Sesiones dobles de verano (I). Niños: El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook / Laurin (Laurin, 1989) de Robert Sigl

Niños como protagonistas. Dos son los motivos para esta sesión doble. La primera, el fallecimiento de Peter Brook, una leyenda del teatro contemporáneo, que también construyó una breve e interesante filmografía. Por otra, el libro colectivo Lo que nunca volverá. La infancia en el cine me ha dado la oportunidad de recordar películas que llevaban tiempo en el baúl de pendientes y que tenía que desempolvar ya y también, por suerte, me ha descubierto nuevos títulos (no hay cosa que me guste más de los libros de cine: que me descubra más títulos que no puedo perderme).

Las películas elegidas son: El señor de las moscas, la adaptación cinematográfica de la novela de William Golding, que llevó a cabo Peter Brook (en el libro la reseña con buenas claves para el análisis es llevada a cabo por Snuff) y Laurin, largometraje de terror con aires de cuento infantil perverso, del realizador alemán Robert Sigl (analizado con sensibilidad especial por Laura Pavón). Ahora una vez vistas y disfrutadas, me dispongo a escribir lo que me han aportado.

El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook

Los niños, como metáfora de la organización social en El señor de las moscas.

El señor de las moscas es una película sobrecogedora, que muestra la esencia del ser humano en una historia protagonizada por niños. La lectura filosófica que ofrece de las personas y la organización social no es muy positiva ni idealizada. El planteamiento es sencillo: en plena Segunda Guerra Mundial, unos niños británicos son evacuados en un avión. En un accidente aéreo, terminan en una isla desierta sin adulto alguno. Los niños se organizan, esperando su rescate.

Peter Brook utiliza un blanco y negro elegante, se vale del paisaje salvaje de la isla, de un grupo de actores infantiles que ofrecen un abanico de matices increíble y una puesta en escena extremadamente sobria, que permite momentos sencillos, pero de una belleza especial. El relato lo va contando a base de secuencias, con principio, desarrollo y final, que van in crescendo en tensión y terror. Ya en los títulos de crédito muestra una mirada especial: la presentación del universo de lo niños en el lugar donde viven, el momento histórico en el que se encuentran y lo relativo al accidente es contado con fotos fijas, a lo La Jetée.

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Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2019)

En Tiempos de ninguna edad subimos a Naves silenciosas.

La imagen poderosa de Freeman Lowell (Bruce Dern), una especie de eremita jardinero y astronauta, en unas naves que salvaguardan la vida vegetal y algunas especies animales en mitad de la inmensidad espacial, con la esperanza de que algún día la tierra pueda volver a convertirse en un paraíso, asalta mi mente. Este jardinero espacial, desterrado del planeta, tiene una obsesión: cuidar y proteger los gigantescos invernaderos espaciales para asegurar un futuro próximo. Y por salvar la naturaleza será capaz de todo, incluso de la soledad más absoluta, aliviada por la compañía de tres rústicos robots. Freeman Lowell es uno de los protagonistas del último capítulo de Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos. Si en el primer ensayo ya analizado (Tierras de ningún lugar) proporcionaba un recorrido especial por la utopía y el cine, esta vez el camino a seguir lleva al lector a las distintas distopías que se han reflejado en la pantalla blanca. La distopía como advertencia o espejo del mundo hacia el que nos dirigimos con la mirada en el presente.

De hecho, Freeman Lowell, que abre el capítulo «La humanidad desterrada», se encuentra lejos de una tierra que ha destruido sus recursos naturales. Lowell, protagonista de la película Naves misteriosas (Silent Running, 1972) de Douglas Trumbull, es un soñador obsesivo: «¿Y no creéis que es hora de que alguien vuelva a soñar? ¿No es el momento de que alguien sueñe con un mundo mejor?». Y el ensayo de Antonio Santos está poblado de soñadores que tratan de rebelarse contra el sistema político y social generado en la distopía que habitan.

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Tierras de ningún lugar. Utopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2017)

Shangri-La, un espacio utópico de Frank Capra, de su película Horizontes perdidos. El ensayo de Antonio Santos propone un viaje a través de utopía y cine

¿Qué tienen en común películas tan dispares como El show de Truman, Horizontes perdidos, Brigadoon, La Misión, La taberna del irlandés, Almas de metal o Un lugar en el mundo? Todas tienen su lugar en este interesante ensayo de Antonio Santos, porque con cada una de ellas puede analizarse y tocarse un matiz de un término infinito en sus posibilidades: la utopía.

