Brighton Rock (Brighton Rock, 1947) de John Boulting

Brighton Rock, una llave para entrar en el universo cinematográfico de Graham Greene.

Brighton Rock o también Young Scarface es una película que me ha interesado por varios motivos. Primero, la oportunidad de conocer una de las obras cinematográficas de los gemelos Boulting, John y Roy, dos hermanos que contribuyeron a un episodio creativo bastante desconocido del cine británico. Segundo, la relación del novelista Graham Greene con el mundo del cine, no solo por la adaptación de sus novelas a la pantalla, sino también por su conexión directa con el medio y su implicación en los guiones. En este este caso es una adaptación de la obra que inauguraría sus novelas con temática católica y dilemas morales, pero además el escritor estuvo implicado en la película y en la construcción del guion.

Tercero, la oportunidad de seguir descubriendo a Richard Attenborough como actor, puesto que su papel más popular fue en Parque Jurásico, cuando ya era bastante mayor, y muchas veces no se tiene en cuenta que tenía una larga trayectoria como intérprete en el cine británico. Y cuarto y último motivo, pese a no ser una película redonda (con algunos cabos sueltos), es un buen ejemplo de puro cine negro británico con momentos muy interesantes cinematográficamente hablando y acompañaba esa tristeza y desesperanza de un país que acababa de salir de una dura guerra.

Graham Greene publica Brighton Rock en 1938 y nueve años después la novela es adaptada para una pantalla de cine. No obstante, la novela se había convertido ya en obra teatral y había subido a un escenario teatral británico en 1943. Es más, el Pinkie del escenario fue el mismo que protagonizó la película: un joven Richard Attenborough. Al novelista no le gustó el trabajo del actor en el teatro y no estaba muy contento con que este fuese también elegido para la película. Sin embargo, cuando vio el largometraje, quedó tan encantado con la composición del personaje por parte de Attenborough, que le escribió una carta haciéndoselo saber.

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Oscars 2024. Algunas palabras sobre los largometrajes nominados a Mejor película

Oscars 2024… Este año me sorprendí cuando vi el listado de los largometrajes nominados a Mejor película, pues me di cuenta de que había visto las diez películas. Y todas tienen algo que no me dejó indiferente. Volvería a ver las diez, sí, y creo que eso es lo mejor que se podría decir de cada una de ellas.

De la ganadora, Oppenheimer, y de Barbie ya hablé en una serie de post que escribí bajo la denominación Descubrimientos veraniegos. Y de varias de ellas he dejado unas palabras en Letterboxd (Hildy_Johnson_). Jajaja, sí la única red social en la que me he apuntado hace apenas y porque me lo pidió mi sobrina cinéfila, pues según ella tengo que modernizarme. Y de las que nada he hablado (tan solo dos), pues aprovecho este texto.

Qué deja en evidencia el listado, pues que cada una es de su padre y de su madre y muy diferentes entre sí. La diversidad de géneros y temáticas que supone. La variada nacionalidad tanto de los directores como de las propias películas (que eso dice bastante de la cosecha Hollywood) y la riqueza de planteamientos sobre diversas cuestiones. Esa es la curiosidad de todo listado, se vaya a premiar o no. La variedad del abanico que propone y la radiografía sesgada de lo que se ha podido ver en 2023 al otro lado del océano.

Cuál es mi favorita de las diez. Si me hubiesen dicho: “Venga, da tú el premio”, lo hubiese pasado mal. Tengo claras las que no, pero luego entre las que voy a decir no sé por cuál me hubiese decantado: Vidas pasadas, La zona de interés, Los que se quedan y Los asesinos de la luna.

Vidas pasadas de Celine Song

Oscars 2024. Una historia sobre la conexión entre dos personas. Vidas pasadas.

In-yeon.

Conexión entre dos seres humanos.

Vidas pasadas.

Hasta un roce es cuestión del destino.

Tú eres una persona que se va.

Tú eres una persona que se queda.

… Olvídate de mí…

O imagina qué hubiese pasado o cuántas posibles vidas hubiesen existido si tú y yo hubiéramos permanecido juntos cuando solo éramos niños o no hubiésemos cortado años después nuestras conversaciones on line.

Quiero entender lo que sueñas.

Tenemos la conexión, pero nuestra historia de amor es imposible…

Ahora, sí, Vidas pasadas es solo una historia de las probables.

