Paul Newman. La extraordinaria vida de un hombre corriente. Una autobiografía (Libros Cúpula, 2022)

Paul Newman como Brick en La gata sobre el tejado de zinc. Uno de sus personajes emblemáticos.

Entre 1986 y 1991 Paul Newman y su amigo el guionista Stewart Stern empezaron por deseo del actor un proyecto que quedó inacabado. Newman siempre se sintió incómodo con la imagen que proyectaba la prensa sobre él. Deseaba que sus hijos sobre todo supieran realmente cómo era. La tarea mastodóntica consistía en entrevistar con una grabadora a todo aquel que conociese al actor (familiares, amigos, profesionales…) y el requisito fundamental que se les pidió fue la sinceridad. Después Paul iba contando su propia vida. Sin tapujos. Con lo bueno y lo malo. Y todo ese material se iba transcribiendo. Quizá abrumados por la cantidad de material generado, ambos lo fueron dejando.

Paul Newman falleció en 2008 y Stern, siete años después, y sin saber dónde se hallaban todas las transcripciones que llegaron a recopilar. Años más tarde, en concreto en 2019, fueron localizadas. Como cuenta su hija Melissa fue la productora Emily Watchel quien dio con ellas mientras realizaba inventario de material almacenado, propiedad de la familia. Tras la lectura de esta documentación empezaron a dar vueltas a finalizar el proyecto de Newman y Stern.

De todo esto han surgido dos obras. Por una parte, el actor Ethan Hawke accedió a dicho material y le sirvió de base para realizar una miniserie documental de seis capítulos: The Last Movie Stars (2022). Por otra parte, se ha llevado a cabo un libro, que recientemente ha sido traducido al español (traductor: Francisco Javier Pérez). A falta de ver todavía la serie, me he empapado de las páginas del libro y me ha sorprendido el retrato que surge de Paul Newman.

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Una despedida. Las paredes hablan (2022) de Carlos Saura

Las paredes hablan o pasear con un hombre sabio.

El 30 de enero recibí un wasap de una amiga que me decía que le habían tocado unas invitaciones para ver el nuevo documental de Carlos Saura al día siguiente. Así que me apunté alegremente y fui sin tener ni idea de lo que iba a ver. Las paredes hablan me produjo una enorme alegría y un buen rollo increíble según iban pasando los minutos. Estábamos en la sala de cine, dejándonos llevar. Nos dejamos arrastrar por la curiosidad de un hombre de noventa años con muchas ganas de aprender. Ahí estaba en la pantalla gigante transmitiendo una energía muy bonita.

Y es que además Las paredes hablan es un documental muy bello. Parece sencillo, pero no lo es. Ese es uno de sus valores, que acerca un mundo complejo con sencillez y pasión. Con humildad. ¿Qué se encierran en los 75 minutos de imágenes gozosas? Una reflexión sobre el hombre y el poder de creación. ¿Cuándo el ser humano se convirtió en artista? Carlos Saura, junto a José Morillas, reflexionaron en un esbozo de guion inicial sobre las pinturas rupestres en las paredes de las cuevas.

Con una cita de un cuento de Borges arranca la magia de este documental: «Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo». Saura, como hombre sabio y curioso, dio una vuelta de tuerca al planteamiento del documental. El proceso creativo siempre vivo, generando pensamiento, ideas y arte. Si es cierto que los hombres prehistóricos utilizaban la pared como lienzo, la semilla que plantaron ha continuado hasta hoy. Ese afán de dibujar el mundo sigue en las paredes de las ciudades. Los grafitis son expresiones artísticas que nos dicen que las paredes hablan mucho más de lo que pensamos.

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Adiós a Gina Lollobrigida. Trapecio (Trapeze, 1956) de Carol Reed

Gina Lollobrigida como la trapecista Lola entre los otros dos integrantes de un trío pasional, Mike y Toni (Burt Lancaster y Tony Curtis).

Cuando muere una leyenda del cine, automáticamente pienso en qué película recuerdo con más cariño de dicho actor o actriz. Qué película me trae su rostro. En el caso de Gina Lollobrigida me quedo con Trapecio. No me voy a su tierra natal, ni a los primeros papeles de su carrera en Italia (Vida de perros de Steno y Mario Monicelli o Pan, amor y fantasía de Luigi Comencini) ni a sus visitas a Francia (Fanfan, el invencible de Christian-Jaque), sino que aterrizo en uno de sus intentos de triunfar en EEUU.