Hay una cita que siempre me ha perseguido y que recoge también esta obra. Su autor es el uruguayo Eduardo Galeano y dejó las siguientes palabras: “¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar”. Y ahí está el quid de la cuestión, la humanidad siempre ha tratado de idear un “mundo feliz”. Y en ese espacio solucionar todos los males que nos aquejan. Esos mundos felices se han escrito e imaginado, y algunos incluso se han intentado formalizar, convertirlos en reales. En estos “experimentos utópicos” se ha visto la fina línea entre el “mundo feliz” y el paso a la distopía (fruto también de un ensayo del mismo autor, al que dedicaré, una vez finalizada su lectura, también unas líneas). El secreto de la validez de la utopía es la capacidad del ser humano para soñar y para querer mejorar, avanzar hacia un mejor mundo posible. La utopía permite al hombre pensar y buscar soluciones para una sociedad armónica, capaz de solucionar y lidiar problemas y conflictos, así como de crear espacios adecuados para la felicidad de todos los seres vivos. Un lugar donde exista la armonía entre el ser humano y la Naturaleza… entre las personas y el mundo que les rodea.

Los espacios utópicos, sean fruto de la imaginación o sean reales (esos intentos de formalizarlos), son lugares aislados y únicos. Y finalmente reflejan la sombra o parte oscura de ese mundo perfecto y feliz, el sacrificio para mantener la armonía es no poder dar una nota discordante. La uniformidad puede ser la nueva cárcel.

Antonio Santos (doctor en Historia del Arte, y también especialista en cine) realiza un itinerario apasionante por esas tierras de ningún lugar, dibujando un mapa imposible con paradas soñadas a lugares imaginarios, experiencias prometedoras y fallidas y al entendimiento de diferentes conceptos utópicos, que también han trazado una original manera de analizar la Historia. Utopía y cine, dos conceptos que se dan la mano.

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Regalo de Navidad. Decálogo cinéfilo para la vida

Este es un regalo (un decálogo cinéfilo) y un deseo de unas felices fiestas, que además van a dar paso a un nuevo año, 2017, donde la vida sigue… y quizá, solo quizá (adoro este adverbio), pueda ser un poco más hermosa. Por lo menos ahí seguirán las películas…

Paterson

1. Hacer del día a día un poema cotidiano

Y esto es posible tal y como demuestra el Paterson de la película de Jim Jarmusch (que a su vez crea un poema visual urbano). Un conductor de autobús que vive su día a día y rutina, pero con una mirada muy especial. Lo cotidiano se convierte en verso. Cada gesto tiene su variación, y significado. Tiene un cuaderno secreto donde extrae poesía de una caja de cerillas, de un recuerdo de infancia, del sonido del agua cuando cae de una cascada o del amor que siente hacia su compañera de vida, Laura.

2. Extraer la belleza… de un mundo cada vez más hostil

Parry, el sin hogar, protagonista de El rey pescador vive rodeado de hostilidades. Un mundo duro, que no solo no lo mira o lo rechaza, sino que lo deja continuamente al margen con su locura. Sin embargo, él se empeña día a día en extraer la belleza. Un día paseando con su amada (una tímida editora de novelas baratas) en su primera cita, Parry coge un alambre del suelo (chatarra, basura)… y con sus manos nerviosas le regala una preciosa y pequeña silla. O en un manicomio o en una sala de urgencias donde solo hay desolación, él reúne a todos, con grandes dosis de energía y entusiasmo, para que canten I like New York in june, how about you?

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Ciclo de cine y debate Tánatos en lo cotidiano, en La Casa Encendida

