Diccionario cinematográfico (240). Tijeras

Tijeras de podar tampoco faltan en el cine…

Pues estaba pensando en un artículo que recopilara ciertos thrillers de los noventas con contenido erótico, cuando me topé con una de las películas de Sharon Stone, antes del pelotazo de Instinto Básico, que aquí se conoce como Secretos íntimos, pero su título en inglés es Scissors… Nuestra protagonista aparece comprando unas tijeras en la secuencia de inicio, pues arregla muñecas antiguas, y le sirven posteriormente para defenderse de una violación en el ascensor… Bien que se las clava en el muslo al agresor… No se podía titular de otra manera. Rara, rara, rara…

Y me doy cuenta entonces de que las tijeras son de los más cinematográfico. Una película, amiga de este diccionario, porque me ha servido para ilustrar un montón de palabras tampoco puede faltar aquí: Eduardo Manostijeras, ese cuento de Tim Burton, con un ser distinto y del mundo de la fantasía que tiene en lugar de dedos… tijeras. Y corta de maravilla tanto pelos como jardines.

Pero las tijeras son objeto de suspense nunca mejor dicho. Hay dos momentos clásicos memorables. Uno, en la película de Robert Siodmak: en A través del espejo. Los instintos asesinos de una gemela vuelven a despertarse con unas tijeras encima de una mesa. Pero, como siempre, fue el maestro del suspense quien supo poner de los nervios a los espectadores con unas tijeras también en un despacho en Crimen perfecto, único objeto cotidiano del que puede apropiarse una dama en apuros para defenderse de una muerte segura. Seguimos con el suspense, y tampoco se puede olvidar a esa mujer trastornada y obsesionada por un hombre que rasga con unas tijeras un retrato… en la primera película de Clint Eastwood como director: Escalofrío en la noche.

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Don Siegel (Cátedra, 2023) de Joaquín Vallet

El seductor, la obra cumbre de Don Siegel.

«Cuando Don Siegel ponía a rodar las cámaras y gritaba “¡Acción!” siempre cruzaba los dedos. Una costumbre que mantendría a lo largo de su vida profesional y que, en mayor o menor grado, representaba una excepcional inclinación hacia lo fortuito en una persona tan sumamente racional como el cineasta». Me gusta mucho este párrafo, porque define perfectamente la personalidad de Don Siegel. Sí, un tío racional que trabajó toda su vida en un mundo caótico y fortuito como es la realización de películas en los estudios de Hollywood. Nunca se sabía, durante todo el rico proceso creativo de un largometraje, lo que iba a resultar al final ni los obstáculos que encontraría entre medias hasta que el espectáculo pudiese continuar.

La colección de libros de Cátedra, Signo e Imagen/Cineastas (a la que tengo gran cariño), no deja de sacar nuevos volúmenes con interesantes análisis de las filmografías de diversos directores de cine. Distintos autores cinematográficos se ponen frente a un cineasta y sus distintas películas para explicar aquellas características que caracterizan el universo cinematográfico del cineasta. La colección de Cátedra por tanto tiene sentido dentro de la famosa teoría de autor, aquella que pusieron en boga en los cincuenta los críticos de Cahiers du Cinéma, convencidos de que había directores que tenían no solo una manera de rodar, sino que también su obra cinematográfica tenía una coherencia temática, un sentido.

Normalmente, los que he podido leer no solo me han provocado placer, sino que también me han descubierto cosas del realizador en cuestión. No hace mucho salió a la venta el dedicado a Don Siegel y no he podido disfrutarlo más. Su autor, Joaquín Vallet, pasea por la filmografía de Siegel y va buscando con cada largometraje esa coherencia temática. En cada película describe el proceso creativo: por qué Siegel acababa rodándola, el proceso hasta conseguir la versión de guion adecuada, anécdotas del rodaje (muy valiosas para conocer al cineasta), qué aporta esa película al conjunto de la obra del cineasta y características del fondo y la forma que ayudan a entender el valor de dicho largometraje en su filmografía.

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Diferencias entre La seducción (The beguiled, 2017) de Sofia Coppola y El seductor (The beguiled, 1971) de Don Siegel

La Seducción

El bello universo de unas damas sureñas…

1. Títulos en castellano. No ocurre así con el título original (que es el mismo en ambas), pero sus traducciones en castellano ya dan matices. La de Don Siegel se centra en la figura del cabo John McBurney… En castellano se titula El seductor. Un lobo feroz que pretende manipular a su gusto a las damas-cordero. Y el espectador se sitúa al lado del seductor manipulador para ser testigo de cómo se va convirtiendo en un cordero sacrificado por unas mantis religiosas. Sin embargo, la película de Sofia Coppola se ha titulado La seducción, luego el foco de atención se va al grupo de las damas sureñas (profesoras y alumnas). El grupo femenino acoge a un cabo John McBurney que se convierte en ese oscuro objeto del deseo, pero pronto pasará a ser un juguete roto, y las damas se unen para manejarlo a su antojo y después deshacerse de él, limpia y fríamente.

