Sesiones dobles para tardes de verano (4). Cine bélico: Los vencedores / Ven y mira

El cine bélico tiene títulos que ponen al descubierto de forma cruda el horror de la contienda. En esta sesión de verano propongo dos maneras distintas e innovadoras de narrar una misma guerra: la Segunda Guerra Mundial. Una es obra del guionista y productor, Carl Foreman, en la única vez que se puso tras las cámaras en la dirección. Foreman filmó un relato descarnado y desencantado de una tropa estadounidense en Europa durante la guerra desde 1943 en Sicilia hasta el final en Berlín. La otra es una película de encargo al cineasta ruso Elem Klimov para el 40 aniversario de la victoria aliada. El director aprovechó para recuperar y recordar el sufrimiento padecido por la población civil bielorrusa que fue masacrada por los nazis.

La primera ha sido todo un descubrimiento, tras la lectura del dosier Epic war del Dirigido por de julio-agosto. La segunda llevaba mucho tiempo detrás de ella y cuando ha vuelto de nuevo a la actualidad este año por su reestreno en cines en una versión restaurada no he querido perder la oportunidad de dejarla escapar.

Los vencedores (The Victors, 1963), de Carl Foreman

Desde el montaje impactante de los títulos de crédito de Saul Bass, Los vencedores atrapa por su manera de contar la contienda. Ya nada más empezar sumerge al espectador en el fragor de la batalla y en el terror de los civiles ante los bombardeos continuos. Con diversos insertos de noticiarios de la época que van enmarcando el paso del tiempo y contextualizando la marcha de la guerra, se van sucediendo episodios cotidianos de un batallón estadounidense en Europa. Los soldados recorren distintas partes del continente, desde Sicilia hasta Berlín, y somos testigos de sus vivencias como parte del ejército aliado, que fue liberando a distintos países europeos de la ocupación nazi.

Pero ni mucho menos, es un camino victorioso, sino una senda llena de desencanto, donde son testigos de la crudeza y las contradicciones de la guerra. Foreman juega no solo con la ironía del título, sino también con el destino de cada uno de los hombres del batallón que está muy lejos de la victoria y la gloria, donde además se asoman ya enfrentamientos futuros (Guerra Fría). Carl Foreman no evita temas incómodos como reflejar que el problema racial estadounidense está presente entre los batallones estadounidenses o cómo esos “vencedores” abusan del poder o de la situación de los vencidos.

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Sesiones dobles para tardes de verano (3). Romy Schneider en 3 días en Quiberón / Testimonio de mujer

Romy Schneider, lo importante es amar…

Esta es una sesión doble especial dedicada a la actriz Romy Schneider. 3 días en Quiberón recrea la última entrevista que ofreció para la revista alemana Stern y donde dijo: “No soy Sissi. Jamás lo he sido. Soy una mujer rota de 42 años y me llamo Romy Schneider”. La concedió en un hotel balneario donde estaba recibiendo una cura de desintoxicación.

Un año más tarde estrenaría Testimonio de mujer, su última película. Fue deseo de la actriz que cuando en los créditos apareciera su nombre, la película estuviese dedicada a su exmarido Harry y su hijo David. Harry fue el padre de su hijo David. En 1975 Harry se suicidó y en 1981 su hijo David, con 14 años, tuvo un accidente y falleció. Al año siguiente Romy murió en su apartamento de París. Solo tenía 43 años.

En un artículo de mi colega Irene Bullock en el blog Insertos de cine sobre la película Lo importante es amar, de Andrzej Zulawski, cuenta brevemente su vida con varias claves para entender a Romy: “Hija de dos actores que vivieron sus años de gloria durante la Alemania nazi, Magda Schneider y Wolf Albach-Retty, no tuvo una infancia estable tras el divorcio de sus padres. La joven empezó a triunfar bajo la dirección de su madre y alcanzó la fama mundial con las películas austriacas sobre la emperatriz Sissi, dirigidas por Ernst Marischka durante la década de los cincuenta. Sin embargo, Romy deseaba alejarse de la imagen edulcorada del personaje que le dio la fama y también del dominio de su madre. Así se volvió la hija rebelde que tomó las riendas de su vida sentimental y de su carrera cinematográfica.

