los Menoni, y sus historias no se pierden porque él las cuenta. Y esas raíces le llevan siempre a Bosco di Rossano, un pequeño pueblo italiano, escondido entre montañas y castaños. Él nunca ha estado ahí, pero lo conoce como la palma de su mano. Y es más, lo ama. Es la tierra donde reposa la memoria familiar, Orlando lleva en su cabeza su Innisfree particular.

Sin embargo, ocurre algo precioso, porque esa tierra amada y soñada es real, y su nieta, Alicia Cano Menoni, cineasta, tiene una cámara para atraparla. Cuando hace trece años, tuvo la oportunidad de ir a estudiar a Italia, su mayor deseo era encontrar el pueblo de Bosco, el protagonista de todas las historias que le contaba su abuelo cuando era niña en el patio de Salto. Alicia no solo localizó la aldea, sino que durante trece años atrapó la esencia de ese pueblo, convivió con sus apenas trece habitantes durante sus estancias allá, captó su espíritu… y se dio cuenta de que el pueblo soñado y transmitido por su abuelo existía, era de carne y hueso. Las palabras de su abuelo fueron su guía… y allá se encontró con sus pobladores, guardianes de memoria, que también guardaban sus historias y conservaban sus formas de vida. No hay olvido.

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Un libro y un documental. Cineclub (De Bolsillo, 2021) de David Gilmour / Moonage Daydream (Moonage Daydream, 2022) de Brett Morgen

Un libro que muestra cómo el cine puede formar parte de nuestra educación emocional y ser una herramienta para enfrentarnos al día a día. Y un documental sobre David Bowie, un artista del siglo XX que refleja que este tipo de obras se pueden enfocar desde otra perspectiva que no sea ciñéndose a las claves del documental biográfico. Dos curiosidades y dos formas de aproximarse al cine.

Cineclub (De Bolsillo, 2021) de David Gilmour

El cine como herramienta para una educación emocional y como instrumento para enfrentarse a la vida.

A veces a una le apetece leer algo ligero, sincero y sin complicaciones y que de alguna manera le llegue. El otro día estaba paseando entre los libros que había en una librería de cine de mi ciudad y me llamó la atención uno de bolsillo con un título directo: Cineclub. Leí por encima la cubierta y la solapa y era un libro que contaba una experiencia familiar de un crítico de cine canadiense, David Gilmour. Me llamó la atención, y no solo terminó en mi biblioteca particular, sino que lo leí de un plumazo.

El libro es tremendamente sencillo, pero me encanta el tema que expone y que tenga un final feliz. En un momento que no es fácil ni para el padre (falta de trabajo) ni para el hijo (no puede con el instituto ni con la perspectiva de un presente poco halagador y un futuro incierto), David propone a Jesse, de 16 años, algo realmente insólito: que deje el instituto si quiere, pero con dos condiciones. La primera, «no tienes que trabajar, no tienes que pagar el alquiler. Puedes dormir hasta las cinco todos los días. Pero nada de drogas. Si tomas alguna droga, no hay trato». La segunda, «quiero que veas tres películas a la semana conmigo. Yo las elijo. Es la única educación que vas a recibir».

El libro está contado con una sinceridad ingenua por parte de David Gilmour, pero ese es parte de su encanto. Y es que finalmente este experimento pedagógico funciona con Jesse… y también para David. Con la disculpa de esa proposición, padre e hijo se pasan tres años juntos hablando de cine, pero también de muchas otras cosas más mundanas. De tal modo, que el cine no deja de ser una herramienta de educación emocional valioso y un instrumento para enfrentarse a la vida. Los dos van sufriendo un bonito proceso de transformación en su relación de padre e hijo y van salvando los obstáculos que les amargan los días. Y de fondo siempre el cine, y también la música… como tabla de salvación. Al final, padre e hijo construyen no solo relación, sino también una trayectoria, una senda por la que continuar.

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Ingrid Bergman: retrato de familia (Jag är Ingrid, 2015) de Stig Björkman

Ingrid Bergman, con su cámara. Inseparables.

Ingrid Bergman: retrato de familia (Jag är Ingrid, 2015) de Stig Björkman es un documental absolutamente revelador sobre la figura de esta actriz nacida en Suecia, pero además es un largometraje muy bello. El director realiza una radiografía vital de la actriz, indagando en su parte más íntima. Los documentales sobre actores suelen ser a veces rutinarios: una recopilación de secuencias de sus películas más conocidas, algunas fotografías de archivo con una voz en off explicando cronológicamente los momentos más importantes de su vida y varios bustos parlantes hablando sobre el artista en cuestión. Pero luego hay otros que son auténticos ensayos cinematográficos, y que tienen valor como documento y como obra artística. El documental de Stig Björkman, además crítico de cine, pertenece al segundo grupo.

