Tres minicríticas y una noticia. Dobles vidas (Doubles vies, 2018) de Olivier Assayas/Gloria Bell (Gloria Bell, 2018) de Sebastian Lelio/ Leto (Leto, 2018) de Kirill Serebrennikov

Dobles vidas (Doubles vies, 2018) de Olivier Assayas

Dobles vidas

Entre conversación y conversación… la vida pasa.

Los cuatro protagonistas de Dobles vidas no paran de hablar en toda la película. Pero no solo eso sino que de diálogo en diálogo se articula una estructura que muestra que la vida va pasando. Entre conversación y conversación suceden cosas que cambian el devenir de la existencia de cada uno de ellos. Olivier Assayas construye un artefacto cinematográfico inteligente, una manera de contar que además hace reflexionar sobre el devenir cultural de los nuevos tiempos, esa revolución digital que está cambiando los hábitos, la percepción del mundo… Pero se detiene en otros temas: en la política, en el mundo editorial, en la interpretación o en la creación literaria y los límites de la realidad y la ficción. Entre debate y debate, discusión y discusión, somos testigos además de las dobles vidas de los cuatro personajes, de sus juegos de seducción, del mundo de las apariencias, de sus relaciones sentimentales e impulsos emocionales… Oliver Assayas capta el tsunami emocional de los personajes que viven en un mundo de cambios y revoluciones culturales… para mantener finalmente la máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que no solo sigue vigente sino que se ha convertido en un lugar común (como se discute en un momento dado en la película), “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”.

Un editor (Guillaume Canet), una actriz (Juliette Binoche), un escritor (Vincent Macaigne) y una asesora política (Nora Hamzawi) son los cuatro personajes centrales que van saltando de fotograma en fotograma, mostrando a los espectadores sus dobles vidas y ese paso del tiempo a través de la palabra para que al final todo siga su curso. Un reflejo del transcurrir del tiempo y  de cómo pasamos la mayoría de los días rodeados de palabras… o de los cambios que alteran nuestra vida poco a poco y las estrategias para que todo siga igual…

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La pantera, de Rainer Maria Rilke, en el cine

Despertares

La pantera explica cómo se siente un enfermo en Despertares.

Tiempo de verano, tiempo de casualidades. Una repasa películas al azar en la televisión de la sala de estar. Y estos días decido contemplar películas que en el momento del estreno me fascinaron. Una tarde me pongo Despertares (Awakenings, 1990) de Penny Marshall y descubro que me sigue emocionando. Y que su recuerdo no cayó en olvido en mi memoria. La película es una adaptación de un libro autobiográfico del neurólogo Oliver Sacks.

Y a la tarde siguiente me dispongo a disfrutar de una película de Woody Allen que vi en su momento, recordé que me gustó mucho, pero no la había vuelto a ver desde su estreno: Otra mujer (Another Woman, 1988). Y me doy cuenta de muchos más matices y más significados de esta película, y es debido a que me voy acercando a las edades y sentimientos de los personajes principales.

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Piel de asno (Peau d’âne, 1970) de Jacques Demy

Piel de asno

El cuento de Piel de asno bajo la mirada de Demy

Charles Perrault recopiló varios cuentos populares bajo el título Los cuentos de mamá oca (o también Los cuentos de mamá ganso). Así recogió de la sabiduría popular historias como la de La bella durmiente, El gato con botas, Caperucita Roja, Cenicienta, Barbazul… En posteriores ediciones se añadieron algunos cuentos más con la peculiaridad de que no eran en prosa… sino en verso. Y entre ellos se encontraba Piel de asno. Estos cuentos de hadas presentan siempre elementos mágicos, de fantasía, donde se agazapa el inconsciente… y una mirada al mundo donde no se esconde lo oscuro, lo grotesco, lo terrible… Eran historias de tradición oral y que su público fuera infantil es algo más tardío, de los siglos XIX y XX. Los cuentos son herramientas para entender cómo funciona el mundo o cómo enfrentarse a distintos obstáculos. Y algunos de ellos se quedan grabados en la memoria infantil para siempre. Y a Jacques Demy uno de los cuentos que le marcó fue precisamente Piel de asno. Hoy este cuento no creo que sea muy leído por las nuevas generaciones. Es más no creo que Jacques Demy hubiese podido plantear actualmente la película con esa mirada hacia su universo infantil.

