10 razones para amar El rey pescador (The fisher king, 1991) de Terry Gilliam

El rey pescador. Parry y Jack, la historia de una amistad.

Razón número 1: Jack y Parry, la historia de una amistad

Curiosamente el indomable y antisistema Terry Gilliam, el artista loco y rebelde, llevó a cabo su primera película de encargo y voló muy alto. Un gran estudio puso en sus manos el guion de un tal Richard LaGravanese y los dos formaron un gran equipo creativo. El dúo supo torear a los mandamases del estudio y levantar una película inolvidable. Desde el momento en que la vi por primera vez me marcó y ya no me abandonó jamás. El carisma de sus dos protagonistas, un Jeff Bridges arrollador y un Robin Williams sin cortapisas, envuelve de un halo especial a El rey pescador.

El personaje de Williams es cómico pero desde el dolor más absoluto. Y el de Bridges es un rey destronado, que cae en el pozo del fracaso. Este último consigue dar vida a un personaje absolutamente imperfecto, egocéntrico e irresponsable. Un hombre que solo se quiere a sí mismo, incapaz de tener empatía hacia el otro. El actor le desnuda por completo y hace que surja toda su vulnerabilidad en su caída a los infiernos de la depresión y la culpa.

La desgracia une a estos dos personajes y cada uno puede ser la salvación del otro a su manera. Jack es un locutor de éxito que de la noche a la mañana ve que su mundo se derrumba cuando uno de sus radioyentes, influenciado por sus palabras, entra en un local de moda y dispara a los clientes para después pegarse un tiro. Y Parry era uno de los clientes que cenaba esa noche con su esposa y ve cómo su vida en un segundo se derrumba.

Lo realmente hermoso es cómo se va construyendo una amistad entre dos hombres que nunca se hubiesen encontrado, pero que en el dolor y la desesperación se echan una mano.

Los símbolos de su amistad son ese Santo Grial que quiere robar Parry de la casa de un millonario, que habita en un castillo en Nueva York. Ese Santo Grial que puede salvarles y que escenifica su amistad. Jack se convertirá en caballero andante para conseguir esa copa, porque quiere que su amigo reaccione y despierte de su locura.

Y Pinocho, ese niño de madera que quiere ser real. Personaje al que Jack nombra cuando habla con Edwin. Una vez Jack está hundido y a punto de suicidarse, recibe de un niño rico un muñeco de madera y con él va a todas partes. De hecho, el muñeco acabará en el sotano donde vive Parry. Ellos son como marionetas en un mundo horrible que tratan de despertar de una pesadilla y convertirse en hombres reales que se enfrentan a lo que la vida les depara.

Jack y Parry son finalmente dos amigos que se tumban desnudos en Central Park a contarse historias, mirar las estrellas y ver en el cielo los fuegos artificiales.

Razón número 2: Anne y Lydia, las compañeras de vida

Anne y Lydia son las compañeras de vida de Jack y Parry, dos hombres rotos. Pero ellas ahí están, sosteniéndoles en sus peores momentos. Anne es la mujer fuerte, desmedida y exuberante. Optimista por naturaleza se enamora del Jack más depresivo sin pedirle nada a cambio, simplemente lo ama. Mercedes Ruehl no decae nunca, ni cuando la abandonan y la rompen el corazón. Ella tiene claro que no está en la vida para ser una víctima. Ella sirve para dar la mano y proteger a los que quiere. Anne puede llevar su negocio ella sola, tiene las riendas de su vida y no necesita para nada a Jack… Pero lo quiere y desea un proyecto de vida común, pero nunca impone.

Lydia es la mujer torpe, invisible e insignificante, pero de pronto es amada por Parry. Él la ve, sabe todas sus vulnerabilidades, sus hábitos y manías. Y solo la quiere a ella. Entonces Lydia responde y se convierte en la mejor compañera posible, la que cuida y protege. Ella corresponde a ese amor en el que ha creído y no abandona a un Parry catatónico en un centro de salud mental.

Las dos no necesitan caballeros que las salven, sino que son compañeras de vidas en los momentos buenos y malos. De hecho, ambas protagonizan un momento en el que demuestran que son mujeres fuertes, que no necesitan a nadie a su lado, y que pueden morirse de la risa juntas y cómplices. Lydia va a casa de Anne para que esta le haga una uñas de fantasía y ahí surge la complicidad entre ambas.