2. Flashbacks y voces interiores. Don Siegel hace uso en su película de varios flashback u otro tipo de imágenes (como una escena onírica) que hacen hincapié en el ambiente enfermizo y represivo. Y sobre todo acompañan a los personajes de Martha y McBurney, los dos personajes que quieren detentar el poder y los que más chocan y se enfrentan entre sí. Los flashbacks al lado de McBurney le dibujan como mentiroso y manipulador. El cabo quiere seducir a todas las mujeres por supervivencia pura y dura. Y los flashbacks que acompañan a Martha la muestran como una mujer reprimida y con secretos ocultos y moralmente prohibidos (una relación incestuosa con su hermano). Además hay un sueño onírico donde no solo da rienda suelta a una relación sexual con McBurney, sino que también dibuja una atracción de Martha hacia la joven y dulce profesora Edwina. El otro flashback que se ve en la película acompaña al personaje de Hallie e ilustra por qué nunca se ha unido y ha formado piña con McBurney (lo explicaré mejor en el siguiente punto). También en la película de Don Siegel, los personajes piensan en alto, es decir, permite escuchar las voces interiores y las reflexiones, por ejemplo, de las niñas, esto aumenta el ambiente represivo, enfermizo y oscuro… la tensión.

Sin embargo, todos estos flashbacks y voces interiores desaparecen en la película de Sofia Coppola, de tal manera que deja más libre al espectador para las interpretaciones sobre lo que ve en la pantalla, todo más limpio y menos oscuro además de aumentar una sensación elegante de ambigüedad durante todo el metraje.

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El francotirador (American Sniper, 2014) de Clint Eastwood

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El francotirador parte de la autobiografía del marine Chris Kyle. Su análisis se convierte en apasionante porque ha sido una película con polémica, sobre todo en su interpretación ideológica. El director siempre ha sido independiente en cuanto a sus planteamientos políticos aunque ha apoyado más a los presidentes republicanos. Eso no ha impedido que haya sido crítico con varias de sus medidas y nunca ha tenido reparo en dar su opinión ante distintos aspectos sociales, económicos y políticos. En este sentido, siempre hubo un análisis ideológico de su filmografía como actor y director, sobre todo al principio de su carrera y en sus primeros pasos como director de cine. Sin embargo, es cierto, que durante unos años (desde Sin perdón) se obvió su pensamiento político para el análisis de sus películas y se le consideró el último director clásico, un narrador cinematográfico que sigue los parámetros de cómo contar una historia en la pantalla blanca como en la época dorada de Hollywood. Con El francotirador se ha vuelto de nuevo al análisis ideológico y a etiquetar el pensamiento político del director así como realizar afirmaciones de que es una película patriótica, de derechas, conservadora.

Así que tenía gran interés de enfrentarme a El francotirador y lo que me he encontrado es una película más crítica de lo que pensaba y creo que más compleja de lo que se ha hablado. No es una película bélica redonda, más bien película correcta, pero desde mi experiencia como espectadora yo he visto una crónica crítica y desencantada de la guerra de Irak y la intervención de EEUU. Y el retrato desolador de lo que sería un héroe americano que no encuentra su papel. Si hay que analizarla cinematográficamente, Eastwood se ha centrado más en el mundo íntimo de su personaje principal que en las escenas bélicas (que las hay). Así por ejemplo, cinematográficamente es bastante más impresionante Salvar al soldado Ryan pero aquella ideológicamente me pareció mucho menos crítica, más patriótica y conservadora que El francotirador.

Eastwood presenta a un Chris Kyle (Bradley Cooper) como un tejano de pura cepa que se alista en la guerra de Irak convencido de servir a su patria contra el enemigo. Paralelamente a su reclutamiento y entrenamiento se enamora de una joven con la que antes de partir, se casa para formar una familia. Kyle es conservador en todos sus planteamientos. Pero Eastwood lejos de ensalzar al héroe americano (tipo Rambo) y a sus compañeros de batalla, va creando un héroe que cada vez se va sintiendo más perdido no solo en el campo de batalla sino también en la vuelta a su hogar. Cada vez entiende menos cuál es su papel y va viendo cómo se queda solo, cómo sus compañeros o mueren o se desencantan (como, por ejemplo, su propio hermano, personaje muy desaprovechado) y cómo incorporarse a la vida civil cada vez es más duro. Si Kyle empieza su labor como francotirador con el objetivo claro que le permite sortear duras cuestiones morales (nunca se regodea en las decisiones que toma), cada vez pierde más el norte y finalmente convierte su labor en una obsesión y rivalidad con otro francotirador iraquí (este podría haber sido un punto fuerte del relato cinematográfico pero se queda en la superficie, el rival es casi un fantasma, tan solo se nos muestran algunos datos. Recuerdo una película de dos francotiradores que me impresionó en su momento, Enemigo a las puertas de Jean-Jacques Annaud, que sí dejaba un retrato psicológico de los dos).

Cada vez que regresa a casa, siente el peso de otras responsabilidades que le cuesta asumir. No encuentra su lugar junto a una esposa y unos hijos que cada vez conoce menos aunque están ahí. Su esposa cada vez tiene más claro que su marido tiene que regresar del todo y centrarse en la vida civil. Además el protagonista siente el peso de sus demás compañeros a los que encuentra con duros procesos de integración a la vida bien por secuelas físicas o psicológicas. Su vida pierde sentido y rumbo… y nota que poco a poco todo se derrumba.