Nuestro último verano en Escocia

Como todos los años, con ilusión y pasión, un ciclo se prepara con todos los cuidados en el mes de julio en La Casa Encendida. Y siempre se espera transmitir ese cariño en cada una de las sesiones. Para que sepáis el horario, los días y toda la información que os haga falta os facilito el link (pinchar aquí). Este año el tema es Tánatos en lo cotidiano… porque si de algo estamos seguros en esta vida, y todos lo sabemos, es que esta se acaba. Pero parece como que hoy en día no apetece hablar o reflexionar sobre ella, ni visibilizar unos momentos y unas emociones que no vamos a poder evitar. Sin embargo inevitablemente siempre están presentes ciertas preguntas y cuestiones: ¿cómo enfrentarse a la muerte?¿Cómo asimilar la ausencia del ser querido?¿Cómo despedirse?¿Cómo pasar el duelo? ¿Cómo afrontar una muerte digna?¿O como entender, algo que es más cotidiano de lo que quisiéramos, el suicidio de una persona amada?¿Cómo se siente la muerte de un padre o un hijo? ¿Cómo vivir la enfermedad o el accidente del ser querido?… El cine ofrece múltiples miradas y reflexiones sobre ese Tánatos que visita nuestras vidas cotidianas. Por una parte los espectadores se encontrarán con la proyección de siete películas que tocan distintos aspectos sobre la muerte y por otra debates con personas preparadas para enfocar el tema de la muerte desde el punto de vista de la filosofía, la sociología y la psicología o para ahondar en cómo el cine puede enfocar este tema y también para dar respuesta a ciertos aspectos de los que cuesta más hablar: cómo entienden los niños la muerte o cómo acercarles estas cuestiones o tratar de entender una realidad tan compleja como dolorosa, los suicidios.

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Paulina (La patota, 2015) de Santiago Mitre

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El director Santiago Mitre parte de una película ya realizada, es decir, Paulina es un remake de La patota de Daniel Tinayre en el año 1960. Pero lo que hace el director argentino es cambiar el posicionamiento desde el que la protagonista, llamada Paulina, decide actuar ante un acto violento que da un giro a su vida. La Paulina (Mirtha Legrand) de Tinayre se mueve por motivos distintos que la Paulina (Dolores Fonzi) de Mitre. La patota (que así se llama el original y también el remake pero aquí se ha preferido emplear el nombre de la protagonista como título) es un término lunfardo que se refiere a una pandilla de muchachos marginales o que realizan actos vandálicos y estos muchachos son los que motivan el dilema moral, el conflicto. Paulina no es una película cómoda en su planteamiento porque para el espectador no es fácil posicionarse con ninguno de los protagonistas de esta historia.

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Irrational man (Irrational man, 2015) de Woody Allen

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Irrational man de Woody Allen sigue dentro de su trayectoria cinematográfica la senda de Delitos y faltas, Misterioso asesinato en Manhattan, Match Point, El sueño de Casandra, Conocerás al hombre de tus sueños… con la silueta de Alfred Hitchcock planeando sobre ella y el reciclaje de las obsesiones del director: las dificultades en las relaciones personales, el enamoramiento y desenamoramiento, la fuerza del sino o el destino, el vacío creativo…, así como la importancia de las decisiones y la capacidad de los hombres para protagonizar el acto más moral o el más inmoral y también la importancia de la suerte o la capacidad del hombre para ilusionarse… Todo mezclado con el papel de la filosofía y la literatura en la vida cotidiana (tema apasionante en la filmografía de Allen).

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Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight) de Woody Allen

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Sophie (Emma Stone) percibe “impresiones mentales” que le hacen adivinar los secretos ocultos del alma de toda persona que se relaciona con ella. En ella, en esa joven, está el misterio, lo inexplicable de la vida, y lo demuestra en sus sesiones de espiritismo en las que logra conectarse con el más allá. Así Woody Allen vuelca también sus “impresiones mentales” en su última película Magia a la luz de la luna y bajo una aparente y sencilla comedia de amor, emulando a las screwball comedies y la guerra de sexos, filosofa sobre los grandes temas que le han preocupado siempre a lo largo de su filmografía.

Así Woody Allen vuelve a hacer un viaje al pasado, a los locos años 20, a Europa (ya lo hizo hace relativamente poco en Midnight in Paris) y nos presenta a un mago racional y pesimista, ególatra y narcisista (elegante Colin Firth)… que trata de desenmascarar a una joven médium y a su madre que están, en teoría, engañando y desplumando a una millonaria familia. El encargo viene de otro mago, mejor y único amigo del protagonista y amigo a su vez de la supuesta familia estafada. Así que Stanley, que así se llama nuestro escéptico mago, se ve enredado en la mirada y la sonrisa de Sophie. De pronto, ella con su misterio y como portadora de lo inexplicable da un sentido a la vida, una explicación posible a la nada, una esperanza… Y el escéptico se siente vencido y arrebatado. De pronto descubre que quizá no todo es tan lógico y a la vez tan sin sentido, y que tal vez haya más magia de la que imagina.

