¿Qué tienen en común películas tan dispares como El show de Truman, Horizontes perdidos, Brigadoon, La Misión, La taberna del irlandés, Almas de metal o Un lugar en el mundo? Todas tienen su lugar en este interesante ensayo de Antonio Santos, porque con cada una de ellas puede analizarse y tocarse un matiz de un término infinito en sus posibilidades: la utopía.
Hay una cita que siempre me ha perseguido y que recoge también esta obra. Su autor es el uruguayo Eduardo Galeano y dejó las siguientes palabras: “¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar”. Y ahí está el quid de la cuestión, la humanidad siempre ha tratado de idear un “mundo feliz”. Y en ese espacio solucionar todos los males que nos aquejan. Esos mundos felices se han escrito e imaginado, y algunos incluso se han intentado formalizar, convertirlos en reales. En estos “experimentos utópicos” se ha visto la fina línea entre el “mundo feliz” y el paso a la distopía (fruto también de un ensayo del mismo autor, al que dedicaré, una vez finalizada su lectura, también unas líneas). El secreto de la validez de la utopía es la capacidad del ser humano para soñar y para querer mejorar, avanzar hacia un mejor mundo posible. La utopía permite al hombre pensar y buscar soluciones para una sociedad armónica, capaz de solucionar y lidiar problemas y conflictos, así como de crear espacios adecuados para la felicidad de todos los seres vivos. Un lugar donde exista la armonía entre el ser humano y la Naturaleza… entre las personas y el mundo que les rodea.
Los espacios utópicos, sean fruto de la imaginación o sean reales (esos intentos de formalizarlos), son lugares aislados y únicos. Y finalmente reflejan la sombra o parte oscura de ese mundo perfecto y feliz, el sacrificio para mantener la armonía es no poder dar una nota discordante. La uniformidad puede ser la nueva cárcel.
Antonio Santos (doctor en Historia del Arte, y también especialista en cine) realiza un itinerario apasionante por esas tierras de ningún lugar, dibujando un mapa imposible con paradas soñadas a lugares imaginarios, experiencias prometedoras y fallidas y al entendimiento de diferentes conceptos utópicos, que también han trazado una original manera de analizar la Historia. Utopía y cine, dos conceptos que se dan la mano.
En Tierras de ningún lugar. Utopía y cine el viaje a través de la utopía nos lleva a conocer los textos de Platón, Tomas Moro o Tommaso Campanella, constructores de utopías en sus obras escritas. Por eso una de las películas analizadas gira alrededor de Moro, Un hombre para la eternidad (A man for all seasons, 1966) de Fred Zinnemann. En la época de los descubrimientos, Colón llegaba a nuevos mundos incontaminados, desde donde empezar desde cero. Mitos como Jauja o El Dorado cobraron toda su fuerza. Y es más, algunas comunidades religiosas, como las reducciones jesuíticas, trataron de encontrar una armonía posible entre el viejo y nuevo mundo, como se visualiza en La Misión (The Mission, 1986), de Roland Joffé. Después están aquellos visionarios que trataron de diseñar la urbe perfecta o mejor dicho el espacio perfecto donde se desarrollara una sociedad feliz. Luego en la utopía, y en sus distintos tipos, son importantes los conceptos del espacio y el tiempo (puede estar en el pasado, en el presente, en el futuro o suspendida —en ella rigen otras leyes diferentes de tiempo e incluso espacio—; puede ser un mito, una ensoñación o el empeño de un visionario o de una comunidad de personas…). Así hay cineastas que han recreado esos lugares más allá del espacio y del tiempo como Frank Capra y su Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937).