Razón número 3: La belleza en la basura

Uno de los momentos más hermosos de El rey pescador es cuando los cuatro protagonistas se dirigen a un restaurante chino a cenar. Es la primera vez que Parry y Lydia se hablan. Los dos están nerviosos e inseguros. De pronto, ante unas palabras de ella, en las que se está menospreciando y también lo que hace cada día (trabaja en una editorial de novelas rosas), Parry le dice que en el romanticismo no hay basura y le entrega un objeto que ha hecho con unos alambres que ha cogido de un cubo en la calle. Parry habla de que también se puede encontrar belleza en la basura.

Así tanto Gilliam como LaGravanese presentan un mundo donde la crueldad existe, donde la injusticia, la enfermedad, el odio y la violencia están presentes. Donde hay seres humanos en los márgenes, invisibles para muchos. Donde la soledad y la locura campan a sus anchas…, pero ahí en ese lodo horrible, surgen puntos de luz. Momentos de felicidad y gente buena que sobrevive o sale adelante como puede.

De esta manera, Terry Gilliam presenta también un Nueva York especial, lleno de espectros, de personas sin hogar o de gente que no escapa de la locura, puentes en los que unos muchachos violentos son capaces de pegar fuego a un sin hogar o dar una tremenda paliza a un hombre desesperado, parques donde alguien pide ayuda y nadie acude, presenta una sociedad imperfecta donde hay una gran brecha social, pero también en ese Nueva York se puede ver la luna desde Central Park o en una estación de tren puede caminar todos los días la mujer amada, tal vez en plena calle se alce un castillo medieval o en un centro de salud mental haya unas sábanas de colores…

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Joyas del cine clásico latinoamericano (III). El niño y la niebla (1953) de Roberto Gavaldón

El niño y la niebla, un retrato de la locura.

Con El niño y la niebla cerramos el año 2022, pero no este ciclo de joyas del cine clásico latinoamericano. Este fin de año se merece un buen drama de un director brillante de la época de oro del cine mexicano: Roberto Gavaldón. El drama es protagonizado por una de las intérpretes con más carisma de México, Dolores del Río, con una trayectoria larga, interesante e intensa. Durante su juventud la actriz triunfó en Hollywood y luego regresó a su país como una gran dama del cine mexicano. En esta adaptación de una obra de teatro del dramaturgo Rodolfo Usigli, Gavaldón pone de manifiesto su fuerza a la hora de contar historias potentes, con gran hincapié en la psicología de sus personajes. Cada secuencia tiene momentos de puro cine. El largometraje muestra el espíritu de una mujer en llamas, al borde de la locura.

En El niño y la niebla no solo se habla de la salud mental, la eutanasia, el suicidio o el aborto, sino también de la nefasta influencia que pueden tener una madre y un padre sobre un hijo sensible. La película arranca con un incendio en un pozo petrolífero de Poza Rica. Allí viven en una casa acomodada Marta, su esposo Guillermo (Pedro López Lagar) y su hijo Daniel (Alejandro Ciangherotti). A través de las ventanas y la puerta, solo se ven las torres petrolíferas a pleno rendimiento. Daniel mira fascinado las llamas del incendio y Marta vigila horrorizada esa atracción que siente el muchacho. Este último se alarma cuando se entera de que su padre está allá trabajando y luchando contra el incendio y quiere acudir a toda costa por si necesita ayuda. Pese a la prohibición de la madre, el niño acude al encuentro de su progenitor.

Desde el principio se muestra la tirantez de la pareja y su discusión constante alrededor de la educación y los cuidados que debe recibir Daniel. Y el muchacho se encuentra entre los dos, en pura contradicción, y buscando el equilibrio para no hacer daño a ninguno. El crío alimenta cada vez más sus miedos, su confusión y sus monstruos internos.

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Cóctel de curiosidades cinéfilas: Incerta Glória, El olvido que seremos, Falso testigo y otros asuntos

En Incerta Glória, una de las historias de amor más bonitas que he visto últimamente.