Quiénes son esos dos coreanos con un estadounidense en la barra de un bar de copas en New York. ¿Por qué están juntos? Esto es lo que formulan unos desconocidos (nosotros) al principio de la película.

Y se nos ofrece una posible mirada… o vida pasada.

Poor Things de Yorgos Lanthimos

Oscars 2024. La historia de una criatura que desarrolla su propia mirada en el mundo. Poor Things.

Durante el visionado de la película solo me preguntaba ¿quién es la chica que se tira desde el puente? ¿Qué la pasó? ¿Por qué se tira?

Luego con la resolución final me dije: ¿Así que Victoria nada tiene que ver con Bella? ¿Realmente el cirujano Goodwin Baxter da vida a una joven criatura?

¿Ciertamente hay entonces dos identidades? Bella nada tiene que ver con Victoria más que un mismo cuerpo…

Luego busqué información sobre el libro de Alasdair Gray (qué ganas tengo de leérmelo) y me di cuenta de que Yorgos Lanthimos no juega con la ambigüedad de las miradas de los personajes y que realiza una adaptación tremendamente libre de la historia, dejando incluso en el camino el sentido que buscaba Gray. Vamos, que cuenta lo que realmente le viene en gana.

La película de Yorgos Lanthimos es tremendamente entretenida, crea un mundo de fábula donde se representa un peculiar universo victoriano, pero sin definir exactamente en qué tiempo transcurre y con elementos de ciencia ficción y fantasía.

Al final a mi parecer Pobres criaturas es la historia de una “criatura” (el experimento científico de un cirujano) que sin tener un pasado ni un contexto ni una educación se enfrenta a un mundo regido por un sistema establecido y con unas normas específicas.

Bella Baxter posee un cerebro sin desarrollar, nuevo, que tiene todo por evolucionar y aprender. Todo por experimentar y vivir. Bella va descubriendo el mundo que la rodea sin ningún condicionamiento ni prejuicio. Y el aprendizaje le va dando no solo conocimientos, sino herramientas para preservar su libertad individual como Bella Baxter y también para tratar de mejorar el mundo bajo su mirada.

Bella realiza su aprendizaje no solo saliendo de la casa de su creador, sino emprendiendo un largo viaje. Y en el camino son varios los hombres que tratan de encarcelarla, dominarla, cambiarla…

Es como si la novia de Frankenstein, esa inolvidable Elsa Manchester, hubiese tenido la oportunidad de viajar y evolucionar, de rebelarse del propósito para el que había sido creada, huyendo.

En ese viaje donde Bella trata que no la encierren ni dominen, observa, imita, siente curiosidad, aprende a satisfacerse y descubre el placer, emplea y desarrolla el lenguaje, va mejorando en la escritura y en la lectura, abre los ojos ante las desigualdades sociales y económicas, se enfrenta al poder, la utilidad del dinero y las decisiones morales…, etcétera.

Quizá el mayor defecto es que todo es contado por Lanthimos con demasiada simpleza, con poca sutilidad y con una mínima profundidad que hace que su fábula no solo no se pueda tomar demasiado en serio, sino que caiga en exceso en la caricatura, algo que no pasaba en Canino, Alps o Langosta.

Pero es tan entretenida, tiene momentos visuales tan potentes y barrocos y sus actores principales están tan bien que atrapa de principio a fin.

Todos los hombres tratan de dominarla en algún momento dado: el creador, el ayudante y futuro esposo, el abogado manipulador y amante (ese Mark Ruffalo que se marca un Bellaaaa, que es un reverso de Stellllaaaa de Marlon Brandon en Un tranvia llamado deseo), el cínico que no soporta la felicidad y libertad de Bella, su violento exesposo, los que demandan sus servicios sexuales cuando ejerce la prostitución que hacen incluso que deje de sentir placer… Todos los obstáculos con los que Bella va lidiando para ir construyendo su propia mirada del mundo.

Pobres criaturas no me ha removido como hicieron otros largometrajes del director griego, pero su visionado y análisis me resulta de lo más interesante, así como el debate y la controversia que ha generado.

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10 razones para amar Noche en la ciudad (Night and the City, 1950) de Jules Dassin

Harry Fabian corre en una carrera sin retorno en Noche en la ciudad.

