Películas para diciembre. Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) de Gustavo Salmerón / Coco (Coco, 2017) de Lee Unkrich, Adrián Molina

Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) de Gustavo Salmerón

Muchos hijos, un mono y un castillo

Julita, dama del screwball comedy en Muchos hijos, un mono y un castillo

Todas las familias tienen sus peculiaridades, y cada familia es especial a su manera. Si no que se lo pregunten a Gustavo Salmerón que, cámara en mano y con mucho mimo, durante catorce años ha filmado a la suya además de recopilar imágenes de archivo y montar un documental. Así nace Muchos hijos, un mono y un castillo con las luces y sombras de su familia, pero de tal forma que siempre termina provocando la risa o la sonrisa. La cámara se convierte en su herramienta de expresión para realizar una personal biografía de sus padres, hermanos y él mismo. Su familia numerosa (son seis hermanos) gira alrededor de la matriarca, Julita, que con su facilidad de palabra, sus sueños, las vértebras de su abuela y su marcado sentido del humor articula la historia de esta familia peculiar.

Ya lo dice uno de los hermanos…, su familia vive en el caos y llevan una existencia caótica, pero siempre unidos. Y ese caos lo sustenta su madre y su filosofía de vida que como si fuera una vieja dama octogenaria del screwball comedy, con gotas de esa otra generación del 27, arrastra a todos los miembros a una especie de peculiaridad continúa a lo Vive como quieras de Frank Capra (y esa inolvidable familia que son los Sycamore).

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Tarzán en Acapulco de Marcos Ordóñez (Byblos, 2006)

Tarzán en Acapulco

Una familia de leyenda… y su grito de identidad

Johnny Weissmuller es una figura trágica que está unida, sin embargo, a recuerdos felices de mi infancia. Recuerdos de un cuarto de estar, una pantalla blanca, un proyector de 16 mm y un abuelo que nos traía todos los domingos películas de alquiler. Y la serie de películas de Tarzán era protagonista de muchos de esos días. Y me recuerdo de niña pasándomelo bomba con Tarzán, Jane, Boy y Chita y tapándome los ojos cuando temibles tribus africanas atrapaban a los expedicionarios protagonistas y a sus pobres ayudantes en un continente de decorados… y los crucificaban en esas palmeras cruzadas, y cortaban las cuerdas para que murieran despedazados. ¡Me parecía un horror! Luego algo más mayor leí sobre la propia vida de Weissmuller y como visitó centros psiquiátricos donde seguía dando su famoso grito de identidad, de rey de la jungla… y me pareció toda una tragedia. Y ahora ese recuerdo y Weissmuller vuelve de nuevo a mi cabeza con Tarzán en Acapulco, donde Marcos Ordóñéz construye una novela a partir de una triste realidad: la muerte de Weissmuller en Acapulco.

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Sicario (Sicario, 2015) de Denis Villeneuve

Sicario

Hay un planteamiento, que se encuentra en Sicario de Denis Villeneuve, al que se le puede seguir la huella en distintas películas: y es cómo para que haya un cierto orden dentro de un caos y una violencia desatada, hay que cruzar la línea oscura… para que luego la gente de bien viva con relativa y falsa tranquilidad. Hay un equilibrio que no debe romperse. Hay cosas que la gente de bien nunca debe saber cómo se llevan a cabo. Debe pillarles fuera de campo… Y entre medias de esa línea ya no se sabe ni está tan claro quién es el bueno y quién es el malo. Quién es el verdugo y quién es la víctima. Así como tampoco se sabe de justicia o legalidad. No valen las leyes. En ese terreno hay individuos que se dedican a los trapos sucios. Y pierden vida e identidad. A veces hay testigos en ese “territorio” que forman parte de esa gente de bien que pierden la inocencia en el camino o aprenden las reglas del juego o no soportan lo que descubren (y solo pueden rebelarse, retirándose). O a veces son los propios individuos que sobreviven en ese espacio de violencia los que desean esa relativa y falsa tranquilidad. Los conflictos y los dilemas están servidos. Y la incomodidad del asunto también.

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Centenario de Orson Welles (1). Sed de mal (Touch of devil, 1958) de Orson Welles

seddemal

Una de las constantes de la obra cinematográfica de Welles (y una de sus tragedias) es que salvo contadas ocasiones sus películas no pudo llevarlas a cabo tal como él quería por distintos motivos (no conseguir los medios económicos suficientes para ponerlas en pie o hacerlas tal y como estaban en su cabeza o imposiciones drásticas de los estudios). Lo conseguido en Ciudadano Kane (la absoluta libertad de creación) se convirtió en un triste espejismo para un creador peculiar… que siguió el rastro de aquellos cineastas malditos fuera de los circuitos del cine clásico y el sistema de estudios, aquellos como, por ejemplo, Erich von Stroheim.