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La paradoja es que finalmente cuando logra tomar de nuevo las riendas de su vida y se decide a ayudar a otros compañeros con duras secuelas de guerra (es decir, encuentra un papel)…, ese francotirador temerario en Irak, que tenía el convencimiento de que disparaba al enemigo para proteger a sus compañeros, encuentra la muerte a manos de un exmarine con secuelas psicológicas. ¿Hay un destino más desolador para ese héroe americano que ha reflejado Eastwood?

Por otra parte otra de las críticas que ha recibido El francotirador es el reflejo del otro, del enemigo, de los iraquíes. Como en las películas del Oeste clásico, donde los indios eran representados como un colectivo y raramente alguno de ellos tenía un definido papel y personalidad desarrollada (eso fue evolucionando poco a poco hasta llegar a largometrajes como Apache, donde curiosamente el actor protagonista no era un apache auténtico sino Burt Lancaster) o escasamente se desarrollaban los motivos por los que surgía el enfrentamiento y su forma de actuar (se obviaba, claro está, su punto de vista), en El francotirador, Eastwood se centra en la construcción y evolución del héroe americano en película bélica y no en la representación del otro (pero esto no es solo algo que le ocurre a Eastwood, se puede ver en otras aclamadas películas recientes como La noche más oscura o Argo).

El francotirador muestra la riqueza de una película y las distintas miradas desde las que se puede abordar. Si la miramos cinematográficamente, no es de las mejores películas de Eastwood, es correcta sin más, con algún momento de puesta de escena que muestra su saber hacer, cómo esa última escena en que Kyle se va del hogar, todos sabemos su aciago destino y vemos en la puerta a punto de cerrarse el rostro de su mujer… Pero si hacemos un análisis de contenido, las miradas chocan, polemizan y crean reflexiones interesantes.

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Banderas de nuestros padres (Flags of our fathers, 2006) de Clint Eastwood

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Llevaba mucho tiempo arrinconando dos dvd: Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima de Clint Eastwood donde el realizador mostraba su mirada a esta batalla en una isla del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Y reconozco que siempre me daba cierta pereza enfrentarme a su visionado. Esta semana vencí mi rechazo inicial y me puse Banderas de nuestros padres. Y me vi frente al televisor absolutamente enganchada a lo que contaba esta historia y en varios momentos muy emocionada porque no sólo me estaba atrayendo cómo estaba estructurada la película (el armazón) sino que también me atrajo la construcción de sus personajes. Y me ha dejado lista y con ganas para enfrentarme a Cartas desde Iwo Jima.

Narra los acontecimientos a partir de una fotografía: la de seis hombres levantando una bandera norteamericana en el monte de Suribachi. Una fotografía identificada por todos. La película es un mosaico de recuerdos, testimonios, sensaciones que reconstruyen una batalla desde la mirada de los soldados norteamericanos. Y esa mirada no es plana, ni patriotera, ni heroica… es una mirada compleja, muy compleja, y sobre todo como acostumbra Eastwood, tremendamente humana. Así Eastwood se apunta a la tradición de películas que muestran que la guerra no es ninguna maravilla sino un acto tremendamente trágico y horrible que lleva a muchos hombres a una muerte segura y violenta. Hombres que pasan miedo, mucho miedo, que ven cosas horribles, sufren cosas horribles y hacen cosas horribles… a veces solo para mantenerse con vida o para aguantar un día más. Y que es muy distinto lo que viven esos hombres en el campo de batalla a cómo lo viven los ciudadanos y políticos desde sus países de origen, en las casas y en los despachos. También refleja cómo hirió la guerra y sobre todo el regreso a toda una generación de jóvenes (en este caso norteamericanos) que vivieron lo peor en el campo de batalla y que luego fueron relegados al olvido e incluso excluidos de una sociedad que los quiso elevar a una categoría inexistente, la de héroes de una mitología inventada.

Otra mirada excelente que lanza Eastwood es como a partir de una fotografía se pone en marcha la maquinaria propagandística para recaudar fondos para continuar una guerra en la que sus hombres siguen muriendo. Y como esa foto además del afán recaudatorio, levanta la moral de un país desencantado que busca a lo que aferrarse. Un país que no quiere discursos complejos o pensamientos elevados… sino una imagen que valga más que mil palabras, algo sencillo que identificar. Y cómo ‘los protagonistas’ de esta fotografía son elevados a un altar, convertidos en grandes marionetas, para elevar la esperanza de las gentes y conseguir más dinero (tremenda paradoja). No importa cómo se encuentren, cómo lo viven, si tienen traumas o no… forman parte de una maquinaria y están obligados a convertirse en leyenda aunque no lo quieran. Y cuando dejan de servir para ‘esa causa’ son expulsados sin ningún miramiento. Relegados al olvido.