Hoy en día hay una corriente que considera que hay cuentos de hadas, populares, que no se amoldan a la mirada actual, que no son políticamente correctos. Y que por eso, para transmitírselo a los niños de hoy, es mejor modificarlos. No es algo nuevo. Walt Disney transformó los cuentos a su propio universo. Si nos ponemos puristas hasta recopiladores como el propio Perrault o los hermanos Grimm…, los suavizaban. También es cierto que ellos lidiaban con varias versiones orales y creaban una historia escrita. Pero esta corriente actual hace que se pierdan joyas literarias como Barbazul o Piel de asno y que otras se modifiquen absurdamente. Y yo me hago una pregunta: ¿no sería mejor dejar esos cuentos tal y como están, sin modificarlos, que son pequeñas joyas literarias y que poseen un análisis apasionante… y para transmitir esa “nueva mirada” se crearan cuentos nuevos acordes a “nuestros tiempos”? Y es que la literatura infantil está viva y es rica… y me consta (pues me encanta indagar por estos mundos) que se están creando relatos maravillosos… Entonces ¿por qué tocar esos cuentos de hadas? Además hay otra cuestión apasionante, cuando el niño escucha o lee el cuento… su recreación, lo que atrapa es uno de los grandes misterios de la literatura. Y es que esos cuentos tienen revelaciones y cada lector los absorbe, “los mira”, “los siente” de manera diferente. A mí me marcaron mucho en mi infancia Barbazul, El traje nuevo del emperador o La bella durmiente. Y de Barbazul me quedaba con lo siniestro, con el terror y con la heroína que investigaba, que sentía curiosidad, que quería saber… No era un personaje pasivo. Sí, es cierto, los cuentos de hadas presentan un mundo duro, cruel, oscuro, terrible, plantea cuestiones complejas… y a veces no tienen finales felices, pero ¿cómo es la vida? ¿Y cómo es la realidad que vivimos?

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Frantz (Frantz, 2016) de François Ozon

Empiezo el año cinéfilo con alegría desbordante… Cómo me ha gustado la nueva película de Ozon

Frantz

Una joven alemana, Anna, se dirige al cementerio en su pequeña ciudad. Y una vez allí, ve con extrañeza que hay flores frescas en una tumba que ella visita cada día, y no son las suyas. Así empieza la delicada y bella historia que cuenta François Ozon. Después nos enteramos de que Anna vive con los padres de su novio, Frantz, y que este ha fallecido recientemente en la Primera Guerra Mundial. Y que esas flores pertenecen a un misterioso y joven francés, Adrien… Cuando este se encuentra con la familia, un tsúnami emocional golpeará a todos los personajes. Y Ozon bebe de una película que ya rodó Ernst Lubitsch en 1932, Remordimientos (The Broken Lullaby, muy pronto también en este blog…). Pero Ozon no trata de alcanzar ni de imitar el toque Lubitsch, sino que él busca su particular forma de llevarla de nuevo a la pantalla. La historia está contada prácticamente desde la mirada de Anna, pero en toda la película vuela el personaje ausente, Frantz. Así el realizador francés no solo deja un relato cinematográfico que habla sobre las heridas de la guerra, sobre la sinrazón de enviar a hombres a morir, sino que además aborda una historia compleja sobre la búsqueda del perdón y la dificultad de concederlo.

