Sesión doble de Bryan Forbes. Plan siniestro (Séance on a Wet Afternoon, 1964) / Las esposas de Stepford (The Stepford Wives, 1975)

El universo de Bryan Forbes como director y guionista indaga en las zonas oscuras y ambigüedades de sus personajes con una visión pesimista del ser humano, pero siempre dejando ver su capacidad de supervivencia. Forbes no se pasea por la zona de confort y sus películas se mecen en la incomodidad.

Plan siniestro (Séance on a Wet Afternoon, 1964)

Bryan Forbes y su universo oscuro e incómodo en Plan siniestro.

Plan siniestro abre y cierra con dos sesiones de espiritismo, donde la figura central es Myra (Kim Stanley), la médium. Myra es un personaje femenino complejo, pues nunca sabemos si es una fría farsante, si es una persona con graves problemas de salud mental y aires de grandeza, si es alguien marcada por un fuerte trauma, si realmente tiene ese don de comunicarse con el más allá o si se enfrenta día a día con los fantasmas y uno muy cercano domina su vida. De una sesión a otra, hay una historia, pero Myra continuará siendo un enigma.

Esta historia es brutal e inquietante (que se disfruta más si no se sabe nada de la trama), porque Myra además vive una relación de absoluta dependencia emocional con su esposo Billy (Richard Attenborough), un hombre apocado y enfermizo (con un asma que le impide trabajar), que termina siempre arrastrado por todas las decisiones de su mujer, tampoco sabemos si llevado por la debilidad o por un amor desesperado y mal entendido.

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Ráfaga de películas que no tuvieron un texto propio

Siempre hay una alfombra roja de películas que una va viendo y se quedan sin texto propio. En un verano que no he parado, también he sacado tiempo para ver largometrajes que me apetece confesar qué huella me han dejado. He decidido ir nombrándolas e ir destacando algo de ellas para que no caigan en olvido en mi memoria. Tal vez alguna de ellas en un futuro tenga su propio texto. Pero por si acaso, aquí va una breve presencia en el blog. No voy a seguir orden alguno, iré escribiendo sobre ellas según las vaya recordando.

Nop de Jordan Peele, con un héroe de rostro inmutable (un estupendo Daniel Kaluuya).

La primera es para recordarme que tengo que volver al ritmo habitual de pisar la sala de cine, pues además hay varias que espero no perderme próximamente. Me apetecía ver Nop de Jordan Peele, ya que no me he perdido las dos anteriores: Déjame salir y Nosotros. Pues bien en ese cine espectáculo donde hay idas de olla, fuerza visual, amor al cine, un héroe en estado de shock con rostro imperturbable (un estupendo Daniel Kaluuya), influencias de cine de terror, de western, de cine serie B, de aventuras, de ciencia ficción…, yo me lo pasé de miedo. No buscaba más, por cierto. Lo mejor para mí es lo que más controversia genera: el chimpacé Gordy.

Una de las películas que me faltaba para completar la filmografía de Ingrid Bergman era Las campanas de Santa María (Bells of St. Mary’s, 1945) de Leo McCarey. Después del éxito de Siguiendo mi camino (Going My Way, 1944), sobre las aventuras del padre padre O´Malley (Bing Crosby) en una parroquia, McCarey decide continuar sus andanzas con una secuela. Dicho padre llega a un colegio de monjas, donde la madre superiora es ni más ni menos que Bergman. Leo sabía filmar con emoción, y esta película tiene una secuencia reveladora de este arte: el ensayo de una representación navideña alrededor del portal de Belén por un grupo de pequeños alumnos, que terminan cantando el cumpleaños feliz alrededor del nacimiento.

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Diario cinéfilo de Hildy Johnson durante la cuarentena (1)

Dos meses de cuarentena son muchas horas para ponerse al día con películas recientes. No solo de clásicos se alimenta Hildy Johnson. También, durante estas extrañas jornadas, han tenido un especial protagonismo los documentales sobre cine que han alimentado mis ganas de saber un poco más. Por eso propongo durante los tres próximos textos un pequeño recorrido por un mapa de películas y documentales que me han despertado sensaciones y reflexiones.