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Eastwood toma como cabecilla de los recuerdos a un soldado enfermero, uno de los protagonistas de la fotografía, John Doc Bradley. Él es un hombre mayor a punto de morir al que le sobrevienen todos los recuerdos de Iwo Jima. Y ahí está uno de sus hijos que trata de reconstruir todo lo que no le contó su padre en vida… La película es un puzle que se puede ir construyendo y que va calando a un espectador que primero puede mostrarse confuso y después absolutamente absorbido por lo que le están contando. Así dos son los escenarios claros cuando la memoria rescata el pasado: la camaradería y los momentos cruentos de la batalla de Iwo Jima y la gira norteamericana a la que se vieron obligados tres de los supervivientes de la famosa y conflictiva fotografía: John Doc Bradley, Rene Gagnon e Ira Hayes.

Y es ahí donde Eastwood muestra su fuerte: en la representación de los tres supervivientes y sus historias futuras. John Doc Bradley es la memoria a pinceladas, el observador sensible. Rene Gagnon, el Tyrone Power, que aprovecha su momento de gloria orgulloso, que quiere ser un buen ciudadano y que no  logra retener la fama y sí el olvido. Y por último, Ira Hayes, el indio, el soldado que lleva en sus carnes la tragedia y el horror, que se siente culpable por haber sobrevivido a sus compañeros, que no puede con la manipulación y la mentira, que muestra que los sentimientos xenófobos no se borran y que será cruelmente excluido, es el poema triste de esta historia.

El director termina su ‘epopeya’ de caída del mito con una imagen más hermosa y cercana a lo real: rescata uno de los pocos momentos hermosos y de camaradería que vivieron todos los protagonistas de esta historia en Iwo Jima, un baño en el mar…

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Primavera en otoño (Breezy, 1973) de Clint Eastwood

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Hace relativamente poco pude ver la primera película que dirigió Clint Eastwood, Escalofrío en la noche (1971), en cuyo guion participaba Jo Heims. Y ahora me he enfrentado a su tercer trabajo como director… y ha sido una agradable sorpresa. Primavera en otoño cuenta una historia de amor. Pero ¿qué la hace especial, distinta y sorprendente? Nos encontramos con una de las películas más desconocidas de Eastwood. De hecho en el momento de su estreno fue un fracaso de taquilla… Y fue fracaso por propuesta desconcertante del director que la rodaba. Clint Eastwood todavía no era tomado en serio detrás de las cámaras, todavía nadie le consideraba un creador capaz y con una manera de narrar cinematográficamente, con una mirada distinta. Nadie podía creer que el chico duro, el de los spaguetis westerns, el de las películas de acción de Don Siegel… el controvertido y violento Harry el sucio… pudiera albergar y fuera capaz de plasmar una historia romántica con una sensibilidad extrema. Y una historia nada plana, delicada.

De pronto la estrella de cine de rostro impenetrable, el más duro, ofrecía una película de autor donde además él no aparecía como actor. Una historia íntima con música del realizador Michel Legrand y su segundo trabajo junto a la guionista Jo Heims (el primero fue Escalofrío en la noche). Clint Eastwood formaba parte del mapa de jóvenes realizadores que estaban cambiando el panorama cinematográfico en Hollywood, el nuevo cine americano… pero no fue tomado en consideración hasta muchos años más tarde. La película fue una propuesta atrevida del nuevo director y en consonancia con los tiempos que corrían… pero rápidamente sepultada.

Parece incomprensible que la estrategia del productor Robert Evans, Love Story (1970) de Arthur Hiller, tuviera un éxito sin precedentes… con una historia de amor que apelaba a la lágrima y bastante plana… y que tres años después Eastwood ofreciera una historia bastante más compleja, bien rodada y sin recurrir a recursos fáciles de lágrima y cursilería para contar una historia de amor más profunda… y sin embargo pasara sin pena ni gloria por la taquilla y quedara sepultada en el olvido.

Primavera en otoño cuenta de manera aparentemente sencilla la historia de amor entre un hombre cincuentón solitario, desencantado y con la vida resuelta y una adolescente hippie que ofrece y no pide nada a cambio, que se limita a vivir el presente… Dos personalidades con dos tipos de vida absolutamente diferentes, que de pronto se atraen y sienten que pueden construir una historia juntos. No sólo les separa la edad sino también las convenciones e hipocresía social, sus estilos de vida diferentes, la intolerancia y los prejuicios, el miedo a los nuevos tiempos… No se prometen amor eterno pero sí intentarlo y vivirlo con intensidad. Como muchos años después en Los puentes de Madison, Eastwood cuenta la historia de dos amantes incompatibles en sus formas de vida que tienen todas las papeletas para no poder estar juntos… y sin embargo viven su historia con intensidad y autenticidad. O no hace falta irse a su otra historia de amor por excelencia sino, por ejemplo, al El gran Torino donde refleja otro tipo de amor entre personas con diferentes pensamientos, orígenes y formas de vida. Eastwood muestra la complejidad de las relaciones humanas… donde nada es blanco o negro y donde el encuentro puede ser posible aunque no un camino fácil.