Ingrid Bergman heredó de su padre una pasión: filmar su propia vida. Así la actriz no se desprendía de su cámara y filmaba continuamente imágenes en movimiento de su vida privada. Con la implicación al cien por cien de Isabella Rossellini, hija de la actriz (que además siguió sus pasos), Stig Björkman ha podido contar con los diarios, la correspondencia privada y metros y metros de las películas caseras que rodaba la intérprete. Además, Björkman aporta, para ir construyendo el relato íntimo sobre la actriz, apariciones televisivas o en reportajes, como determinadas secuencias de películas para documentar su carrera. Por otra parte, tan solo hay entrevistas a sus cuatro hijos (Pia, Roberto, Ingrid y Isabella), así como a una familiar y amiga muy cercana a ella del entorno de Roberto Rossellini, Fiorella Mariani, pero engarzándolas con cuidado en el inteligente montaje de la propuesta.

A través de las palabras de Ingrid (de su diario y sus cartas), con la voz prestada de Alicia Vikander, se va contando toda su historia, incluso a veces dando oportunos saltos en el tiempo. Las palabras de la actriz acompañan las imágenes caseras que filmó a lo largo de su vida. La conocemos a través de sus reflexiones, de sus sueños, de sus dudas, de sus alegrías e insatisfacciones. Y también a través de las palabras de sus cuatro hijos: de cómo veían a su madre, de cómo la sentían.

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Ennio Morricone, Val, Nelly & Nadine y Misterios de la sala oscura: tres documentales y un libro

Ennio: El maestro (Ennio: The Maestro, 2021) de Giuseppe Tornatore

Ennio Morricone, un creador…

El otro día me hice un regalo propio por mi cumpleaños: me fui sola a una sala de cine a ver Ennio: El maestro. Estuve más de dos hora y media disfrutando. Feliz. Giuseppe Tornatore es cierto que se entrega totalmente al maestro, pero logra un documental hermoso, donde deja ver varias caras de Ennio Morricone. Tornatore consigue mostrar la complejidad de su figura y que existen recovecos donde este no deja entrar tan fácilmente.

Hay determinadas películas que, de pronto, por distintos motivos de tu vida sientes que te hablan. Y Ennio: El maestro fue una de ellas. Por ejemplo, me ofreció un dato más sobre Stanley Kubrick, que tanto me ha acompañado estos últimos meses: el realizador contactó con él para la banda sonora de La naranja mecánica…, y explica que fue una de esas bandas que se quedó con ganas de realizar. Y, por otra parte, el documental habla de una de las películas de mi vida y que estará presente en un proyecto que está a punto de hacerse realidad: Érase una vez en América.

Digamos que hay cuatro relatos en uno, pero con un inteligente sentido del montaje: una extensa entrevista a Ennio Morricone, que es una delicia escucharle. Conversaciones tanto con gente que trabajó junto a él como con expertos que analizan su legado musical. La muestra de su trabajo musical junto a las grandes secuencias de películas para las que creo la banda sonora. Y un rico material audiovisual de archivo sobre apariciones del maestro en distintos eventos públicos y apariciones televisas o en momentos íntimos con familiares y amigos. Giuseppe Tornatore sabe combinar perfectamente los cuatro relatos para crear un retrato bastante completo de Ennio Morricone, aunque con misterios y ausencias.

El documental es la radiografía de un creador, Ennio. Desde su infancia hasta el final (murió recientemente: 6 de julio de 2020). Pero también una lección de música, así como un canto de amor al cine. Toca muchos aspectos de su obra: ese poco miedo que tenía Ennio Morricone a lo experimental, pero a la vez logrando conectar con generaciones de espectadores, que tienen como bandas sonoras de su vida algunas de las que ha creado.

Su infancia y adolescencia marcada por su padre, un trompetista, y su maestro Goffredo Petrassi. Dos hombres de fuerte carácter que no solo moldearon su carácter, sino también la manera de enfrentarse a la música. Sus conocimientos de ajedrez y su aplicación a la hora de crear. Su fama de arreglista perfeccionista, innovador y milagroso que trabajó para grandes profesionales de la canción italiana. Su fuerte relación entre otros con el director Sergio Leone… Cada una de las películas que se convirtieron en leyenda en parte por la música que acompañaba sus secuencias. El amor hacia su mujer Maria Travia.