Razón número 1: Cine negro en estado puro

Noche en la ciudad es cine negro en estado puro. No solo el increíble uso del blanco y negro, la importancia de la atmósfera conseguida, el espíritu pesimista que rodea la historia, el destino del personaje principal tatuado en su frente, la peculiaridad de la ciudad y sus bajos fondos, la presencia del antihéroe como protagonista, las cuestiones sociales siempre en primer plano, el realismo mostrado con veracidad, el romanticismo trágico o la redención final como ingredientes indispensables revelan su adscripción al género, sino también porque los implicados sabían bien cómo realizar este tipo de películas, además de que el momento en el que se realizó y las circunstancias que la rodearon eran tan oscuras, tensas y pesimistas como el alma de la película.

Jules Dassin estaba encadenando a finales de la década de los cuarenta (década que fue la etapa de oro del cine negro estadounidense) una serie de largometrajes del género que culminaron fuera de EEUU con Noche en la ciudad en Londres y Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955) en París. Dassin es una de las figuras claves del film noir con historias tan características como las reflejadas en Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La ciudad desnuda (The Naked City, 1948) y Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949).

La novela que servía como material de partida, con el mismo título que la película, de Gerald Kersh, contaba con ambientes que bien conocía su autor por moverse entre pubs nocturnos y haber tenido empleo en el ámbito de la lucha libre en Londres. Por otra parte, Dassin contó con la profesionalidad del director de fotografía Mutz Greenbaum, que ya había realizado dos películas de cine negro victoriano notables como So Evil My Love y Gritos en la noche y con la labor del guionista Jo Eisinger, que abordó uno de sus mejores trabajos, aunque fue una de las plumas también presentes en el guion de otra obra mítica del cine negro estadounidense, Gilda.

Razón número 2: Al borde del exilio

Las circunstancias extracinematográficas de Noche en la ciudad son muy especiales, pero hacen entender mucho mejor el alma que subyace en cada uno de los fotogramas. Ese pesimismo y poca fe en el mundo, pero también una mirada de compresión hacia el personaje del perdedor. Se respira el pesimismo, el desencanto hacia el ser humano, la traición, el dolor de la delación. Se siente la tensión. La incertidumbre y el desequilibrio.

Jules Dassin se encontraba en un momento extremadamente delicado, pues la caza de brujas estaba en su apogeo y el director se hallaba en el punto de mira. El productor de la Fox, Darryl F. Zanuck, decidió alejarle de EEUU, y el rodaje de Noche en la ciudad se trasladó a Londres. Aunque después del rodaje regresó a EEUU, sufrió inmediatamente la presión del macartismo, su nombre fue dicho en varias declaraciones de distintos compañeros, formó parte de las tristes listas negras y no tuvo más remedio que exiliarse a Europa. De hecho, hasta cinco años después no consiguió los apoyos necesarios para realizar Rififi, cuyo éxito le permitió llevar a cabo una segunda carrera cinematográfica en Europa.

Así que Jules Dassin sabía que estaba en el punto de mira y se sentía tan presionado como Harry Fabian, el protagonista de su película. Así a ese timador de poca monta le envuelve una pátina de compasión y comprensión ante la encerrona que va sufriendo.

Razón número 3: Harry Fabian

Harry Fabian se carga todos sus sueños y una posible vida feliz junto a Mary.

El actor Richard Widmark se estaba convirtiendo en un actor imprescindible del género; de hecho debutó en la magnífica El beso de la muerte. Su presencia podía denotar la maldad más absoluta como en su debut o estar al lado de la ley y ser absolutamente creíble como en Pánico en las calles o Un rayo de luz. Solo que en Noche en la ciudad logra mostrar un personaje ambiguo, que si bien empieza transmitiendo rechazo, termina provocando la compasión del espectador.

En Noche en la ciudad, su carisma le permite dar matices fundamentales al personaje de Harry Fabian. Este perdedor y timador de poca monta que se mueve en los bajos fondos y tiene grandes sueños de grandeza y ambiciones, deseando dar el pelotazo que le permita vivir tranquilo, no tiene escrúpulos a la hora de engañar y enredar a los que le rodean. Es capaz de engañar a su novia o engatusar a un hombre mayor para que baile a su son. Solo desea una vida mejor, pero no le importa si tiene que pisar para lograr sus objetivos. Posee una energía sin igual y aunque fracase una y otra vez y deba dinero a todo el mundo y cada vez tenga menos credibilidad, enseguida vuelve a levantarse y a intentar dar otro palo.

