Josef von Sternberg en el cine mudo. La ley del hampa (Underworld, 1927)/La última orden (The Last Command, 1928)

Josef von Sternberg fue un creador de ambientes y atmósferas que fueron evolucionando al exotismo y al escapismo. Su cine en blanco y negro era entrar en otro mundo, otro universo. Un director con una mirada especial. Cuando rodó en Alemania El Ángel Azul, descubrió a Marlene Dietrich y los dos crearon un binomio artístico en un mundo exótico. Luego Sternberg fue cayendo en olvido y su musa siguió convertida en leyenda. Pero antes de Marlene, existió un Von Sternberg que ya arriesgaba, innovador y con una personalidad creativa arrolladora. Un director que aunque reflejara los bajos fondos y las más bajas pasiones, aunque el aire transportara la tragedia, permitía la posibilidad del amor fou, de la pasión más arrebatadora, de la huida posible… Y de sus atmósferas y su puesta en escena, surgía la belleza, una belleza al margen, inquietante, pero atrayente. Von Sternberg era capaz de reflejar la humillación de la manera más desgarradora y también la pasión y la entrega irracional al otro. Y de su cine surgían reflexiones complejas, incluso incómodas. Con La ley del hampa se convierte en el precursor del cine gánsteres y deja semillas de lo que será el cine negro…, pero siempre estará su mirada fascinante. Y en La última orden deja una compleja y pesimista reflexión sobre el cine dentro del cine y la revolución. Y en ninguna de las dos está Marlene y sí otra actriz que destacó también con Sternberg y que hoy campa en el olvido: Evelyn Brent, rodeada de plumas y perlas. Las dos películas son puro cine silente.

La ley del hampa (Underworld, 1927)

La ley del hampa

El trío protagonista de La ley del hampa… amistad, pasión y redención.

El germen del cine de gánsteres y de lo que sería también el cine negro está atrapado en los fotogramas de La ley del hampa. También es cierto que estaba la pluma incisiva de Ben Hecht, que visitaría más de una vez los dos géneros. Hecht como periodista sabía captar el pulso de la sociedad y los protagonistas de los periódicos eran los gánsteres y la ley seca. Así que más tarde o más temprano, iban a dar su salto a las pantallas de cine. Von Sternberg extrajo la esencia de ese mundo para encerrarlo en una atmósfera recreada. Y no fija el objetivo de su cámara en el ascenso y caída del gánster, sino en las relaciones de un trío formado por el gánster, su prometida y un alcohólico al que extiende la mano y se convierte en hombre de confianza.

Por lo tanto ya queda instaurado uno de los pilares de varias películas de gánsteres y posteriormente de películas de cine negro: los hilos entre el trío protagonista que suele devenir en tragedia. Los dos amigos con caracteres opuestos pero complementarios. Y la chica… entre los dos, que en La ley del hampa ya esconde características de futuras femme fatales, pero aquí con cierta inconsciencia. A pesar de la brutalidad del protagonista y su desequilibrio emocional ya se le pinta con cualidades que le hacen ganar la simpatía del espectador. En La ley del hampa, el gánster es Bull Weed (George Bancroft), un ladrón de bancos y joyas, que alardea de su fuerza, atrevimiento y bravura. Se cree dueño y señor de la ciudad, impune al mal. Es un bruto que es capaz de echar una mano a un niño hambriento o de dar de beber con su dedo a un gatillo o de ayudar a un hombre alcohólico que luego convierte en amigo, a Rolls Royce (Clive Brook). Es vital, bebe, ríe, se lo pasa bien, amigo de sus amigos… y da todos los caprichos a su novia Feathers McCoy (Evelyn Brent), que hace perder la cabeza a sus rivales.