La presencia de la magia o del espiritismo no es nuevo en la filmografía de Woody Allen. Es como si el director tratara de que sus personajes lograran una cierta tranquilidad en su relación con lo inexplicable, alimentando esperanzas. Como si lo racional y lo lógico no hiciera feliz a sus personajes y sí dejarse llevar por lo misterioso, por lo que el ser humano no puede explicar pero siente que está ahí, por esas “impresiones mentales” que emanan por el aire. Así Allen se ha dejado llevar por la magia y el espiritismo o incluso por los viajes en el tiempo en La maldición del escorpión de sangre, Scoop o Conocerás al hombre de tus sueños… Personajes que encuentran un motivo para vivir e ilusionarse.

Así Allen crea un inteligente debate sobre la razón y lo espiritual bajo una aparente sencillez (y parece que este debate está últimamente en varias películas en cartelera pero en forma de ciencia ficción). Y esa sencillez hace que nos metamos de lleno, tanto en la descripción de los personajes como en los acontecimientos que transcurren, en una elegante screwball comedy con guerra de sexos de fondo. En Sophie y Stanley hay ecos de grandes comedias clásicas dirigidas y escritas por Preston Sturges o dirigidas por Mitchell Leisen o Howard Hawks. Sophie es el elemento discordante, que viene de otro lugar y de otra clase social, a poner patas arriba el mundo de unos excéntricos millonarios. Y sobre todo a desmoronar la ordenada y construida vida de Stanley, mago de éxito (pero como una profesión cualquiera que tiene su fruto por el arduo trabajo) y a punto de casarse con la mujer más perfecta y racional que existe. Sophie siembra un delicioso caos, como buena heroína de un screwball. No puede faltar la alegría chispeante de una canción de Cole Porter ni el disparate siempre presente en este tipo de comedias con personajes tan especiales como un joven millonario que canta fatal con un ukelele a su amada, y nunca se agota, o su madre que es feliz al poder hablar desde el más allá con su señor marido y preguntarle si alguna vez le fue infiel… O una tía encantadora, excéntrica y solitaria que conoce como nadie a su en el fondo triste sobrino…

Todo regado con un romanticismo elegante donde no falta la tormenta que obliga a Stanley y a Sophie a ocultarse en un observatorio. En un momento dado, pueden ver el cielo estrellado. Stanley le ha explicado a Sophie que esta visión le parecía amenazadora cuando era un niño. Como si el Universo le aplastara y fuera evidente su insignificancia y lo incomprensible del mundo. Sophie mira ese cielo y le pregunta que si realmente le parece amenazador, que si no lo ve simplemente romántico… ¿Hay forma más sencilla e inteligente de reflejar la magia a la luz de la luna? ¿Hay forma más sencilla e inteligente de mostrar la convivencia entre lo racional y lo espiritual?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

De cine. Aventuras y extravíos de Eugenio Trías (Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2013)

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Apenas acabo de cerrar las páginas del último libro que escribió el filósofo Eugenio Trías. Un libro sobre cine. Un libro donde se despliegan ocho interesantísimos ensayos sobre la obra cinematográfica de ocho directores. Ocho ensayos en los que Trías decide reflexionar sobre lo que convierte a estos directores en creadores de un universo propio. Ocho ensayos donde Trías comparte su ‘mirada’ y aporta ventanas y puertas para acercarse de nuevo a las películas de estos creadores.

Si el libro me llegó el jueves hasta hoy no he parado de inmiscuirme en sus páginas. Y lo he disfrutado. No había leido nada de Eugenio Trías, filósofo… pero el cinéfilo me abre puertas. Y sí que sabía que una de las cosas sobre lo que reflexiona es sobre lo bello, lo siniestro, la pasión… y todo esto lo vuelca en su visión al universo de estos creadores.

Como bien explica Trías en el prólogo se deja llevar por su canon personal para elegir a los directores. “… Aquellos que mejor corresponden a mi mundo personal”. Y después comparte un hermoso epílogo en el que propone su propio canon de películas imprescindibles “que en este momento osaría fijar” y expresa que va a señalar “diez constelaciones” cada una con su película predominante. Y la primera es Vértigo, para él la más hermosa y compleja de todas las que nombra.