1. La más bonita historia de amor que he visto últimamente. El otro día pusieron en televisión Incerta Glória, de Agustí Villaronga, película que no tuve oportunidad de ver en su día en el cine, y que me quedé con bastantes ganas. He de decir que me fascinó este largometraje por muchos motivos.

Sin embargo, de momento solo me apetece comentar uno de ellos: hacía tiempo que no sentía tanta emoción por el reflejo de una historia de amor imposible. Lo hace en tan solo dos secuencias.

El amor de Trini (Bruna Cusi) con Solerás (Oriol Pla), el mejor amigo de su esposo. Este último además es uno de esos personajes complejos y fascinantes (otra de las cosas por las que me quedo con Incerta Glória: por el personaje de Pla, y por el de la Carlana, con el rostro de la actriz Nuria Prims). Solerás y Trini protagonizan una de las historias de amor más bonitas que he visto últimamente. Los personajes solo se encuentran en dos secuencias, pero ambas son tan hermosas, que la película me ganó totalmente.

Una transcurre en un vagón de metro y en la estación: ahí se establece el vínculo entre ambos personajes. Un soplo en la nuca, un reflejo en una ventana. Un nombre al aire: Trini. Una carrera, un abrazo y una sonrisa. Posteriormente, en casa de Trini, Solerás le regala una extraña piedra. Ella sabe de geología y dice que analizará la piedra, pero lo recibe como el regalo más bonito que ha tenido nunca.

La otra secuencia, cuando ya es demasiado tarde para la felicidad y la gloria, incorpora a los dos amantes subidos a un caballo que corre en el interior de una iglesia en ruinas. Allí, transcurre un diálogo maravilloso sobre lo efímero de la felicidad y lo imposible de su historia. Por lo menos, les quedará que miraron las estrellas, una sonrisa y un beso. Ella le dice que analizó la piedra y él le interroga sobre qué ha descubierto: “Es de otro planeta, como tú”.

Por cierto, cómo me ha apetecido de repente indagar en la historia y en los personajes de la película… Creo que voy a leerme la novela de Joan Sales, que Villaronga adapta.

2. El retrato de un padre. Últimamente lo reconozco, estoy excesivamente sensible. Se me saltan las lágrimas en numerosas ocasiones. Por ejemplo, no paré de llorar mientras leía el mes pasado El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Me pareció el retrato más hermoso que un hijo puede hacer sobre su padre, un hombre bueno.

Así que me dirigí a la sala de cine a ver la película de Fernando Trueba. Y reconozco que también lloré lo mío, pero porque hacía poco que había leído la novela e iba conectando todo lo que veía con las palabras que había disfrutado. No sé si este mismo efecto le pasa a uno cuando no la ha leído. Creo que la relación padre e hijo sí que está conseguida, pero siento que el detalle con el que se esboza la situación política y el posicionamiento del padre en la novela no está del todo plasmada en el largometraje.

Ese rosal sobre el que un hombre bueno se arrodilla; ese niño que prefiere ir al infierno si ahí va a ir su padre; esa familia mayoritariamente de mujeres que rodean a padre e hijo; la lectura de un cuento por la noche en la cama, El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde (uno de mis favoritos); el éxtasis del padre ante Muerte en Venecia y esa persecución de la belleza… y, sobre todo, esos besos sonoros que propina el padre a ese niño que le adora son algunos momentos que hacen que no retires la mirada de la pantalla.

En la película se me quedaron también unas palabras que suelta ese padre a un colega sobre lo que todo niño debe tener en su infancia. Todo niño tiene que tener cubiertas las cinco “A”: Aire, Agua, Alimento, Abrigo y Afecto… Y creo que razón no le falta.

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10 razones para amar Danzad, danzad, malditos (They shoot horses, don’t they?, 1969) de Sydney Pollack

En Danzad, danzad, malditos, Robert y Gloria bailan sin parar hasta la extenuación.