París fue su paraíso. Allí conoció a un hermoso joven de mala vida, Alain Delon, para horror de Magda Schneider. No solo vivió libremente una tormentosa historia de amor, sino que dirigió también su carrera y se convirtió en una actriz de fama internacional que trabajó con directores europeos (Luchino Visconti, Dino Risi, René Clement, Jules Dassin, Jacques Deray, Claude Sauset…) y estadounidenses (Orson Welles, Joseph Losey y Otto Preminger). Siempre quiso desmarcarse de Sissi (Visconti le iba a permitir interpretar una Isabel de Baviera muy distinta a la que le dio fama). Por cierto,tampoco llevó bien el pasado de sus padres como actores cercanos al régimen nazi, y por eso, trató de resarcirse en el cine de dicho pasado en películas como El cardenal, El tren o Testimonio de mujer.

Su fama como actriz crecía y crecía, pero su vida sentimental siempre fue a la deriva. Delon la dejó con una carta y unas flores (aunque mantuvieron siempre una fuerte amistad), y después Romy nunca encontró estabilidad en el amor. Durante los últimos años de su vida no solo se le acumularon las desgracias, sino que entró en una espiral autodestructiva que fue minando su salud. Los estragos de los barbitúricos, el tabaco y el alcohol hicieron pronto mella en su rostro. Y a los cuarenta y tres su corazón dejó de latir”.

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Sesión triple. Claude Sautet y Romy Schneider y los laberintos del amor

De pronto hay directores de los que se habla poco y tienen, sin embargo, una filmografía que merece la pena rescatar. Claude Sautet tuvo un encuentro afortunado con Romy Schneider y nacieron tres películas seguidas sobre el amor, como sentimiento complejo y difícil de analizar.

Además del director, la actriz y el amor; las tres películas tienen varios nexos en común. Las tres tienen secuencias importantes mientras sus personajes están conduciendo. Los coches, las calles y las carreteras son siempre parte de la historia. El humo de los cigarrillos campa sin parar en cada uno de los fotogramas. Siempre en ese análisis del amor en crisis, hay un tercero. Es decir, el amor es a tres bandas. De alguna manera, en cada una de las historias hay presencia de la chatarra. También reflejan un momento histórico donde la revolución sexual de la mujer ya no tiene vuelta atrás y donde los hombres se encuentran perdidos en su masculinidad. Y no quiero olvidarme de un detalle más: en las tres sale Michel Piccoli (aunque en una de ellas su presencia solo sea su voz en off).

Pero a la vez Claude Sautet realiza tres películas muy diferentes, hasta en los géneros que emplea y cómo nos cuenta estas historias. Ahí radica también la sorpresa que provocan y lo que atraen todavía: su forma de contarlas.

Las cosas de la vida (Les choses de la vie, 1970)

Las cosas de la vida es una ristra de recuerdos y de ensoñaciones de un hombre moribundo. La película arranca con un brutal accidente de coche que sufre Pierre (Michel Piccoli), un arquitecto que se encuentra en la plena madurez. Sautet aplica la creencia de que momentos antes de morir a una persona le pasa su vida por los ojos. Desde el momento del accidente hasta que recibe auxilio y lo llevan al hospital, Pierre rememora su existencia, sobre todo los últimos acontecimientos que le han marcado, y que tienen sobre todo que ver con las personas a las que ama. Así se construye un drama romántico sobre un hombre en la encrucijada.

Pierre se encuentra en la cima de su éxito en su profesión, y está experimentando un dulce momento sentimental, pero con nubarrones en el horizonte. Ama a su pareja actual, Helène (Romy Schneider), con la que además tiene pendiente un viaje importante. Sin embargo, él se siente muy unido todavía a su ex esposa Catherine (Lea Massari) y a su hijo, además de notar que su anciano padre depende más de lo que cree en él. Antes del accidente Pierre tiene un dilema: todavía siente por su mujer y le es difícil asumir que ella también emprenda otras relaciones; no quiere descuidar la relación con su hijo y le entran dudas de si quiere comprometerse a fondo con Helène.

De hecho, tras una discusión con esta última, él le escribe una carta diciéndole que es mejor que lo dejen. Cuando está a punto de enviarla desde una oficina de correos, se arrepiente y se la mete en el bolsillo. Lo que hace es llamarla y dejar un recado, pues ella no está en ese momento, para decirle que la espera en un hotel… impaciente. Quiere que los dos se reúnan ya, y no estar separados ni un segundo más. Lo malo es que cuando está malherido, él recuerda la existencia de esa carta, y teme que llegue a las manos de la mujer que ahora está seguro que ama.