La obra de Orson Welles sigue siendo de extremos. Alabado como un genio o menospreciado. Su obra sigue creando pasiones y odios. Lo cierto es que tan interesante es él como personaje histórico (su vida es una película que no acaba) que es una auténtica gozada analizar cada una de sus obras para entender por qué era un cineasta especial (y un actor con un carisma que le hacía diferente). Y es que sin duda poseía una mirada y un universo visual que vomitaba en cada una de sus películas.

Ya estaba empezando a rodar su obra en otros países, fuera de EEUU, cuando tuvo la oportunidad de volver al sistema de estudios en la Universal tanto como actor como director y guionista (parece ser que Heston, una de las estrellas del momento, al enterarse de la presencia de Welles en la película dio por sentado también que sería el director y el estudio así lo hizo). La película era Sed de mal, el argumento partía de una novela de Whit Masterson (seudónimo de dos novelistas que escribían algunas obras literarias juntos). Un título interesante para estudiar el cine negro como género y su evolución. Si Welles pensó que volvería con toda la gloria, le hicieron ver que regresaba con toda la pena (ya había empezado a rodar en Europa). El estudio no quedó nada contento con el resultado y manipularon la obra del creador (cortaron, modificaron, añadieron otras escenas sin el visto bueno de Welles) además de no realizar un estreno a lo grande sino como una más, del montón, como de segunda categoría. Orson Welles, cuando vio el desaguisado, escribió unas notas en las que pedía que no se destrozara su película y en la que explicaba cómo tenía que ser. Como este documento no se había perdido en 1998 se realizó una versión aproximada de lo que hubiese querido Welles (y ese es el dvd que se ha visionado para este post).

¿Por qué Sed de mal puede considerarse una película distinta, distinguida y especial… independientemente de que guste o no guste? Lo primero destacar su atmósfera asfixiante, decadente y oscura que precipita a los personajes a un destino fatal desde el primer fotograma. Cine negro en vena. Y la presencia continua de la ambigüedad… Una película de frontera donde el bien y el mal se mezclan, sin saber muy bien dónde se encuentran los límites. Violencia y sexualidad, comportamientos irracionales. En esa frontera entre México y EEUU… nada es lo que parece, los héroes y los antihéroes se confunden. Todo además envuelto con ecos de tragedia shakesperiana, tono tan querido por Welles. La pianola se une con notas de jazz y melodías que traen aires nuevos de rock and roll… con un Mancini creador.

Welles es de esos cineastas con una imaginería barroca, un mundo visual recargado y una manera de filmar que no solo confiere un ritmo especial sino unas composiciones que se quedan en la retina. Planos picados, contrapicados, plano secuencia, primeros planos, muchas personas en un mismo plano, o una persona en espacio inmenso, profundidad de campo, luces y sombras… todo entra en Sed de mal.

Extrañamiento y aires de pesadilla. Sed de mal es como vivir dentro de una pesadilla, despertar de un mal sueño. Conviven en sus fotogramas el inconsciente, la irracionalidad, los comportamientos incomprensibles de los personajes: esa esposa sensual (Janet Leight como extraña heroína, cuya Susan Vargas sería el precedente de otros personajes de la actriz en Psicosis o en El mensajero del miedo) que va a la deriva, como una marioneta, y siempre acaba a manos de personas que pretenden hundirla y corromperla o ese portero extraño de noche al borde de la locura en un motel solitario. Ese grupo de jóvenes matones con pinta de rockeros que parece que tienen la premisa de sexo, drogas y alcohol cada día de su vida. Uno de esos matones que trata de asustar a Mike Vargas tirándole ácido a la cara. Esa pitonisa ¿también prostituta? del pasado (Marlene Dietrich) en un local de frontera con una pianola de fondo, que parece ser guardiana de la memoria de uno de los protagonistas.