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Mirada oscura a los años 50. Wonder Wheel (Wonder Wheel, 2017) de Woody Allen / Suburbicon (Suburbicon, 2017) de George Clooney

Wonder Wheel (Wonder Wheel, 2017) de Woody Allen

Wonder Wheel

Sueños rotos en Coney Island

En la filmografía de Woody Allen hay varios caminos y sendas. En 2013 abrió una con Blue Jasmine: el director buscó raíces e inspiración para contar historias en los grandes dramaturgos norteamericanos (aunque siempre vuela su amado Chejov e influencias literarias europeas, como August Strindberg, de la mano de su admirado Ingmar Bergman). Así en Blue Jasmine plasmaba las consecuencias de la crisis económica en una mujer y reinterpretaba Un tranvia llamado deseo de Tennessee Williams. Jasmine era Cate Blanchett, una dama del cine. En Wonder Wheel sigue esa senda, pero esta vez se va a los años cincuenta y realiza un ejercicio nostálgico sobre una América que se perdía en sus sueños, como ocurría en muchas piezas dramáticas de Eugene O’Neill, Tennessee Williams o Arthur Miller. Y también Wonder Wheel se empapa del cine de aquellos años, y su protagonista sueña con estrellas de cine y su hijo escapa de la realidad en las salas viendo películas. Ginny, una camarera en Coney Island, casada con el encargado del tiovivo…, pasea su infelicidad y se aferra a soñar, parece sacada de los melodramas de aquellos años con Lana Turner, por ejemplo. Pero también Allen deja gotas de cine de gánsteres y ese cine negro que juega con el destino de los personajes (uno de los grandes temas del cine de Woody Allen). Esta vez Allen también cuenta con el rostro de otra dama del cine: Kate Winslet.

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Ciudad de conquista (City for Conquest, 1940) de Anatole Litvak

Ciudad de conquista

Un sin hogar (Frank Craven) se convierte en el narrador omnisciente de Ciudad de conquista. Es él quien nos presenta el caos de una gran ciudad como Nueva York para terminar centrándose en pequeñas historias que se desarrollan en sus calles. El sin hogar nos lleva de la mano para que conozcamos la infancia de los protagonistas, y cómo la ciudad marca sus vidas. Este personaje desemboca en un barrio humilde y bullicioso… y nos presenta a los personajes, como niños: Googi, un niño superviviente que tiene hambre y se busca la vida en las calles; Peggy, una niña que tiene claras sus aspiraciones: llegar a ser una gran bailarina; Danny, un niño noble, que ama su barrio, sus amigos y que quiere y protege a Peggy incondicionalmente, sin excesivas aspiraciones, pero que sabe defenderse cuando es necesario; y su hermano Eddie, que desde pequeño trata de formarse para ser un buen músico… Y de pronto una larga elipsis y ya todos los niños son adultos jóvenes. Ahí empiezan sus historias en la ciudad y, de vez en cuando, retomaremos el rostro del sin hogar, ese narrador que siempre está presente, como testigo anónimo… hasta el final, en que todos vuelven a ser engullidos por las calles… pero ya hemos conocido y vivido su historia.

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Diccionario cinematográfico (214)

elpadrino

Tiros y tiroteos…: disparo de un arma de fuego…, disparar repetidamente armas de fuego contra personas y cosas. Tiros y tiroteos. Desde aquella escena de cine mudo, aquel primer western, Asalto y robo de un tren de Edwin S. Porte, que deja unos últimos fotogramas de un hombre disparando a pantalla… como si el tiro fuese directamente al espectador, los tiros y tiroteos han sido protagonistas de grandes momentos cinematográficos.

Nunca podré olvidar:

1. La muerte de Sonny Corleone en una emboscada en un peaje. Un montón de hombres con ametralladoras salen de las garitas y de un coche… y disparan sin dejar tregua posible. Sonny logra salir del coche, gritar y caer… quedando al final tan solo su cadáver en la acera. En silencio.

2. La muerte de Carlitos Way en la estación de tren. Huyendo de mil y un disparos… y al final, a punto de alcanzar un sueño, incapaz de sortear el balazo inesperado…

3. La muerte de un niño de un tiro tras una carrera desesperada para esconderse del ‘delincuente jefe’ del barrio, cerca del puente de Brooklyn. Y solo una palabra al adolescente amigo, “Me resbalé”. Después cierra los ojos… en Erase una vez en América de Sergio Leone…

4. La muerte de Bonnie y Clyde. Y esa mirada que se lanzan los dos antes de ser acribillados a balazos.

5. La no muerte de Butch Cassidy y Sundance Kid, un tiroteo donde sabemos que van a salir sin vida pero que justamente, con las bromas de siempre, cuando se enfrentan a ser acribillados a balazos sus imágenes se quedan congeladas y por lo tanto ellos convertidos en leyenda.

