El último duelo (The Last Duel, 2021) de Ridley Scott

Marguerite de Carrouge, uno de los tres puntos de vista de El último duelo.

En El último duelo, Ridley Scott viaja a la Edad Media, al siglo XIV, y se centra en una histórica pelea a muerte entre dos antiguos compañeros de armas Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver). Este duelo era la forma de dejar en manos de la justicia divina un suceso determinado: Marguerite (Jodie Comer), la esposa de Carrouges, denunció que había sido violada por Jacques Le Gris. La verdad quedaría demostrada según el desenlace del duelo: si moría Carrouges, la historia de Marguerite quedaría desacreditada y pagaría además con su muerte, siendo quemada en la hoguera. Si el que moría era Le Gris, quedaría claro que el matrimonio decía la verdad.

Matt Damon y Ben Affleck vuelven a escribir un guion (ya lo hicieron a finales de los noventa con El indomable Will Hunting), pero esta vez a tres manos con la directora y guionista Nicole Holofcener. Los tres guionistas han buscado una manera eficaz de narrar su historia: contar la verdad según sus tres personajes principales. Solo que finalmente se decantan por una de las versiones. Realizan la elección de con cuál verdad se quedan.

En el relato de las dos verdades masculinas van surgiendo matices para dar fuerza a su tercer acto, a la versión que defienden: la de Marguerite. Y, sí, es cierto. La fuente o referencia más evidente es Akira Kurosawa, que realizó su particular película feudal contando un mismo hecho, similar en algunos aspectos a El último duelo, desde tres puntos de vista ( también el de dos hombres y una mujer), en Rashomon (1950). Solo que el maestro nipón no se decantaba por ninguna de las tres versiones.

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Feliz año 2021. Los visitantes de la noche (Les visiteurs du soir, 1942) de Marcel Carné

A Guilles, uno de los visitantes de la noche, le pilla por sorpresa el amor.

Acabo de soñar con dos figuras de piedra en un paisaje bucólico, al lado de una fuente. Creo que allí corre el año 1485. En el interior de esas figuras laten dos corazones. Qué hermosa manera de dejar atrás el año 2020, contemplando por primera vez Los visitantes de la noche. Esas dos figuras de piedra esconden a Anne (Marie Déa) y Gilles (Alain Cuny). Durante las dos horas que ha durado mi sueño, me he enamorado perdidamente de Guilles, un enviado del diablo. Un enviado del diablo que sin esperarlo ni quererlo se enamora. Al principio tiene el corazón frío, y sufre por ello. Pero termina amando locamente a Anne. El hielo de su corazón que late se resquebraja.

Gilles cabalga junto a Dominique (Arletty) por el mundo. Ambos son enviados por el diablo a su próximo destino, el palacio del triste barón Hugues (Fernand Ledoux), para sembrar la discordia entre los hombres. Allí, pronto va a casarse la bella hija del barón, Anne, con el frío caballero Renaud (Marcel Herrand). Por supuesto, en un matrimonio de conveniencia, como no podía ser de otra manera en el medievo. Y, por eso, en palacio están de fiesta, y reciben a todo tipo de artistas. De esta manera, Gilles y Dominique no tienen ningún problema en presentarse como jóvenes trovadores.

En el momento en que Gilles canta una triste canción de amor salta la chispa entre el trovador y la hija del noble. Por otra parte, la misteriosa Dominique realiza bien su trabajo y aprovecha para, a pesar de estar vestida como un joven muchacho, lanzar el anzuelo tanto al barón Hugues, que hasta ese momento solo vivía para el recuerdo de su esposa fallecida, como al caballero Renaud. De hecho terminará provocando el enfrentamiento de ambos y sembrará la desgracia en palacio.

Lo que el diablo (Jules Berry) no se esperaba es que uno de sus emisarios, Guilles, le fallara. No solo este no siembra malos sentimientos, sino que se enamora sin remedio. Así que decide presentarse como un viajero en mitad de la noche, y siembra enseguida la confusión, la tragedia y el caos, como todo un profesional, además de castigar a su mensajero. Todo sin perder la sonrisa. Lo que tampoco se imagina es que caerá rendido ante la inocente, sencilla y pura Anne, capaz de todo por amor. El diablo, de pronto, desea convertirse en un hombre enamorado y vivir tranquilo en la tierra. No podrá vencer al amor que ha nacido entre Guilles y Anne.