Un hombre serio…, pero con un marcado sentido del humor. Profesional. Dedicado al cien por cien a la música. Su llamativo complejo de inferioridad. La segunda época dorada que vivió ya siendo anciano, no solo porque le seguían contratando para crear buenas bandas sonoras, sino porque se recorrió el mundo dirigiendo conciertos con la música de sus películas, cómo se le resistió el ansiado oscar…

Me emocioné durante varios momentos, pero particularmente mientras se narra el proceso de creación de la banda sonora de Érase una vez en América, una de las músicas de mi vida (sobre todo el tema de Deborah). O también el momento que cuenta cómo creo la banda sonora de La misión, en un momento de crisis vital y creativa. Me conmovió cómo durante la entrevista Ennio Morricone ante hechos de su pasado llora sin ocultar sus lágrimas, bien de emoción, de alegría o de tristeza.

Una gozada de documental, porque además de disfrutarlo cada segundo, descubrí un montón de cosas que desconocía sobre Ennio Morricone, y me provocó muchas más ganas de indagar en su vida y obra.

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De sonidos y cartas de cine

Sí, va de sonidos y cartas de cine. Este fin de semana disfruté de lo lindo con un documental: La magia del sonido en el cine (Making Waves: The Art of Cinematic Sound, 2019) de Midge Costin. Y como complemento perfecto a este largometraje, me entero a través de Días de cine de que en la Cineteca de Madrid este mes se programa un ciclo de cine, Sonidismos, donde se pueden ver bastantes de las películas que salen en el documental como hitos del sonido, además de otras muy representativas en este mismo campo.

Por otro lado, no hace mucho fui a una librería a cambiar un libro que ya tenía de Luis Buñuel que me habían traído los Reyes Magos y me llevé un libro que hacía tiempo me estaba llamando a gritos. Me he empapado de las cartas que aparecen publicadas en ély es una absoluta delicia: Correspondencias. Cartas de cine (editores Garbiñe Ortega y Francisco Algarín Navarro. La Fábrica. Biblioteca BlowUp. Libros Únicos, 2021). Palabras íntimas que definen y descubren otros rostros de diversos artistas cinematográficos.

Sí, esto va de palabras y sonidos.

La magia del sonido en el cine (Making Waves: The Art of Cinematic Sound, 2019) de Midge Costin

El cantor de Jazz, una revolución en el tema del sonido en el cine.

Me gusta cómo empieza este documental que ha despertado toda mi curiosidad y que ha sido muy didáctico para mí. Explica cómo en el útero materno, donde todo es oscuridad, nuestro primer contacto con el mundo es el sonido. Nuestra primera construcción de la realidad es a través de los sonidos… La magia del sonido en el cine es un repaso por la historia del sonido en el alma de las películas. Es decir, todo lo relacionado con las voces, los efectos de sonido y la música.

Y cómo la combinación de todo es fundamental para crear magia en una sala de cine. Su historia se centra sobre todo en las producciones de Hollywood y hace un repaso por los momentos fundamentales, por los creadores y maestros del sonido y por las películas que supusieron un paso más, llegando hasta la revolución digital.

En ese deambular por el sonido se habla de aquellos que en las salas de cine mudo realizaban efectos de sonido, por ejemplo, en películas fundamentales como Alas de William A. Wellman. La revolución que supuso en el mundo del cine escuchar hablar a Al Jolson en El cantor de jazz. Cómo los grandes estudios tenían bibliotecas de sonido, y cómo en varias películas de un mismo estudio los disparos de una pistola sonaban igual. La importancia que tuvo la radio para la investigación y los adelantos en el mundo del sonido, y cómo algunos que dominaban el medio, como Orson Welles, fueron innovadores en su empleo para contar su historia en el cine.

Lo que supuso para las nuevas generaciones de Hollywood y para los futuros innovadores en el campo de la banda sonora de una película lo que se estaba haciendo en Europa en este terreno: la experimentación de Jean Luc Godard o el uso del sonido por parte de algunos cineastas para contar sus historias como Ingmar Bergman. La edad dorada del sonido a partir de los realizadores del Nuevo Hollywood con directores como Francis Ford Coppola o George Lucas.

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La cordillera de los sueños (2019) de Patricio Guzmán

La primera imagen de Los Andes de Patricio Guzmán fue en las cajetillas de fósforos de su infancia.