La historia de Bonnie y Clyde me recuerda que hay muchas parejas que han visto sus historias terminadas a base de tiros:

1. A veces se mataban entre ellos porque se odiaban y se amaban a la vez y claro eso es bastante complejo. Se traicionaban los dos y luego se fundían en un beso. Los que mejor lo hicieron fueron Perla y Lewton en su duelo al sol.

2. Obsesionados por las armas hasta el final, solos en el bosque y entre la niebla, y no dejan nunca de disparar… Eros y Tanatos se dan la mano. Ellos tienen el demonio de las armas dentro (mucho más ella)… Son Bart y Annie…

3. La pareja trágica que muere a balazos. A los dos les sigue la mala suerte. Lo único que pueden conservar es su amor pero no en la tierra. Así Fritz Lang lleva el romanticismo al extremo cuando dos amantes fugitivos solo viven una vez… Viajan en un coche, huyendo. Y ambos siguen soñando. Ella le enciende un cigarro, él tararea… Y al final de una curva la muerte en forma de policía con metralleta acecha. Eddie sigue conduciendo… hasta que su coche se choca. Y salen los dos malheridos. Las balas les han dado. Y Eddie toma a Joan en sus brazos… y los dos siguen huyendo enamorados. Pero los policías les alcanzan y uno, a través de la mirilla de su escopeta, da el disparo certero…

Y entonces me vienen a la cabeza los duelos con pistola. Los tiroteos en el lejano Oeste. O esos gánsteres que dejan su huella allá por donde pasan. Y me doy cuenta de que los tiros y tiroteos nunca dejan de salir en una pantalla blanca y de dejar momentos cinéfilos en la cabeza. Uno de los últimos pistoleros tiene el rostro de Ryan Gosling… en Drive, Cruce de caminos, Solo Dios perdona, Brigada de Élite… protagoniza tiros y tiroteos. Los da y los recibe.

Tiros y tiroteos… es la historia de nunca acabar.

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Alrededor de la muerte. El funeral (The funeral, 1996) de Abel Ferrara / El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005) de François Ozon

Muchas son las películas que tocan el tema de la muerte. Cómo enfrentarse a ella o cómo representarla. En la sesión doble que propongo hoy, la muerte se toca de diferente manera. En una se envuelve en todo un ritual, un doble ritual. El de la religión católica. Velatorio y luto. Doliente. Y el ritual por el que funciona la mafia italoamericana. El ritual de la violencia en cadena. En la otra el espectador se convierte en testigo de la intimidad de un personaje que decide enfrentarse a la muerte desde la soledad más absoluta. Al final ese recorrido duro será un canto a ese tiempo que queda lleno de momentos sencillos poblados de recuerdos, sentimientos y belleza.

El funeral (The funeral, 1996) de Abel Ferrara

elfuneral

… Abel Ferrara nos hunde en un relato cinematográfico oscuro, de luto, y de las partes más ocultas e instintivas del ser humano. Un relato cinematográfico contundente, seco. Ni siquiera nos aporta la información suficiente pero nos hundimos en una historia de muerte, venganza y empapado del ritual de la religión católica alrededor de la muerte. El mundo de los hermanos Tempio, un clan mafioso, parece que está impregnado del Dios cruel del Antiguo Testamento. Así solo hay sitio para una historia dolorosa, compleja y con el sentimiento de culpa siempre presente. Solo hay sitio para la tragedia.

La historia comienza con la entrada de un ataúd en el hogar del hermano mayor de los Tempio, Ray (Christopher Walken). El ataúd porta el cadáver del más pequeño de los hermanos, Johnny (Vincent Gallo). A la casa también acude el hermano mediano, Chez (Chris Penn). Todo está preparado para el velatorio. Al día siguiente será el entierro. Mujeres que lloran, mujeres de negro. Y los dos hermanos vivos que asumen de distinta manera la muerte a tiros del pequeño. Recuerdos del pasado. Recuerdos más recientes. El mayor, frío y calculador, solo piensa en la venganza. Y nada va a pararle. Quiere que la venganza tenga lugar esa misma noche. El mediano se hunde en un sentimiento de culpa, obsesiones, recuerdos y locura… Johnny era mafioso como ellos pero más joven y con un halo especial. El joven Johnny además de cinéfilo, no apostaba por el capitalismo salvaje. Él recoge la ideología del comunismo…, él entiende que para llegar a cierta ‘justicia social’ hace falta su ‘trabajo sucio’.

