El jorobado de Notre Dame. Cuatro versiones cinematográficas de Nuestra Señora de París de Victor Hugo

El jorobado de Notre Dame, Quasimodo, es uno de los personajes más reconocibles de la literatura francesa. Victor Hugo escribió una obra de un romanticismo trágico para salvar el gótico de París que no estaba siendo muy respetado durante el siglo XIX. Así el escritor recreó el medievo francés en París y contó la historia de varios personajes alrededor de Notre Dame durante más de setecientas páginas en Nuestra Señora de París. Entre medias de las desgracias de sus personajes dirigidos por la fatalidad, su pluma dejaba sus reflexiones sobre el arte, el conocimiento, la arquitectura, el progreso… y diversas descripciones. Todo para exaltar su amor hacia la arquitectura gótica parisina.

El cine ha adaptado numerosas veces la novela, dejando las reflexiones, las descripciones y ciertas tramas entre las páginas del libro, y muchas veces alterando el argumento o tomándose diversas licencias, pero atrapando algo de su esencia o recuperando para la pantalla algunos de sus personajes. Aunque hay varios protagonistas en este universo literario alrededor de la catedral parisina, en el cine el “rey” de esta historia ha sido Quasimodo, el jorobado, el campanero deforme y sordo de Notre Dame. Y no es de extrañar que siempre sea interpretado por actores con una enorme presencia y personalidad en la pantalla. Así en el cuarteto de películas elegido para analizar, el jorobado tiene el rostro de Lon Chaney, Charles Laughton, Anthony Quinn y Mandy Patinkin.

Por otro lado, siempre en sus versiones se ha respetado la fatalidad de los hechos (aunque a veces el cine guarde un final feliz a algunos de los personajes después de tanta desdicha) y el romanticismo trágico, sobre todo ese amor imposible y platónico entre el campanero y Esmeralda, la gitana. En realidad, lo que ha llamado poderosamente la atención es que es otra versión de un argumento clásico de la literatura francesa, y también repetido una y otra vez en distintas películas: la bella y la bestia. Cada una de las versiones cinematográficas de la novela de Victor Hugo tienen sus peculiaridades, sus personajes y sus momentos o ideas que merecen la pena. También cada historia hace hincapié en un aspecto determinado. Y la calidad y el acabado de las cuatro es diferente.

El jorobado de Notre Dame (The hunchback of Notre Dame, 1923) de Wallace Worsley

Lon Chaney como el jorobado Quasimodo. Y en el momento en que el personaje de Esmeralda le ofrece agua.

Uno de los alicientes de la película era ver la transformación del hombre de las mil caras, Lon Chaney. Y su conversión en el jorobado, como un ser deforme y monstruoso, cumplió las expectativas. De hecho, de los cuatro es el que tiene más de monstruo que de humano, aunque no olvida su sensibilidad de bestia maltratada capaz de amar y corresponder. El jorobado de Notre Dame es una película muda de la Universal que además de poner los cimientos del futuro cine de terror, era una apuesta del estudio, una superproducción.

Monumental su recreación en estudio de Notre Dame y sus alrededores, se centra en la historia de amor imposible entre la inocente Esmeralda (Patsy Ruth Miller), presentada como la niña pura de la novela, y el caballero vinculado a la corona, Phoebus. Ella es una zíngara, aunque se explica que sus orígenes son de una buena familia y que fue secuestrada por dos mujeres gitanas, y él es un caballero del rey, a punto de casarse con una dama de la corte. Para que la historia entre los dos pueda terminar felizmente hace falta la intervención del desgraciado campanero para proteger a Esmeralda y acabar con aquel dificulta la relación, Jehan, vinculado a los poderosos y a la catedral por su hermano, Claude, el archidiácono. El personaje del malvado en la novela es, en realidad, el archidiácono de Notre Dame, pero aquí pierde su identidad, y es su hermano el que ejerce el mal. Así la Iglesia queda desvinculada de la maldad de la corte y sus aristócratas, esto no ocurre en otras versiones.

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Unión Pacífico (Union Pacific, 1939) de Cecil B. DeMille

El trío protagonista de Unión Pacífico, aventura y emoción continua.

Que Cecil B. DeMille sabía perfectamente lo que era el sentido del espectáculo es un tópico que se repite mucho al referirse a su persona…, pero es una afirmación real. A sus epopeyas bíblicas e históricas, se unía su afán por reflejar una imagen de América con altas dosis de épica y conservadurismo…, pero con películas no solo amenas sino muy bien construidas. Por eso en la filmografía de DeMille no podía faltar un western épico, donde hay buenos y luchadores que construyen un país prospero, unos malos malísimos que tratan de impedir todas las buenas cualidades de una nación… y unos indios salvajes, que son amenaza y obstáculo para el progreso, y que no se pierde ocasión para presentarlos fieros, pero también ridículos e ignorantes. Aun así, Unión Pacífico no solo es una película espectacular y entretenida, sino también intensamente emocionante, con un buen empleo del lenguaje cinematográfico, unos efectos especiales espectaculares y una galería de actores principales y secundarios que contribuyen a implicar al espectador en la trama.