Sin embargo, Harry Fabian muestra también su vulnerabilidad, sus sueños, su alma de perdedor, su desesperación por esa vida que no logra y, finalmente, el dolor que siente y el desencanto cuando descubre que toda su vida ha sido un error, que no ha hecho nada bien y que tal y como ha hecho él, todo el mundo a su alrededor le delata y le traiciona. Ni siquiera le permiten que le salga bien su redención final, cuando trata de compensar a la mujer que quiere, pero que nunca ha cuidado.

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10 razones para amar El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) de Edmund Goulding

El monstruo de El callejón de las almas perdidas es la clave de esta historia.

Razón número 1: Una historia negra

No es fácil encajar El callejón de las almas perdidas en un género concreto. Es una película negra, muy negra. Oscila entre el cine negro más puro y el drama psicológico. La ambigüedad moral de la mayoría de sus personajes, el que todo conduzca al protagonista a un destino cruel, el relato de una caída sin redención posible, la atmósfera que atrapa, el uso certero del blanco y negro, la construcción perfecta de sus personajes, el buen reflejo de la manipulación… Es una obra cinematográfica pesimista sobre el ser humano y la supervivencia en un mundo hostil, propia de los tiempos que corrían, con una Segunda Guerra Mundial todavía cercana y mucho desencanto a cuestas. Es tal la fuerza de esta historia tan negra, que aún hoy sobrecoge.

La película cuenta como base con la novela de William Lindsay Gresham, que publicó en 1946 (editada en castellano con el mismo título que el film) y tuvo éxito inmediato. El autor fue un hombre con una vida tormentosa y perseguido por la sombra del alcoholismo. El motor de arranque para escribir dicha historia fue precisamente una anécdota que le contaron durante su estancia como voluntario en la Guerra Civil Española. Dicha anécdota versaba sobre un número de feria para el que se empleaba a un hombre alcoholizado.

Razón número 2: El relato circular perfecto: el monstruo

Uno de los puntos fuertes de El callejón de las almas perdidas es la perfección del relato cinematográfico en su estructura. Es una historia circular sobrecogedora. Nada más conocer a Stanton Carlisle (Tyrone Power) sentimos lo que le atrae y le sobrecoge «el monstruo» de la feria donde ha recalado para ganarse la vida y prosperar. El monstruo nunca se ve, solo sabemos que es uno de los números que más atraen al público. Un ser salvaje que se come a animales vivos y crudos (le tiran a una poza gallinas vivas y la gente se asombra de cómo las devora).

Tan solo se refieren a él. Stanton se pregunta que cómo alguien puede caer tan bajo, no lo entiende, pero a la vez le fascina. Porque por lo que nos van revelando «el monstruo» fue un artista de feria que tuvo su momento de gloria, pero que cayó en la pesadilla del fracaso y el alcohol. Ahora es una persona enferma con deliriums tremens, que consigue sus dosis de alcohol y cobijo con ese trabajo degradante en la feria.

Lo que aterra es cómo se nos va revelando poco a poco que «el monstruo» solo era un aviso del destino que le espera a Stanton, que también prospera y tiene éxito hasta que su propia ambición y malas artes le hacen caer desde lo más alto. La película plasma uno de esos finales que no se olvidan.

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La impaciencia del corazón (Kysset, 2022) de Bille August

Bille August construye un melodrama elegante en La impaciencia del corazón.

Bille August construye secuencias con buenos personajes y tensión dramática desde el minuto uno. La impaciencia del corazón arranca con una secuencia de apertura que muestra una acción tan banal como una madre y un hijo que visitan a una mujer rica y venerable, la tía de muchacho, para merendar y, sin embargo, enseguida el espectador no solo siente la tensión del momento, sino que se dibuja perfectamente a su personaje principal: Anton (Esben Smed Jensen), un joven de un escalafón social bajo que aspira a un alto cargo y quiere terminar de formarse como oficial de caballería en los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial. Para eso necesita dinero y una visita de cortesía a su tía rica se convierte en incómoda petición económica y en la promesa del restablecimiento del orgullo familiar que su padre no dejó en muy buen lugar.

El joven Anton es joven, educado y correcto, pero a la vez le queda mucho que aprender de las cuitas emocionales y todavía no posee la formación de una inteligencia emocional que le permita moverse con soltura por un mundo que juzga continuamente los comportamientos humanos y que ejerce férreamente lo políticamente correcto. Y esa carencia será la gran desgracia de Anton, que no puede madurar emocionalmente, que a la vez es una buena persona que teme dañar a los demás y que tiene la ambición de querer llegar al escalafón más alto por merecimiento y esfuerzo.