Razón número 1: Relato desolador de la Gran Depresión

Un relato crudo y sin concesiones sobre la Gran Depresión sin salir de un recinto donde se celebra un maratón de baile… Esta sería una sinopsis simple de Danzad, danzad, malditos. Una película que ya no olvidas una vez que la ves. Y con una visión del mundo pesimista: el ser humano fomenta la humillación del otro como espectáculo para evadirse de un mundo en crisis continua. Ya lo dice el maestro de ceremonias (Gig Young): él ofrece espectáculo a un público ávido de miseria, que paga la entrada para sentirse mejor “disfrutando” de la desgracia ajena… Película, por otro lado, premonitoria, que muestra de lo que es capaz cierta industria del espectáculo con tal de subir audiencias. No hay más que mirar el televisor y ver la cantidad de concursos extremos basados en llevar hasta la extenuación a sus concursantes, además de regarlos de pruebas humillantes, o el éxito de programas de crónicas negras. Pero es algo que siempre se ha dado: el fomento del espectáculo de la humillación como catarsis para sobrellevar las épocas oscuras. Uno puede remontarse a los circos romanos o a los castigos y ejecuciones públicas en la Edad Media.

Danzad, danzad, malditos es la adaptación de una novela de Horace McCoy, un hombre contemporáneo a la Gran Depresión y que la conocía bien, por eso supo plasmarla en varios de sus libros. Entre ellos se encuentra el que inspira la película: They shoot horses, don’t they? (publicada en castellano como ¿Acaso no matan a los caballos?). Horace McCoy escribió novela negra y también fue guionista de Hollywood.

Razón número 2: Jane Fonda, un antes y un después

Recientemente emitieron en televisión un documental francés revelador sobre la figura de Jane Fonda, Ciudadana Jane Fonda (Citizen Jane, l’Amérique selon Fonda, 2020) de Florence Platarets, y en él se explicaba cómo en su carrera cinematográfica Danzad, danzad, malditos supuso un antes y un después en su carrera y en la percepción que el público tenía de ella. Si había ido saltando en el cine de la jovencita ingenua y convencional a la totalmente consciente de su sexualidad, explotando su espectacular físico y llegando a su culminación con la Barbarella de Roger Vadim, su amargada Gloria en la película de Pollack supuso una Fonda que fue adquiriendo una mirada crítica y política en la vida, y que trasladaba a los papeles elegidos.

La Fonda sensual se convirtió en una actriz crítica que no quería que solo se la percibiese como objeto de deseo. Así esa Gloria amargada, extenuada y golpeada por la vida, que trata de luchar hasta el último momento para dejar de ser una perdedora perpetua, tira la toalla sin la más mínima esperanza para ella ni para el espectador. Durante los años setenta Jane Fonda se transformó en la actriz que exteriorizaba y plasmaba un periodo convulso con una mirada crítica (Klute, Todo va bien, El regreso, El síndrome de China, Julia, El jinete eléctrico…). El despertar de una América que ya no creía en el sueño americano y encontraba en la militancia un modo de abrir los ojos.

No es irónico que en Danzad, danzad, malditos varios de los participantes del maratón de baile, entre ellos Gloria, hayan tratado o traten de buscarse la vida en Hollywood. Algunos piensan que el concurso puede servirles como plataforma de lanzamiento, ya que, a veces, entre el público hay personal de la industria del cine. Incluso en un momento dado, el maestro de ceremonias anuncia que entre el público se encuentra el director de cine, Mervyn LeRoy. El maratón se celebra durante el año 1932, luego el presentador no duda en gastar una broma nombrando el último éxito de LeRoy, hija de la Gran Depresión, Hampa dorada (Little Caesar, 1931).

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Enamorada de Docs Barcelona (primera parte). Diario cinéfilo de Hildy Johnson durante la cuarentena (3)

Docs Barcelona. Letter from Masanjia (2018) de Leon Lee.

¡He podido acudir y estar presente en el Docs Barcelona desde mi hogar y ha sido un placer! Empecé esta aventura el día 19 y terminó el domingo 31 de mayo. El cine documental cada vez me apasiona más y ha sido un lujo poder disfrutar de una muy buena programación. En total he podido visionar dieciséis documentales y me he sumergido en un montón de mundos inesperados. ¡He aprendido tanto y he accedido a tantas puertas que no había abierto!

Durante estos días informándome por Internet, he rescatado una frase del documentalista John Grierson que quizá explique la fascinación cada vez mayor que siento por este tipo de cine: “El documental no es más que el tratamiento creativo de la realidad”. No solo he disfrutado de las historias reales que me han contado, sino de cómo me las han contado. Acompañadme a este baño de realidad, donde iré analizando brevemente cada documental y en el orden en que los vi.