Así Eugenio Trías acerca su mirada personal a Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Orson Welles, Francis F. Coppola, Andréi Tarkovski, Ingmar Bergman y David Lynch. Desde los títulos de los ensayos (¡ay, el importante arte de titular! Que cómo se descuida a veces), Trías trata de plasmar lo que significa el universo creativo de cada director que analiza. Y de cada uno, para ir construyendo su tesis, destaca una galería de películas que complementan sus reflexiones.

De Fritz Lang (Fritz Lang: Naturaleza y ciudad) toca varios elementos como el reflejo de la ciudad (la ciudad de la superficie y la de los fondos como se plasma en Metrópolis) y la naturaleza a lo largo de su filmografía. Cómo afecta y repercute el destino en los personajes de su obra cinematográfica. La plasmación del hombre-medio, del Juan Nadie. El comportamiento de las masas. Las reflexiones sobre el totalitarismo… Y las ganas de ver una de las pocas películas que me quedan por conocer de su filmografía, Más allá de la duda.

Respecto Hitchcock (Alfred Hitchcock: Grandes mansiones e historias de amor), además de mostrarse absolutamente enamorado y apasionado por Vértigo, hace hincapié en que en sus historias no es importante el suspense sino las historias de amor que las sustentan. Y también hace énfasis en el entorno donde se desarrollan muchas de ellas, la importancia de las mansiones, las casas.

Con Kubrick (Stanley Kubrick: La inteligencia y sus fantasmas) realiza un interesante estudio en el que señala cómo todo tiene un porqué en el cine del realizador que construye obras perfectas donde suelen reflejarse mentes poderosas que sufren algún tipo de alteración. Y esa alteración puede conducir al desastre y a la locura. Las miradas del filósofo dejan puertas abiertas a interpretaciones muy interesantes para volver a visionar El resplandor (y la importancia de los fantasmas) o Eyes wide shut (convirtiéndose en un ferviente defensor de la obra póstuma de Kubrick).

Con Welles (Orson Welles: Hombres huecos) me abre los ojos sobre una realidad que une gran parte de la filmografía del director (y de la cual no había sido consciente hasta que la he visto escrita), la presencia como protagonistas de “hombres huecos” (y mujeres también) refiriéndose a toda una galería de personajes “vacíos por dentro, helados en su temperatura emocional y moral, nihilistas convictos, basculando entre un toque de maldad y una conducta decididamente asesina”… Y reivindica como película de cabecera de Welles, El cuarto mandamiento.

De Coppola (Francis F. Coppola: Mundo aparte) señala la capacidad de éste para en cada película crear un mundo aparte: desde el universo de Corazonada (con el que se arruinó) hasta la bajada a los infiernos, al horror, en Apocalypse Now. Realiza análisis ricos e interesantes de Drácula, de Bram Stoker (que reivindica frente al mal acogimiento que tuvo en su momento de la crítica y la defiende como una historia de amor fou), se muestra partidario (y estoy totalmente de acuerdo) de mostrar El Padrino III como pieza muy importante y cierre perfecto de la trilogía y despierta las ganas de volver a disfrutar de la riqueza y complejidad de La conversación.

Del cine del ruso Tarkovski (Andréi Tarkovski: Evidencia de los sueños) hace un canto a su manera de emplear el tiempo en sus largos planos y centra la peculiaridad de su cine en la manera de presentar los sueños o lo onírico en sus películas sin que el espectador llegue a distinguir de manera clara dónde empieza el sueño y termina lo real o viceversa. Y la angustia que puede crear (o el extasis y entrega a su obra cinematográfica) no saber si lo que se está viendo es el mundo del sueño o el mundo real.

Con Ingmar Bergman (Ingmar Bergman: catástrofes y contratiempos) se realiza un recorrido por muchas de sus películas para demostrar su versatilidad para contar sus historias y temáticas. Su ‘dedicación’ a las trilogías… y el gran leitmotiv de su obra, para el filósofo: en todos los géneros que toca sus personajes rondan o actúan ante una catástrofe (amenaza) o un contratiempo que da un giro a sus vidas… Así habla de desdoblamientos, espejos, marionetas, locuras, sueños y otros asuntos que pasean por cada una de sus películas.

Y, por último, escribre sobre el universo de David Lynch (David Lynch: Ciudades y avenidas de la libido). Trías reconstruye su obra cinematográfica dando marcha atrás. Parte de su último largometraje, Inland Empire hasta llegar a Cabeza borradora (y más atrás) para reconstruir el puzle de la creación artística del director que pulula entre lo bello y lo siniestro. Y realiza una defensa a una de las películas más denostadas de Lynch, Twin Peaks, fuego camina conmigo (1992) y me despierta las ganas de verla (algo que nunca he hecho… fui una de las seguidoras de la serie).