Y ese es el motivo y el suspense que dispara todas sus emociones mientras espera ser socorrido. La película es una ristra de recuerdos y emociones, como de alguien que le cuesta pensar o que está en un estado de semisueño. De hecho hay dos niveles: la cabeza de Pierre y todas las imágenes que esconde y los hechos reales que acontecen mientras yace en el suelo o le llevan urgentemente al hospital. Claude Sautet recrea desde todos los puntos de vista posible el accidente de Pierre, pero más como una vida perdida en un momento desafortunado, que como algo visiblemente violento o desagradable. Una rueda que da vueltas en solitario; un coche que arde, convertido en chatarra; los objetos personales de un hombre esparcidos sobre la hierba, ese hombre tumbado malherido, y tapado con una manta, ante la mirada de curiosos…

De esta forma, en la película se consiguen imágenes, a veces, oníricas y de gran belleza, que o cuentan hechos pasados o lo que le gustaría que ocurriese en un futuro. Así el rojo de las amapolas que hay en el suelo donde está tumbado puede fundirse con un traje rojo de Helène. Claude Sautet cuenta con una sensibilidad y una melancolía especiales las cosas importantes de la vida… cuando estás a punto de perderla. Y cómo a pesar de los pesares el amor es, a veces, un torbellino difícil controlar.

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Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig, 1973) de Luchino Visconti

Ludwig

Luchino Visconti leía en los rostros de sus actores, además de pintar con su cámara fotogramas con notas de óperas trágicas. Así en sus últimos años convirtió en muso a Helmut Berger. Y en las tres películas que filmó a su lado (La caída de los dioses, Ludwig y Confidencias), Visconti indagaba en un rostro perfecto y bello que escondía algo complejo y oscuro. Ahora el propio Berger, como un rey loco, pasea su triste decadencia…, algo que el aristocrático director con raíces neorrealistas intuyó desde que se encontró con él. Por eso Helmut Berger se mimetiza en un Luis II de Baviera (1845-1886) que con apenas 18 años se puso una corona, un rey bello que parecía un príncipe azul en una burbuja de cristal, pero que, sin embargo, no dejó de ser un ser humano complejo, atormentado y enigmático. Un príncipe azul destronado que no entendía el mundo en el que vivía y trató de encerrarse en el mundo del arte entre música y castillos de ensueño. Un príncipe azul que no se enfrentó a los tejemanejes políticos y pudieron con él, prefirió erigir más alto su muro de cristal que preocuparse por el destino político y social de Baviera. Un príncipe azul rodeado de una familia que le educó severamente para ser rey, con un hermano también de ensueño y hundido por la locura… Un príncipe azul que se fue deteriorando al igual que sus dientes, cada vez más picados. Un príncipe azul que hizo de su muerte un misterio. Un príncipe azul que no entendía sus sentimientos, que idealizó la relación con su prima y luchó contra una homosexualidad que no comprendía.

Y esa prima es precisamente Isabel de Baviera o Sisi (1837-1898)…, que no podía tener otro rostro que el de la actriz Romy Schneider. Cuando esta comenzó en el cine se convirtió en leyenda con tres películas de los años 50, Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, que recreaba de manera edulcorada, como una princesa de ensueño, la historia de Isabel de Baviera. Pero esa Romy-Sissi fue evolucionando a lo largo de los años hacia una actriz elegante y hermosa con una triste mirada a base de desengaños y desgracias. De esta manera, Visconti le ofreció en bandeja despedirse del personaje que le dio la fama, acercándose a una visión mucho más documentada, histórica y realista, donde Schneider encarna de nuevo a una Sisi bellísima, pero absolutamente desencantada y totalmente consciente de su papel en palacio. Una Sisi rebelde, pero que también se construye su propia burbuja de cristal…, solo que ella sabe que es para no sufrir aún más. Y la única que conecta con el idealismo y la sensibilidad de Luis, aunque se va alejando de él, pues no consigue que este se dé cuenta de que tiene que “entrar en el juego” y Luis al no ser correspondido en un amor platónico, tampoco soporta que su prima viva con él su decadencia.