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Dos estrenos y un clásico. Los Hollar (The Hollars, 2016) de John Krasinski / Rara (Rara, 2016) de Pepa San Martín / El secreto de Santa Victoria (The Secret of Santa Vittoria, 1969) de Stanley Kramer

Los Hollar (The Hollars, 2016) de John Krasinski

Los Hollar

Las películas-medicina sientan bien después de su visionado y su efecto perdura en el tiempo según la intensidad de los efectos secundarios. Los Hollar es una de ellas. De pronto, una tarde entras a la sala de cine sin esperar nada, y sales con una sonrisa que no esperabas. John Krasinski, como director, actor y también productor, disecciona a una familia, los Hollar, en un bache existencial donde parece que todo se quiebra, se diluye y se desploma, donde parece que no hay salida posible o solución. Por una parte la crisis económica que hunde a pequeños empresarios que se han pasado la vida trabajando como mulos; por otro la enfermedad que rompe dolorosamente y por sorpresa al pilar fuerte de la familia; y, por último, las crisis existenciales de un treintañero y un cuarentón (uno se asusta ante las responsabilidades y el futuro profesional, y otro trata de levantarse después de haber fracasado en varios terrenos…).

Dos claves para disfrutar de Los Hollar: una buena mezcla de drama y comedia que alcanza así el equilibrio. De este modo nunca es amarga del todo, siempre hay un hueco para la risa (incluso la carcajada), pero tampoco se va por el lado del almíbar (pero alguna lágrima es difícil de reprimir). Y un grupo de actores encabezado por dos veteranos que hace que el espectador se interese por cada uno de los miembros de esta familia. El matrimonio Hollar no está pasando precisamente por un buen momento. Ella, Sally, es una mujer fuerte con una poderosa energía y él, Ron, es un hombre trabajador, aparentemente frágil pero que siempre trata de salir adelante molestando lo menos posible. Y estos personajes son conmovedores además de divertidos porque están dentro de dos grandes actores: Margo Martindale y Richard Jenkins. Solo por ellos merece la pena meterse en la sala de cine. Luego están acompañados por los dos actores que hacen de sus hijos: el propio director, John Krasinski, y Sharlto Copley. Y el que sorprende es un divertidísimo Copley como hermano cuarentón fracasado, que ha vuelto a la vivienda de sus padres.

Los Hollar es una de esas películas de la que no esperas nada, de la que apenas has oído, y de pronto te das cuenta de que te ha proporcionado un buen chute de energía para enfrentarse a la vida.

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Ciudad de conquista (City for Conquest, 1940) de Anatole Litvak

Ciudad de conquista

Un sin hogar (Frank Craven) se convierte en el narrador omnisciente de Ciudad de conquista. Es él quien nos presenta el caos de una gran ciudad como Nueva York para terminar centrándose en pequeñas historias que se desarrollan en sus calles. El sin hogar nos lleva de la mano para que conozcamos la infancia de los protagonistas, y cómo la ciudad marca sus vidas. Este personaje desemboca en un barrio humilde y bullicioso… y nos presenta a los personajes, como niños: Googi, un niño superviviente que tiene hambre y se busca la vida en las calles; Peggy, una niña que tiene claras sus aspiraciones: llegar a ser una gran bailarina; Danny, un niño noble, que ama su barrio, sus amigos y que quiere y protege a Peggy incondicionalmente, sin excesivas aspiraciones, pero que sabe defenderse cuando es necesario; y su hermano Eddie, que desde pequeño trata de formarse para ser un buen músico… Y de pronto una larga elipsis y ya todos los niños son adultos jóvenes. Ahí empiezan sus historias en la ciudad y, de vez en cuando, retomaremos el rostro del sin hogar, ese narrador que siempre está presente, como testigo anónimo… hasta el final, en que todos vuelven a ser engullidos por las calles… pero ya hemos conocido y vivido su historia.

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Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965) de Alexander MacKendrick

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Alexander MacKendrick es de esos directores que atesoran una filmografía mínima pero con una personalidad arrolladora. Y su limitada filmografía tiene que ver con su personalidad artística. Al no sentirse totalmente libre a la hora de emprender sus proyectos cinematográficos, prefirió continuar su carrera como profesor de cine (de hecho hace relativamente poco se ha publicado en castellano, On film making, una recopilación de los apuntes que facilitaba a sus estudiantes en su clase de cine… Qué ganas de conseguirlo y leerlo).