Letter from Masanjia (2018) de Leon Lee

No es un tópico la frase “la realidad supera la ficción” si se ve este documental que inauguró el Docs Barcelona. Una familia de EEUU encuentra una carta de denuncia de un prisionero político chino llamado Sun Yi (formaba parte del movimiento espiritual Falun Gong) en un objeto decorativo de Halloween (una lápida, como una metáfora macabra) que compraron en unos grandes almacenes y lo guardaban en su desván desde hacía dos años. En la carta, Sun Yi denuncia la situación desesperada de los presos en el centro de trabajo de Masanjia. Julie Keith, la madre de la familia americana, mueve la carta por los medios de comunicación para llamar la atención sobre la vulneración de los derechos de los presos en China.

El director fascinado por la historia conectó con Sun Yi y le enseñó a través de Skype a utilizar un equipo de grabación para que filmara su vida. Este ya había salido de prisión, trataba de reconstruir su vida familiar, pero seguía manteniendo un difícil situación y una tensa relación con el Estado. Letter from Masanjia es el retrato de un hombre con una historia de terror y de opresión del poder detrás y también la crónica de un encuentro entre dos personas que unieron sus vidas por una carta. Así las imágenes de Sun Yi se mezclan con las de la familia norteamericana, y con los recuerdos que él dibuja del campo de trabajo, ahí donde la cámara no puede entrar. Como la realidad supera la ficción… no tiene un final feliz, sino uno que te parte en dos.

Solo (2019) de Artemio Benki

El rostro del pianista Martín Perino te arrastra por su pasado y su duro presente. Su historia arranca en el hospital psiquiátrico Borda en Argentina, le acompañamos durante su salida y en sus intentos por no hundirse de nuevo por los recovecos de su mente. Su lucha por no romper con la realidad, él solo desea tocar su piano. Y tocando la teclas Martín Perino encuentra su remanso de paz. De joven promesa de la música a un hombre atormentado al margen de la sociedad, pero que no deja de pelear la vida. Y, sobre todo, no deja de crear y tocar. Es estremecedor escucharle, cómo él mismo, con una inteligencia sensible, analiza su propia mente y reconstruye su vida o confiesa sincero todas las cosas que le hacen daño y le quiebran.

Artemio Benki, que falleció recientemente, rueda junto a Perino, no se separa de él ni en sus peores momentos (cuando está a punto de quebrarse) ni cuando vuela de nuevo, y realiza un hermoso retrato cinematográfico con la sensibilidad de un artista que entiende a otro. La cámara nunca abandona el recorrido de Martín Perino y capta momentos poéticos, de una belleza que duele, a pesar de filmar una vida siempre al borde de la ruptura.

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Joker versus Charlot. Joker (Joker, 2019) de Todd Phillips

¿Cómo analizar Joker? Lo primero que me llamó la atención y que no me dejó retirar la vista de la pantalla fue la utilización del cuerpo por parte de Joaquin Phoenix para la elaboración de su personaje. Sus movimientos, gestos, la colocación de su cuerpo en determinados momentos, su vestuario, el maquillaje, su rostro y esa risa a destiempo, incómoda e inoportuna… Después llegó una secuencia clave y mi cabeza empezó a dar vueltas: en plena agitación social en Gotham, hay una proyección cinematográfica para la élite de la ciudad como todo un acontecimiento. La película en cuestión es Tiempos modernos (Modern Times, 1936) de Charles Chaplin. En un momento dado, vemos al Joker, que se ha colado en la sala de cine, vestido con unas ropas que no le corresponden, como si fuera una especie de botones con un traje de otra talla, que mira de pie hipnotizado y riéndose de Charlot patinando a ciegas en unos grandes almacenes. Charlot atrapado en esa pantalla de cine con un público que ríe, pero que no entiende la esencia de su personaje. Solo ahí existe una conexión posible entre dos parias: Charlot y Joker. Pero también se constatará a lo largo de la película de Todd Phillips que ambos siguen caminos contrarios.