Y es que Anton se verá atrapado por la compasión que siente hacia Edith (Clara Rosager), la hija de un rico empresario (que incluso compra un título nobiliario), que por un accidente ha perdido la movilidad en las piernas. Anton echará una mano a dicho noble, Løvenskjold (Lars Mikkelsen), en un percance con su automóvil y este agradecido le abrirá las puertas de su mansión. El joven oficial en un principio, orgulloso y agradecido, se sentirá halagado por tener las puertas abiertas hasta llegar a un punto en que se siente totalmente atrapado, porque él mismo y la sociedad que le rodea van creando una compleja maraña que desencadenará la tragedia.

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Diccionario cinematográfico (239). Madres

Madres e hijos en el centro de 20.000 especies de abejas.

Madres idílicas, madres coraje, madres tóxicas, madres terroríficas, madres divertidas, madres valientes, madres emprendedoras, madres malas… Las madres en el cine siempre han sido un buen tema. La galería es interminable, pero merece la pena el recorrido. ¡Todos hemos tenido una madre…, y, efectivamente, madre solo hay una… y este post va por ellas! La figura de la madre ha dejado unos cuantos buenos personajes cinematográficos.

Últimamente, en la sala de cine, he visto a tres madres en el centro de tres películas que por muy distintos motivos son interesantes. Dos son el debut en el largometraje de ficción de dos directores españoles y la tercera es de una directora francesa con una filmografía que merece mucho la pena.

Por una parte, 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren, donde Ane (Patricia López Arnaiz) es madre de tres hijos y no está precisamente en su mejor momento ni profesional ni emocional. Es verano y se va con ellos a la casa materna, entre otras cosas para intentar superar la crisis existencial en la que se haya hundida. Allí se reencontrará con su madre y su tía, una criadora de abejas. Las tres son figuras maternales y con caracteres fuertes y definidos que se enfrentan a la vida y a los problemas de distinto modo. Ane está especialmente preocupada y presta atención al sufrimiento y la sensibilidad que detecta en su hijo de ocho años, que está intentando exteriorizar y que todo el mundo se dé cuenta de su identidad sexual.

También he disfrutado de la última película de Mia Hansen-Løve, Una bonita mañana. Su protagonista, Sandra (Léa Seydoux), es madre de una niña de ocho años y se enfrenta al deterioro mental y físico de su padre, un profesor de filosofía. En este duro proceso se encontrará a un amigo al que hacía tiempo que no veía, Clément (Melvil Poupaud). En la película está muy presente también la madre de Sandra, Françoise (Nicole García), con una personalidad arrolladora, que en su momento dejó a la familia que había formado para perseguir una vida que la satisfaciera.

Y, por último, Matria de Álvaro Gago Díaz, protagonizada por una mujer gallega, Ramona (María Vázquez), que ve que su precario equilibrio de madre y mujer trabajadora se resquebraja, pero trata de no romperse del todo y hacer lo que ha hecho toda la vida, salir adelante. Por una parte, pierde el trabajo que más estabilidad le aportaba y, por otra, ve cómo su joven hija no solo se está independizando, sino eligiendo una vida que no es la que ella deseaba.

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10 razones para amar Las horas (The hours, 2002) de Stephen Daldry

En Las horas, Meryl Streep muestra su versatilidad como actriz y su facilidad para crear buenos personajes.

Razón número 1: Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes

Llevaba tiempo que quería escribir sobre Las horas. Y ha surgido la oportunidad ahora que he tenido que volver a verla varias veces por diferentes motivos. Además, lo tuve más claro todavía cuando esta semana anunciaron los medios de comunicación que el Premio Princesa de Asturias de las Artes de este año iba para Meryl Streep.

Streep y sus películas me han acompañado desde que tengo uso de razón. Y es una actriz que siempre me ha gustado. Tiene en su haber películas que no solo me fascinan, sino que han contribuido a mi amor por el cine. En Las horas es ni más ni menos que Clarissa Vaughan, a quien su amigo, amor platónico y poeta Richard Brown la llama señora Dalloway. Una señora Dalloway del siglo XXI que una mañana va a comprar unas flores y está dispuesta a organizar una fiesta.