Este es un largometraje que realizó el director británico Carol Reed, que también probaba fortuna al otro lado el océano. Trapecio para mí es una maravillosa película sobre el mundo del circo. Tres trapecistas vuelan muy alto en la carpa y todo lo arriesgan, pero cuando pisan tierra firme están encadenados a fuertes emociones que complican sus vidas. Los maestros de ceremonia en esta historia son el veterano y desencantado Mike Ribble (Burt Lancaster), el joven e ingenuo Toni Orsini (Tony Curtis) y toda una superviviente, que lo único que desea es dejar una vida perra, Lola (Gina Lollobrigida). Los tres protagonizan una historia de amor, donde tres son multitud.

Sí, puede que no sea redonda del todo, pero es de esas historias que tienen alma. Y yo cada vez que la veo, me engancho a sus secuencias. Porque se nota que está Carol Reed detrás con un buen equipo técnico, y hay momentos inolvidables (esos pasillos solitarios y tenuemente iluminados por los que suele irse solitario el personaje de Burt Lancaster). Y porque el carisma de los intérpretes hace creíble la vida dura y sacrificada de los que se dedican al circo y el drama romántico que se va desarrollando. Sí, también me engancho a sus personajes secundarios: Katy Jurado, como la domadora de caballos y antigua amiga de Mike; Thomas Gomez, el director del circo que quiere asegurarse a toda costa el negocio con un buen número circense; o Johnny Puleo, como Max, el enano del circo y testigo de las emociones cruzadas entre los personajes principales.

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El filo de Bill Murray. Reflexiones sobre el actor a partir de Yo, Bill Murray (Bandaáparte, 2017) de Marta Jiménez

Bill Murray y el sentido tragicómico de la existencia.

El libro Yo, Bill Murray (Esto iba a ser la biografía autorizada de Bill pero no lo encontramos) fue un regalo de cumpleaños. Y lo señalo porque quizá yo nunca me hubiese comprado el libro por elección propia, pero ahora me alegro tenerlo entre las manos. Lo primero que me llamó la atención es que es un libro bonito con una edición cuidada, que tiene además como complemento una galería de ilustraciones de varios autores que juegan con el rostro de Bill… y merece la pena. Su lectura es muy amena e hizo que pensara en mi relación con Murray en mi vida como cinéfila.

Por otra parte, no hacía mucho había visto un documental sobre su persona que me llamó la atención: Bill Murray: consejos para la vida, dirigido por Tommy Avallone, sobre la filosofía de estar en el mundo del actor. Y ya pensé en ese momento bastante en Bill como intérprete. El libro de Marta Jiménez lo complementa muy bien, pues desarrolla y ahonda mucho más en varios aspectos que salen en este largometraje.

A raíz de la lectura del libro he visto una película del actor que nunca había visto, El filo de la navaja de John Byrum, y volví a ver otra que en su momento me había gustado mucho (y en este visionado lo confirmo de nuevo): La chica del gánster de John McNaughton. Son dos largometrajes que no suelen analizarse mucho cuando se habla de su carrera, pero, sin embargo, ofrecen pistas sobre su personalidad y su manera de entender el cine y la vida.

«El porqué de este libro tiene que ver con bucear en la cabeza de Murray. Dibujar un retrato del actor fuera y dentro de la pantalla, como intérprete y como personaje real, contextualizándolo a través de sus películas y de sus miles de anécdotas. Explorar cómo en casi un centenar de personajes a lo largo de su carrera, algunos memorables, Bill Murray no ha dejado de ser él mismo. Y ser uno mismo es mucho más complicado que actuar. Él lo ha logrado actuando, buscando personajes en su interior y matando su presunta versatilidad a causa de una personalidad que ha contaminado cada uno de esos personajes sin que eso lo haya relegado como actor, más bien todo lo contrario. Entre sus conquistas, ha logrado ser irónico en lo cómico y en lo melancólico, natural y tierno como antihéroe y como villano, consiguiendo que cualquier rareza sea más que aceptable».