Y entonces no sé si consciente o inconscientemente constato que a lo largo de toda la película se juega con el Joker como contrario de Charlot o atino un poco más: es como si se quisiera transformar al Joker en el Charlot del siglo XXI, dejando constancia de que el Charlot del siglo XX ya no es válido como modelo iconográfico. Así que esta no es más que otra mirada hacia una película que ha generado ya un montón de análisis, polémicas y críticas de distinta índole.

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Sobre la maternidad. Hereditary (Hereditary, 2018) de Ari Aster/ Tully (Tully, 2018) de Jason Reitman

Hereditary (Hereditary, 2018) de Ari Aster

Hereditary

El miedo más profundo de una madre: la herencia que transmite a sus hijos

Hereditary ya empieza de manera inquietante. Por una parte, una necrológica que anuncia la muerte de una mujer que es madre y abuela. Y por otra una cámara que se pasea por los espacios de una casa solitaria hasta que se mete en un cuarto donde hay una maqueta, como de una casa de muñecas, donde una figura de un hombre se acerca a una cama donde reposa otro muñeco… y de pronto esa habitación cobra vida y nos cruzamos con dos de los protagonistas de la historia: Steve (Gabriel Byrne) y su hijo, Peter (Alex Wolff). De esta manera la película nos anuncia el fallecimiento del gran personaje clave y ausente de la historia…, pero que nunca desaparecerá ni su presencia ni su influencia. Y también nos despista con el punto de vista que va a tener la historia, permitiendo múltiples lecturas y miradas.

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William Dieterle, Joseph Cotten y el amor. Te volveré a ver (I’ll be seeing you, 1944)/Jennie (Portrait of Jennie, 1948)

Hay directores a los que merece la pena rescatar del olvido una y otra vez, y que según se va completando su cuantiosa filmografía, el número de sorpresas no deja de ascender. William Dieterle es uno de tantos directores pioneros europeos que terminaron, por distintas circunstancias, en EEUU. Su condición de judío y la oportunidad de rodar versiones alemanas de las películas de Hollywood a principios de los años 30 (que produjo un éxodo de profesionales europeos a los estudios norteamericanos), durante el famoso periodo de transición del mudo al sonoro…, hizo que ya no abandonara la fábrica de sueños.

Durante su carrera como director, trabajó varias veces con el actor Joseph Cotten. Este había fundado junto a Orson Welles en 1937 el Mercury Theatre y su primer papel importante en el cine fue de la mano de su gran amigo en Ciudadano Kane (antes habían experimentado juntos con Too Much Johnson) en 1941. Pero Cotten ya no dejó de hacer cine. Y Dieterle le rodeó de un halo de personaje romántico, que durante mucho tiempo no le abandonó, y una muestra de ello son Te volveré a ver y Jennie.

El tratamiento del amor de William Dieterle en ambas películas es diferente. En la primera es una historia realista sobre segundas oportunidades, donde el amor contribuye a mejorar la vida de dos personas que han vivido momentos muy malos. Y la segunda es una película extraña y mágica donde se relata una historia de amor fou, más allá del tiempo, el espacio y la muerte. Lo que une a las dos, además del actor principal y el tema, es su extrema sensibilidad.

Te volveré a ver (I’ll be seeing you, 1944)

Te volveré a ver

Un hombre y una mujer… y una segunda oportunidad de ser felices

Y no son pocas las películas de este periodo bélico que hablan de encuentro, melancolía, desencanto y tristeza entre hombres y mujeres en un mundo en guerra. Y de la posibilidad del amor. A veces casi puro milagro. Habla de hombres rotos por la guerra y de mujeres que sobreviven. Películas que muestran a soldados de permiso o heridos que descubren que ya nada es igual y a mujeres que llevan sobre sus hombros una dura carga. A Su milagro de amor de John Cromwell o El reloj de Vicente Minnelli ambas de 1945, se les une un bello precedente: Te volveré a ver.

