Joyas del cine clásico latinoamericano (II). Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea

La mirada del personaje principal, Sergio Carmona, es la que domina Memorias del subdesarrollo.

Para contextualizar Memorias del subdesarrollo, no hay más que mirar un poco de la historia del cine cubano. Una vez se produjo la Revolución cubana, se afianzó un grupo de directores cinematográficos e intelectuales que se volcaron en un principio en el documental, sobre todo para filmar el cambio. Tomás Gutiérrez Alea, al que también llamaban Titón, Julio García Espinosa y otros jóvenes del mundo del cine crearon el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Tanto Titón como Julio García Espinosa habían dirigido ya juntos un mítico corto, El Megano (1955). En él los propios trabajadores de la ciénaga en Zapata, que extraen el carbón de los árboles sumergidos, actúan para mostrar y denunciar sus condiciones de vida.

Julio García Espinosa escribiría varios textos que explicaban en cierta medida lo que estaba suponiendo el Nuevo cine latinoamericano, que nació a finales de la década de los cincuenta. Se centraba claro está en la situación política y social del momento. El texto más importante en cuestión fue Por un cine imperfecto (1969). Y sobre todo lo que explicitaba era un cine alejado de la perfección y de los medios de los estudios de Hollywood y un cine que sirviera para transformar.

En uno de los textos publicados en 1972 en un pequeño volumen recopilatorio (Por un cine imperfecto. Julio García Espinosa. Castellote editor, 1976) explica que «para nosotros lo más importante del cine es que este sea antiimperialista. Perfecto o imperfecto, documental o ficción, analítico o emotivo, pero antiimperialista. Esa es nuestra medida fundamental. Y por la sencilla razón, aparte de otras no menos importantes, de que nuestra cultura no puede desarrollarse, no puede revelarse, no puede aspirar a una genuina validez, si no es en lucha contra el imperialismo, contra el imperialismo como fuerza y contra el imperialismo como concepto del mundo».

Titón siempre se quedó en Cuba. Pasó del corto documental (con algunos que muestran momentos concretos de la Revolución como Asamblea General, sobre la concentración multitudinaria en 1960 cuando se aprobó la primera Declaración de La Habana) al largometraje de ficción. Y del entusiasmo revolucionario al desencanto crítico hasta llegar a la melancolía de algo que nunca fue, sobre todo en sus dos últimos largometrajes más internacionales, cuando ya estaba delicado de salud (los codirigió junto a Juan Carlos Tabío a principios de los noventa): Fresa y chocolate y Guantanamera. Lo cierto es que Tomás Gutiérrez Alea siempre fue fiel a su amor a Cuba y a la idea de la Revolución cubana, lo que le desencantó fue el proceso posterior y las fallas en el sistema. Era un hombre que creía en el poder del debate y la crítica política y social para la mejora.

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Vivir sin aliento (Breathless, 1983) de Jim McBride

El director Jim McBride y su particular Al final de la escapada

La osadía a veces funciona. Y Jim McBride fue un osado con Vivir sin aliento. ¿Hacer un remake de una de las joyas fundacionales de la Nouvelle Vague? ¿Atreverse a trasladar el universo de Al final de la escapada (1960) de Jean Luc Godard a los alrededores de Las Vegas? ¿Intentar recrear la magia de dos intérpretes míticos como Jean Paul Belmondo y Jean Seberg? Pues sí, se atrevió a todo esto.

Y además Jim McBride logró una película con personalidad propia arrastrando toda una mitología cinematográfica de cine negro en Hollywood: las parejas malditas perseguidas por la justicia y con un halo de amor fou en sus historias, tratando de llegar a la frontera. No solo eso, sino que creó una historia con sus propios referentes. Dio un vuelco al existencialismo francés y sus personajes buscaron la redención final.

Richard Gere da vida a un personaje carismático. Jesse, un ladrón de poca monta y hortera, que ama a Monica (Valérie Kaprisky), una sensual estudiante de arquitectura parisina. Porque para él cada día es todo o nada.

El actor, en el momento de rodar la película, es heredero de los duros de Hollywood que encarnaron personajes con un halo de malditismo (los primeros Paul Newman, Warren Beatty, James Dean, Montgomery Clift o Marlon Brando), cuenta con una sensualidad exhibicionista (en todas sus primeras películas Gere se desnuda sin complejo alguno y deja ver toda su anatomía) y con un sentido trágico de la vida innato en un mundo moderno que lo termina devorando.