Y es que no es fácil explicar que desde que Murray ha estado presente en las pantallas de cine, ha sido él mismo en muchos personajes diferentes. Y que eso ha sido su acierto y su magia. Desde los ochenta hasta la actualidad Bill Murray se ha ido transformando de irreverente cómico a ser el actor cool del cine independiente, y su rostro tan solo ha envejecido. Es más, logra ser entrañable en cameo genial haciendo de sí mismo en una película de ficción total: su aparición como Bill Murray es uno de los aciertos maravillosos de una comedia de terror muy divertida, Bienvenidos a Zombieland de Ruben Fleischer. Bill Murray ha sabido elegir personajes secundarios inolvidables y ser protagonista de películas que forman parte de la memoria cinéfila de aquellos que crecimos con el cine de los ochenta y los noventa.

Su manera de encarar su carrera, su evolución en el cine (también su trayectoria ha sido larga en la televisión) como actor y su forma de tomarse el éxito le han convertido en una especie de icono cultural. Es un hombre que no tiene móvil ni redes sociales, con el que es difícil contactar, prescindió de un agente que llevara su carrera hace años, y, sin embargo, muchas veces logra convertirse en fenómeno viral. Ha sabido también alimentar una leyenda con sus apariciones esporádicas en cualquier lugar: en un concierto, en un partido, en una fiesta privada…

Ha ido envejeciendo con todas sus arrugas, con un rostro impasible de «qué coño hago aquí, no lo sé, pero voy a reírme un rato si puedo o lo mismo me pongo un poco triste en un rato». Siempre ha conservado algo de la irreverencia que cultivaron una generación de actores que surgieron de Saturday Night Live en los setenta, donde las reglas no parecían que fuesen con ellos. Y no solo eso sino que en un momento dado consiguió conectar con una generación de nuevos directores que le han convertido en el antihéroe de sus historias, directores con una personalidad muy marcada y un cine fuera de los cánones hollywoodienses: Wes Anderson, Jim Jarmusch y Sofia Coppola.

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Ava Gardner. Con su propia voz (Hojas nuevas. Grijalbo, 1991)

Ha caído en mis manos un libro de hace bastantes años: la autobiografía de Ava Gardner. En una posdata se explica que la actriz, antes de morir en 1990, estuvo durante dos años trabajando en esta publicación, contactando con viejos amigos y seleccionando fotografías. A partir de noventa cintas magnetofónicas se dio forma al libro.

Así durante las 370 páginas tienes la sensación de que es Ava la que está contándote su historia durante una charla, tomando un té en su casa de Londres. Una mujer con mucho ya vivido a cuestas y que te cuenta su vida cómo quiere y solo lo que quiere, sin filtros. Sus últimas palabras son: “Una cosa que siempre he sabido es que el proceso de madurar, de envejecer, y de acercarse a la muerte nunca me ha parecido temible. Y ¿sabes?, si tuviese que volver a vivir mi vida, la viviría exactamente igual. Tal vez un par de cambios aquí y allá, pero nada en especial. Porque, la verdad, encanto, es que he disfrutado de mi vida. Me lo he pasado en grande”.

Pero, sin embargo, en su relato hay momentos intensos, donde efectivamente lo está pasando en grande, y otros muy duros. Así es la vida. Sueños, alegrías, desencantos, frustraciones, amores, complejos, desamores… También entre medias se intercalan testimonios de gente que estuvo a su lado, mostrando diferentes facetas de la actriz: amigos del mundo del cine (Arlene Dahl o Gregory Peck), familia (Myra Gardner) o personas cercanas como su asistente, Mearene Jordan.

Ava Gardner no da importancia a su carrera; es más, es crítica con la mayoría de sus trabajos cinematográficos. Da la sensación de que nunca se sintió realmente una buena actriz. Algunas películas ni las nombra y, de otras, se palpa su desilusión. También hubo largometrajes que recuerda con cariño como Mogambo. No obstante, deja anécdotas a tener en cuenta de cada una de las películas que nombra, como cuando la doblaron para Magnolia, un musical con el que estaba bastante contenta. O sus experiencias con John Huston, por ejemplo, en La noche de la iguana, una de mis películas favoritas de la actriz.