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Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig, 1973) de Luchino Visconti

Ludwig

Luchino Visconti leía en los rostros de sus actores, además de pintar con su cámara fotogramas con notas de óperas trágicas. Así en sus últimos años convirtió en muso a Helmut Berger. Y en las tres películas que filmó a su lado (La caída de los dioses, Ludwig y Confidencias), Visconti indagaba en un rostro perfecto y bello que escondía algo complejo y oscuro. Ahora el propio Berger, como un rey loco, pasea su triste decadencia…, algo que el aristocrático director con raíces neorrealistas intuyó desde que se encontró con él. Por eso Helmut Berger se mimetiza en un Luis II de Baviera (1845-1886) que con apenas 18 años se puso una corona, un rey bello que parecía un príncipe azul en una burbuja de cristal, pero que, sin embargo, no dejó de ser un ser humano complejo, atormentado y enigmático. Un príncipe azul destronado que no entendía el mundo en el que vivía y trató de encerrarse en el mundo del arte entre música y castillos de ensueño. Un príncipe azul que no se enfrentó a los tejemanejes políticos y pudieron con él, prefirió erigir más alto su muro de cristal que preocuparse por el destino político y social de Baviera. Un príncipe azul rodeado de una familia que le educó severamente para ser rey, con un hermano también de ensueño y hundido por la locura… Un príncipe azul que se fue deteriorando al igual que sus dientes, cada vez más picados. Un príncipe azul que hizo de su muerte un misterio. Un príncipe azul que no entendía sus sentimientos, que idealizó la relación con su prima y luchó contra una homosexualidad que no comprendía.

Y esa prima es precisamente Isabel de Baviera o Sisi (1837-1898)…, que no podía tener otro rostro que el de la actriz Romy Schneider. Cuando esta comenzó en el cine se convirtió en leyenda con tres películas de los años 50, Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, que recreaba de manera edulcorada, como una princesa de ensueño, la historia de Isabel de Baviera. Pero esa Romy-Sissi fue evolucionando a lo largo de los años hacia una actriz elegante y hermosa con una triste mirada a base de desengaños y desgracias. De esta manera, Visconti le ofreció en bandeja despedirse del personaje que le dio la fama, acercándose a una visión mucho más documentada, histórica y realista, donde Schneider encarna de nuevo a una Sisi bellísima, pero absolutamente desencantada y totalmente consciente de su papel en palacio. Una Sisi rebelde, pero que también se construye su propia burbuja de cristal…, solo que ella sabe que es para no sufrir aún más. Y la única que conecta con el idealismo y la sensibilidad de Luis, aunque se va alejando de él, pues no consigue que este se dé cuenta de que tiene que “entrar en el juego” y Luis al no ser correspondido en un amor platónico, tampoco soporta que su prima viva con él su decadencia.

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Locas de alegría (La pazza gioia, 2016) de Paolo Virzi

Locas de alegria

Locas de alegría encierra tragicomedia. Y qué es la vida sino risas y lágrimas, comedia y tragedia unidas de la mano. La vida de uno nunca es perfecta, como tampoco lo es esta película. Pero no importa, porque Paolo Virzi ya ha demostrado que sabe cómo emocionar, cómo tocar la fibra sensible, y sobre todo su cine rescata y construye buenos personajes. Sus películas están vivas, emocionan. Así la nueva película de Virzi ofrece dos personajes femeninos inolvidables, dos mujeres imperfectas (pero ¿quién es perfecto?) que huyen de su destino ¿o de sí mismas?, pero con ganas, como todos, de ser felices y de seguir viviendo. Así Paolo Virzi (La prima cosa bella, El capital humano) rescata la tradición del cine italiano…, esa mirada tragicómica sobre su realidad y deja ver el trabajo de dos actrices que siguen la estela de ese star system de damas italianas que arrastraban al público a la sala de cine: Valeria Bruni Tedeschi y Micaela Ramazzotti. Ellas son en Locas de alegría, Beatrice y Donatella.

Beatrice y Donatella han terminado en un centro psiquiátrico alejadas de la sociedad. Y ambas están obligadas a permanecer entre esos cuatro muros por órdenes judiciales concretas. Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi) es una mujer de buena familia que siempre ha ejercido de oveja negra, metiéndose continuamente en líos. Posee una verborrea inagotable, una personalidad carismática y una imaginación desbordante. Se comporta como toda una condesa, con todas las características y comportamientos de una clase aristocrática conservadora… pero en un espacio que la mantiene fuera de lugar, y donde su forma de ser choca y despierta hilaridad. Donatella es una joven que siempre ha tenido mala suerte en la vida, tanto con sus progenitores como con los hombres que ha amado, en un continuo descenso en los infiernos. Siempre en la cuerda floja.

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