Entre rezos, lloros y comidas… en ese momento de espera donde el cadáver recibe visitas y lágrimas, transcurre la película. Ahí están también las mujeres de negro, las esposas de Ray y Chez (Annabella Sciorra e Isabella Rossellini), ambas conscientes de lo que puede suponer la muerte de Johnny. Una ya agotada de esa vida de venganzas y violencias, la otra intentando contener en cada momento la tortura interior y la locura del esposo.

Y de fondo la historia de tres hermanos unidos por la sangre. Esa unión es en la única que creen y la única que en el fondo les permite un cierto equilibrio. Cuando esa unión quiebra, el caos llega a sus vidas. Al final de la noche, explotará la tragedia por el camino más inesperado… La muerte siempre presente. Después del caos, la calma. Doliente.

El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005) de François Ozon

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Romain es un joven fotógrafo con éxito. Éxito en su trabajo. Éxito en su vida sentimental. Y querido por su familia. Una noticia trastoca todo su mundo. Romain no es perfecto. Le conocemos demasiado seguro de sí mismo pero bastante egoísta, narcisista y muy arrogante. Esa noticia es que le han detectado un tumor maligno muy extendido por todo su cuerpo y con muy pocas probabilidades de ser curado. El mundo de Romain se derrumba. Decide además no someterse al agresivo tratamiento. ¿Cómo enfrentarse a la muerte? Romain se enfrenta a todo y a todos y rompe de manera radical y de malos modos con todo lo que le rodea.

Después de la furia, viene la calma. La aceptación del tiempo que queda. El joven fotógrafo decide no decírselo a nadie de su círculo más cercano…, tan sólo a su abuela (Jeanne Moureau). A ella porque se parece a él. A ella porque está como él cerca de la muerte. Y a su manera, se va despidiendo de los seres queridos. También conoce a otros nuevos, a una joven pareja que le permite una especie de continuidad para cuando desaparezca… Que le permite no desaparecer del todo. Su cuerpo se va deteriorando con la enfermedad, y él, en silencio, y con una pequeña cámara va ‘rescatando’ momentos, personas y objetos que le importan. Vuelve a su cabeza, de manera recurrente, el niño que fue. Recupera una cierta belleza e inocencia, y eso le hace sonreír pero también llorar por el poco tiempo que queda. Recupera fotografías e imágenes del pasado. François Ozon emplea una emoción contenida para contar cada momento o conversación, cada gesto o mirada: con su joven amante, con su abuela, con su padre, con su hermana, con el doctor, con la joven pareja… Romain tiene el rostro de Melvil Poupaud que transmite mucho en cada fotograma (maravilloso también en Laurence Anyways de Xavier Dolan). Su deterioro físico es lento, en calma, casi imperceptible pero evidente… en un movimiento, en un gesto, en un cuerpo que se va quedando sin fuerza, cada vez más delgado.

Y al final, sin nada. Solo con su cámara, va hasta el mar. Solo queda el mar… y el sonido de las olas.

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Bajo los techos de París (Sous les toits de Paris, 1930) de René Clair

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… los tejados de un barrio de París… y una escena en un callejón. Un cantante callejero, acompañado por un acordeonista ciego, entona una canción popular, del momento, y vende a la vez la letra de la canción con la partitura. Los vecinos se reúnen alrededor de él e improvisa un coro en medio de la calle. De pronto René Clair consigue atrapar algo de manera sencilla y preciosa: un momento, un instante efímero pero lleno de vida. Los vecinos entonan la canción, hay distintas acciones y miradas… y presentaciones de los personajes. Puro cine.

