Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa

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Un hombre anciano y enfermo se balancea en un columpio en la soledad de una noche nevada mientras canta una canción tradicional sobre lo efímero de la vida y que invita a aprovechar el tiempo para vivir con intensidad. El rostro del hombre muestra una tímida sonrisa. Ésta es la imagen icónica y recordada de una película de emociones que reflexiona sobre el tiempo y la muerte… sobre la vida, a través de la historia de un funcionario gris, Watanabe (Takashi Shimura, uno de los actores fetiche del director).

Un cine de emociones pero perfectamente elaborado y pensado que tras su significado trascendente muestra también un realismo y una crítica social. Como es habitual en el cine de Akira Kurosawa, arriesga en su puesta en escena y en la forma de contar esta historia. Vivir se convierte en una película aparentemente sencilla, un canto a la vida poético y con una belleza que convierte la experiencia de su visionado en especial.

La historia de Watanabe comienza mostrando una radiografía de su estómago enfermo y una voz en off (omnisciente) que nos informa de que un hombre va a enterarse de que tiene un cáncer mortal de estómago. Sólo le quedan unos meses de vida.Watanabe es el jefe de la oficina de atención a los ciudadanos, una oficina tan gris como él. Una oficina que acumula expedientes, que manda a los ciudadanos a otras secciones, que no se implica en absolutamente nada y es consumida por la burocracia, la apatía, el aburrimiento y el dejar pasar la vida disimulando que se trabaja. Watanabe es un muerto en vida o como le describe una joven y vital compañera de trabajo es La momia (el mote que ella misma se ha inventado). Lleva treinta años muerto… y todo comenzó empezó cuando su esposa falleció y se quedó solo con su hijo pequeño. Watanabe no ha levantado la cabeza y ha dejado pasar el tiempo sentado en una mesa entre papeles y sellos. Digamos que el único motor que le mantenía vivo era el amor hacia su hijo pero ahora éste lleva otra vida y padre e hijo se han distanciado de tal manera que la incomunicación es lo que define su relación a pesar de que viven juntos (el padre llama al hijo… pero no se escuchan, no se entienden). Así, inesperadamente, hay un punto de inflexión en la vida de Watanabe que le permite que se remueva por dentro… y es precisamente cuando se entera de que va a morir. Así reflexiona y se da cuenta de que ha dejado pasar la vida y que quiere buscar una manera para remediarlo, quiere dejar huella, que su vida adquiera un sentido.

Watanabe empieza dando tumbos, se siente perdido (se da cuenta o se siente incapaz de establecer la vía de comunicación con su hijo y la esposa de éste o con sus familiares más cercanos…), trata de encontrar el placer y la alegria de vivir pero siente que eso no es lo que va a llenar los últimos días de su existencia (asistimos a una noche larga de placeres junto a un escritor de novelas baratas)… hasta que por fin encuentra lo que le va a colmar (de la mano de la joven empleada que en un triste diálogo, donde ella se siente ya desconcertada por la necesidad de Watanabe de estar junto a ella, le da la clave). Realizar algo que sea un beneficio para la comunidad, para los ciudadanos. Es decir, trabajar, pasando por encima de burocracias, intereses y política… por el bien común. Trabajar para transformar los entornos sociales. Y su empeño en los últimos meses que le quedan es crear en una zona deprimida un parque infantil tal y como piden un grupo de mujeres que no se cansan en su lucha hasta que topan (de nuevo, pues ya había acudido a su oficina) con Watanabe que pone en marcha la maquinaria…

Entonces en este momento empieza la segunda parte de la película (tan hermosa e intensa pero narrada cinematográficamente de una manera distinta y arriesgada pero para mí atrayente, aunque he podido comprobar y leer que gusta bastante menos). El narrador omnisciente nos informa de que después de cinco meses (elipsis temporal) nuestro protagonista ha muerto y nos sitúa en el velatorio donde se encuentra su familia, el teniente de alcalde y otros cargos políticos y los funcionarios de otras oficinas y sus propios compañeros de trabajo. Esta larga escena (con distintos y breves flashbacks) es presidida por una fotografía, la imagen del propio Watanabe.

La larga velada (y las distintas visitas que recibe Watanabe) donde los asistentes van ‘soltando su lengua’ con el sake que van bebiendo (al final tan sólo quedan sus familiares y los demás funcionarios) se nos va narrando a base de puntos de vista diferentes los últimos días de Watanabe y su empeño en llevar la empresa del parque infantil a buen puerto. Su lucha infatigable y la libertad que siente para actuar (siempre desde la humildad) pues no tiene miedo a ningún obstáculo (pues sabe próxima su muerte). La ‘narración’ de su hazaña se va transformando a lo largo de la velada hasta que se le reconoce como un héroe cotidiano y un ejemplo a seguir por los demás funcionarios que ante la euforia del sake y la emoción que sienten por otros acontecimientos narrados por diferentes ‘testigos’ prometen continuar la lucha, no malgastar los días entre papeles y sellos, y seguir llevando a cabo proyectos que beneficien a los ciudadanos, actuar y no quedarse sentados frente a miles de expedientes. Uno de los asistentes pronuncia una frase clave que explica en parte la apatía de estos funcionarios, dice que si alguien de la compleja administración burocrática quiere llevar a cabo algo o se le ocurre sacar adelante un proyecto o idea, es tachado de inmediato de revolucionario y radical…