La cordillera de los sueños cierra de manera redonda la trilogía que el documentalista Patricio Guzmán empezó en un lejano 2010. Con un final poético y emocionante, el director explica que ha encontrado meteoritos en la cordillera de los Andes, pequeñas piedras que caen del cielo, y cuenta que su madre le dijo que cada vez que cae uno en medio de la noche se puede pedir un deseo y que se cumple cuando uno guarda el secreto. Pero Guzmán formula su deseo en voz alta: que Chile recupere su infancia y su alegría. No pierde la esperanza de un país soñado donde quizá hubiese sido posible un cambio social y político. Sin embargo, ese sueño fue aplastado como un cataclismo por la brutal represión y la dictadura de Pinochet.

Guzmán empezó un viaje poético a través de su país en Nostalgia de la luz y después en 2015 con El botón de nácar. A través de la geografía, nadando en el alma de Chile, realiza un inteligente ensayo sobre la memoria de un país e indaga también en la suya, en lo más profundo de su ser. Desde el exilio, el realizador desnuda su alma, y como dice en este último documental, ha pasado más tiempo fuera de su país de nacimiento (reside en Francia)…, pero, sin embargo, siempre su obra cinematográfica ha girado alrededor de Chile.

Porque Patricio Guzmán quiere entender las entrañas de su lugar de nacimiento, saber por qué se produjo esa cruda dictadura y las consecuencias posteriores. Si primero escarbó en el desierto de Atacama y miró también a las estrellas, después fue al océano y se hundió en sus profundidades hasta llegar en La cordillera de los sueños a los Andes que atraviesan Chile. Tres paisajes que definen un país, pero también esconden en sus recovecos huellas de una historia pasada y otra reciente que conforma y marca a cada uno de sus habitantes. Dice el documentalista chileno que su primera referencia a Los Andes fueron las ilustraciones de las cajetillas de fósforos de su infancia…, pero estos se alzan eternos y reales.

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Acercamientos a la figura de Jean-Luc Godard (primera parte)

Godard, un acercamiento en cuatro pasos

1.-Godard. Retrato del artista a los setenta (Seix Barral, 2005) de Colin MacCabe. Colin MacCabe señala dos cosas en su prefacio: “Una biografía de una persona viva es necesariamente incompleta, pero un sujeto vivo brinda la posibilidad de un retrato: en este caso, una serie de tomas sobre la vida y el trabajo de Godard” y “el cine de Godard se cuenta entre lo más importante del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX”.

A partir de ahí, articula un interesante retrato del realizador, estudiando sus orígenes familiares, la ruptura con su familia, su formación cinéfila y su trayectoria en Cahiers du cinema, como parte de los jóvenes turcos. También describe la articulación de su filmografía por tres caminos apasionantes: las mujeres que han formado parte de su vida, su evolución y militancia política y, por último, la evolución en su filmografía (desde los referentes del cine clásico hasta la ruptura de la narración cinematográfica, así como su paso al formato vídeo, y la importancia de la imagen, la palabra, el sonido y el montaje).

Colin MacCabe ofrece un retrato que acerca a las peculiaridades de un creador. Su vida queda estructurada por tres mujeres que forman parte de su obra cinematográfica: Ann Karina, Anne Wiazemsky y Anne-Marie Miéville. Pero también a través de su relación profesional con el director de fotografía Raoul Coutard, que estaría presente durante sus primeras obras, como Al final de la escapada o El desprecio. Por otro lado, junto a Jean-Pierre Gorin protagonizó una ruptura con todo su cine anterior y formaron el Grupo Dziga-Vertov, cuya premisa era crear un cine militante. Y, por último, su estancia en Rolle (Suiza), refugio y centro de creación, y su colaboración con Miéville.

MacCabe ha establecido además una relación personal y profesional con Godard a lo largo de varios años, luego lo conoce de primera mano, pero además es un estudioso de su obra. El libro deja un análisis extenso y exhaustivo de varias de sus obras, pero sobre todo de Histoire[s] du cinéma, serie documental fundamental para entender los postulados y la mirada del realizador hacia el mundo, el cine y la historia.

2.-Truffaut y Godard: Two in the Wave (Truffaut, Godard: Deux de la Vague, 2010) de Emmanuel Laurent. MacCabe no omite, pero no profundiza, en la relación entre Truffaut y Godard y, sobre todo, no se para en exceso en la ruptura radical de su amistad. Un primer acercamiento hacia esta relación puede ser este documental de Emmanuel Laurent. Se queda también en un acercamiento, pero recupera unas imágenes de archivo valiosas (entrevistas a ambos realizadores, momentos de mayo del 68 y del festival de Cannes…). Además en la lectura que propone de su relación hay un tercero que complementa la visión: Jean-Pierre Léaud, que trabajó con ambos, y evolucionó como actor con los dos. Léaud se convirtió en el rostro de la nueva ola a partir de su personaje Antoine Doinel en Los cuatrocientos golpes.

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