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Centenario de Orson Welles (4). El proceso (The trial, 1962) de Orson Welles

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La impotencia pero a la vez la rebeldía del K cinematográfico son imprescindibles para entender al cineasta, Orson Welles. El director que sigue rodando donde puede, en este caso otra vez en Europa, y como le dejan, asume un encargo que convierte en algo personal. Unos productores franceses (familia Salkind) le proponen adaptar una novela y le ofrecen varias para elegir. Welles se quedó con El proceso de Kafka. Contó con más libertad creativa que en otras ocasiones… pero no con todos los medios que hubiese deseado para hacer su película soñada. Y Welles se empapó de los tiempos que corrían, de un cine moderno y vanguardista, para atrapar un universo kafkiano pero que atrapaba también un mundo propio: los estragos del poder, la impotencia ante él, la dificultad de la libertad del ser humano… y su firma propia, en vez de un héroe literario impotente ante un destino que no comprende, entrega un héroe wellesiano que se rebela contra el poder establecido, prefiere la libertad a las cadenas aunque suponga un destino trágico y radical.

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Boccaccio 70 (Boccaccio 70, 1962) de varios directores

Todo fue idea de Cesare Zavattini. Reunir a cuatro directores italianos para rodar cuatro minihistorias que actualizaran el estilo y el discurso de Boccaccio y sus relatos sobre amor y moral. De tal manera que surgiera una radiografía a todo color de la Italia contemporánea que dejaba atrás una dura posguerra y empezaba una época de desarrollo. Cuatro cuentos sobre amor y moral… Una idea que no disgustó al productor Carlo Ponti que decidió poner en pie el proyecto. Cada historia sería protagonizada por una mujer de armas tomar: dos italianas y dos extranjeras y las cuatro dejan cuatro retratos femeninos muy diferentes (y apasionantes para analizar).

Renzo y Luciana de Mario Monicelli

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Mario Monicelli presenta con Renzo y Luciana una Italia que va hacia el desarrollo pero todavía con muchos escollos que superar. Y cuenta los esfuerzos y las dificultades de una joven pareja para prosperar. Renzo y Luciana es un paseo por la Italia de los trabajadores que además van también accediendo y cuidando su tiempo de ocio.

Monicelli realiza una radiografía maravillosa de esa Italia de los sesenta donde descubrimos los espacios laborales, los transportes públicos, la moderna iglesia con su jukebox especial de la que surge la melodía nupcial, las casas familiares y los nuevos hogares en propiedad para los trabajadores, los lugares de ocio como la sala de cine (maravillosa la escena que transcurre allí… en un cine tan lleno que hasta hay público de pie para ver ¡una película de vampiros!), la piscina pública o la sala de baile.

Pero además la historia cuenta los avatares de Renzo, un mozo de almacén, y su novia Luciana, una contable de la gran empresa en la que trabajan ambos (donde los empleados no pueden casarse ni tener hijos). Dos jóvenes que quieren estar juntos, tener un empleo, una casa amueblada, un futuro estable para formar una familia… y los obstáculos cotidianos que van encontrando pero aun así siguen juntos y con sueños… Aunque uno tenga que trabajar por la noche y otro de día, aunque tengan que renunciar a ciertas comodidades, aunque no puedan encontrar un espacio de intimidad…

Mario Monicelli crea una pequeña historia realista y costumbrista con unos espacios que radiografían un momento histórico y se deja ayudar por el rostro recién descubierto para el cine de Marisa Solinas, muy bien secundada por el desconocido Germano Gilioli. Curiosamente fue el segmento más perjudicado, cuando se presentó en Cannes, decidieron llevar una versión más corta con solo tres de las historias y eliminaron la de Monicelli. Sus compañeros ante esta medida decidieron no acudir al festival para respaldar la película. En su guion colectivo intervino el escritor Italo Calvino ya que se inspiraba este segmento en uno de sus relatos.

Las tentaciones del doctor Antonio de Federico Fellini

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La más satírica, delirante, imaginativa y absurda es la historia de Fellini. Donde convierte a la escultural Anita Ekberg en una especie de ‘peligrosa’ King Kong que quita el sueño y la cordura de Don Antonio (Peppino de Filippo, comediante italiano), un vigilante de la moral italiana. Por supuesto no falta Nino Rota (y momentos musicales mágicos) así como su galería de rostros inolvidables.