Suele ser recordado como el director de El quinteto de la muerte. Pero en su filmografía hay obras tan imprescindibles como Chantaje en Broadway o la película que hoy comentamos, Viento en las velas. En la Red se puede encontrar a veces información jugosa e interesante sobre cine y hace un tiempo me topé con una entrevista que realizó en el año 1988 Antonio Castro a Alexander Mackendrick (se puede encontrar en la revista online Miradas de cine). Ahí Mackendrick explicaba a la perfección la génesis de esta película, las dificultades y sobre todo por qué él no estaba satisfecho con el resultado final. Sin embargo su entrevistador muestra su admiración por la película (y también argumenta el porqué) pero el realizador le ofrece sus argumentos para ‘menospreciar’ su obra. Es de esas entrevistas que son toda una lección de cine. Aun leyendo todos los peros del realizador, me pasa algo similar a cuando Hitchcock critica negativamente en su mítica entrevista con Truffaut a El proceso Paradine, yo siento una película interesantísima para analizar y disfrutar. Viento en las velas ha sido de esas películas que persigo y persigo y que finalmente un día me encuentro, la visiono y se convierte en una buena sorpresa.

En esa lección de cine que da Mackendrick en la entrevista antes mencionada, el director explicaba cómo un crítico de cine reconocía un tema que unía a las películas de su corta filmografía (de la que aún me queda mucho por ver), “el poder destructivo de la inocencia y de los inocentes”. Y ese es un tema que me atrae poderosamente y efectivamente pulula alrededor del Viento en las velas, que es una atípica película de piratas. Piratas y una recreación muy especial del mundo infantil. Los niños del Viento en las velas tienen su propio universo, con sus códigos y conductas, que desbaratan y convierten en caos el mundo adulto. La infancia se transforma en una amenaza, en un mundo desconocido. Los hermanos protagonistas actúan inconscientemente, la vida es un juego y en ese juego los adultos tienen que entrar con sus reglas… Y en ese juego la inocencia adquiere otros significados. En ese juego todo es posible, y todo es distinto, hasta la muerte se siente de otra manera. Ese juego trae la perdición del mundo adulto, en este caso de los piratas… El capitán Chávez (Anthony Quinn) va conscientemente al pozo pero absolutamente atraído y nostálgico de ese mundo infantil. Es el único que entiende el enfrentamiento anárquico que se ha producido entre el universo infantil de unos niños que se mueven libremente con otras reglas totalmente diferentes y el mundo adulto representado por los propios piratas (y posteriormente por ese mundo civilizado en el que los niños terminarán domesticados y poniendo máscaras a su naturaleza…).

Siguiendo las palabras del director, expresa su disgusto porque para él la novela que adapta la película (Huracán en Jamaica de Richard Hughes) es una obra maestra y para él la película no está a su altura…, una afirmación de la que no puedo opinar pues no he leído la novela. Lo que sí puedo afirmar es que Viento en las velas es una película apasionante que ofrece miradas muy ricas (y complejas) y presenta de manera muy especial el universo infantil enfrentado al adulto. Así desde el primer momento, la escena de la tormenta, hasta el plano final, consigue un matiz inquietante. Frente una aparente película de piratas con niños inocentes, Mackendrick nos está mostrando una historia mucho más negra y terrorífica pero absolutamente hipnotizante.

La culpa de no conseguir una obra cien por cien como la quería el realizador, la tiene el productor (Zanuck) y las discrepancias con el guion. Mackendrick luchó (junto a Anthony Quinn) para realizar cambios al guion original, un guion mediocre que pretendía convertir esta película en una de piratas del montón, eliminando los matices especiales. Realmente logró realizar un guion más afín a su idea de Viento en las velas. Pero finalmente Zanuck impuso a otro guionista… y Mackendrick luchó por mantener algunos matices, que se respetaron, pero el nuevo guionista también quiso ‘agradar’ al productor. Así que lo que sobre todo desencanto al creador fue la modificación del punto de vista. Él había concebido toda la película desde la mirada infantil. En el guion resultante (y por tanto en el resultado final de la película) también está la mirada de los adultos (la de Zac, el ayudante fiel del capitán Chávez y la del propio capitán… James Coburn y Anthony Quinn). Esa mezcla de puntos de vista ofrece matices interesantes a mi parecer a la película y miradas especiales… pero ciertamente con el único punto de vista de Mackendrick quizá la película podría haber sido más especial y reveladora.

Viento en las velas es ágil en el uso de un humor siniestro, una especial representación del mundo pirata y una imagen genial del mundo infantil. El tono de la película queda totalmente claro desde el principio con la entonación de una macabra canción infantil (algo que tampoco gustó en absoluto a su director, fue una imposición de montaje, pero que a mí particularmente me parece un buen acierto). Viento en las velas es rica en situaciones, personajes y relaciones que se establecen. Y es imposible no sucumbir ante la extraña complicidad que surge entre una de las niñas, Emily, y el capitán Chávez. Una extraña complicidad trágica que acaba con la mirada inocente de una niña sin remordimiento alguno…

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