Si tuviera que hacer un pequeño listado de diez películas que merecen la pena de Meryl Streep (sin contar Las horas) y que hay que ver sí o sí aportaría los siguientes títulos: El cazador (The Deer Hunter, 1978) de Michael Cimino, La decisión de Sophie (Sophie’s Choice, 1982) de Alan J. Pakula, Enamorarse (Falling in Love, 1984) de Ulu Grosbard, Memorias de África (Out of Africa, 1985) de Sydney Pollack, Tallo de hierro (Ironweed, 1987) de Héctor Babenco, Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) de Clint Eastwood, Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) de Spike Jonze, La duda (Doubt, 2008) de John Patrick Shanley, Agosto (August: Osage County, 2013) de John Wells…

Y la décima va para reconocer su faceta menos valorada y conocida de la actriz, pero que a la Streep le encanta y es el terreno de la comedia: Florence Foster Jenkins (2016) de Stephen Frears. En la película de Frears muestra lo grande que es ejerciendo en un papel de comedia con un fondo trágico.

Razón número 2: La habitación propia de Virginia Woolf

Las horas es un canto a Virginia Woolf. Una puerta de entrada a su vida y obra. La película de Stephen Daldry puede enganchar sin más como un melodrama redondo, pero su disfrute es mayor si uno toma como epicentro de la historia a Woolf. No solo que ella es un personaje central de la trama, sino que además su universo literario construye la historia.

En su maravilloso ensayo Una habitación propia escribió que «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas». Ella aspiro a una y no dejó de crear hasta el final. En Las horas nos adentramos en ese primer día en el que en su habitación propia Virginia va metiéndose en el proceso de creación de la novela La señora Dalloway.

Además de sus novelas, hay diversos escritos (ensayos, críticas, cartas…) que muestran su mente privilegiada y, especialmente, es bonito como en muchas de sus obras se nota la importancia que da la autora al acto de pasear como fuente de inspiración, de reflexiones y de pensamientos. Sus personajes pasean; ella, también (de hecho, hay una recopilación de textos bajo el título Paseos por Londres, donde se refleja la ciudad que amaba a través de la escritura. De hecho, ese amor hacia la ciudad se refleja en un momento clave de la película). Y en Las horas se ve esta querencia de Woolf por el paseo para observar, pensar, meditar y tomar decisiones.

Las horas aporta breves pinceladas de su vida y personalidad. Su suicidio y carta de despedida a su esposo, Leonard Woolf: «Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo… e increíblemente bueno. Quiero decirlo, aunque todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiese podido salvarme solo podrías haber sido tú. Todo se ha marchado de mí, salvo la certeza de tu bondad. Y no puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo».

Pinceladas de su relación con Leonard, con su hermana Vanessa Bell, la presencia de sus sobrinos (de hecho, Quentin Bell escribiría una notable biografía de su tía). Pinceladas de su trastorno bipolar y de su proceso creativo.

Las horas cuenta un día en la vida de Virginia Woolf. Un día lleno de luces y sombras. Un día en el que le nace la primera frase de su nueva novela: «La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores».

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Joyas del cine clásico latinoamericano (II). Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea

La mirada del personaje principal, Sergio Carmona, es la que domina Memorias del subdesarrollo.

Para contextualizar Memorias del subdesarrollo, no hay más que mirar un poco de la historia del cine cubano. Una vez se produjo la Revolución cubana, se afianzó un grupo de directores cinematográficos e intelectuales que se volcaron en un principio en el documental, sobre todo para filmar el cambio. Tomás Gutiérrez Alea, al que también llamaban Titón, Julio García Espinosa y otros jóvenes del mundo del cine crearon el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Tanto Titón como Julio García Espinosa habían dirigido ya juntos un mítico corto, El Megano (1955). En él los propios trabajadores de la ciénaga en Zapata, que extraen el carbón de los árboles sumergidos, actúan para mostrar y denunciar sus condiciones de vida.

Julio García Espinosa escribiría varios textos que explicaban en cierta medida lo que estaba suponiendo el Nuevo cine latinoamericano, que nació a finales de la década de los cincuenta. Se centraba claro está en la situación política y social del momento. El texto más importante en cuestión fue Por un cine imperfecto (1969). Y sobre todo lo que explicitaba era un cine alejado de la perfección y de los medios de los estudios de Hollywood y un cine que sirviera para transformar.