Y es que un análisis de la carrera cinematográfica de Ava muestra algo que también ocurre en las filmografías de Rita Hayworth o Marilyn Monroe. Ellas son en ocasiones lo único que importa en algunas de sus películas, es su presencia lo que cuenta. Con sus obras cinematográficas y algunas de sus secuencias se puede contar mucho de sus vidas. Sus personajes avivan su leyenda. Para entendernos, con ocasión de la lectura de este libro, decidí volver a ver Fiesta (1957) de Henry King.

Sin Ava, la película quizá hubiese caído más todavía en olvido, pero es que además lady Brett Ashley, su personaje, hace pensar en cómo vivía ella, con intensidad, en nuestro país. El personaje también refleja su relación con los hombres (cómo vivía sus amores y cómo la miraban ellos). No es una película redonda, y como Ava explica tampoco fue del agrado de Hemingway ni de ella misma, pero una se fija en lady Brett y piensa en los paralelismos con su vida. Bueno, un pequeño apunte: para mí esta película es Ava Gardner, pero también Errol Flynn.

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Marilyn, la estrella trágica

Marilyn nunca sepultó a Norma Jean. Y nunca fue tan evidente como en Encuentro en la noche.

Cuando el filósofo y sociólogo Edgar Morin escribió en 1957 su ensayo Las estrellas del cine, Marilyn Monroe era una estrella rutilante y entraba perfectamente en su análisis. De hecho, la nombra varias veces. Sin duda, ella hubiese sido uno de los capítulos centrales si lo hubiese armado después de su muerte. Al igual que James Dean, que había fallecido en 1955, tenía capítulo propio; ella hubiese tenido el suyo. No obstante, ya dejaba reflexiones de interés para entender el fenómeno Monroe. Su presencia continúa hoy, actual, tanto que es posible que pronto se estrene una película de la que ya se ha hablado bastante sin todavía haberse visto una sola secuencia, tan solo los fotogramas del making off (hubo ya noticias del proyecto en el año 2010): Blonde, de Andrew Dominik. Una adaptación de la novela de Joyce Carol Oates alrededor de Marilyn Monroe.

Morin explicaba que “la estrella es una mercancía total: no hay un centímetro de su cuerpo ni una fibra de su alma ni un recuerdo de su vida que no pueda arrojarse al mercado”. Y añadía: “la estrella es también como esos productos manufacturados a los cuales el capitalismo, ya industrial, asegura su multiplicación en gran escala. Después de las materias primas y las mercancías de consumo material, las técnicas industriales debían apoderarse de los sueños y el corazón humano: la gran prensa, la radio, el cine nos revelan desde entonces la prodigiosa rentabilidad del sueño, materia prima libre y plástica como el viento, a la que basta formar y estandarizar para que responda a los arquetipos fundamentales de lo imaginario. El standard tenía que encontrarse un día con el arquetipo. Los dioses tenían que ser fabricados un día. Los mitos tenían que convertirse en mercancía. El espíritu humano tenía que entrar en el circuito de la producción industrial, no ya solo como ingeniero, sino como consumidor y como consumido”.

La tragedia de Marilyn es que hubo un momento que quiso salir de la rueda del star system que la había lanzado, porque deseaba dejar de ser estrella y convertirse en una actriz. Sin embargo, no pudo huir de la maquinaria industrial ni después de su muerte. De hecho, Marilyn Monroe continua siendo estrella rentable.

Y uno de los fenómenos más curiosos es que tampoco se ha dejado de escribir sobre ella o de analizar cada segundo de su vida. Siempre surgen nuevos seguidores. Sí, se ha convertido en icono cultural, y se vierten a su alrededor un montón de reflexiones, análisis, opiniones y críticas que o sirven para entender mejor diferentes aspectos de la historia del cine o que inventan más chismes o hacen más daño alrededor del mito. Al final unos tratan de responder o encontrar la esencia de Monroe o de hallar a esa Norma Jean vulnerable que se rompió u otros aprovechan el filón de la gallina de los huevos de oro. Es como si Marilyn pusiese su rostro y su cuerpo, sin nada dentro, y todos los bolígrafos y teclados produjeran diferentes almas.