Ficciones con alma

Diario cinéfilo de Hildy Johnson. La luz de mi vida

En tiempos de pandemia, no han faltado películas con dicha temática, y que, premonitorias, se estrenaron muy recientemente. Por una parte, una de animación stop motion de Wes Anderson: Isla de perros (Isle of dogs, 2018). Un cuento sensible con ese universo característico de su director, que crea un peculiar mundo distópico, sobre un niño que busca a su perro en un gigantesco vertedero donde han sido confinados los mejores amigos del hombre por una pandemia. Anderson cuenta sus historias con notas de humor, pero con una melancolía latente y con la reflexión de una sociedad oscura donde hay pocas posibilidades de luces, pero donde alguno de sus personajes lucha por no perder su identidad y no sucumbir en un pozo negro sin salida. Y me ha sorprendido también muy gratamente la última película que dirigió Casey Affleck, La luz de mi vida (Light of my life, 2019). El actor (que escribe, dirige y protagoniza la película) refleja el universo íntimo que construyen un padre y una hija en un mundo hostil arrasado por una pandemia que afecta a las mujeres. Así lo que le interesa a Affleck es mostrar esa relación que se va armando a través de las sesiones nocturnas de cuentos e historias bajo la luz de una linterna. Cuentos que se transforman en un manual de supervivencia para los dos en un mundo de incertidumbres y peligros constantes.

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Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos (Cátedra —Signo e imagen—, 2019)

En Tiempos de ninguna edad subimos a Naves silenciosas.

La imagen poderosa de Freeman Lowell (Bruce Dern), una especie de eremita jardinero y astronauta, en unas naves que salvaguardan la vida vegetal y algunas especies animales en mitad de la inmensidad espacial, con la esperanza de que algún día la tierra pueda volver a convertirse en un paraíso, asalta mi mente. Este jardinero espacial, desterrado del planeta, tiene una obsesión: cuidar y proteger los gigantescos invernaderos espaciales para asegurar un futuro próximo. Y por salvar la naturaleza será capaz de todo, incluso de la soledad más absoluta, aliviada por la compañía de tres rústicos robots. Freeman Lowell es uno de los protagonistas del último capítulo de Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine, de Antonio Santos. Si en el primer ensayo ya analizado (Tierras de ningún lugar) proporcionaba un recorrido especial por la utopía y el cine, esta vez el camino a seguir lleva al lector a las distintas distopías que se han reflejado en la pantalla blanca. La distopía como advertencia o espejo del mundo hacia el que nos dirigimos con la mirada en el presente.

De hecho, Freeman Lowell, que abre el capítulo «La humanidad desterrada», se encuentra lejos de una tierra que ha destruido sus recursos naturales. Lowell, protagonista de la película Naves misteriosas (Silent Running, 1972) de Douglas Trumbull, es un soñador obsesivo: «¿Y no creéis que es hora de que alguien vuelva a soñar? ¿No es el momento de que alguien sueñe con un mundo mejor?». Y el ensayo de Antonio Santos está poblado de soñadores que tratan de rebelarse contra el sistema político y social generado en la distopía que habitan.

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Y van tres de ciencia ficción…

Una británica, otra americana y la de más allá canadiense. Ninguna de las tres es absolutamente redonda pero las tres parten de buenas ideas (que luego tienen mejor o peor desarrollo) y poseen también una fuerza visual considerable. Además las tres son disfrutables y buenas tanto para el análisis como para una buena conversación después de su visionado. Dos de ellas crean dos distopías, dos sociedades futuras con brillantes ideas de partida. Y la tercera es ciencia ficción en estado puro con astronauta de protagonista allá en el espacio, en la luna. Y las tres son un claro ejemplo de los caminos actuales del género cinematográfico de ciencia ficción. Dos de ellas, Moon y Un amor entre dos mundos, suponen los segundos largometrajes de dos cineastas que empiezan a sonar y crecer. In time es otra distopía del guionista y director Andrew Niccol que ya creó en los noventa Gattaca.

moon

Moon (Moon, 2009) de Duncan Jones

La primera película que pude disfrutar de Duncan Jones fue Código fuente… me gustó tanto que pensé: tengo que ver Moon. Y ya lo he hecho. No pude evitar recordar al padre del director, David Bowie, y su canción Space Oddity. Es como si Moon fuera un homenaje y una continuación de esa canción. No extraña que el género elegido sea la ciencia ficción con un componente íntimo y trágico.

Viendo Moon, que no conviene desvelar aspectos de la trama, se reflexiona sobre la soledad, la fuerza de los recuerdos, la incomunicación, el deterioro mental de un ser humano ante el aislamiento… Si una escena tiene fuerza y contiene una emoción desgarradora es cuando Sam Bell, el astronauta protagonista (Sam Rockwell), se encuentra en la superficie de la luna dentro de un pequeño transporte y llora desesperado con una única frase: quiero regresar a casa… La importancia y la posibilidad de regresar a un lugar que se pueda considerar hogar…

Moon transcurre la mayoría de la trama en una nave y en suelo lunar. Sus protagonistas son un astronauta y un robot llamado Gerty (con voz de Kevin Spacey) que se convierte en un personaje vital para la trama (con giro argumental incluido). Y también las fotografías, vídeos, maquetas, sueños y visiones del astronauta componen un mundo extraño de soledad que se va complicando más y más según avanza la trama.