Otra parada en el viaje es el concepto de isla, como lugar extraño, aislado, perdido y utópico. Un punto de encuentro entrañable en el ensayo es visitar los paraísos creados por John Ford en su cine. Así se analiza a Ford como cineasta utópico, capaz de reflejar una utopía realista en Las uvas de la ira, de enseñar un pasado idílico en Qué verde era mi valle o crear mundos felices en Innisfree en El hombre tranquilo o en una isla de los Mares del Sur en La taberna del irlandés. De pronto, el lector llega a todas aquellas tierras utópicas nombradas más allá de la vida y la muerte: el Edén, el Paraíso, la Arcadia… A veces son inalcanzables, soñadas, y otras los propios humanos tratan de crear, infructuosamente, su Paraíso. Así nos encontramos con películas tan dispares como La costa de los mosquitos (The Mosquito Coast, 1986), de Peter Weir, o Brigadoon (Brigadoon, 1954), de Vincente Minnelli. Hay una deliciosa parada a Los viajes de Gulliver, que escribió Jonathan Swift, y que ha tenido varias versiones cinematográficas, pero también ha inspirado otras historias. Y centrándose sobre todo en dos de sus destinos: un lugar donde existe la armonía y la felicidad: Houyhnhnms, y sus andanzas en una isla flotante, Laputa, cercana a una distopía. Una de las películas que dejan ver la influencia de Swift es El castillo en el cielo (Tenku no shiro rapyuta, 1986), de Hayao Miyazaki.
El libro dedica varios capítulos a aquellos momentos históricos que lucharon por la consecución de la utopía con distintos resultados. Desde ese Mayo del 68, que fijaba en sus paredes premisas ya existentes como: “Sed realistas, pedir lo imposible”, estudiando sociedades como la de los diggers, la Comuna francesa o La Cecilia o realizando una parada en las experiencias de los socialistas utópicos hasta desembocar en la utopía marxista. Las películas analizadas hacen hincapié en cada una de estas paradas o en su influencia en distintos cineastas como La Comuna (París 1871) (La Commune, 2000), de Peter Watkins o El pan nuestro de cada día (Our daily bread, 1934), de King Vidor. Luego hay una parada muy interesante e instructiva a lo que el autor llama comunidades de destino, aquellas “detenidas en el tiempo, inmunes o reacias al flujo de la historia”, con ejemplos cinematográficos tan especiales y representativos como Big Fish (2003) de Tim Burton o El bosque (Te Village, 2004) de M. Night Shyamalan.
Para terminar con las ludopatías, un destino especial con análisis complejo y certero. Aquellos lugares donde se ha creado un espacio para soñar, pero con fines lúdicos y comerciales. Así el lector se adentra en el mundo Disney, y en sus parques temáticos, y se centra en una de sus películas, Pinocho, y el episodio que transcurre en la Isla de los juegos. Pero también viaja a los parques temáticos propuestos por Almas de metal (Westworld, 1973), de Michael Crichton o en los parques jurásicos de Spielberg.
La última parada propuesta en este viaje es en las utopías educativas y aquellos intentos para construir sociedades donde la educación sea su centro. Así terminamos el recorrido en propuestas visuales y utópicas como las que proponen Un lugar en el mundo de Adolfo Aristarain o El milagro de Candeal de Fernando Trueba.
Este jugoso ensayo de Antonio Santos termina con un párrafo que manifiesta la necesidad de la utopía, y del cine para reflejarlas: “Más allá de la tormenta, remontando las sombras y las amenazas que se ciernen sobre nosotros, se pueden esconder paisajes inéditos para nuestra especie. Son horizontes utópicos, pero no inalcanzables: utopías de lo posible; tierras de algún lugar. ¿Por qué no contemplar nuestro mañana con esperanza?”.
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Ay, Hildy. Me parece que eres una optimista incorregible. Bella cita la de Galeano (no la conocía). Y magnífica tu entrada. Ese libro tiene muy buena pinta. En cuanto a lo de Galeano, lo que dice es muy cierto. Alguien dijo una vez que los conformistas son las personas más inteligentes, porque se adaptan a lo que hay, mientras que los inconformistas parece que no, que tienen que luchar por hacerse un mundo más a la medida. Es un punto de vista muy sagaz y muy respetable. Pero creo que está hecho desde un prisma meramente pragmático y ventajista. Porque yo creo que las personas más inteligentes son aquellas que saben percibir los defectos del entorno particular y global y que, no contentas con ello, luchan y perseveran por hacer un mundo mejor. No solo por el afán de mejorar y ayudar, sino para darle incluso sentido a sus vidas.