Sin perder esa triste melancolía que acompaña toda la película… las últimas escenas nos muestran cómo las palabras que pronunciaron los funcionarios en el funeral se han quedado en palabras. La cotidianeidad gris, la desesperanza, la apatía y la burocracia vuelve a campar a sus anchas en la oficina de Watanabe… pero no todo está perdido. Hay un funcionario que trata de rebelarse, que no está conforme con la realidad que le rodea y que todavía no se atreve a dar el paso pero que ahí sigue su mecha sin apagar… y que sin duda pondrá en marcha en un futuro y otro buen proyecto se hará realidad. Mientras, visita ese parque infantil que le hace no olvidar que es posible transformar los entornos, que es posible hacer algo desde la oficina gris…

Vivir nos deja tristeza pero también una sonrisa en el rostro y el recuerdo de un hombre en un columpio… satisfecho en los últimos momentos de su vida. Ha reaccionado a tiempo, ha podido vivir con intensidad…, dejar de ser una momia enterrada entre papeles…

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10 comentarios en “Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa

  1. ¡Qué buena es esta película, Hildy! Una incuestionable obra maestra que aborda desde su apabullante serenidad caligráfica un sinfín de temas como la abrumadora frustración existencial que te carcome al dedicar toda una vida a la rutina laboral, la cruel soledad que trae consigo la llegada de la vejez o la inagotable predisposición humana por mantener viva la llama del amor. Maravillosa.
    Un abrazo muy fuerte.

  2. Sí, Antonio, es unauna pequeña película que pese a su melancolía, tristeza y dureza te deja un poso de esperanza y una sonrisa. Y además está contado de una forma muy bella y con una interpretación del actor protagonista que te desarma en cada momento. Tanto las dos veces que canta una canción popular triste, cuando anda cabizbajo o cuando mira con una tristeza y una impotencia tremendas pero también cuando un mafioso le pregunta si no tiene miedo y él mira sonriendo, en un desafío. Todos sabemos que no tiene miedo pues sabe que pronto va a morir… Nada le va a parar en su objetivo…

    Besos
    Hildy

  3. Obra maestra, llena de delicadeza y de lirismo. Cuando la vi hace años supuso una gran sorpresa para mí, porque yo no identificaba a Kurosawa con este cine intimista, más propio de Yasujiro Ozu en «Cuentos de Tokio» o en «El sabor del sake». El cine japonés esta lleno de obras maestras y ya antes de la Segunda Guerra Mundial era un cine completamente consolidado. Ahora ando escribiendo un artículo centrado en la Nueva Ola de los años 60 en el cine japonés, y cada película que veo de aquella época me «espabila» la mirada.
    Saludos.

  4. Hace mucho que la vi. Y me gustó. Recorro tus palabras y voy haciendo memoria pero aun así lo que tengo que hacer para poder decir algo es volverla a ver.
    Para poder decir algo sobre la peli. Sobre la periodista que lo escribe digo que da gusto y que tu texto abre el apetito cinematográfico. Melancolía y lirismo. Un abrazo.

  5. … Yo con el cine oriental voy despacio. Poco a poco. Y reconozco que me encuentro con buenas sorpresas pero me queda mucho por ver y descubrir, querido Licantropunk… Me ha gustado mucho la frase de «espabilar la mirada».

    Besos
    Hildy

  6. Querido Victor, ésas son las palabras claves: melancolía y lirismo para enfrentarse a VIVIR. Y aunque parece difícil puedes terminar el visionado con una sonrisa. No deja de ser un hermoso aviso de vivir la vida con intensidad siempre que se pueda y sea posible…

    Besos
    Hildy

  7. Ya sabes, creo, cuánto me gusta esta película. Inquieta y arrulla, conmueve y cabrea, enternece y deja desolado… El cine, joder, es esto.
    Besos

  8. Me gusta mucho esta película,tan neorrealista,tan española a lo Berlanga/Azcona,tan kafkiana,tan Ivan Ilich de Tólstoi. Una cosita: la canción que canta el protagonista en el columpio la incorporaría Spielberg en su película El imperio del sol.

    Existe un parque muy cerca de mi casa en donde hay un columpio que se mece ligeramente con la brisa de otoño. Ningún niño allí y las cadenas rechinan. Pues bien, yo a veces voy y me subo para columpiarme y tener la cabeza completamente vacía.

    Besos desde esa brisa.

  9. … qué canción más hermosa y a la vez más triste. Las dos veces que canta el protagonista son de intensa emoción.

    Tengo que volver a revisitar El imperio del sol.

    Sí, montar en un columpio relaja… y dejarse mecer por la brisa.

    Besos desde lo más alto (del columpio)… casi volando
    Hildy

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