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El jorobado de Notre Dame. Cuatro versiones cinematográficas de Nuestra Señora de París de Victor Hugo

El jorobado de Notre Dame, Quasimodo, es uno de los personajes más reconocibles de la literatura francesa. Victor Hugo escribió una obra de un romanticismo trágico para salvar el gótico de París que no estaba siendo muy respetado durante el siglo XIX. Así el escritor recreó el medievo francés en París y contó la historia de varios personajes alrededor de Notre Dame durante más de setecientas páginas en Nuestra Señora de París. Entre medias de las desgracias de sus personajes dirigidos por la fatalidad, su pluma dejaba sus reflexiones sobre el arte, el conocimiento, la arquitectura, el progreso… y diversas descripciones. Todo para exaltar su amor hacia la arquitectura gótica parisina.

El cine ha adaptado numerosas veces la novela, dejando las reflexiones, las descripciones y ciertas tramas entre las páginas del libro, y muchas veces alterando el argumento o tomándose diversas licencias, pero atrapando algo de su esencia o recuperando para la pantalla algunos de sus personajes. Aunque hay varios protagonistas en este universo literario alrededor de la catedral parisina, en el cine el “rey” de esta historia ha sido Quasimodo, el jorobado, el campanero deforme y sordo de Notre Dame. Y no es de extrañar que siempre sea interpretado por actores con una enorme presencia y personalidad en la pantalla. Así en el cuarteto de películas elegido para analizar, el jorobado tiene el rostro de Lon Chaney, Charles Laughton, Anthony Quinn y Mandy Patinkin.

Por otro lado, siempre en sus versiones se ha respetado la fatalidad de los hechos (aunque a veces el cine guarde un final feliz a algunos de los personajes después de tanta desdicha) y el romanticismo trágico, sobre todo ese amor imposible y platónico entre el campanero y Esmeralda, la gitana. En realidad, lo que ha llamado poderosamente la atención es que es otra versión de un argumento clásico de la literatura francesa, y también repetido una y otra vez en distintas películas: la bella y la bestia. Cada una de las versiones cinematográficas de la novela de Victor Hugo tienen sus peculiaridades, sus personajes y sus momentos o ideas que merecen la pena. También cada historia hace hincapié en un aspecto determinado. Y la calidad y el acabado de las cuatro es diferente.

El jorobado de Notre Dame (The hunchback of Notre Dame, 1923) de Wallace Worsley

Lon Chaney como el jorobado Quasimodo. Y en el momento en que el personaje de Esmeralda le ofrece agua.

Uno de los alicientes de la película era ver la transformación del hombre de las mil caras, Lon Chaney. Y su conversión en el jorobado, como un ser deforme y monstruoso, cumplió las expectativas. De hecho, de los cuatro es el que tiene más de monstruo que de humano, aunque no olvida su sensibilidad de bestia maltratada capaz de amar y corresponder. El jorobado de Notre Dame es una película muda de la Universal que además de poner los cimientos del futuro cine de terror, era una apuesta del estudio, una superproducción.

Monumental su recreación en estudio de Notre Dame y sus alrededores, se centra en la historia de amor imposible entre la inocente Esmeralda (Patsy Ruth Miller), presentada como la niña pura de la novela, y el caballero vinculado a la corona, Phoebus. Ella es una zíngara, aunque se explica que sus orígenes son de una buena familia y que fue secuestrada por dos mujeres gitanas, y él es un caballero del rey, a punto de casarse con una dama de la corte. Para que la historia entre los dos pueda terminar felizmente hace falta la intervención del desgraciado campanero para proteger a Esmeralda y acabar con aquel dificulta la relación, Jehan, vinculado a los poderosos y a la catedral por su hermano, Claude, el archidiácono. El personaje del malvado en la novela es, en realidad, el archidiácono de Notre Dame, pero aquí pierde su identidad, y es su hermano el que ejerce el mal. Así la Iglesia queda desvinculada de la maldad de la corte y sus aristócratas, esto no ocurre en otras versiones.

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Sesiones veraniegas. Money Monster (Money Monster, 2016) de Jodie Foster / Lolo (Lolo, 2015) de Julie Delpy / Häxan. La brujería a través de los tiempos (Häxan, 1922) de Benjamin Christensen

Money Monster (Money Monster, 2016) de Jodie Foster

Money Monster

Nadie le puede negar a Jodie Foster una película tremendamente entretenida, Money Monster, pero a la vez poniendo sobre la mesa reflexiones interesantes. Reflexiones para estos tiempos, que se repiten una y otra vez pero nunca parece suficiente. El nombre de la película es el mismo que tiene un programa de economía que tiene un presentador estrella de vuelta de todo con cara de George Clooney, que se deja llevar por una directora de programa ya cansada de su monotonía laboral (y de los caprichos del presentador estrella) con el rostro de Julia Roberts. El programa tiene esa mezcla peligrosa de entretenimiento puro y duro, sin responsabilidades en las informaciones y consejos que aporta. Sin profundizar en la verdadera información económica… y entonces les estalla en la cara esa forma de enfocar este tipo de noticias, cuando en pleno programa en directo entra un joven airado (Jack O’Connell), fuera de sus casillas, pidiendo explicaciones…