Ese es uno de los problemas de la vida hoy en día. Parece que la utopía, en la actualidad, parece estribar en tener que alcanzar lo que hasta hace dos días era regla casi general, al menos en Occidente. Es decir, lograr un trabajo estable y un salario digno, un techo bajo el que vivir y la estabilidad suficiente como para montar un proyecto de vida en familia. Hasta ese punto ha llegado la perversión de los dirigentes mundiales actuales. Hasta el punto de convencernos de que lo que hasta anteayer era elemental para la vida individual, ahora sea casi un elemento utópico, sobre todo para la juventud, aunque de una u otra manera esa situación nos afecta o nos ha afectado a todos. Todo eso tiene mucha lógica desde el punto de vista del poder. Si las personas están todas encerradas en su «burbuja» individualista particular, creyendo que pueden conseguirlo todo por si mismas y sin asociarse, cuando en realidad lo que vemos es que casi ni pueden asegurarse un sustento fijo a medio y largo plazo por si mismas, es poco probable que se preocupen en cambiar la sociedad para conseguir una situación mucho más digna y ya ni te digo lo dificultoso de remover de sus asientos y de sus cargos a quienes han promovido tan lamentable coyuntura. Vivimos en una sociedad individualista y hedonista, que apenas se para a escuchar las opiniones de los demás. Todo el mundo quiere epatar con consignas tontas desde Twitter o convertirse en youtubers, y a lo máximo a lo que aspiran muchos es a que esas gracietas escupidas en contados caracteres tengan un éxito meramente gaseoso, algo que por lo general solo se consigue si albergan un cierto grado de cinismo y de mordacidad. Todo el mundo quiere ser escuchado pero casi nadie se molesta en pararse a escuchar a los demás. Ese es, a mi juicio, el principal problema de la actualidad. El mundo ha actuado siempre en una especie de «quid pro quo» en el que, efectivamente, todos queremos y debemos recibir, pero nadie recoge si antes no se ha molestado en sembrar algo. En definitiva, que hay que dar para recibir.
Solo hay un punto en el que discrepo de lo que has escrito. No sé si es achacable a ti o a Antonio Santos. Y es que haces referencia a «Las uvas de la ira» como una especie de distopía o algo así. Pero no estoy de acuerdo. Por lo general, la distopía es una variante de relato o parábola, casi siempre futurista, en la que se imagina una sociedad futura con carencias preocupantes. Famosas distopías son «1984» de George Orwell y «Un mundo feliz» de Aldous Huxley. O incluso las visiones de Charlie Brooker en la serie de culto «Black Mirror», o la del testamento cinematográfico (con ribetes de farsa) de Jose Luis Cuerda «Tiempo Después» que es una distopía terrible vista desde un punto de vista sainetesco e irónico. Pero «Las uvas de la ira» era casi un libro-reportaje. No llega hasta ese punto, pero el testimonio que aportó John Steinbeck acerca de la Depresión del 29, tras el «crack» bursátil, era el de una visión realista basado en experiencias propias, ya que el autor vivió muy en primera persona aquella época. Tanto fue así que la publicación de la novela de Steinbeck tuvo un éxito de un impacto sociológico solo comparable al que tuvo la publicación de «La cabaña del tío Tom» de Harriet Beecher Stowe el siglo anterior, el XIX. Y ese éxito o eco no tiene nada que ver con una visión distópica o pesimista de la realidad, sino con el realismo de una obra que muchas personas vivieron en carne propia durante aquellos años, que hizo que muchísimas personas se identificaran con esos personajes, que pronto adquirieron un aura casi legendaria.
De hecho, el carácter realista de la novela de Steinbeck era tan desasosegante, que el guión de Nunnally Johnson para el clásico cinematográfico dirigido por John Ford, lo tuvo que atemperar un poco. No sabemos si para condensar la historia y hacerla viable para una película de hora y media o dos horas, o si simplemente para hacerla un poco más optimista. Probablemente, por las dos razones. Porque el final del clásico de Ford es mucho más abierto y deja una puerta abierta a la esperanza. Mientras que en la novela original, los protagonistas, literalmente, acaban con el agua al cuello.
No sabemos cual será el pròximo clásico de la novela americana del siglo XXI que retrate la sociedad norteamericana actual y que tenga un impacto sociológico equiparable al que tuvieron estas dos obras mencionadas, pero desde luego, a mi me interesaría leerlo……
Besos.
Sí, Deckard, hubo una época en que me leí prácticamente toda la obra de Galeano y se me grabaron varias frases. Una de ellas fue esta. También en ese periodo me empapé con las novelas de Steinbeck. De hecho una de ellas es una de mis novelas favoritas, De ratones y hombres. Recuerdo todavía lo que me impactó la lectura de Las uvas de la ira.