Cierro las páginas de un libro que he disfrutado. Y pienso en cómo Trías sigue ahí en su última obra proporcionando a sus lectores un montón de aventuras y extravíos que conducen a otros universos, creaciones, posibilidades y mundos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

The Master de Paul Thomas Anderson

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En el mismo año que John Huston mostraba en un documental, Let there be light (1946), los traumas que provocaba la guerra en un grupo de soldados, Edward Dmytryk estrenaba una película, Hasta el fin del tiempo (Till the end of time), donde en clave de ficción se narraba la dificultad con la que se encontraban tres soldados para incorporarse a la sociedad civil después de la contienda. En la película de Dmytryk se incorporaba una escena final escalofriante en la que un grupo de hombres en un bar trataban de captar a los tres protagonistas, totalmente desubicados, para formar parte de una asociación que presumía de querer ‘arreglar’ América pero exigía unos requisitos para pertenecer a ella: “ni negros, ni judíos, ni católicos”. Este hecho sirve para despertar a los tres excombatientes que pelean contra estos hombres y su naciente fascismo (paradojas de la vida, contra lo que se había combatido) y como revulsivo para volver a la sociedad como ciudadanos libres.

Diez años después Nicholas Ray dirigía Más poderoso que la vida (Bigger than life) donde un padre de familia de clase media cae bajo los efectos de una droga y se transforma en un personaje tiránico y ultrareligioso. Ray de esta manera advertía sobre los sentimientos ocultos pero latentes en la sociedad de clase media norteamericana de los años cincuenta (american way of life). Una sociedad que partía de unos comportamientos enfermizos capaz de generar intolerancia, crueldad, fanatismo religioso y crear un vacío a todo aquel que supone una amenaza de ese ‘orden’ porque vive, piensa o siente de otra manera. Curiosamente Let there be light no la distribuyó el Ejército de los Estados Unidos (pues fue encargado por este organismo a Huston) hasta 1980, Till the end of time cayó pronto en olvido y trajo problemas a su realizador durante la Caza de Brujas, y por último, Bigger than life es de las películas más olvidadas de Ray. Sin embargo las tres documentan y analizan un periodo histórico de Norteamérica, un periodo que trata de ser ocultado pero que está ahí, que existe, y que constituye parte del alma de un país. Paul Thomas Anderson sigue esta estela incómoda, esta forma de contar la historia, ese relato que comienza después de la Segunda Guerra Mundial donde un país traumatizado levanta sus cimientos para continuar. Y así entendemos el surgimiento de grupos religiosos y políticos, el american way of life, el anticomunismo que desemboca en la Caza de Brujas, los primeros cimientos para la Guerra Fría…

Paul Thomas Anderson sigue así su trayectoria de cronista histórico de América  pero desde una perspectiva especial. Disecciona los mecanismos de poder y sus efectos perniciosos, las complejas relaciones humanas en una comunidad determinada, la psicología oscura del ser humano, y la vulnerabilidad y fragilidad de las personas… aspectos que se convierten en motores de la Historia. Los años setenta tuvieron su radiografía en Boogie nights, los noventa quedaron reflejados en Magnolia, la América anterior a la crisis del 29 que construye las bases del capitalismo en Pozos de ambición y la América de los 50 en The Master.

The Master no es una película fácil porque presenta una estructura cinematográfica hipnótica e inconexa. Atrae de manera poderosa pero es un relato cinematográfico fracturado donde el espectador debe entrar en el juego. Es como si Paul Thomas Anderson aplicara al espectador ‘la terapia’ a la que somete el gurú Lancaster Dodd (Philipp Seymour Hoffman) a su discípulo Freddie Quell (Joaquin Phoenix). Como si Anderson aplicara la hipnosis y nos dejara al descubierto el inconsciente y su desorden para poder construir un armazón coherente. Así ante los ojos del que mira se suceden una serie de imágenes con una carga simbólica que ha de descifrar…

Los que esperan, por tanto, un retrato que se inspire en el creador de la Cienciología, Ron Hubbard no encontrarán los que buscan. Lo que plantea Paul Thomas Anderson va más allá. Los que buscan un retrato ‘identificado’ de los años cincuenta tal y como se ha reflejado en el cine, se encontrarán con unos años cincuenta metafóricos, con una radiografía de una década con achaques y enfermedades. Ya lo explica Freddie Quell en un momento determinado, cuando va en busca de un recuerdo, una chica llamada Doris… pero que, como dice de manera irónica, no es como la Doris Day del cine. Doris Day representó esos ‘años cincuenta’ que sí perduran en la memoria cinéfila entre confidencias de medianoche.