Así como suele ocurrir con el cine del director crea dos personajes creíbles en una historia que llega con una sensibilidad poco común y una sencillez que se agradece. Sin estridencias. Por otra parte dirige a sus actores protagonistas que se meten de lleno en sus personajes, componen unas personalidades que se complementan y consiguen traspasar con su química la pantalla. Cuenta con el rostro de un actor veterano, un maduro William Holden (maravilloso), desencantado y atractivo (que en un momento dado le dice a su joven enamorada que nunca se madura, uno simplemente se cansa) y una desconocida Kay Lenz que destila naturalidad y frescura.

Por el mismo año también se rodaba otra propuesta cinematográfica de John G. Avildsen (de las que he visto del realizador la que más me gusta y la que más merece la pena), Salvad al tigre, que narraba un día en la vida de un empresario maduro en crisis (magnífico Jack Lemmon)… donde el único momento en que lograba expresar lo que realmente sentía… también era en compañía de una joven hippy. Avildsen conseguía así el momento más auténtico y triste de la película. Mientras veía la película de Eastwood me vino a la cabeza la película de Avildsen y sus puntos de unión.

Primavera en otoño habla de dos personas muy distintas que de pronto pueden construir una historia común. No se sabe hacia dónde les llevará su idilio pero deciden intentarlo…

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Maratón veraniego de películas en varias pinceladas

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Elysium (Elysium, 2013) de Neill Blomkamp

Max (Matt Damon), hombre rapado y tatuado, héroe elegido y trágico (y bestia entre los bestias)… tiene un sueño: alcanzar Elysium. Él vive en la tierra que se ha convertido en un vertedero, superpoblada y explotada donde la sanidad no llega para todos, los trabajos son mal pagados y no hay ninguna seguridad y donde cada día es un sálvese quien pueda. Max habita en el caos. Pero él no ha perdido su capacidad de soñar… Trata de alcanzar sueños: recuperar un amor y amistad de la infancia o conseguir un billete para Elysium, un paraíso en el espacio exterior. Donde todo es inmaculadamente perfecto y donde todo puede ser curado… El abismo entre ricos y pobres es ya no abismal sino espacial. Además existe la inmigración clandestina… pero Elysium tiene unos métodos de seguridad poco éticos liderados por Rhodes (Jodie Foster), del gabinete de Gobierno de Elysium y también cuestionada por sus mandatarios, y no deja que ni un sólo inmigrante se quede en el paraíso… Un accidente laboral grave cambiará el destino de Max que luchará con todas sus fuerzas para sobrevivir… pero el destino le depara otro final.

Neill Blomkamp lo tenía todo para haber creado una buena película de ciencia ficción. Contaba con una buena metáfora (siempre se va al futuro pero lo que refleja es muy pero que muy actual), un héroe carismático con toques bíblicos y unos personajes que le podían haber respaldado. Por otra parte tiene capacidad para crear una imagenería visual atrayente y unos efectos especiales y técnicos virtuosos sin ser estridentes. Así contaba con un buen armazón que se deshincha convirtiéndose en una entretenida y típica película de acción con más de una incoherencia insostenible… Sus personajes secundarios desaparecen o mueren y no pasa absolutamente nada. Tan sólo la sostiene un héroe atormentado que cuenta una historia muy vieja que siempre ata (pero se queda demasiado solo en el camino y no le dejan ni interactuar con los malos malísimos): érase una vez un hombre elegido para cambiar el mundo… pero esto tiene un precio muy alto… Lástima. Es de esas películas que podían haber sido… y no fueron…

 

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Manderlay (Manderlay, 2005) de Lars von Trier

Primero fue Dogville, después Manderley… y todavía nos queda la tercera de esta trilogía, Washington. Lars von Trier realiza un particular viaje por EEUU, la tierra de las oportunidades pero plasma asuntos universales donde el ser humano no sale muy bien parado. Buen cine-tesis para debates encendidos. Su protagonista es Grace, hija de un mafioso. Primero vive una pesadilla en un ‘amable’ pueblecillo rural de la América profunda, Dogville, en la época de la depresión. Y más tarde desemboca en Manderley, una mansión sureña donde todavía está instalada la esclavitud…

Grace siempre se convierte en la heroína desestabilizadora. Llegue donde llegue, todo lo pone patas arriba y hace que salga lo peor del ser humano. Y lo realmente increíble es que Lars von Trier con su distanciamiento en la manera de narrar la historia (con voz en off y en capítulos —como ya ha hecho en otras ocasiones—) y de visualizarla realiza una radiografía dura pero tremendamente realista de un mundo que es complejo, contradictorio y cruel… Así plantea cuestiones y temas incómodos desde ópticas que nos ponen en situaciones desagradables pero que nos hacen pensar. Grace es un personaje interesantísimo y complejo (esta vez tiene el rostro de Bryce Dallas Howard y no el de Nicole Kidman) porque parte siempre de un rostro angelical y un comportamiento donde aparentemente prima el idealismo, la buena fe y la bondad para terminar metiendo la pata una y otra vez y sacar siempre lo peor de cada uno… Al final termina siempre con la huida de Grace a los brazos de su ‘odiado’ padre, un gánster, y comportándose como ha negado desde el principio que se comportaría. Esta vez sus intentos se vuelcan en acabar con la esclavitud de Manderlay, conseguir la igualdad entre blancos y negros, alcanzar la libertad, instaurar un sistema democrático, el trabajo en equipo y que entre todos saquen  adelante la finca. No será misión tan fácil ni llevadera…