Sus influencias más evidentes, cinematográficas, son cuatro pero Duncan Jones sabe dar los giros adecuados para que sean sólo inspiración y dejar su firma personal. Así se pueden rastrear ecos lejanos de Solaris, 2001, odisea en el espacio, Alien y Blade Runner. Su máximo pero (y no único) a mi parecer es un desenlace demasiado precipitado y poco elaborado… para una historia que se estaba construyendo de forma adecuada y especial.

In Time (In Time, 2011) de Andrew Niccol

Desde que vi los traileres en las pantallas de cine y televisión me llamó la atención esta película de Andrew Niccol (que ya creó una distopía atrayente en Gattaca). Parte de una premisa magnífica: en un futuro lejano, muchos tienen que morir para que otros sean inmortales. Presenta así una sociedad distópica donde la moneda de cambio (la economía) se rige por el tiempo. La acumulación del tiempo hace a algunos seres humanos no sólo tremendamente ricos sino también inmortales y a otros tremendamente pobres en tiempo de vida y efímeros. El tiempo como moneda de cambio puede ser robado y también hay una cierta ‘estabilidad’ dentro de un sistema tremendamente injusto.

Por supuesto los pobres y los ricos viven separados. Y los que viven al día (nunca mejor dicho) porque si se quedan sin tiempo fallecen en el instante… van siempre corriendo y desesperados por conseguir el suficiente tiempo para seguir adelante… Los ricos viven, sin emoción alguna (la vida es larga), y procurando vivir con unas medidas máximas de seguridad y sin riesgo alguno para realmente no fallecer ni ser robados…

Los relojes de los seres humanos (cuando empieza la cruel separación entre ricos y pobres) se activan a los 25 años. Así el envejecimiento se para pero el tiempo corre. El tiempo acumulado es la diferencia entre la vida y la muerte. Para mantener el sistema injusto hay bancos, prestamistas, guardianes del tiempo, ladrones, trabajadores proletarios, millonarios, riqueza, pobreza…

Esta es la atractiva premisa de la que parte In time. Los protagonistas son un héroe proletario (Justin Timberlake) que decide dar un giro en su vida cuando descubre el mecanismo de ese sistema injusto en el que le ha tocado vivir y que sobre todo decide pasar a la acción cuando esto afecta de manera trágica a sus seres más queridos… y un golpe de suerte (acompañado de reflexión sobre la vida y el tiempo) le convierte en poseedor de casi un siglo. Y una millonaria (Amanda Seyfried) con todo el tiempo del mundo y con mucho miedo (siempre rodeada de guardaespaldas y de la protección de su millonario padre) a experimentar, vivir y disfrutar el momento.

Andrew Niccol pierde quizá el tono de la historia y las interesantes reflexiones que genera su mundo distópico cuando convierte a los protagonistas en una especie de nuevos Bonnie and Clyde o fugitivos enamorados pero no llegando hasta el final de las consecuencias y del halo trágico que hace tan atractivas estas parejas.

El halo trágico sí lo conserva el personaje quizá más atractivo de la trama, el guardián del tiempo (Cillian Murphy), un hombre serio e inmutable, sin escrúpulos y obsesivo, vestido siempre de negro, que dedica su vida a que el equilibrio injusto no se rompa y se convierte en el seguidor incansable de la pareja de fugitivos. Él también va siempre corriendo…

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Un amor entre dos mundos (Upside down, 2012) de Juan Diego Solanas

El argentino Juan Diego Solanas (hijo del documentalista y director de ficción Fernando Solanas…, cómo recuerdo Sur…, película que estoy deseando volver a ver) crea otro mundo distópico en Un amor entre dos mundos. Su historia de amor es un auténtico delirio y la inverosimilitud de la trama llega a extremos inimaginables, tan inimaginables que encuentras su encanto. Lo hipnótico de la película de Solanas es la plasmación visual de esos dos mundos, creando imágenes insólitas de gran belleza. Y si entras en ese mundo puedes llegar a disfrutar de una obra que se deja llevar por la inconscencia y el absurdo.

Así el mundo distópico creado son en realidad dos mundos con distintas gravedades. Dos mundos en oposición. En uno viven los trabajadores explotados y en el otro los millonarios… el punto de unión: un enorme edificio que es una multinacional donde pueden trabajar, de forma extraña, los de arriba y los de abajo.

Y surge entonces la historia de amor (el conflicto) entre un chico del mundo pobre (Jim Sturgess…, especialista en delirios románticos) y una chica del mundo rico (Kirsten Dunst) que se conocieron cuando eran niños… que viven además con gravedades diferentes… Y el delirio está servido. Mientras paseamos por el increíble lugar de trabajo donde ambos pueden coincidir (después de muchos años… en que una tragedia los separó) donde encontramos cientos y cientos de mesas arriba y abajo o el café Dos mundos con tango de fondo…, no podía ser de otra manera.

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