¿Dos policías opuestos o dos policías espejo? Dos personajes potentes enfrentados: el policía corrupto y racista Hank Quinlan (Orson Welles), totalmente decadente, desencantado y desgarrado, que arrastra una cojera, un pasado que le pesa y le destroza, un alcoholismo que vuelve y unos métodos poco ortodoxos para imponer la ley en la frontera. Mike Vargas (Charlton Heston), policía héroe que lucha contra el narcotráfico, recto y honrado, que se convierte en denunciante de los métodos de Quinlan. De nuevo ambigüedad en ambos personajes. Nada es lo que parece. A Quinlan, a pesar de su decadencia nos lo pintan con un pasado en el que pudo ser un hombre diferente y en el que se explica su decadencia presente. Así como la mirada que lanzan sobre él, la pitonisa de frontera, Tanya, y su fiel compañero de profesión (un increíble Joseph Calleia). A Vargas, nos lo pintan a punto de sucumbir a un pasado parecido al de su antagonista Quinlan, le vemos al borde del extremo, sentimos la fragilidad de su rectitud. Y en ambos uno de los motivos de la caída (además de la dificultad de su trabajo, de las presiones, del día a día) puede ser el amor hacia una mujer (uno la pierde de manera horrible, el otro a punto está a punto de perderla).

Una vez que se entra en el universo de Sed de mal es imposible olvidar varios de sus momentos increíblemente filmados: el famosísimo plano secuencia que abre la película y que expone el conflicto. La fiesta salvaje y orgía involuntaria de sexo y drogas a la que someten en un aislado motel a Susan Vargas. El horrible asesinato de uno de los Grandi (familia de narcotraficantes a los que persigue Vargas) en una habitación decadente de hotel con una Susan adormilada bajo los efectos de las drogas de fondo…, el shakesperiano y trágico final de Quinlan así como su último diálogo con su compañero de hazañas (un triste y patético Calleia, el gran secundario de la película)…

Todo hace de Sed de mal una película a tener en cuenta en el rico y complejo universo de Orson Welles. Como curiosidad, el director hizo que participaran amigos actores en cameos a lo largo de la película así podemos localizar a Joseph Cotten o a Mercedes McCambridge.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los siete magníficos (The magnificent seven, 1960) de John Sturges… en siete momentos y una propina

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Un western con gotas de crepúsculo que sigue el destino de siete perdedores en una aldea de humildes campesinos mexicanos aterrorizados por un bandolero y sus hombres. Aventura y melancolía con una pizca de romanticismo por la pérdida y desaparición en el salvaje Oeste de la figura del forajido. De los centauros sin hogar que encuentran todavía menos su lugar mientras avanza “la civilización” que marca un mapa que antes era inexistente. La muerte ronda por un original remake de la película japonesa Los siete samuráis de Akira Kurowasa… desde la misma presentación de Yul Brynner y Steve Mcqueen que se conocen llevando un carro fúnebre con un indio, al que nadie se atreve a enterrar, hasta el cementerio… Emoción, ritmo y mucho entretenimiento de la mano de un creador artesano como John Sturges.

El chiste de Steve Mcqueen

A los siete magníficos les cuesta más hablar que expresarse por signos. Pero siempre hay alguno con más labia que otros. Y ahí está Steve Mcqueen, que siempre echa de menos la compañía de una mujer, que nunca siente ganas de asentarse aunque le vienen golpes de raíces, que también le gusta expresarse por gestos y sonrisas irónicas… y en distintos momentos le encanta ilustrar su situación con un chiste…

… Y curiosamente uno de ellos es similar al chiste que sirve de leitmotiv para El odio de Mathieu Kassovitz. Un chiste que expresa perfectamente la vida de estos siete forajidos…

Y dice Steve Mcqueen: “Me recuerda a un tipo de mi tierra que se cayó de una casa de diez pisos. Mientras iba cayendo la gente de cada planta le oía decir: ¡Por ahora, bien! ¡Por ahora, bien”. Faltaría sin duda añadir la coletilla de El odio: “Lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”.

Charles Bronson y los niños

El más duro entre los duros, el forajido, el mercenario que trabaja por altas sumas en horas bajas… encuentra un lugar donde morir y ser recordado. Se convierte en el héroe adorado de tres niños mexicanos que sienten el mismo amor y la misma adoración que aquel niño rubio, hijo de granjeros, por Shane… Solo que ellos realizan una promesa… su tumba siempre tendrá flores mientras ellos vivan. De paso Bernardo, el personaje de Bronson, que encuentra una manera de expresar su ternura y sensibilidad oculta, les hace admirar también a sus padres, supervivientes en el día a día y siempre asumiendo responsabilidades…