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Regalo de Navidad. Decálogo cinéfilo para la vida

Este es un regalo (un decálogo cinéfilo) y un deseo de unas felices fiestas, que además van a dar paso a un nuevo año, 2017, donde la vida sigue… y quizá, solo quizá (adoro este adverbio), pueda ser un poco más hermosa. Por lo menos ahí seguirán las películas…

Paterson

1. Hacer del día a día un poema cotidiano

Y esto es posible tal y como demuestra el Paterson de la película de Jim Jarmusch (que a su vez crea un poema visual urbano). Un conductor de autobús que vive su día a día y rutina, pero con una mirada muy especial. Lo cotidiano se convierte en verso. Cada gesto tiene su variación, y significado. Tiene un cuaderno secreto donde extrae poesía de una caja de cerillas, de un recuerdo de infancia, del sonido del agua cuando cae de una cascada o del amor que siente hacia su compañera de vida, Laura.

2. Extraer la belleza… de un mundo cada vez más hostil

Parry, el sin hogar, protagonista de El rey pescador vive rodeado de hostilidades. Un mundo duro, que no solo no lo mira o lo rechaza, sino que lo deja continuamente al margen con su locura. Sin embargo, él se empeña día a día en extraer la belleza. Un día paseando con su amada (una tímida editora de novelas baratas) en su primera cita, Parry coge un alambre del suelo (chatarra, basura)… y con sus manos nerviosas le regala una preciosa y pequeña silla. O en un manicomio o en una sala de urgencias donde solo hay desolación, él reúne a todos, con grandes dosis de energía y entusiasmo, para que canten I like New York in june, how about you?

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Historia de una pasión (A quiet passion, 2016) de Terence Davies

Historia de una pasión

La primera vez que escuché el nombre de Emily Dickinson y algunos de sus versos fue en una película que me impactó en mi adolescencia: La decisión de Sophie. La triste historia de Sophie y Nathan, que crean un universo particular en la habitación de la casa rosa, se abre y se cierra con unos versos de Dickinson: «Haz amplia esta cama, / haz esta cama con prudencia;/ espera en ella el postrer juicio,/ sereno y excelente./ Que sea recto su colchón/ y redonda sea su almohada,/que ningún rayo dorado de sol/ llegue jamás a perturbarla».

Y ya se me quedó el nombre de esta mujer en la memoria. Ahora muchos años después Terence Davies me trae de nuevo a Emily Dickinson (1830-1886) en Historia de una pasión. Y lo que hace es captar a una mujer que ejerció una rebeldía silenciosa hasta terminar confinada en su cuarto vestida de blanco. Porque su alma no era más que suya, de nadie más. Y su alma se expresaba a través de los versos. Emily Dickinson se desnudaba a través de la poesía. Terence Davies logra atrapar la esencia de esta mujer y crea su propio poema en imágenes. En el siglo XX una escritora británica diría: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción”…, esta es una de las citas más famosas de Virgina Woolf (1882-1941) de su ensayo (a partir de varias conferencias de la autora) Una habitación propia. Y es una frase que podría haber escrito siglos antes Dickinson… porque fue en la intimidad de su cuarto en la casa familiar (nunca se casó) donde elaboró su obra y donde ejerció su independencia espiritual (la económica no la consiguió). No fue fácil. Llevó al extremo tener una habitación propia… y no salir de ella.

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Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960) de Georges Franju

Los ojos sin rostro

Cuando Almodóvar estrenó La piel que habito, fueron varias las voces de críticos que nombraron una referencia: Los ojos sin rostro de Georges Franju. Así se volvió de nuevo a hablar de ella, y a recuperarse en ediciones cuidadas. La película de este cineasta francés es un referente del cine de terror europeo, pero, sin duda, lo que fascina es esa mirada especial de Franju que consigue una historia extraña, violenta, inquietante… y absolutamente poética. Así el espectador se ve empujado por esa mirada triste de una chica desgraciada, delicada y frágil encerrada en su mansión… y que cubre su rostro con una máscara. Un rostro sin expresión, pero que sufre. Y ese sufrimiento permite que otros cometan actos reprobables y salvajes, se salten todo atisbo de moral, por una única finalidad: devolverle su cara. Y ella asiste egoísta y pasivamente a la crueldad ajena, hasta que reacciona (pero por el fracaso continuo del padre y por una pérdida absoluta de la esperanza). De nuevo una femme fatale con máscara de ángel. Su padre es un cirujano plástico capaz de todo tipo de experimentaciones y de practicar trasplantes faciales, sin importarle en absoluto los métodos que debe emplear para conseguirlo; todo para devolver la felicidad y el rostro a su hija (hubo un accidente fatal, del que además se siente culpable). Para ello cuenta con la ayuda de una paciente agradecida (porque sí que la devolvió un rostro bello), tan agradecida que es capaz de todo, que sirve para atraer a jóvenes víctimas, para estar al lado del doctor en cada una de sus intervenciones, para deshacerse de los cuerpos y para estar veinticuatro horas pendiente de la niña triste con máscara.