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Qué difícil es ser un dios (Trydno byt bogom, 2013) de Aleksey German

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… Después de tres horas en la barbarie, en la brutalidad… entre heces, vómitos, mocos, sangre, vísceras… caminando entre barro, mierda y otras sustancias resbaladizas… Después de un viaje a través de un infierno en blanco y negro con la mirada fija en lo decadente y en lo humillante… Al final queda un paisaje nevado, un paseo tranquilo entre un padre y una hija y la música.

Hay películas que se lo ponen difícil al espectador, muy difícil. Pero te llaman. Y llaman fuerte. Una de ellas es Qué difícil es ser un dios del ruso Aleksey German. Era un proyecto soñado por su creador… y han tenido que pasar trece años hasta que ha podido verse en una sala de cine (el sueño tenía más años). Tan solo unos meses antes German, el director, falleció y fueron su hijo y su viuda quienes siguiendo los apuntes del creador terminaron su obra póstuma.

El director ruso realiza una libre adaptación de la novela de ciencia ficción del mismo título de los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky (otros nombres a apuntar en mi lista de océanos literarios desconocidos). Estos hermanos fueron también los autores de la novela en la que se inspiró Andrei Tarkovsky para realizar Stalker en 1979. Otro realizador ruso, que como Aleksey German, tuvo dificultades para desarrollar plenamente su obra cinematográfica.

Lo que en su momento a los hermanos les sirvió como metáfora para reflejar la impotencia de los intelectuales ante un estado totalitario, se torna en más triste, cuando German ha cumplido su sueño de trasladar esta novela de 1964 al cine en pleno siglo XXI y la metáfora sigue siendo tremendamente potente. El horror sigue ahí, los ojos cerrados y la impotencia de muchos también.

¿Cómo hace viajar el director ruso al espectador al infierno? Una voz en off nos cuenta que lo que estamos viendo no es la tierra sino el planeta Arkanar que vive como si estuvieran todavía en la Edad Media y que han ido unos observadores de la tierra para ver si sucede una especie de Renacimiento…, estos observadores no pueden interferir en la vida del planeta, tienen que estar al margen, adaptarse a la vida que están observando. Uno de ellos, Don Rumata (qué voz la del actor Leonid Yarmolnik), ha sabido labrarse un pasado que prácticamente le convierte en un dios en un mundo fétido. Todo es en blanco y negro y tal como nos cuenta la historia el director ruso nos convierte en observadores. Ante la cámara, ante el objetivo, van pasando rostros. Continuamente lluvia, niebla y muchas veces no sabemos ni a lo que asistimos: barro, lodo, letrinas, pescados malolientes, animales en estado de putrefacción, hombres y mujeres ahorcados, esclavos que sufren humillaciones continuas… Todo aquel que sea sabio, que sea artista o científico o escritor o maestro es castigado, ejecutado, perseguido. Hay monjes extraños y desagradables, igual que nobles indesables, esclavos sometidos, niños harapientos… y Don Rumata entre ellos, como uno más o uno menos… Entre todos un continuo enfrentamiento. Violencia y pelea. Cada día es un infierno y para eso planos secuencias en laberintos imposibles en castillos llenos de objetos inservibles, con restos de comida o de otro tipo o callejuelas estrellas y embarradas u otros paisajes inhóspitos. No sabes dónde mirar, de pronto escuchas un diálogo y el objetivo se mueve y te das cuenta de que ha ocurrido algo horrible fuera de cámara. Fundidos en negro que muestran que la pesadilla no ha terminado. Don Rumata enloquece o envilece o estalla…, qué difícil es dios. Y nada es bonito o bello… o ¿sí? Hay que llegar al final del viaje… arrastrarse por una Edad Media pero como si a El Bosco o Brueghel el Viejo les hubieran arrebatado los colores pero no su forma de mirar…

No sé si recomendaría este viaje a alguien. Ni siquiera sé decir si me ha gustado o si lo repetiría…, lo que sí sé que aunque a veces es difícil ser espectador, si te dejas arrastrar o llevar, “lees” y sientes la última obra de German, sabes que ahí has tenido una extraña experiencia, un viaje en el que nadie más te podría haber embarcado…

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