El ensayo sobre cine y utopía de Antonio Santos es para disfrutar con dedicación y deleite. Es una lectura que me ha agradado muchísimo.
No, no he escrito que Las uvas de la ira de Ford refleje una distopía. Precisamente, el capítulo del ensayo, que es interesantísimo y revelador, analiza a Ford como un director utópico, creador de paraísos. Como bien dices, Las uvas de la ira de Steinbeck era una novela-reportaje sobre los estragos de La Depresión. Pero tanto en la novela como en la película se describe el funcionamiento y organización de un campamento estatal donde llega la familia Joad. Ese campamento es un oasis utópico en un periodo negro, que trata de paliar y superar la situación, tanto en su forma de funcionar, en la manera de acoger y de organizarse. Y en la película Ford recrea este campamento en unas secuencias bellísimas, llenas de esperanza. De hecho será allí, cuando el sueño y la paz parece que se diluye de nuevo para la familia Joad, cuando Tom dirá a su madre un monólogo cargado de futuro.
Beso
Hildy
Vale. Ahora me ha quedado claro. Estabas hablando de «socialismo utópico». Aunque, a lo mejor voy a seguir discrepando un poco. Hace mucho que no veo la película, pero, aunque esos caserones en los que vivían los Joad, si, en el contexto de la película suponían un remanso de paz en contraste con todas las vicisitudes complicadas que vivían a lo largo del metraje, creo recordar que tampoco tenían mucho de utópico. De hecho el socialismo utópico tiene poco de utópico. Ese tipo de comunidades de convivencia como las comunas, los falansterios, los kibbutz, etc…. más que utópicas, suelen ser más bien «funcionales» y para un tipo de personas muy concretas, que se alejan de la mentalidad burguesa materialista de la propiedad. Además, no se si sabes que en contraposición al socialismo utópico, los marxistas leninistas llamaban a su horrible régimen de planes quinquenales y de convivencia compartida en covachas, «socialismo científico», porque ellos consideraban que ese era el socialismo «real», el pragmático, el que funcionaba….
Para superar la Depresión del 29 americana fue decisiva la política del New Deal de Roosevelt (que en el cine tuvo a Frank Capra como profeta) que partía de un modelo inspirado en las ideas de John Maynard Keynes que volvieron a poner en pie a ese país. Algunos ningunean a Keynes, y alegan que el verdadero resurgir norteamericano vino por la movilización de la mano de obra y de la industria para afrontar, mantener y vencer en la Segunda Guerra Mundial. Pero yo creo que el visionario de la economia y de las políticas sociales es Keynes, porque las ideas de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago nos llevaron a la crisis de 2008, porque muchos confundieron interesadamente «liberalismo» con libertinaje e impunidad, conceptos muy pero que muy diferentes.
Besos.
Pero qué interesante, mi querida Hildy. Uno de los valores que más me interesan del cine es cómo se impregna, deliberadamente o no, del pulso de su tiempo, de las emociones, lo conceptos y los intereses que mueven a las personas o que las someten, y de las distintas versiones de estos hechos que se dan a lo largo del tiempo. Es una fuente inagotable de reflexiones y de puntos de interés y análisis, y obras como esta, aunque no la he leído (todavía, gracias a ti), a buen seguro contribuyen a profundizar y a expandir todo ese prisma tan tan interesante. Al final, todos estos mundos imaginarios e hipotéticamente deseables no son más que otra cosa que un vehículo para hablar del nuestro, un espejo en el que mirarnos. Me parece, además, que las distintas perspectivas de enfoque son muy prometedoras.
Besos
Sí, mi querido Alfredo, los dos libros de Antonio Santos creo que van a interesarte (en uno trata las utopías y el cine, en el otro las distopías y el cine). Yo estoy ahora con el segundo y es todo un disfrute. Descubrí ambos libros gracias a Ana, de Atmósfera cine. Son dos ensayos cinematográficos que merecen la pena y que como dices muestran mundos imaginarios a través del cine, hipóteticamente deseables o no, que no son más que «un espejo en el que mirarnos». Y además nos cuentan la Historia desde una perspectiva muy apetecible. La historia de cómo han ido naciendo y construyéndose las distintas utopías y distopías.