Ahí nos encontramos a casi todos los protagonistas de esta sencilla, nostálgica y poética narración cinematográfica sobre los bajos fondos parisinos. Un universo poblado por callejuelas estrechas, bailes populares, bares o cafés, peleas nocturnas junto a las farolas y a las vías del tren, pequeñas habitaciones, reuniones de vecinos, escaleras donde habitan bohemios, carteristas, artistas, artesanos, ladrones de poca monta, inmigrantes…

En esta primera escena aparece la joven inmigrante Pola, el cantante callejero Albert, su amigo el carterista y Fred, el jefe de una banda de ladrones. Más tarde en la barra de un bar aparece también el mejor amigo de Albert, Louis. Una amistad en la que siempre se están divirtiendo, compitiendo, jugando y peleándose… Así la película mezcla situaciones de comedia sentimental, con gotas de melodrama y cine de gánsteres. Pero el cóctel es tan sencillo y poético que funciona.

Lo poético se encuentra en los detalles y matices: un espejo roto que se convierte en un símbolo del amor imposible que siente Albert por Pola o los tejados de París o el reflejo de la vida de los vecinos a través de sus ventanas…

Y con esa plasmación de los instantes y la vida, René Clair nos habla de las complejidades del amor. Así la dulce Pola se convertirá en la mujer deseada por tres hombres y el destino construirá una historia donde también intervendrá el azar y la amistad. Así Pola se encontrará en los brazos del mafioso Fred, del romántico Albert y del más pragmático Louis.

Después de una historia de vidas cruzadas donde alguno saldrá con el corazón partido y otro conseguirá el corazón de la chica… y alguno que otro terminará en prisión así como otros afianzarán sus lazos de amistad, no queda otro modo de terminar la historia que de nuevo mostrando un coro callejero… porque la vida continúa y los techos de París.

René Clair se enfrenta así a su primer largometraje con éxito internacional (aunque el mayor éxito fue en su país de origen Francia) y además emplea por primera vez el sonido en el periodo en que las películas habladas empiezan a dejar atrás el cine silente. Pero el uso del sonido es para ayudarle a contar la historia, se sirve del sonido pero todavía realizando un uso preciso del lenguaje puramente visual del cine mudo. Así no hay largos diálogos o conversaciones, la mayoría de las veces no escuchamos esos diálogos tapados por la vitrina de un cristal o por el sonido de un tocadiscos…o por el jaleo de una trifulca. Muchas de las situaciones Clair las sigue solucionando de una manera visual y el sonido sólo es un pretexto para contar algo más o para que en los barrios de París se oiga cantar a sus vecinos o se les vea bailar al son de la música. A pesar de la ausencia de diálogos la historia puede seguirse perfectamente pues sigue siendo puro cine silente con acompañamiento de sonido.

Bajo los techos de París es una recreación nostálgica y poética de un París de los bajos fondos donde los artistas conviven con los carteristas y con los que menos tienen junto los inmigrantes y bohemios en una armonía ideal. Y como siempre es el amor el motor de las vidas de muchos de sus personajes. El amor por una chica o la camaradería entre amigos o la solidaridad entre vecinos…

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10 razones para amar Atrapado por su pasado (Carlito’s way, 1993) de Brian de Palma

… siempre vuelvo una y otra vez a la historia de Carlito Brigante

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Razón número 1: flash back antes de morir

Carlito’s way comienza con una secuencia en blanco y negro donde vemos cómo disparan a un hombre al intentar subirse a un tren. Así le acompañamos en su agonía. Sabe que ha llegado la hora. Que va a cerrar los ojos para siempre. Y piensa. En todo el traslado a urgencias, donde van pasando frente a sus ojos distintas personas, su mirada se fija en un cartel a todo color con un mensaje, escapar al Paraíso. Así empieza uno de los flash backs más largos y melancólicos del cine de los años 90. Carlito’s way es un flash back antes de morir de un mafioso que recuerda cómo trató de redimirse, de huir de su vida pasada, de escapar al paraíso. Cuenta la historia de una redención.