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Robin Williams, una batalla contra el miedo

Robin Williams en su batalla contra el miedo en El mejor padre del mundo.

En el reciente documental El deseo de Robin (Robin’s Wish, 2020), de Tylor Norwood, en un momento determinado se menciona uno de los deseos que tuvo el actor para la posteridad: “Quiero ayudar a la gente a tener menos miedo”. Ese es el legado que quería transmitir. Y, de pronto, fui consciente de que la carrera de Williams podía analizarse y construirse a través de esa premisa. Combinó su carrera de actor cinematográfico con los escenarios, donde se subía como rey de la improvisación en el arte de los monólogos cómicos (stand up). Sus instrumentos de trabajo eran su voz, su mente veloz, y la transformación constante de su rostro y cuerpo para los personajes que llevaba a cabo. Todo al servicio de batallar contra los miedos humanos. Una batalla a la que tuvo que enfrentarse él mismo durante sus últimos años cuando sufrió una enfermedad que no le fue diagnosticada hasta después de su fallecimiento, en trágicas circunstancias: un tipo de demencia degenerativa (demencia con cuerpos de Lewy).

Uno de sus últimos trabajos cinematográficos más impactantes y valientes fue una triste e irreverente tragicomedia negra, muy negra: El mejor padre del mundo (World’s Greatest Dad, 2009), de Bobcat Goldthwait. La película cuenta la historia de un hombre fracasado, Lance Clayton, cuyo mayor miedo es la soledad. Lance es un tipo con una existencia gris: su convivencia con su hijo Kyle, es de todo menos idílica. El adolescente es oscuro, desagradable y absolutamente demoledor con su padre, además de ser bastante odiado, a pulso, en el instituto. Por otra parte, Lance es un profesor de poesía, en absoluto popular, con clases vacías y un frustrado escritor, que nada de lo que plasma en papel es publicado. Tiene una relación con una profesora, pero esta prefiere que se mantenga en secreto. Y sus relaciones con el director y otros compañeros del centro nunca saltan a mayores, pero no son fáciles. De pronto su vida tiene el giro más trágico que uno pueda imaginar, pero este paradojicamente le permite cumplir muchos de sus sueños, sustentados por una mentira. Al final del recorrido, tiene un momento absolutamente liberador, donde Robin Williams se desnuda ante la cámara (en todos los sentidos), para descubrir que es “mejor estar solo que rodeado de personas que te hagan sentir solo”.

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Breve radiografía de Mel Gibson. Lluvia de películas, recuerdos, reflexiones y un libro

Mel Gibson, como Hamlet.

Mi interés por Mel Gibson es de esos secretos inconfesables… Las ganas por escribir este post empezaron cuando me enteré de la aparición de un libro con el actor de protagonista. Por supuesto, mostré enseguida mis ganas de tenerlo en mis manos, y ya forma parte de mi biblioteca. La publicación en cuestión analiza su trayectoria y se titula: Mel Gibson. el bueno el feo y el creyente, de David Da Silva (Applehead Team, 2020). David Da Silva, un historiador y profesor de cine francés, realiza un análisis interesante sobre el actor australiano, pues construye un camino que conecta sus trabajos y elecciones como actor y director con su vida personal.

Durante años he visto muchas de sus películas, y algunas varias veces. También he leído sobre sus múltiples escándalos. Su vida ha estado marcada por su bipolaridad, el alcoholismo, sus creencias religiosas y su padre (de hecho, un hombre infinitamente más extremo y controvertido en todo que su hijo). En un momento de su vida, donde ya no había sitio para más escándalos y declaraciones sin desperdicio (antisemitas, homófobas, racistas, insultos, exabruptos con cualquiera que se cruzara con él…), y donde su popularidad estaba ya seriamente dañada, resurgió de sus cenizas de la mano de una amiga, Jodie Foster. Esta, que no puede ser más distinta a él en todos sus posicionamientos, le ofreció el papel principal para una pequeña, interesante y extraña película donde era la directora, El castor (2011), y Mel estuvo brillante como un tipo con depresión profunda, que empieza a salir de ella por una marioneta en forma de castor. En una rueda de prensa en el Festival de Cannes, la actriz (que conoció al actor cuando trabajaron juntos en Maverick, 1994) mostró otra imagen de Gibson: “Es amable, leal y puedo estar horas con él hablando por teléfono. Es una persona muy compleja y yo le amo en toda su complejidad y le agradezco que se entregara de corazón a esta película sin pedir nada a cambio”.