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Acercamientos a la figura de Jean-Luc Godard (primera parte)

Godard, un acercamiento en cuatro pasos

1.-Godard. Retrato del artista a los setenta (Seix Barral, 2005) de Colin MacCabe. Colin MacCabe señala dos cosas en su prefacio: “Una biografía de una persona viva es necesariamente incompleta, pero un sujeto vivo brinda la posibilidad de un retrato: en este caso, una serie de tomas sobre la vida y el trabajo de Godard” y “el cine de Godard se cuenta entre lo más importante del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX”.

A partir de ahí, articula un interesante retrato del realizador, estudiando sus orígenes familiares, la ruptura con su familia, su formación cinéfila y su trayectoria en Cahiers du cinema, como parte de los jóvenes turcos. También describe la articulación de su filmografía por tres caminos apasionantes: las mujeres que han formado parte de su vida, su evolución y militancia política y, por último, la evolución en su filmografía (desde los referentes del cine clásico hasta la ruptura de la narración cinematográfica, así como su paso al formato vídeo, y la importancia de la imagen, la palabra, el sonido y el montaje).

Colin MacCabe ofrece un retrato que acerca a las peculiaridades de un creador. Su vida queda estructurada por tres mujeres que forman parte de su obra cinematográfica: Ann Karina, Anne Wiazemsky y Anne-Marie Miéville. Pero también a través de su relación profesional con el director de fotografía Raoul Coutard, que estaría presente durante sus primeras obras, como Al final de la escapada o El desprecio. Por otro lado, junto a Jean-Pierre Gorin protagonizó una ruptura con todo su cine anterior y formaron el Grupo Dziga-Vertov, cuya premisa era crear un cine militante. Y, por último, su estancia en Rolle (Suiza), refugio y centro de creación, y su colaboración con Miéville.

MacCabe ha establecido además una relación personal y profesional con Godard a lo largo de varios años, luego lo conoce de primera mano, pero además es un estudioso de su obra. El libro deja un análisis extenso y exhaustivo de varias de sus obras, pero sobre todo de Histoire[s] du cinéma, serie documental fundamental para entender los postulados y la mirada del realizador hacia el mundo, el cine y la historia.

2.-Truffaut y Godard: Two in the Wave (Truffaut, Godard: Deux de la Vague, 2010) de Emmanuel Laurent. MacCabe no omite, pero no profundiza, en la relación entre Truffaut y Godard y, sobre todo, no se para en exceso en la ruptura radical de su amistad. Un primer acercamiento hacia esta relación puede ser este documental de Emmanuel Laurent. Se queda también en un acercamiento, pero recupera unas imágenes de archivo valiosas (entrevistas a ambos realizadores, momentos de mayo del 68 y del festival de Cannes…). Además en la lectura que propone de su relación hay un tercero que complementa la visión: Jean-Pierre Léaud, que trabajó con ambos, y evolucionó como actor con los dos. Léaud se convirtió en el rostro de la nueva ola a partir de su personaje Antoine Doinel en Los cuatrocientos golpes.

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Sesión doble para un corazón roto. La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar / Rifkin’s Festival (Rifkin’s Festival, 2020) de Woody Allen

Con la maravillosa oportunidad de poder ver el cortometraje de Almodóvar en las salas de cine, me regalé una sesión doble, que no os voy a mentir, disfruté muchísimo. Tanto Pedro Almodóvar como Woody Allen diseccionan un corazón roto. El manchego entrega un delicatessen y el neoyorkino ofrece un divertimento.

La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar

Un corazón roto vaga por las ruinas de su amor…

Jean Cocteau escribió un monólogo en 1930, La voz humana. A partir de ese momento el texto cobró vida, y en los escenarios y en el cine, actrices diversas han desnudado su corazón roto y han dejado ver su desgarro por el abandono… Ellas solas en el escenario con tan solo un teléfono. Y al otro lado de la línea el amante ausente, aquel que sale de sus vidas. Dicho monólogo siempre ha estado presente, de alguna manera, en la obra cinematográfica de Almodóvar, sobre todo con una Carmen Maura que protagonizó varios momentos inspirados en el texto. En La ley del deseo, su personaje, Tina, en una secuencia representaba una parte del monólogo; y su Pepa, de Mujeres al borde de un ataque de nervios no era sino una prolongación de la historia que cuenta Cocteau.

Almodóvar vuelve de nuevo a La voz humana y construye una pieza única, un delicatessen, pero además, como hizo ya con Pepa, aunque de manera más limpia y radical, libera a la mujer abandonada de su carga para que resurja cual ave fénix de sus cenizas. A la nómina de grandes actrices encerradas en una habitación con sus teléfonos (Anna Magnani, Ingrid Bergman, Simone Signoret, Sofía Loren…), el director manchego aporta a otra gran dama sufridora extrema, Tilda Swinton.

