Ciclo de cine italiano (II). Más allá de los directores estrella

Ana (Anna, 1951) de Alberto Lattuada

Ana

Una de las películas de Alberto Lattuada que más éxito tuvo nacional e internacionalmente fue Ana. Un melodrama desatado que aprovechaba el tirón y la química de un trío que ya había funcionado anteriormente en Arroz amargo de Giuseppe de Santis: Silvana Mangano, Vittorio Gassman y Raf Vallone. Así Lattuada deja a un lado el neorrealismo, y se centra en el melodrama y en el erotismo. Y aporta para la posteridad el famoso baile de Silvana Mangano cantando El negro zumbón, pero que popularmente se convirtió en el bayón de Ana. Tanto es así que en los años 90 fue rescatada esta secuencia de nuevo por Nani Moretti en Caro Diario.

Ana cuenta la historia de una novicia entregada que trabaja duro en un hospital, pero a la cual le pesa su pasado. Cuando llega herido grave su ex novio, empieza a recordar qué le ha llevado a su situación actual. Ana está contada con flashbacks hacia el pasado que pesa, para centrarse en un presente en el cuál la protagonista tiene que decidir cuál va a ser el rumbo de su vida. En el pasado, destaca el erotismo de ese trío protagonista con un tipo de relación muy parecido al de Arroz amargo. En este caso, Vittorio Gassman arrastra a la heroína al mal y al sexo por el sexo y Raf Vallone la empuja hacia el bien que predica el catolicismo para una mujer: casarse con un buen hombre, ser buena esposa y constituir una familia. Y todo esto desemboca en la tragedia y en la huida de Ana, que termina en un hospital del que no quiere salir. Alberto Lattuada muestra el pasado erótico de Ana y un presente en el que ella se entrega a los enfermos del hospital, a las vidas de estos, a su dolor, a sus miedos, a la cotidianeidad hospitalaria, a su relación con las otras monjas y con los médicos. Puro melodrama.

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Ciclo de cine italiano (I). Más allá de los directores estrella

Cuando se habla de cine italiano, inevitablemente los directores que vienen a la cabeza son los que hicieron resurgir el cine de las cenizas de la segunda guerra mundial, fomentaron que naciera un movimiento, luego siguieron sus caminos y dejaron sucesores que evolucionaban hacia otros derroteros: Roberto Rossellini, Vittorio de Sica, Federico Fellini, Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni y Pier Paolo Pasolini. Pero el cine italiano fue brutalmente creativo y rico, existen más directores con filmografías ricas y películas que ponen de manifiesto una cinematografía arriesgada con unos actores brillantes. Y aquí veremos una pequeña muestra.

Abajo la riqueza (Abbasso la ricchezza!, 1946) Gennaro Righelli

Abajo la riqueza

El cine italiano también tiene, como no, sus pioneros. Y uno de ellos fue Gennaro Righelli que empezó su carrera con el cine mudo, lo continuó con éxito en la década de los 20 en Alemania y regresó a Italia como director con fama de artesano durante la década de los 30. Y en sus últimos años realizó dos tragicomedias populares con Anna Magnani de protagonista. La actriz iba rumbo de convertirse en leyenda y ya era rostro del neorrealismo desgarrador en su aparición en Roma, ciudad abierta. Y Righelli la hizo protagonizar Abbasso la miseria! (1945) y la que nos ocupa, Abajo la riqueza, al año siguiente.

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Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig, 1973) de Luchino Visconti

Ludwig

Luchino Visconti leía en los rostros de sus actores, además de pintar con su cámara fotogramas con notas de óperas trágicas. Así en sus últimos años convirtió en muso a Helmut Berger. Y en las tres películas que filmó a su lado (La caída de los dioses, Ludwig y Confidencias), Visconti indagaba en un rostro perfecto y bello que escondía algo complejo y oscuro. Ahora el propio Berger, como un rey loco, pasea su triste decadencia…, algo que el aristocrático director con raíces neorrealistas intuyó desde que se encontró con él. Por eso Helmut Berger se mimetiza en un Luis II de Baviera (1845-1886) que con apenas 18 años se puso una corona, un rey bello que parecía un príncipe azul en una burbuja de cristal, pero que, sin embargo, no dejó de ser un ser humano complejo, atormentado y enigmático. Un príncipe azul destronado que no entendía el mundo en el que vivía y trató de encerrarse en el mundo del arte entre música y castillos de ensueño. Un príncipe azul que no se enfrentó a los tejemanejes políticos y pudieron con él, prefirió erigir más alto su muro de cristal que preocuparse por el destino político y social de Baviera. Un príncipe azul rodeado de una familia que le educó severamente para ser rey, con un hermano también de ensueño y hundido por la locura… Un príncipe azul que se fue deteriorando al igual que sus dientes, cada vez más picados. Un príncipe azul que hizo de su muerte un misterio. Un príncipe azul que no entendía sus sentimientos, que idealizó la relación con su prima y luchó contra una homosexualidad que no comprendía.

Y esa prima es precisamente Isabel de Baviera o Sisi (1837-1898)…, que no podía tener otro rostro que el de la actriz Romy Schneider. Cuando esta comenzó en el cine se convirtió en leyenda con tres películas de los años 50, Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, que recreaba de manera edulcorada, como una princesa de ensueño, la historia de Isabel de Baviera. Pero esa Romy-Sissi fue evolucionando a lo largo de los años hacia una actriz elegante y hermosa con una triste mirada a base de desengaños y desgracias. De esta manera, Visconti le ofreció en bandeja despedirse del personaje que le dio la fama, acercándose a una visión mucho más documentada, histórica y realista, donde Schneider encarna de nuevo a una Sisi bellísima, pero absolutamente desencantada y totalmente consciente de su papel en palacio. Una Sisi rebelde, pero que también se construye su propia burbuja de cristal…, solo que ella sabe que es para no sufrir aún más. Y la única que conecta con el idealismo y la sensibilidad de Luis, aunque se va alejando de él, pues no consigue que este se dé cuenta de que tiene que “entrar en el juego” y Luis al no ser correspondido en un amor platónico, tampoco soporta que su prima viva con él su decadencia.

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