En uno de los textos publicados en 1972 en un pequeño volumen recopilatorio (Por un cine imperfecto. Julio García Espinosa. Castellote editor, 1976) explica que «para nosotros lo más importante del cine es que este sea antiimperialista. Perfecto o imperfecto, documental o ficción, analítico o emotivo, pero antiimperialista. Esa es nuestra medida fundamental. Y por la sencilla razón, aparte de otras no menos importantes, de que nuestra cultura no puede desarrollarse, no puede revelarse, no puede aspirar a una genuina validez, si no es en lucha contra el imperialismo, contra el imperialismo como fuerza y contra el imperialismo como concepto del mundo».

Titón siempre se quedó en Cuba. Pasó del corto documental (con algunos que muestran momentos concretos de la Revolución como Asamblea General, sobre la concentración multitudinaria en 1960 cuando se aprobó la primera Declaración de La Habana) al largometraje de ficción. Y del entusiasmo revolucionario al desencanto crítico hasta llegar a la melancolía de algo que nunca fue, sobre todo en sus dos últimos largometrajes más internacionales, cuando ya estaba delicado de salud (los codirigió junto a Juan Carlos Tabío a principios de los noventa): Fresa y chocolate y Guantanamera. Lo cierto es que Tomás Gutiérrez Alea siempre fue fiel a su amor a Cuba y a la idea de la Revolución cubana, lo que le desencantó fue el proceso posterior y las fallas en el sistema. Era un hombre que creía en el poder del debate y la crítica política y social para la mejora.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (I). Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido es el pistoletazo de salida de este nuevo ciclo de cine que propongo, que tendrá varias entregas. El ciclo ha nacido por un motivo concreto. Hace apenas una semana salió, como cada diez años, la nueva lista de la revista británica Sight&Sound donde se establecen las cien mejores películas de todos los tiempos. La lista ha dado mucho que hablar por varios motivos muy interesantes para analizar, pero hay algo en ella que me ha removido bastante y es que en dicho listado no se señala ni una sola mención al cine latinoamericano. Un cine para mí siempre vivo, rico en propuestas y con una larga historia.

Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido, primera joya del cine clásico latinoamericano.

Al blog Diccineario y a su autor Antonio Martín García por descubrirme esta joya

Un enorme retrato de una mujer, como si fuese una presencia viva, preside la estancia principal de una mansión. Un hombre devastado, que solo bebe y llora, no deja de mirarla. Más allá del olvido es una historia sobre ese lado oscuro del amor que tan bien reflejaba Alfred Hitchcock en películas tan emblemáticas como Rebeca y Vértigo. Y no nombro aposta estas dos últimas obras, porque esta película argentina bebe de la primera y es un precedente de la segunda. El realizador y actor Hugo del Carril elabora una historia de amor oscuro con gotas en su estilo de suspense decimonónico o noir victoriano.

La película rodada entre la ensoñación y la pesadilla logra una atmósfera que capta un romanticismo exacerbado al principio y se va convirtiendo en pesadilla siguiendo los pasos de un hombre que lucha para no volverse loco ante la ausencia de la amada. Hugo del Carril se inspira en una novela simbolista y experimental de Georges Rodenbach, Brujas, la muerta. Y ahí está el germen de ese viudo roto por la ausencia de su amor y que encuentra en las calles de Brujas a una mujer idéntica físicamente a su amada. El maestro del suspense adaptaría, sin embargo, para Vértigo una novela posterior de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, De entre los muertos, que tenía una premisa similar, pero con una explicación lógica para el parecido físico y en forma de thriller psicológico.

Fue una película que tuvo un rodaje complejo y un estreno que la relegó inmediatamente al olvido. Y no fue hasta décadas después cuando comenzó a revalorizarse. Cuando Hugo del Carril la estaba rodando, se produjo el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón. Entre otros fueron detenidos varios artistas simpatizantes del Gobierno, y uno de ellos fue Del Carril. Una vez liberado continuó con el rodaje y cuando se estrenó en 1956 le detuvieron de nuevo. El largometraje apenas duró en pantalla. Además pesó la prohibición, durante aquellos años, de la difusión de su obra cinematográfica y, por tanto, no tuvo fácil la distribución de sus películas.

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Unas cuantas cuestiones sobre Blonde (Blonde, 2022) de Andrew Dominik

 

Blonde. La batalla dolorosa entre Norma Jean Baker y Marilyn Monroe.