No hay duda de su personalidad compleja, y es que Mel es de esos actores que arrastran sobre sus hombros todas sus contradicciones y problemas, que además estos se hacen públicos, pero también marcan su carrera cinematográfica y sus elecciones. Es lo que se dice un hombre políticamente incorrecto. Su carrera está llena de tipos duros al borde del abismo, de la depresión y de la locura, rodeados de violencia y que transitan el lado oscuro, pero muchos de ellos surgen de nuevo como aves fénix. La vida como lucha constante por salir de la oscuridad. Muchos deambulan un mundo apocalíptico y sin esperanza, otros en un mundo en continuo conflicto donde el protagonista trata de aferrarse a los seres más cercanos (padres, hermanos, esposas, hijos…). Los héroes de Gibson son mil veces derrotados, pero también alcanzan la luz o vuelven a ponerse en pie o van dejando una senda. Personajes en lucha constante contra sus demonios.

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Kirk Douglas, un extraño en mi vida

Kirk Douglas, así lo quiero recordar.

No podría decir cuál es mi primer recuerdo de Kirk Douglas. Siempre estuvo ahí. Un extraño en mi vida, pero presente en muchos momentos. De hecho para mí ya era inmortal. Como un semidiós. Sin embargo, sabía que continuaba en este mundo. No hace tanto, contó en un libro, con entusiasmo y energía, el rodaje de Espartaco y su lucha contra las listas negras (Yo soy Espartaco).

No podría decir cuál es mi primer recuerdo de Kirk Douglas. Pero sí que me gustaba su pelo alborotado, rojizo. Su hoyuelo. Y esa sonrisa pícara. Quiero despedirme con una imagen tierna, recuperar a ese marinero aventurero y revoltoso, que toca el banjo con una foca en 20.000 leguas de viaje submarino.

Escribió sus memorias. Le gustaba contar historias. Era el hijo del trapero. Un hombre con mucha fuerza. Luchador y cabezota. Y apegado a sus raíces. Cuando se hizo productor, le puso a su compañía el nombre de su madre, Byrna.

Cuando le recuerdo, me viene a la cabeza otro actor con el que hizo bastantes películas, y además eran buenos amigos, Burt Lancaster. ¡Menudo dúo! Los dos de sonrisa amplia, y siempre a punto con una pirueta en el aire. Es más uno de mis recuerdos de la infancia me sitúa en un cine, ilusionada y pasándomelo de lo lindo con los dos en su última película juntos: Otra ciudad, otra ley (Tough Guys, 1986).

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Dos damas, Julie Harris y Angela Lansbury: una despedida y un reconocimiento

Hoy me entero de dos noticias cinematográficas. En una, no había reparado cuando ocurrió. A finales de agosto nos dejó la actriz Julie Harris. Y la otra, anuncia un reconocimiento: la entrega del Oscar por toda su trayectoria cinematográfica a Angela Lansbury.

julieharris

Julie Harris pisó más los escenarios de teatro que los platós de cine. Pertenece a la galeria de actores que pasaron por el Actor Studio’s. Yo siempre recuerdo a la Harris como Abra, la mujer que se encuentra en medio de la relación feroz entre dos hermanos, que tienen reminiscencias bíblicas en Cain y Abel, y que ambos además mantienen un extraño vínculo emocional con un padre estricto. Ella es novia de Abel… pero siente un cariño que se va transformando en amor hacia Cain. Y la fragilidad pero a la vez fuerza y cariño que desprende su personaje hace que su interpretación esté llena de matices. Además de tener una química especial con James Dean que se desborda en todas sus escenas juntos: sus diálogos, encuentros y paseos son uno de los motivos por los que esta película merece la pena seguir viéndose. Los dos tumbados en el campo, los dos en una noria, los dos preparando una fiesta sorpresa, los dos en una escena de balcón… Así Julie Harris trabaja con uno de los directores de cine que aplicaba el Método del Actor Studio’s en su cine, Elia Kazan, en una película que recreaba las últimas páginas de la novela de John Steinbeck, Al este del Edén.