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Gloria (Gloria, 2013) de Sebastián Lelio

Gloria

… Y entonces Rodolfo lee a Gloria un poema: “Me gustaría ser un nido si fueras un pájaro / me gustaría ser una bufanda si fueras un cuello y tuvieras frío / si fueras música yo sería un oído / si fueras agua yo sería un vaso / si fueras luz yo sería un ojo / si fueras pie yo sería un calcetín / si fueras el mar yo sería una playa / y si fueras todavía el mar yo sería un pez / y nadaría por ti / y si fueras el mar yo sería sal / y si yo fuera sal / tú serías una lechuga / una palta o al menos un huevo frito / y si tú fueras un huevo frito / yo sería un pedazo de pan / y si yo fuera un pedazo de pan / tú serías mantequilla o mermelada / y si tú fueras mermelada / yo sería el durazno de la mermelada / y si yo fuera un durazno / tú serías un árbol / y si tú fueras un árbol / yo sería tu savia y correría / por los brazos como sangre / y si yo fuera sangre / viviría en tu corazón”. Y estos versos son de Claudio Bertoni, un artista chileno. Todos los versos forman “Poema para una joven amiga que intentó quitarse la vida”. Pero no hay poema más vital que este. Rodolfo tiene 65 años y ganas de huir de su rutina familiar en la que se siente encerrado pero también acomodado y dependiente. De pronto ve una posibilidad de huida o escape con Gloria. Ella tiene 58 años y pocas ganas de rendirse. Gloria no quiere bajar el telón. Digamos que le pasa lo mismo que a otro personaje de ficción, Evelyn, que tan bien se expresa en Tomates verdes fritos: “Soy demasiado joven para ser vieja y demasiado vieja para ser joven”.

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Aguas tranquilas (Futatsume no mado, 2014) de Naomi Kawase

aguastranquilas

El sonido de las olas, las propias olas… y el sacrificio de una cabra blanca por un anciano… son las primeras imágenes de Aguas tranquilas. Y atrapan. La muerte, la sangre roja que resbala hasta un cuenco, y la naturaleza a través de un mar que habla, que vive. Los sonidos… Naomi Kawase en unos fotogramas refleja uno de los temas de su obra cinematográfica: el ciclo de la vida que no puede explicarse sin comprender la muerte.

La directora japonesa (que dio sus primeros pasos a través del documental autobiográfico y que es una gran desconocida para Hildy, siendo esta obra de ficción la primera a la que se enfrenta) “escribe” con la cámara a través de las sensaciones y las emociones y construye un poema visual con historia de fondo. La muerte dialoga con la vida o viceversa. La naturaleza dialoga con el ser humano. ¿Dialogan o debaten? ¿Se escuchan o se evaden? La pasión adolescente y el aprendizaje de la vida se mezcla con las despedidas y el abandono de la existencia. La juventud se cruza con la vejez… se acercan y se alejan. El amor y el sexo. La muerte y el miedo. Los descubrimientos. Callar o gritar los sentimientos. Los secretos. Los silencios. La importancia de la despedida. La risa o la lágrima.