Razón número 2: Carlito Brigante

Carlito Brigante es Al Pacino… y es imposible (o por lo menos para la que esto escribe) imaginar otro. Con su gabardina de cuero negro, sus gafas oscuras, su barba y su pelo negro. Su voz susurrante. Su sonrisa y su mirada. Su manera de andar. Sus botas con un poco de tacón, a la moda de los setenta. Su aire hortera. Sus cicatrices. Sus silencios. Su código de la calle y la supervivencia. Su cansancio. Sus ganas de seguir soñando. El mafioso convertido ahora en un héroe perdedor traicionado por todos. Su lucha por aferrarse a un sueño a toda costa. Su instinto de supervivencia. El hombre enamorado. Amigo de sus amigos. Carlito que renuncia a un pasado que se niega a despegarse de él. Su vida convertida en una carrera vertiginosa hacia la muerte…su conciencia de que alguna vez tiene que dejar de correr porque se está quedando sin batería… Mirar a un joven capo, Benny Blanco del Bronx (su desgracia), saber qué es él cuando tenía menos años y menospreciar ese pasado y esa forma de ser… (a nosotros, los espectadores, también nos cuesta pensar que fue alguna vez así…, lo fue). Encontrarse en la oficina de su discoteca, mirando todo lo que ocurre, y venirle a la cabeza al héroe cinematográfico representado por Humphrey Bogart, como si se encontrara de nuevo en el Rick’s café.

Carlito Brigante es un personaje de novela que nació de la mente de un juez de la corte suprema de Nueva York, Edwin Torres. Su familia llegó de Puerto Rico y vivió en barrios marginales de Manhattan. Se sirvió de sus conocimientos y experiencia en el mundo criminal para escribir dos novelas donde su protagonista de ficción era Carlito Brigante… que en pantalla adquirió los rasgos de Al Pacino que corría y corría en un universo creado por un vertiginoso Brian de Palma.

Razón número 3: Una historia de amor

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Y todo héroe perdedor que  se precie oculta un hombre enamorado. Se aferra al rostro de la mujer amada. A aquella que le mirará siempre igual. Que le conoce y le espera. Aquella a la que alguna vez rompió el corazón… pero por él mismo. Porque no podría soportar estar encerrado en una prisión (treinta años de condena, aunque al final se quedan en cinco) y no saber dónde se encuentra ella.

Carlito Brigante, el mafioso, el hombre duro de las calles, antes de ir a prisión anduvo enamorado de una bailarina que soñaba con triunfar en Broadway, Gail (una dulce Penelope Ann Miller). Después de cinco años vuelve a buscarla porque en la discoteca se fija en una chica que baila igual que ella. Y ahí está Gail que vuelve a mirarle igual. Con sus sueños rotos pero luchando… y que como Carlito, vuelve a ilusionarse

Brian de Palma nos regala una escena de amor, de esas que son dignas de una colección. Carlito sigue a su bailarina en un día de lluvia. Ésta entra en un portal para dirigirse a una clase de ballet clásico. Carlito ve que hay una azotea en el edificio de enfrente y que además están entrando unos vecinos y va corriendo. Sube a la azotea y se cubre de la lluvia persistente con una tapa de basura… y mira en el edificio de enfrente a través de la ventana a Gail bailando… suena El diálogo de las flores de Lakmé. Pero ésta no será la única escena donde hay un romanticismo latente y doloroso abocado al fracaso.

Razón número 4: Los amigos de Carlito Brigante

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El abogado amigo de la juventud del mafioso que ahora se ha convertido en otro gánster adicto a la heroína y que ha perdido la cabeza y el norte. Carlito sería capaz de todo por él. Capaz de todo por ese abogado judío (increíble Sean Penn) al que quiere con todo el alma pues le siente como mejor amigo. Le agradece estar fuera (pues ya se sentía un muerto en vida en prisión)… pero todo el mundo traiciona. Pachanga (Luis Guzman), el guardaespaldas, el chaval que siempre ha habitado en el barrio y que también tiene un exaltado instinto de supervivencia…, trabaja para quien tiene poder porque ese poder le va a mantener vivo. Lalin (hermoso Viggo Mortesen), un antiguo compañero de andanzas en los buenos tiempos de la heroína (ahora el reino de la droga es para la cocaína), que terminó con una bala en la espalda, la cárcel y una silla de ruedas… convertido en un chivato porque en silla de ruedas en la cárcel no eres nadie. Benny Blanco del Bronx (John Leguizamo), un joven puertorriqueño que sueña con ser otro Carlito Brigante al que admira como una leyenda pero termina odiándolo pues su sueño no sólo reniega de él sino que le humilla constantemente… Y él también sabe de supervivientes, de la ley del más fuerte, de luchas de poder y traiciones… El joven primo Guajiro, que estudia pero también trapichea que quiere presumir de tío que es una leyenda con unos ‘que son amigos de verdad’, unos amigos que no dudan en exterminarle de manera brutal y que no respetan ni leyendas ni pasados. Viejos gánsteres y esbirros que se encuentran al acecho de Carlito, vigilando todos sus movimientos, que no tendrán reparo alguno en eliminarle para seguir vivos en la jungla de asfalto…