El mismo día del estreno, pude ver Blonde de Andrew Dominik. Durante las casi tres horas que dura la película no retiré la mirada de la pantalla. Me atrapó. Llevaba muchos años esperándola; de hecho cuando escribí en el blog sobre la novela de Joyce Carol Oates en 2014 ya contaba que Andrew Dominik quería llevar a cabo esta película y que se había implicado en un principio en el proyecto Naomi Watts y después Jessica Chastain.

Es de esas películas que para mí todos los implicados se tiran a la piscina (especialmente Dominik y su actriz principal, Ana de Armas), arriesgan al máximo y queda así un largometraje quizá imperfecto, pero con muchos momentos magistrales… y un retrato concreto de Marilyn Monroe. Merece absolutamente la pena, incluso solo por analizarla o por entender por qué es un largometraje que no ha pasado desapercibido y rodeado de controversia. Es una película que me encantaría ver en pantalla grande, porque visualmente es una auténtica pasada.

1. Joyce Carol Oates

Blonde (Blonde, 2022) de Andrew Dominik es una adaptación de la novela del mismo título de Joyce Carol Oates, una autora que me gusta muchísimo. En concreto Blonde, de unas novecientas páginas, me la he leído ya dos veces. Oates convierte a Marilyn Monroe en un personaje de ficción y construye una personalidad compleja y atormentada. A través de sus páginas se mete en la mente de una mujer emocionalmente vulnerable, atrapada en un mundo de lobos y en una industria feroz. Poco a poco, su carácter se va minando cada vez más por la lucha entre Marilyn Monroe, su alter ego de un Hollywood dorado, y Norma Jean Baker, una mujer rota y herida desde su infancia.

Lo interesante de la construcción de la novela es que sí ficcionaliza varios momentos y situaciones de la vida de Marilyn Monroe, pero se acerca, creo, a la esencia de la actriz. En este ejercicio literario se nota que la autora conoce profundamente la vida y obra de la venus rubia, así como el proceso de “mitificación” que ha sufrido la artista hasta nuestros días. Se ha escrito mucho sobre Marilyn, se ha opinado mucho sobre su vida, sobre su muerte, sobre su calidad como actriz, se la ha convertido en personaje literario, sus fotografías han circulado sin parar, se la ha despojado de todo significado para convertirla en icono cultural y comercial (yo misma llevo tiempo queriendo encontrar una camiseta con su rostro)…

Por otra parte en un mundo en que todavía no había redes sociales, Marilyn Monroe fue una actriz muy fotografíada. Hay multitud de series de fotografías de Monroe, que podrían ser hoy galerías de Instagram. Desde joven, Marilyn se expuso al objetivo de la cámara. Su imagen fue y es cotizada. Todo el mundo quería verla en sus momentos felices de glamour absoluto, pero también en los más duros. En un periodo, en el que la cultura de la imagen invade la tecnología no es de extrañar un nuevo análisis de la figura de Marilyn Monroe como total precursora.

No es la primera vez que se convierte en personaje literario, es más incluso su tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller la convirtió en Maggie en la obra Después de la caída. Maggie es un personaje trágico que en un momento dice: “¡Soy un chiste que produce dinero!”. Incluso Miller escribió un guion maravilloso, Vidas rebeldes, y creó a Roslyn, deparándole un final que él nunca pudo proporcionar a Marilyn. Hay mucho de Marilyn en Roslyn. Y ella interpretó este personaje con raudales de verdad y dolor. No se deja de escribir sobre Marilyn como personaje literario. Ahora mismo en las librerías está una novedad con la actriz como protagonista de la que nada sé todavía: Los caballeros las prefieren muertas de Carmen Moreno.

Y lo que Joyce Carol Oates hace en esta mastodóntica novela es crear a una mujer concreta, con una vida llena de obstáculos hasta llegar a la muerte de una artista totalmente sola y devastada en la cumbre de su éxito. La voz principal de la historia es la de Marilyn. Y creo que el director y guionista Andrew Dominik capta la esencia del libro. Logra meterse en la cabeza de esa Marilyn Monroe creada, en su inestabilidad emocional, y escenifica su vida como una auténtica pesadilla. Pero la paradoja del asunto es que esa Marilyn de ficción consigue atrapar o acercarse a una posible Norma Jean Baker real. ¿O tal vez no?

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