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El callejón de los milagros (1994) de Jorge Fons

Antes de Amores perros existió El callejón de los milagros donde su director Jorge Fons entralaza la historia de sus personajes trágicos inspirándose en la novela del egipcio Naguib Mahfuz. Pero en vez de ser un callejón de El Cairo es un callejón de un México D.F. contemporáneo. Un callejón que no deja volar a sus habitantes y que si vuelan no es para tener experiencias precisamente bonitas. Todos regresan al callejón… y lo de los milagros es un insulto. Sus vidas son tragedias que arrastan… y destinos que sólo traen a la cabeza canciones tristes. Y si en Ámores perros en sus historias trágicas entrelazadas en la parte más marginal terminaba surgiendo una cierta belleza y poesía… esa semilla ya estaba plantada en este callejón de los milagros. Un hombre mayor, dueño de una cantina, casado y con un hijo con el que no se lleva bien… se deja llevar por lo que siente de verdad: decide vivir su historia de amor con un joven dependiente. Pero no será una idílica historia de amor, sí una historia de rechazo, incomprensión y violencia… Alma una chica joven que sueña, que quiere salir del barrio, de su casa… y que son muchos los que la prentenden. Sobre todo el peluquero, Abel, que sueña con prosperar en EEUU y poder así volver rico para casarse con ella para que no les falte de nada. Y una vieja solterona que sueña con que la amen y que se cree a una vecina que le lee las cartas, la mamá de Alma, cuando ésta le dice que pronto encontrará el amor… Todas las historias empiezan en el mismo momento… después, en un lapso de tiempo todos se volverán a encontrar las caras y precisamente no nos contarán historias con finales felices… Por cierto fue la carta de presentación de Salma Hayek.

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M. Butterfly (M. Butterfly, 1993) de David Cronenberg

… Cronenberg nos lleva de la mano a sus ambientes inquietantes, a sus identidades extrañas y crea una historia de amor trágico (adaptando una obra de teatro que parte de una historia real). Así un diplomático francés en China (en la China de la Revolución de Mao) se enamora de un ideal ‘una mujer perfecta’ que es la representación de un ‘mito’, Madame Butterfly, la triste heroína de la ópera de Puccini. Y ese ideal es una ‘diva’ de la Ópera China… un hombre que actúa como una mujer. Y no hago spoiler porque lo que Cronenberg muestra es que todos sabemos la verdad desde el primer instante, todo es cuestión de identidades. Y nuestro protagonista lo que hace es enamorarse del amor, de un ideal que crea que tiene otra percha. Por eso cuando se descubre esa percha, él pierde a su amor. Se hunde. Cuando se descubre el engaño, todo carece de sentido… Y ahí Jeremy Irons, digna ‘diva’ del melodrama, nos regala un final que nos lleva hasta el extasis, hasta el extremo del dolor… se convierte en una Madame Butterfly que entiende el concepto de pérdida.

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Escalofrío en la noche (Play Misty for me, 1971) de Clint Eastwood

Antes de que existiera la tramposa y exitosa Atracción fatal en los 80, Clint Eastwood empezó su carrera como director con Escalofrío en la noche donde Jessica Walter da bastante miedo como amante obsesiva que se apodera del tiempo y del espacio del donjuán de turno, un locutor de radio especializado en Jazz y programa nocturno. Y así Eastwood entrega un thriller inquietante revestido de años setenta bajo la atenta mirada (y algún consejo) de uno de sus directores de cabecera Don Siegel (al que le proporcionó un papel como camarero colega). Clint Eastwood ya muestra que le gusta contar historias y sabe cómo filmar una vida aparentemente tranquila que se va perturbando poco a poco por una presencia anómala… una chica encantadora pero que se obsesiona hasta la médula del amante y que saca toda su rabia cuando percibe el rechazo. Agradable sorpresa.

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Jean Seberg, la cazadora solitaria…

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… érase una niña de cabellos dorados de Iowa que se convirtió en Santa Juana de Hollywood y terminó siendo mártir muriendo sola y olvidada en un coche…

Apenas acabo de volver a leerme Diana o la cazadora solitaria de Carlos Fuentes (Punto de lectura, 2006) donde el novelista se desnuda al completo y narra los dos meses pasados junto a la actriz a la que convierte en personaje literario. Jean Seberg es Diana Soren.

… es una novela que me apena y fascina a la vez pero donde Carlos Fuentes es tan transparente que me parece cruel. No tiene reparo alguno en escribir todos sus defectos como persona por eso su relato exuda autenticidad. Por eso Diana Soren se convierte en personaje triste y atrayente. No sé si a Jean Seberg le hubiesen gustado estas páginas… pero lo que es cierto es que Fuentes logra plasmar la radiografía de una época de desencanto que fue del mayo del 68 cuando parecía que el mundo podía cambiar a la muerte de las revoluciones con la destrucción de una mujer contradictoria, vulnerable y frágil, Diana Soren. Convierte a Jean Seberg en símbolo y leyenda trágica.