El tesoro

El bromista, el que va por el oro, el que no se puede creer que vayan tan solo a defender a los campesinos por casa, comida y 20 dólares. Él (Brad Dexter), grandullón, cree que hay algo más: un tesoro. Oro, plata, joyas… ocultas. Al final esconde fidelidad y nobleza hacia los suyos y convive, se relaciona y se ríe con aquellos a los que defiende… por el interés. Y se ilusiona como un niño… cuando el divino calvo, su amigo, le da la razón… Están ahí por un tesoro. Puede cerrar los ojos feliz…

La navaja de James Coburn

El silencioso, largo y espigado, de andar cansino. Independiente, no soporta las órdenes. Que le dejen a su aire. Tranquilo. Y así hasta el final. Solo y en silencio. Siempre en compañía de su navaja, su firma, y su pistola. Nunca le tiembla la mano. Se lanza a la muerte… pero deja su navaja clavada en una piedra. No quiere desaparecer del todo…

El magnífico campesino

Érase una vez un joven campesino (Horst Buchholz) que quiere convertirse en pistolero y aventurero. Su vitalidad y ganas de salir del hoyo le juega malas pasadas… pero tanta transparencia y verborrea atrae a los demás magníficos. Aunque se lo hacen pasar mal hasta que se convierte en uno más…, sus nuevos compañeros de viaje quieren demostrarle que la vida del forajido no es para nada envidiable. El joven campesino está destinado a echar raíces…

El miedo

… El miedo se ha vuelto su compañero de viaje (Robert Vaughn). Él es el más complejo y extraño. Huye incluso de sí mismo. Agotado de ser siempre perseguido. De tener la sensación de estar en el infierno a todas horas. Se mantiene distante, con la compañía de las pesadillas y el alcohol. Los campesinos le dicen que le comprenden, ellos tienen miedo cada día. Cada día se sienten en la cuerda floja como él. Aprovecha la oportunidad de dejar de huir…

El divino calvo de negro

Todo de negro y divino calvo (Yul Brynner). Emplea las palabras justas y su compañero es el silencio. Cuando da su palabra… no hay marcha atrás. Reúne al grupo. Todos se sienten seguros bajo su mirada de hombre forajido pero siempre honesto. Tiene presencia en cada paso que da. Es imposible que pase desapercibido y nunca el peligro le hace que renuncie de un buen puro…

Un malvado con rostro de Eli Wallach

El malo, malísimo (Calvera)… no es más que un forajido más. Desde su presentación Eli Wallach hace gala de su carisma… Provoca terror pero nunca le abandona un oscuro sentido del humor de aquel que disfruta dando miedo porque se sabe invencible y dueño y señor del lugar. Según explica quiere seguir aterrorizando a la aldea que le proporciona alimentos y sustento sin tener ni problemas ni conflictos. Pero le tocan las narices y reacciona, no quiere que toquen su territorio. Pero termina cerrando los ojos con la incertidumbre en la mirada: por qué van hasta el culo del mundo siete hombres a joderle la vida…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dos mulas y una mujer (Two mules for sister Sara, 1970) de Don Siegel

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Hay películas que no sabes muy bien por qué las recuerdas con inmenso cariño. Quizá por lo que disfrutaste viéndola. Y así se instala en tu mente como un recuerdo agradable. Y recuerdas escenas y momentos. No la olvidas. De pronto, después de muchos años, vuelves a verla… y respiras aliviada. Has vuelto a vivirla y disfrutarla. No suelen ser películas redondas pero tienen algo que las hace permanecer. Una de ellas, de esas películas que se sitúan en la memoria y ya no te abandonan, es Dos mulas y una mujer (la protagonista, la hermana Sara, sólo tiene una mula que además cambia por un burro… ¿quién es la segunda mula? ¿Oculta un sentido metafórico? El espectador es el rey).

Dos mulas y una mujer no es un gran western, ni una increíble película de acción, sin embargo, tiene magia. Es de esas películas sin pretensiones, que de pronto se quedan ancladas en la memoria cinéfila. Y cuenta con muchos ingredientes y personas que la hacen especial a pesar de sus imperfecciones.

Sin duda los mayores culpables del cariño que genera Dos mulas y una mujer son su pareja protagonista, Clint Eastwood (convirtiéndose en leyenda) y Shirley McLaine (¿recordáis algún papel en el que esté mal o no se coma la pantalla con sus enormes ojos azules?).

Él, como un mercenario, un forajido desencantado (desencanto de su participación en la Guerra Civil Americana) pero más héroe romántico de lo que parece… esta vez con nombre, Hogan. El hermoso Eastwood que se ha paseado impávido por el spaghetti western trae los aires que le han hecho famoso en Europa a Hollywood… Y asistimos a como en la cuna del género se recibe influencia de la estética europea que está en pleno apogeo (y principio de su decadencia).