Beso
Hildy
Hace tiempo que había pensado leer «De ratones y hombres», y ahora que la has mencionado como una de tus novelas favoritas, creo que voy a hacerlo pronto. A mí también me impacto mucho «Las uvas de la ira» de Steinbeck. Recuerdo la hermosa y provocadora escena final del libro, que Ford no podía filmar, claro, la censura no lo permitiría.
También parecen interesantes los libros de Antonio Santos. Las utopías y las distopías. Como temáticas son muy sugerentes. Una película utópica de los últimos años que me ha gustado mucho es «Interstellar». La ciencia ficción es una gran creadora de mundos utópicos -y distópicos-, aunque muchas veces las historias estén excesivamente avanzadas con respecto a nuestra civilización actual. Nos parecen utopías inalcanzables. Y muchas quizás lo sean. Pero es bonito soñar con ellas. En tu comentario hablas de otro tipo de utopías, menos tecnológicas, y más terrenales, y éstas también son preciosas para la vida espiritual de las personas. Imaginarlas, materializarlas o plasmarlas de forma artística.
Un beso, Hildy.
Querido Luis, qué alegría leerte. Ya me contarás qué te parece «De ratones y hombres». Por cierto, me recuerdas que sus dos versiones cinematográficas la adaptan muy bien, tanto la de Lewis Milestone como la de Gary Sinise (descubrí y vi antes esta versión que la de Milestone). ¡Tienes razón que final tiene la novela de Las uvas de la ira! Hermoso, provocador y mucho más duro y desesperanzado. Los ensayos de Santos tienen como dices temáticas muy sugerentes, visiones y perspectivas interesantes tanto de la utopía como la distopía y su plasmación en la pantalla de cine. Efectivamente la ciencia ficción crea muchos de estos mundos utópicos y distópicos. De hecho una de mis películas con distopía presente favorita es 12 monos, ¡cómo me gusta! Recuerdo Interstellar y también me llegó mucho La llegada de Denis Villeneuve.
Beso enorme
Hildy
Ayer me leí «De ratones y hombres» y me gustó mucho la relación de amistad entre esos dos hombres, y como describe ese ambiente miserable tan cercano al de «Las uvas de la ira». Al mismo tiempo, mientras leía la historia tuve la sensación de que ya conocía eso que me contaban. Quizás en el pasado lejano haya visto alguna versión de las que mencionas; quizás la de Milestone porque la más moderna no me suena.
El otro día vi «12 monos», que creo que no veía desde que la estrenaron en el cine, y me resultó atractiva e interesante. Estas historias en las que el protagonista comienza a dudar de su propia realidad, como le sucede a Bruce Willis en un momento dado, trastornado con tanto viaje en el tiempo, están cerca del universo de Philip K. Dick, del que últimamente he leído varios libros, por cierto. También en «Origen» de Nolan se creaba un sueño, dentro de un sueño, dentro de un sueño…
Y al final, en ese plano último podemos dudar si estamos ya en la «realidad» o si seguimos en otro sueño. Igual que nos puede pasar ahora a nosotros, que quizás dudamos si estamos en una pesadilla de la que vamos a emerger en cualquier momento, o por el contrario, efectivamente, estamos realmente despiertos. Quizás tengamos que viajar al pasado, como hace Willis y descubrir la clave que nos permita solucionar los problemas de nuestro presente. Si eso es posible.
Esperemos sobrellevar y superar pronto esta difícil situación.
Un beso.
Querido Luis, muchísimas gracias por pasarte de nuevo y comentarme tu lectura De ratones y hombres. Sí, ese sentido de la amistad y esa sensación de aferrarse siempre a un futuro mejor aunque no llegue. La versión más moderna es una película que me gusta mucho Malkovich y Sinise están bárbaros.
¡Ay, 12 monos! Me pasa lo mismo que a ti. Estos días son como estar en una película de ciencia ficción, pero pronto pasarán
¡Cuídemonos mucho, Luis! Y sigamos intercambiando pareceres y descubriéndonos películas y libros!
Un placer leerte
Beso
Hildy
Antes que nada, un abrazo virtual para ti y para todos los que lean el blog. Espero que estéis bien tanto vosotros como vuestra gente querida. ¡Mucho ánimo a todos!
Interesante ese libro y más aún tu comentario sobre las utopías en el cine. En este momento actual, que hace tan solo unas semanas nos hubiese parecido una distopía, para muchos la utopía es volver a hacer una vida normal. Volver a la cotidianidad alterada por esta pandemia. Espero que ese deseo se cumpla para todos.
