… los tejados de un barrio de París… y una escena en un callejón. Un cantante callejero, acompañado por un acordeonista ciego, entona una canción popular, del momento, y vende a la vez la letra de la canción con la partitura. Los vecinos se reúnen alrededor de él e improvisa un coro en medio de la calle. De pronto René Clair consigue atrapar algo de manera sencilla y preciosa: un momento, un instante efímero pero lleno de vida. Los vecinos entonan la canción, hay distintas acciones y miradas… y presentaciones de los personajes. Puro cine.
Ahí nos encontramos a casi todos los protagonistas de esta sencilla, nostálgica y poética narración cinematográfica sobre los bajos fondos parisinos. Un universo poblado por callejuelas estrechas, bailes populares, bares o cafés, peleas nocturnas junto a las farolas y a las vías del tren, pequeñas habitaciones, reuniones de vecinos, escaleras donde habitan bohemios, carteristas, artistas, artesanos, ladrones de poca monta, inmigrantes…
En esta primera escena aparece la joven inmigrante Pola, el cantante callejero Albert, su amigo el carterista y Fred, el jefe de una banda de ladrones. Más tarde en la barra de un bar aparece también el mejor amigo de Albert, Louis. Una amistad en la que siempre se están divirtiendo, compitiendo, jugando y peleándose… Así la película mezcla situaciones de comedia sentimental, con gotas de melodrama y cine de gánsteres. Pero el cóctel es tan sencillo y poético que funciona.
Lo poético se encuentra en los detalles y matices: un espejo roto que se convierte en un símbolo del amor imposible que siente Albert por Pola o los tejados de París o el reflejo de la vida de los vecinos a través de sus ventanas…
Y con esa plasmación de los instantes y la vida, René Clair nos habla de las complejidades del amor. Así la dulce Pola se convertirá en la mujer deseada por tres hombres y el destino construirá una historia donde también intervendrá el azar y la amistad. Así Pola se encontrará en los brazos del mafioso Fred, del romántico Albert y del más pragmático Louis.
Después de una historia de vidas cruzadas donde alguno saldrá con el corazón partido y otro conseguirá el corazón de la chica… y alguno que otro terminará en prisión así como otros afianzarán sus lazos de amistad, no queda otro modo de terminar la historia que de nuevo mostrando un coro callejero… porque la vida continúa y los techos de París.
René Clair se enfrenta así a su primer largometraje con éxito internacional (aunque el mayor éxito fue en su país de origen Francia) y además emplea por primera vez el sonido en el periodo en que las películas habladas empiezan a dejar atrás el cine silente. Pero el uso del sonido es para ayudarle a contar la historia, se sirve del sonido pero todavía realizando un uso preciso del lenguaje puramente visual del cine mudo. Así no hay largos diálogos o conversaciones, la mayoría de las veces no escuchamos esos diálogos tapados por la vitrina de un cristal o por el sonido de un tocadiscos…o por el jaleo de una trifulca. Muchas de las situaciones Clair las sigue solucionando de una manera visual y el sonido sólo es un pretexto para contar algo más o para que en los barrios de París se oiga cantar a sus vecinos o se les vea bailar al son de la música. A pesar de la ausencia de diálogos la historia puede seguirse perfectamente pues sigue siendo puro cine silente con acompañamiento de sonido.
Bajo los techos de París es una recreación nostálgica y poética de un París de los bajos fondos donde los artistas conviven con los carteristas y con los que menos tienen junto los inmigrantes y bohemios en una armonía ideal. Y como siempre es el amor el motor de las vidas de muchos de sus personajes. El amor por una chica o la camaradería entre amigos o la solidaridad entre vecinos…
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