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Centenario de Orson Welles (4). El proceso (The trial, 1962) de Orson Welles

elproceso

La impotencia pero a la vez la rebeldía del K cinematográfico son imprescindibles para entender al cineasta, Orson Welles. El director que sigue rodando donde puede, en este caso otra vez en Europa, y como le dejan, asume un encargo que convierte en algo personal. Unos productores franceses (familia Salkind) le proponen adaptar una novela y le ofrecen varias para elegir. Welles se quedó con El proceso de Kafka. Contó con más libertad creativa que en otras ocasiones… pero no con todos los medios que hubiese deseado para hacer su película soñada. Y Welles se empapó de los tiempos que corrían, de un cine moderno y vanguardista, para atrapar un universo kafkiano pero que atrapaba también un mundo propio: los estragos del poder, la impotencia ante él, la dificultad de la libertad del ser humano… y su firma propia, en vez de un héroe literario impotente ante un destino que no comprende, entrega un héroe wellesiano que se rebela contra el poder establecido, prefiere la libertad a las cadenas aunque suponga un destino trágico y radical.

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Le Week-End (Le Week-End, 2013) de Roger Michell

Le-Week-end

Un momento musical encierra toda la ‘poética’ de Le Week-End: dos hombres y una mujer mayores emulan el baile en el bar de Banda aparte (1964) de Jean-Luc Godard. Un momento lúdico que encierra toda una tragicomedia.

Hemos asistido a un fin de semana en París de un matrimonio británico (de Birmingham para más señas) que llevan treinta años casados… y rememoran su luna de miel. Ésa puede ser una primera lectura (el momento lúdico)… pero con lo que no contamos es con todo el bagaje sentimental que arrastran y la fragilidad (vulnerabilidad) en la que se encuentran en el momento en que deciden emprender el viaje (la tragicomedia). Se encuentran al borde del abismo. Así el espectador danza entre la sonrisa, la amargura y el desencanto de una pareja que lleva años juntos… que son capaces de amarse en un momento y odiarse al siguiente. De ser tiernos en un segundo o convertirse en seres fríos al instante. En consolarse y mirar lo bueno del otro o lanzarse cuchillos. En sostenerse juntos o dañarse con furia…

Así en un París deslumbrante Nick y Meg (emocionantes Jim Broadbent y Lindsay Duncan) arrastran sus inseguridades, amarguras, frustraciones y desengaños… pero también sus sueños, sus desvelos, su amor, sus pasiones, sus recuerdos… Y lo agitan todo mucho y como una botella de champán que se descorcha, sale la espuma, se derrama… y se sinceran. Las cartas sobre la mesa. Y hay amargura pero también ponen muchos recuerdos y sentimientos en la balanza y dan con la medida precisa. Un fin de semana que les sirve para caer al abismo, para creer que todo se ha derrumbado, que aquellos jóvenes rebeldes de los 70 (que querían cambiar el mundo) son ahora dos personas mayores inseguras, temerosas e insatisfechas… y para darse cuenta de que cuando parece que todo está perdido, quizá se pueda empezar de cero…

Y el que derrama la espuma del todo es un amigo de la universidad de Nick (¡bendito Jeff Goldblum) que les invita a una cena parisina… donde se abre la caja de Pandora.

Le Week-End es una película que exuda amargura e ironía y provoca la sonrisa pero también el desencanto. Rodada con una mirada elegante y con clase (como dice en un momento el personaje de Nick a Meg… que es una mujer con clase) somos testigos de la intimidad de un matrimonio. En un fin de semana se condensa toda una vida, tragedia y comedia. Merece la pena escuchar a Nick y a Meg. Así de nuevo el dúo profesional de Roger Michell con el guionista Hanif Kureishi vuelven a sorprender con una historia bien contada, con instantes para recordar (antes ya habían trabajado en dos largometrajes: The mother y Venus —con el recientemente desaparecido Peter O’Toole—) y con otra mirada sobre la vejez.

Escuchemos la ‘banda sonora’ de fondo (Un Claro de luna con canción de Bob Dylan…), tomemos champán en un balcón junto a la torre Effiel o fumemos un porro en compañía de un adolescente tan solitario como nosotros, demos un discurso en un mesa sobre el miedo que tenemos a lo que nos queda de vida y bailemos en un bar… cuando todo esté perdido ¿o quizá no?…

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