Volvemos a esa Italia en desarrollo donde un hombre radicalmente conservador queda consternado cuando frente a su casa plantan un enorme anuncio donde una exuberante Anita ánima a los consumidores a beber leche. Esta imagen le obsesiona, le altera. Además alrededor del cartel publicitario situado en un solar se va creando un espacio de vida y desenfreno. Don Antonio convierte en cruzada el quitar de su vista a Anita Ekberg con su gran vaso de leche… hasta que una noche la diva del deseo cobra vida y se sale del cartel en el que reside. La lucha con Don Antonio será tentadora…

Totalmente reconocible el universo especial de Fellini y la actriz sueca convertida en la máxima tentación rubia…, una tentación exuberante que vencerá al puritanismo absurdo… Fue la primera vez que el director italiano se vio con el color… Y lo aprovecha al máximo.

El trabajo de Luchino Visconti

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El mejor segmento para la que esto escribe es sin duda el de Luchino Visconti donde Romy Schneider ofrece todo un recital interpretativo junto a Tomas Milian. Él es un conde de la aristocracia italiana. Tiene títulos y palacio pero ni un duro. Ella es hija de un importante empresario alemán, tiene dinero. En su matrimonio se mezcla la conveniencia, la atracción física y también (como iremos descubriendo por parte de ella) algo parecido al amor. La historia empieza con la vuelta del conde al palacio después de un escándalo sexual en un prostíbulo que ha salido en toda la prensa nacional e internacional. Allí mantiene una larga conversación con su esposa.

Con la elegancia habitual de Visconti se presenta la historia más subversiva (que es una adaptación de un cuento de Maupassant). En un palacio que alberga a una pareja de una aristocracia y una burguesía inútil y decadente con su personal de servicio como sombras y testigos del desmoronamiento moral. Como ya publiqué en Las prostitutas de Maupassant en el cine, un texto para un libro colectivo: “Visconti atrapa la premisa del cuento Junto al lecho (1883) que narra la conversación de un matrimonio de la alta burguesía donde la esposa propone al marido infiel, que quiere volver a acostarse con ella, convertirse en la prostituta que busca en las noches y recibir su compensación económica por ello. La esposa se convierte en prostituta y subvierte el significado del matrimonio común.

En Il lavoro Visconti mantiene esta idea. (…) Pupe (Romy Schneider) cuenta a su marido que se ha pasado toda la noche hablando con las prostitutas. Le dice que ha pensado mucho y que ya no cuente con su dinero porque ella no se lo va a pedir a su padre empresario sino que va a trabajar: ‘Yo respeto el dinero hasta tal punto que he decidido hacer de él una cuestión vital y ganármelo’. Y entonces le pregunta que si ella hubiera estado entre el grupo de prostitutas si la hubiese elegido. Y el marido confiesa que sí. Entonces Pupe le ofrece a su marido noches de placer si le paga. Visconti va más allá de la subversión pues intuimos que Pupe además ama a su esposo por eso llora cuando su padre llama: ‘Dile que no me puedo poner porque estoy trabajando. Ya he encontrado un empleo’”.

La Rifa de Vittorio de Sica

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Y llega la última: la más popular y representativa de la comedia italiana. Vittorio de Sica se sirve de la maggiorata en su máximo esplendor, una Sofia Loren exageradamente voluptuosa y hermosa (era inevitable que estuviese ella, estando Carlo Ponti por ahí…). Ella es una napolitana, ignorante y analfabeta pero con mucho carácter y sueños de prosperidad, es una mujer de armas tomar que va de feria en feria. Trabaja con un matrimonio de feriantes en una caravana con juegos de tiro (que se intuye que más que amistad se aprovechan de ella). Pero el plato fuerte es la rifa. Entre los hombres de los pueblos que visitan, se reparten unas papeletas y se organiza una rifa, el que gana se acuesta con la maggiorata. Y estos pierden la cabeza y los papeles. De Sica se mueve en el terreno de la comedia italiana costumbrista con una galería de personajes (sobre todo los hombres que pierden la cordura…) que no tiene desperdicio. Desde el padre de familia que va a por todas (y que su hijo montado en bicicleta siempre le suelta alguna frase) hasta el tímido sacristán que sueña con acostarse con la dama. Todo se complica cuando se cruza por el camino de la maggiorata, un joven enamorado que no sabe nada de la rifa que está a punto de celebrarse…

Boccaccio 70 es una película de episodios para rescatar del olvido y para acercarse más al trabajo y a la esencia de sus directores y actrices. Es una película rica en miradas, matices y análisis.

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