Dos adolescentes se enfrentan a la vez a la muerte (y por tanto también a la vida) por caminos diferentes que al final se funden. Él es Kaito. Ella es Kyoko. Tienen 16 años. Y se atraen. Él ve flotando en el mar un cuerpo tatuado, muerto. Kaito huye asustado, confundido. Ella está viviendo cómo se le escapa la vida a su madre enferma. Y siente que no va a poder asumirlo. Los dos viven en la isla de Amami-Oshima en Japón. Naturaleza y rituales. Canciones y bailes, presente y pasado. La vida fluye, la muerte llega. La danza de agosto o esa canción que habla de cómo resistir la ausencia del ser querido o cómo resistir que tú mismo estás destinado a abandonar la isla…

Naomi Kawase filma un poema y cada uno de sus versos se comporta como las olas del mar. A veces un torbellino de emociones, otras la calma. Un viaje en bicicleta… y el viento golpea el rostro. Un árbol con cuatrocientos años de historia y perder la vista en sus ramas. Otra cabra que muere lentamente mientras dos jóvenes observan y sienten de distinta manera el último suspiro del animal. Unos padres y una hija cómplices que se cobijan en un porche y se ríen juntos. La filosofía del surf, el hombre y la ola son uno. Una madre y un hijo que hablan a través de los silencios. El tatuaje de un padre. Un anciano que confunde el rostro de una joven con otro de su pasado. Sumergirse bajo el agua vestido o desnudo, solo o en compañía y perderse en el fondo marino. Acompañar a la persona que nos deja, que se va definitivamente de la isla, que fallece… y cantarle una canción, la que quiera, y bailar en su honor. Un primer beso o un te quiero…

La directora hace volar al espectador a una isla lejana y le sumerge en un mundo de sensaciones y emociones que dibujan un fondo… que no es más que el fluir de la vida. Un ciclo termina y otro empieza…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa

vivir

Un hombre anciano y enfermo se balancea en un columpio en la soledad de una noche nevada mientras canta una canción tradicional sobre lo efímero de la vida y que invita a aprovechar el tiempo para vivir con intensidad. El rostro del hombre muestra una tímida sonrisa. Ésta es la imagen icónica y recordada de una película de emociones que reflexiona sobre el tiempo y la muerte… sobre la vida, a través de la historia de un funcionario gris, Watanabe (Takashi Shimura, uno de los actores fetiche del director).

Un cine de emociones pero perfectamente elaborado y pensado que tras su significado trascendente muestra también un realismo y una crítica social. Como es habitual en el cine de Akira Kurosawa, arriesga en su puesta en escena y en la forma de contar esta historia. Vivir se convierte en una película aparentemente sencilla, un canto a la vida poético y con una belleza que convierte la experiencia de su visionado en especial.

La historia de Watanabe comienza mostrando una radiografía de su estómago enfermo y una voz en off (omnisciente) que nos informa de que un hombre va a enterarse de que tiene un cáncer mortal de estómago. Sólo le quedan unos meses de vida.Watanabe es el jefe de la oficina de atención a los ciudadanos, una oficina tan gris como él. Una oficina que acumula expedientes, que manda a los ciudadanos a otras secciones, que no se implica en absolutamente nada y es consumida por la burocracia, la apatía, el aburrimiento y el dejar pasar la vida disimulando que se trabaja. Watanabe es un muerto en vida o como le describe una joven y vital compañera de trabajo es La momia (el mote que ella misma se ha inventado). Lleva treinta años muerto… y todo comenzó empezó cuando su esposa falleció y se quedó solo con su hijo pequeño. Watanabe no ha levantado la cabeza y ha dejado pasar el tiempo sentado en una mesa entre papeles y sellos. Digamos que el único motor que le mantenía vivo era el amor hacia su hijo pero ahora éste lleva otra vida y padre e hijo se han distanciado de tal manera que la incomunicación es lo que define su relación a pesar de que viven juntos (el padre llama al hijo… pero no se escuchan, no se entienden). Así, inesperadamente, hay un punto de inflexión en la vida de Watanabe que le permite que se remueva por dentro… y es precisamente cuando se entera de que va a morir. Así reflexiona y se da cuenta de que ha dejado pasar la vida y que quiere buscar una manera para remediarlo, quiere dejar huella, que su vida adquiera un sentido.