Para mi el cine, el propio medio, ya es un espacio para la utopía. Como los libros. Pero si quiero dar un ejemplo concreto de películas sobre la utopía diré una que me pilló por sorpresa, de la que no esperaba nada y que derribó mis reticencias iniciales: “Un puente hacia Terabithia” La empecé a ver por casualidad y me cautivó totalmente. Ni de niña me gustaban demasiado las películas “de niños”. Ya no es que no me sintiera identificada con los personajes infantiles, es que me parecían bastante simplones en general. Y desde luego, muy poco interesantes. Pues esta película me desarmó de mis prejuicios. La amistad entre un chico sobrecargado de responsabilidades familiares y la nueva chica de su clase, hija de intelectuales liberales, que encuentran un mundo propio llamado Terabithia donde recrean y se enfrentan a sus miedos me pareció sensible, inteligente y muy emotiva. Y se atreve a mostrar la pérdida y la muerte. La imaginación, la fantasía, la amistad y el arte como espacios de libertad y de camino al conocimiento y la madurez, que pasan siempre por asumir el dolor.
En un cine infantil que en la última década nos ha llevado a mil y un mundos a golpe de croma (y que todos parecen diseñados por el mismo equipo de lo mucho que se parecen) supuestamente muy fantasiosos, pero sin auténtica magia, esta película sencilla, profunda y agridulce, que introduce la imaginación y la fantasía en un contexto realista, me parece la auténtica joyita del género.
Un abrazo Hildy y muchas gracias por tu blog que en estos días se agradece y se valora aún más si cabe.
Lilapop.
Mi querida Lilapop, un beso enorme a ti y para todos los tuyos. Ánimos y mucha, pero que mucha fuerza.
¡Gracias por pasarte por aquí! Tu comentario, como siempre, contiene reflexiones muy valiosas.
El ensayo es una joya, de verdad.
¡Apuntada queda en mi lista de películas pendientes «Un puente hacia Terabithia»!
El cine durante estos días es un buen lugar donde refugiarse.
Beso enorme
Hildy
Querida Hildy, qué balsámico leerte estos días, y más sobre un libro tan maravilloso y que contiene tanta esperanza… Antonio Santos, además de un hombre encantador, es un excepcional profesor, que como tal sabe comunicar con entusiasmo contagioso lo mucho que sabe, volcando en este libro parte de su erudición. «Tierras de ningún lugar. Utopía y cine» me permitió ver más allá en muchos títulos que ya conocía y me descubrió otros interesantísimos. Solo ya las citas que encabezan cada capítulo y sus apartados, son píldoras que invitan a la reflexión al hilo del tema o largometraje analizado. La que mencionas de Galeano resulta, sin duda, antológica. Apunto la que acompaña al epílogo, de Paulo Freire: «La educación no transforma el mundo. La educación cambia a las personas. Las personas transforman el mundo». Ojalá que de esta crisis mundial salgamos reforzados en una educación que apueste por una vida sostenible para nuestro planeta y quienes lo habitamos. Concluyo con parte del párrafo que precede al que mencionaste que cierra el libro, tan especialmente oportuno para estos momentos:
«El cine, extraordinario fruto del ingenio humano, levanta acta hoy de los males que afligen a nuestra especie y a nuestra Tierra, la madre común: pero también ha reconocido los esfuerzos denodados y valerosos con los que hemos hecho frente a todos los desafíos. A todos ellos. Hoy no podemos entregarnos al optimismo; pero sí, tal vez, apostar por la confianza. El cine, como se ha visto, aporta modelos que no deben ser desestimados».
Que esos modelos nos estimulen y nos animen. El cine como refugio, acompañamiento y también como inspiración.
Salud y un gran beso de energía positiva.
Mi querida Ana, tu comentario es para leerlo una y otra vez. Y darte desde aquí las gracias por descubrirme los dos ensayos de Santos en tu magnífico blog. ¡Qué suerte además conocer y escuchar a Santos! Si con la lectura estoy disfrutando muchísimo, escucharlo tiene que ser un lujo.
Seguimos inmersos en estos tiempos extraños y duros. Esperemos que surja lo mejor que tenemos dentro de nosotros para afrontar estos días y los que vienen. Y que el miedo no sea lo que nos domine.
Beso
Hildy