Ella, la hermana Sara, una pizpireta y pelirroja Shirley MacLaine que da rienda suelta a su vena cómica y se convierte en reina de la función. Una religiosa con sorpresa (evidente pero que nos encanta…). Y nadie imagina otra hermana Sara. Sin embargo al principio del proyecto y en la segunda fructífera colaboración del dúo Eastwood y el director Don Siegel… parece ser que la dama iba a ser Liz Taylor (otro de esos papeles que rechazo… creo que tampoco hubiese estado mal en el papel…).

Así la película se convierte en aventura entrañable entre dos seres diferentes entre los que surge una química especial. Ambos hacen un buen equipo.

Sin embargo un vistazo a los créditos deja ver mucha mano maestra que simplemente trataron de pasarlo bien. Así Dos mulas y una mujer es un bienvenido híbrido de spaghetti western, aventuras, romance, violencia, revolución y comedia. No sólo está Don Siegel, uno de los reyes de las películas de bajo presupuesto, que esta vez no cuida mucho la dirección pero deja en varias secuencias la impronta de su mirada. Sino que nos encontramos con el director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa que emplea escenarios mexicanos convertidos en puro spaghetti western y no podía faltar en la banda sonora un reconocible Ennio Morricone. Y todos se ponen a trabajar para llevar a la pantalla un simple argumento de Budd Boetticher (un imprescindible del género) con guion de Albert Maltz (uno de los Diez de Hollywood… la lista negra de la Caza de Brujas).

La trama es muy sencilla: un forajido solitario (que va al encuentro de un coronel juarista —estamos en plena lucha del pueblo mexicano contra los franceses—) oye los gritos de una mujer en peligro, acude en su ayuda e impide que tres hombres violen a (para su estupefacción y ‘sufrimiento’) la hermana Sarah. En un principio van a separar sus destinos pero pronto el forajido queda encantado con la información que tiene la hermana sobre un fuerte francés. Además ella que abraza la causa juarista es perseguida por los franceses. Así juntos emprenden un viaje (y un objetivo común) y a pesar de sus diferencias forman un buen equipo de trabajo mientras va surgiendo una química muy especial. Entre medias de su viaje, los obstáculos y aventuras habituales en este tipo de narraciones. Así este western, con aires de spaghetti, transcurre en tierras mexicanas y sus gentes son protagonistas de una lucha contra el invasor francés. Los dos protagonistas son extranjeros al margen de su país de origen que encuentran en México un territorio donde luchar y sobrevivir…

De toda la película me quedo con dos escenas muy seguidas que tienen la culpa de la química especial entre ambos actores y que muestran que detrás había profesionales pasándoselo bien. Hogan y la hermana Sara son pillados por sorpresa por una tribu de indios (yaquis). Hogan cae malherido atravesado por una flecha… cuando logran escapar de la tribu, hay que sacar la flecha al forajido. Y entonces se construye una escena maravillosa entre Eastwood y MacLaine donde él se emborracha para soportar el dolor y ella tiene que seguir sus indicaciones y no fallar a la hora de sacarle la flecha mientras tanto en los diálogos vemos como el forajido se siente cada vez más atraído por la hermana y como la hermana trata también de luchar contra sus sentimientos. Así se mezcla tensión (¿logrará sacarle la flecha?), romanticismo y sensualidad (la química y el acercamiento entre ambos es evidente) y comedia (a pesar del momento dramático se nos escapa la sonrisa ante el diálogo que sostienen ambos)…

La otra escena es prácticamente a continuación cuando él herido y la hermana, los dos ya montados en el mismo caballo, porque en casos especiales “la Iglesia disculpa ciertas cosas”, van a un alto puente donde va a pasar un tren al que pretenden dinamitar. Eastwood todavía herido y borracho cuenta con la inestimable ayuda de la hermana que primero trepa para colocar el cargamento de dinamita y después sirve de punto de apoyo de la escopeta del forajido para que no falle el disparo a pesar de su borrachera. Mientras transcurren todas estas acciones ambos siguen dialogando y haciéndonos reír… además de mantenernos en suspense y tensión sobre si conseguirán su objetivo.

Así Dos mulas y una mujer vuelve a convertirse en un bonito recuerdo en mi memoria… Me ha gustado volver a verla… Por ahí está Hogan en su caballo, silencioso, y a una pizpireta Sara en su burro en busca de aventuras…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.