La novela transcurre en el tiempo de un rodaje… cuando Jean Seberg se encontraba en México rodando un western. En el libro no viene de qué película se trata. Y a los integrantes del reparto los cambia de nombre. Pero indagando en su filmografía la película que rodó en México fue Macho Callahan y el actor mayor y desencantado que acompaña algunas noches de Soren y Fuentes puede ser Lee J. Cobb.

Entre las páginas queda el retrato de Seberg, un triste retrato, de una mujer que quiso luchar contra titanes y éstos la rompieron en mil pedazos sin piedad alguna… Y que irremediablemente todos los hombres con los que se relaciona terminan haciéndola daño… y ella también (porque a todos les asusta una mujer libre). Quiso volar con los nuevos tiempos pero el viejo orden siempre gana.

… Ficción y realidad. Su relación con los Panteras Negras, con su esposo el novelista Romain Gary, con su amante Carlos Fuentes, la persecución que sufrió por parte del FBI (no todo eran paranoias), con otros hombres entre ellos un Clint Eastwood que terminó desencantándola… Su mirada como actriz fracasada. Jean Seberg, cazadora trágica además de solitaria. Exiliada de la vida.

Pero Fuentes también se desnuda. Y ahí hay que reconocer cierta justicia poética. La desnuda a ella pero se desnuda él. Y el relato es desgarrador. Pero a mí se me hace un hombre duro, a veces injusto… pero desde luego sincero y con sentido de autocrítica. Así sale reflejado su México, sus pensamientos e ideologías, sus reflexiones, su relación con la literatura y con otros intelectuales (surge en un momento dado hasta Luis Buñuel)…

Buenos días, Jean

… No tiene una filmografía amplía ni todos los títulos son reseñables. Algunas de sus películas son difíciles de ver. Aunque empezó de la nada, sin apenas preparación, como una estrella… la crítica no fue muy amable. Surgió de un casting de miles y miles de muchachas para alzarse con el papel de Santa Juana, quemada en la hoguera y para trabajar con un director que era muchas cosas menos dulce… pero confió en el pontencial de su cara de ángel. Después sus problemas emocionales y mentales hicieron que rechazara muchas oportunidades que le hubiesen permitido una carrera llena de buenos títulos. Aun así los tuvo. La rubia de Iowa destacó… y se convirtió en leyenda al otro lado del charco por obra y gracia de un grupo de cineastas franceses apasionados, de la nueva ola.

Así de ser Santa Juana pasó a ser la heroína joven y trágica de otra película de Otto Preminger que a mí me gusta mucho, Buenos días, tristeza. La adaptación cinematográfica de la novela de François Sagan. Jean Seberg se convirtió en Cécile, la adolescente que siembra la discordia con gotas de maldad inconsciente por miedo a crecer y perder el amor y el tipo de vida que lleva con su padre…

Más tarde Jean Luc Godard la convirtió en leyenda como reina del Nouvelle Vague en Al final de la escapada. Y ya es icónica esa imagen de una rubia con pelo corto, pantalones de pitillo negro y niki blanco vendiendo el periódico por las calles de París.

Después en 1964 realiza la única película de la que se sintió orgullosa en Hollywood. Una trágica y hermosa historia de una esquizofrénica, Lilith de Robert Rossen. Ahí Lilith hermosa y creativa con problemas de salud mental se rompe más en pedazos cuando establece una relación con un hombre más fragmentado y roto que ella, un jovencísimo Warren Beatty. Al final se convierte en un amor destructivo… para ambos.

También guardo cariño del extraño trío que protagoniza La leyenda de la ciudad sin nombre, un extraño musical que de extraño se convierte en especial con Seberg entre Lee Marvin y Clint Eastwood, dos hombres libres (pero asustados ambos al descubrir a alguien más libre… ella).

Su filmografía tiene más títulos pero señalo sólo los que he visto… y ya a través de sus películas se descubre a la frágil chica de cabello rubio de Iowa que quiso volar y no pudo…

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Dos mulas y una mujer (Two mules for sister Sara, 1970) de Don Siegel

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Hay películas que no sabes muy bien por qué las recuerdas con inmenso cariño. Quizá por lo que disfrutaste viéndola. Y así se instala en tu mente como un recuerdo agradable. Y recuerdas escenas y momentos. No la olvidas. De pronto, después de muchos años, vuelves a verla… y respiras aliviada. Has vuelto a vivirla y disfrutarla. No suelen ser películas redondas pero tienen algo que las hace permanecer. Una de ellas, de esas películas que se sitúan en la memoria y ya no te abandonan, es Dos mulas y una mujer (la protagonista, la hermana Sara, sólo tiene una mula que además cambia por un burro… ¿quién es la segunda mula? ¿Oculta un sentido metafórico? El espectador es el rey).

Dos mulas y una mujer no es un gran western, ni una increíble película de acción, sin embargo, tiene magia. Es de esas películas sin pretensiones, que de pronto se quedan ancladas en la memoria cinéfila. Y cuenta con muchos ingredientes y personas que la hacen especial a pesar de sus imperfecciones.