El otro papel en el que la recuerdo es en el de la desequilibrada esposa que se crea su propio mundo para poder vivir su decadente día a día en uno de los dramas sureños de Carson McCullers dentro del mundo sobre el fracaso reflejado por el cineasta John Huston… Julie Harris se enfrenta a otro papel complejo y extraño lleno de matices donde su personaje oscila entre la locura, la fragilidad y una inteligencia creativa y sensible. Todas las relaciones que mantienen los protagonistas son extrañas, unas más dañinas que otras… Especialmente su personaje crea un vínculo especial con su sirviente filipino, los dos huyen de la realidad que les rodea a través de una relación de dependencia en la que se crean un mundo propio extravagante que les sirve a ambos de huida.

No era la primera vez que visitaba el universo de McCullers. Precisamente Julie Harris consiguió primero el éxito en los escenarios con la puesta en escena de dos obras: The Member of the Wedding y Soy una cámara. Ambos éxitos teatrales se adaptan al cine en los años cincuenta. El primero supone el debut de la actriz en el cine, donde Fred Zinemann se atreve también con el universo de McCullers y Julie Harris se mete en la piel de una adolescente torturada. Soy una cámara supone la aparición de la primera Sally Bowles cinematográfica que no es otra que la propia Harris donde se recrean los recuerdos del escritor Christopher Isherwood. La Harris cae en olvido como Sally porque años después un musical y Liza Minnelli se apoderan del personaje. Estas dos películas de Harris no he podido todavía verlas pero siempre han llamado siempre mi atención. Se encuentran en mi viejo baúl de películas pendientes.

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Angela Lansbury está unida a mi infancia por dos motivos: me recuerdo frente al televisor viendo otro de los casos resueltos por Jessica Fletcher… viene a mi memoria la melodía de la serie y esa máquina de escribir siempre activa. Recuerdo que mi hermana y yo nos moríamos de la risa diciendo que si te tocaba de compañera de viaje la Fletcher era para temblar un poquito… porque era bastante gafe, ahí donde ella está, ahí donde se comete un crimen. De eso precisamente versaba la serie Se ha escrito un crimen que empezó su andadura en los 80 y continuó hasta finales de los noventa… y más.

El otro es que varias películas que están unidas a mi infancia (y por ello a mi amor al cine) se encontraba como intérprete Angela Lansbury. Así recuerdo esa bruja novata que trataba de aprender a volar en una escoba, aunque también lo hacía comodamente en una cama y podía visitar un mundo animado. También me encantaban Los tres mosqueteros pero la versión de los cuarenta donde D’Artagnan tenía el rostro de Gene Kelly, la mala con lunar era Lana Turner y la reina una Lansbury totalmente en su papel. Otra película que me gustaba mucho era Sansón y Dalila, recuerdo que alucinaba con esa Dalila (Hedy Lamarr) malvada que cortaba la cabellera a Sanson (Victor Mature) y luego sufría cuando éste totalmente ciego muestra su fuerza y rompe los decorados de carton piedra (que yo como siempre me lo tragaba como algo realísimo)… pues bien la buena de la película era una Lansbury ejerciendo de actriz secundaria… Y tampoco la olvido en una de las primeras películas de suspense que me entusiasmó, la maravillosa Luz que agoniza de George Cukor que no me cansaba de ver y donde la pobre Bergman tenía que vérselas no sólo con el rancio de su marido con rostro de Charles Boyer sino con una antipática sirvienta con el rostro de Angela Lansbury absolutamente estupenda.

Años después cuando ya era más mayor la disfruté en tres papeles donde estaba increíble mostrando su versatilidad como actriz: en el melodrama de Martin Ritt, El largo y cálido verano, donde era la amante eterna del terrateniente interpretado por Orson Welles. O en sus dos papeles de madre compleja, complejísima… y dominadora emocional. En dos películas de los años 60 del realizador John Frankenheimer: Su propio infierno y El mensajero del miedo

Así que me parece que es un oscar muy pero que muy merecido…, un reconocimiento necesario.

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