Watanabe empieza dando tumbos, se siente perdido (se da cuenta o se siente incapaz de establecer la vía de comunicación con su hijo y la esposa de éste o con sus familiares más cercanos…), trata de encontrar el placer y la alegria de vivir pero siente que eso no es lo que va a llenar los últimos días de su existencia (asistimos a una noche larga de placeres junto a un escritor de novelas baratas)… hasta que por fin encuentra lo que le va a colmar (de la mano de la joven empleada que en un triste diálogo, donde ella se siente ya desconcertada por la necesidad de Watanabe de estar junto a ella, le da la clave). Realizar algo que sea un beneficio para la comunidad, para los ciudadanos. Es decir, trabajar, pasando por encima de burocracias, intereses y política… por el bien común. Trabajar para transformar los entornos sociales. Y su empeño en los últimos meses que le quedan es crear en una zona deprimida un parque infantil tal y como piden un grupo de mujeres que no se cansan en su lucha hasta que topan (de nuevo, pues ya había acudido a su oficina) con Watanabe que pone en marcha la maquinaria…

Entonces en este momento empieza la segunda parte de la película (tan hermosa e intensa pero narrada cinematográficamente de una manera distinta y arriesgada pero para mí atrayente, aunque he podido comprobar y leer que gusta bastante menos). El narrador omnisciente nos informa de que después de cinco meses (elipsis temporal) nuestro protagonista ha muerto y nos sitúa en el velatorio donde se encuentra su familia, el teniente de alcalde y otros cargos políticos y los funcionarios de otras oficinas y sus propios compañeros de trabajo. Esta larga escena (con distintos y breves flashbacks) es presidida por una fotografía, la imagen del propio Watanabe.

La larga velada (y las distintas visitas que recibe Watanabe) donde los asistentes van ‘soltando su lengua’ con el sake que van bebiendo (al final tan sólo quedan sus familiares y los demás funcionarios) se nos va narrando a base de puntos de vista diferentes los últimos días de Watanabe y su empeño en llevar la empresa del parque infantil a buen puerto. Su lucha infatigable y la libertad que siente para actuar (siempre desde la humildad) pues no tiene miedo a ningún obstáculo (pues sabe próxima su muerte). La ‘narración’ de su hazaña se va transformando a lo largo de la velada hasta que se le reconoce como un héroe cotidiano y un ejemplo a seguir por los demás funcionarios que ante la euforia del sake y la emoción que sienten por otros acontecimientos narrados por diferentes ‘testigos’ prometen continuar la lucha, no malgastar los días entre papeles y sellos, y seguir llevando a cabo proyectos que beneficien a los ciudadanos, actuar y no quedarse sentados frente a miles de expedientes. Uno de los asistentes pronuncia una frase clave que explica en parte la apatía de estos funcionarios, dice que si alguien de la compleja administración burocrática quiere llevar a cabo algo o se le ocurre sacar adelante un proyecto o idea, es tachado de inmediato de revolucionario y radical…

Sin perder esa triste melancolía que acompaña toda la película… las últimas escenas nos muestran cómo las palabras que pronunciaron los funcionarios en el funeral se han quedado en palabras. La cotidianeidad gris, la desesperanza, la apatía y la burocracia vuelve a campar a sus anchas en la oficina de Watanabe… pero no todo está perdido. Hay un funcionario que trata de rebelarse, que no está conforme con la realidad que le rodea y que todavía no se atreve a dar el paso pero que ahí sigue su mecha sin apagar… y que sin duda pondrá en marcha en un futuro y otro buen proyecto se hará realidad. Mientras, visita ese parque infantil que le hace no olvidar que es posible transformar los entornos, que es posible hacer algo desde la oficina gris…

Vivir nos deja tristeza pero también una sonrisa en el rostro y el recuerdo de un hombre en un columpio… satisfecho en los últimos momentos de su vida. Ha reaccionado a tiempo, ha podido vivir con intensidad…, dejar de ser una momia enterrada entre papeles…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.