The Master es de esas películas que no es suficiente con verlas una sola vez. Que con cada nuevo visionado se descubrirá una nueva capa de la cebolla. A pesar de que Paul Thomas Anderson optó por rodarla en 65 mm (el negativo de las películas épicas a lo Lawrence de Arabia) es una película de un intimismo escalofriante que desnuda almas. Y sin embargo hay escenas de deslumbrante belleza que nos hipnotizan: todo ese paraíso perdido que transcurre en el mar donde Quell sintió algo parecido a la felicidad junto a una muñeca de arena desnuda. Esa huida de Quell en unos campos de cultivo tras un inesperado accidente. O esas carreras en moto hacia un punto determinado… Pero también esos interrogatorios o sesiones de terapia que encierran al espectador en un habitáculo junto a los protagonistas. Todo regado con una música inquietante y disonante de Jonny Greenwood o con esas canciones tristes de los años cincuenta convirtiéndose la banda sonora en un personaje más, en una pieza más que encajar en el puzle.

Una de las claves fundamentales de The Master es esa relación reflejada entre el gurú y el hombre traumatizado por la guerra (que arrastraba ya otros traumas) que interpretan de manera especial y excepcional Philipp Seymour Hoffman y un prodigioso Joaquin Phoenix (que habla con ese cuerpo encorvado). Y que refleja magistralmente la crítica final de Paul Thomas Anderson a la manipulación, mentira y fracaso de las ‘nuevas religiones’. Es esa relación la que nos ayuda a construir el puzle y a salir del estado de hipnosis, es esa relación donde Thomas Anderson nos deja claro lo que cuenta. Así asistimos al intento de Dodds de aplicar sus ‘enseñanzas’ a la bestia incontrolada. Y, con regocijo, somos testigos del ‘fracaso’ del lavado de cerebro continuo al que someten a Quells (el elemento perturbador que nunca deja de serlo). Quells devastado y errante ‘parodia’ al final con una mujer en la cama las enseñanzas del maestro, él ha optado por la libertad personal (por seguir su libre albedrío) aunque siga en el camino de la soledad y por aferrarse a su propio paraíso (ese mar con una muñeca de arena desnuda). Él ha optado por su manera de ‘mirar’ el mundo (una de sus muchas profesiones es la de fotógrafo).

El gurú es consciente de que ha sido vencido por el alumno en esa conversación final entre los dos en Inglaterra en la cual le dice que si puede vivir sin servir a ningún hombre que le avise, que le cuente la fórmula para conseguirlo… para entonar a continuación una especie de canción de amor que hace a Quells echar una lágrima furtiva. Esta conversación ejemplifica la rica y compleja relación que se ha establecido entre ambos desde su primer encuentro. El gurú envidia (y ama) esa ‘libertad’ del perdedor Quells, nadie apuesta por él pero nadie le doblega. Y a Quells la relación con el gurú le ha servido para ‘elegir’ libremente su sino. Para tener un espejo en el que reflejarse.

El tercer personaje que parece sacado de una película de terror es la fría, compleja e impasible Peggy (Amy Adams), la mujer de Dodds, y el verdadero cerebro de la ‘nueva religión’. En realidad, ella sabe emplear el carisma de su esposo y agazapar su animalidad para ‘engañar’ a los otros y formar así una sociedad recta donde nadie se salga del camino, que preserve el american way of life. Peggy quiere eliminar de su camino a Quells porque es claramente una pieza discordante que hace saltar en mil pedazos su engañosa filosofía. Actúa en la sombra y sin alterarse en exceso, poco a poco afianza el imperio. Dañina, es más peligrosa que Dodds, ya que éste se muestra imperfecto en varios momentos y vulnerable. Ella apenas pierde los nervios y su sonrisa helada.

The Master de Paul Thomas Anderson deja múltiples puertas abiertas. En cada visionado cruzaremos un umbral diferente…

(Este texto lo publiqué en el blog Cinefilias y cinofobias el 8 de enero de 2013)

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.