Sin duda los mayores culpables del cariño que genera Dos mulas y una mujer son su pareja protagonista, Clint Eastwood (convirtiéndose en leyenda) y Shirley McLaine (¿recordáis algún papel en el que esté mal o no se coma la pantalla con sus enormes ojos azules?).

Él, como un mercenario, un forajido desencantado (desencanto de su participación en la Guerra Civil Americana) pero más héroe romántico de lo que parece… esta vez con nombre, Hogan. El hermoso Eastwood que se ha paseado impávido por el spaghetti western trae los aires que le han hecho famoso en Europa a Hollywood… Y asistimos a como en la cuna del género se recibe influencia de la estética europea que está en pleno apogeo (y principio de su decadencia).

Ella, la hermana Sara, una pizpireta y pelirroja Shirley MacLaine que da rienda suelta a su vena cómica y se convierte en reina de la función. Una religiosa con sorpresa (evidente pero que nos encanta…). Y nadie imagina otra hermana Sara. Sin embargo al principio del proyecto y en la segunda fructífera colaboración del dúo Eastwood y el director Don Siegel… parece ser que la dama iba a ser Liz Taylor (otro de esos papeles que rechazo… creo que tampoco hubiese estado mal en el papel…).

Así la película se convierte en aventura entrañable entre dos seres diferentes entre los que surge una química especial. Ambos hacen un buen equipo.

Sin embargo un vistazo a los créditos deja ver mucha mano maestra que simplemente trataron de pasarlo bien. Así Dos mulas y una mujer es un bienvenido híbrido de spaghetti western, aventuras, romance, violencia, revolución y comedia. No sólo está Don Siegel, uno de los reyes de las películas de bajo presupuesto, que esta vez no cuida mucho la dirección pero deja en varias secuencias la impronta de su mirada. Sino que nos encontramos con el director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa que emplea escenarios mexicanos convertidos en puro spaghetti western y no podía faltar en la banda sonora un reconocible Ennio Morricone. Y todos se ponen a trabajar para llevar a la pantalla un simple argumento de Budd Boetticher (un imprescindible del género) con guion de Albert Maltz (uno de los Diez de Hollywood… la lista negra de la Caza de Brujas).

La trama es muy sencilla: un forajido solitario (que va al encuentro de un coronel juarista —estamos en plena lucha del pueblo mexicano contra los franceses—) oye los gritos de una mujer en peligro, acude en su ayuda e impide que tres hombres violen a (para su estupefacción y ‘sufrimiento’) la hermana Sarah. En un principio van a separar sus destinos pero pronto el forajido queda encantado con la información que tiene la hermana sobre un fuerte francés. Además ella que abraza la causa juarista es perseguida por los franceses. Así juntos emprenden un viaje (y un objetivo común) y a pesar de sus diferencias forman un buen equipo de trabajo mientras va surgiendo una química muy especial. Entre medias de su viaje, los obstáculos y aventuras habituales en este tipo de narraciones. Así este western, con aires de spaghetti, transcurre en tierras mexicanas y sus gentes son protagonistas de una lucha contra el invasor francés. Los dos protagonistas son extranjeros al margen de su país de origen que encuentran en México un territorio donde luchar y sobrevivir…

De toda la película me quedo con dos escenas muy seguidas que tienen la culpa de la química especial entre ambos actores y que muestran que detrás había profesionales pasándoselo bien. Hogan y la hermana Sara son pillados por sorpresa por una tribu de indios (yaquis). Hogan cae malherido atravesado por una flecha… cuando logran escapar de la tribu, hay que sacar la flecha al forajido. Y entonces se construye una escena maravillosa entre Eastwood y MacLaine donde él se emborracha para soportar el dolor y ella tiene que seguir sus indicaciones y no fallar a la hora de sacarle la flecha mientras tanto en los diálogos vemos como el forajido se siente cada vez más atraído por la hermana y como la hermana trata también de luchar contra sus sentimientos. Así se mezcla tensión (¿logrará sacarle la flecha?), romanticismo y sensualidad (la química y el acercamiento entre ambos es evidente) y comedia (a pesar del momento dramático se nos escapa la sonrisa ante el diálogo que sostienen ambos)…

La otra escena es prácticamente a continuación cuando él herido y la hermana, los dos ya montados en el mismo caballo, porque en casos especiales “la Iglesia disculpa ciertas cosas”, van a un alto puente donde va a pasar un tren al que pretenden dinamitar. Eastwood todavía herido y borracho cuenta con la inestimable ayuda de la hermana que primero trepa para colocar el cargamento de dinamita y después sirve de punto de apoyo de la escopeta del forajido para que no falle el disparo a pesar de su borrachera. Mientras transcurren todas estas acciones ambos siguen dialogando y haciéndonos reír… además de mantenernos en suspense y tensión sobre si conseguirán su objetivo.

Así Dos mulas y una mujer vuelve a convertirse en un bonito recuerdo en mi memoria… Me ha gustado volver a verla… Por ahí está Hogan en su caballo, silencioso, y a una pizpireta Sara en su burro en busca de aventuras…

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