Razón número 5: You are so beautiful

Joe Cocker canta con su voz rasgada y grave You are so beautiful… que suena entera en créditos finales y nos deja con un triste sabor de boca. Porque a Carlito sólo le queda soñar con un futuro que no vivirá donde Gail y su hijo quizá hayan alcanzado el Paraíso. Le hubiera gustado estar con ellos. Y la melancolía se apodera de toda la narración cinematográfica porque no deja de ser la historia sobre un sueño que se escapa para siempre… You are so beautiful…

Razón número 6: Años 70…

Y Carlito’s way nos trae los años setenta norteamericanos de los bajos fondos. Unos setenta plagados de desencantos, sueños rotos, drogas, sexo, alcohol, supervivencia y música para olvidar un mundo donde campa la delincuencia. Unos años setenta que llevan sus protagonistas tatuados en la indumentaria, en la discoteca Paraíso, en la música que escuchan y en la que bailan…

Razón número 7: Corre, Carlito, corre

Brian de Palma vuelve a hacerlo. Rueda cine. Domina el tempo, el ritmo y se muestra virtuoso y brutalmente visual en sus escenas de acción. Juega de manera magistral con el suspense y nos graba sus escenas en la memoria. Así la carrera con final trágico que hace correr a Carlito no cesa. Desde que entra con su primo Guajiro en ese billar de mala muerte al principio de la película, pasando por el rescate al mafioso en la cárcel- isla (que es prácticamente una pesadilla) a ese final magistral que comienza en el momento que Carlito vuelve a la discoteca Paraíso para recuperar su dinero y poder llegar a coger el tren con Gail para huir definitivamente del barrio… Toda esa secuencia final se encuentra llena de momentos geniales, no deja descanso ni a Carlito ni al espectador, para llegar al principio de la historia y devolvernos toda la tragedia de esa primera secuencia en blanco y negro.

Razón número 8: La redención de un perdedor…

Porque Carlito’s way no es más que la historia de un perdedor que reflexiona en los últimos momentos de su existencia. Y que envuelve toda su historia en un halo de melancolía, tristeza y desesperanza. Porque sabemos que no alcanzará su sueño… Y eso hace que su historia sea especial y que sepamos desde el principio que Brigante pierde. Que no llega a la meta…

Razón número 9: El Paraíso

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Y el sueño de Brigante siempre está presente. Desde ese cartel publicitario que dice o anuncia una escapada al paraíso. O cómo bautiza a la discoteca que le conseguirá el dinero para alcanzar su sueño, El Paraíso. Y ese sueño que siempre que lo cuenta provoca risa, el irse a una isla y alquilar coches. Un sueño que comparte y que imagina al lado de esa mujer soñada que no es otra que una bailarina… Y esa bailarina se cree el sueño porque ella ya odia el suyo porque la vida golpea. El mafioso y la bailarina se unen para escapar al paraíso y casi lo consiguen. Ahí está esa puerta con cadena que romperán para estar juntos o esos espejos que los reflejan… y los convierten en sueños inalcanzables.

Razón número 10: Sueños rotos

Pero al final toda la narración cinematográfica se convierte en un sueño roto de un hombre al que han disparado a muerte y se debate entre mantenerse lúcido o cerrar los ojos para siempre. Está tan cansado… La carrera ha terminado y se ha quedado sin batería.

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