Dos mulas y una mujer (Two mules for sister Sara, 1970) de Don Siegel

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Hay películas que no sabes muy bien por qué las recuerdas con inmenso cariño. Quizá por lo que disfrutaste viéndola. Y así se instala en tu mente como un recuerdo agradable. Y recuerdas escenas y momentos. No la olvidas. De pronto, después de muchos años, vuelves a verla… y respiras aliviada. Has vuelto a vivirla y disfrutarla. No suelen ser películas redondas pero tienen algo que las hace permanecer. Una de ellas, de esas películas que se sitúan en la memoria y ya no te abandonan, es Dos mulas y una mujer (la protagonista, la hermana Sara, sólo tiene una mula que además cambia por un burro… ¿quién es la segunda mula? ¿Oculta un sentido metafórico? El espectador es el rey).

Dos mulas y una mujer no es un gran western, ni una increíble película de acción, sin embargo, tiene magia. Es de esas películas sin pretensiones, que de pronto se quedan ancladas en la memoria cinéfila. Y cuenta con muchos ingredientes y personas que la hacen especial a pesar de sus imperfecciones.

Sin duda los mayores culpables del cariño que genera Dos mulas y una mujer son su pareja protagonista, Clint Eastwood (convirtiéndose en leyenda) y Shirley McLaine (¿recordáis algún papel en el que esté mal o no se coma la pantalla con sus enormes ojos azules?).

Él, como un mercenario, un forajido desencantado (desencanto de su participación en la Guerra Civil Americana) pero más héroe romántico de lo que parece… esta vez con nombre, Hogan. El hermoso Eastwood que se ha paseado impávido por el spaghetti western trae los aires que le han hecho famoso en Europa a Hollywood… Y asistimos a como en la cuna del género se recibe influencia de la estética europea que está en pleno apogeo (y principio de su decadencia).

Ella, la hermana Sara, una pizpireta y pelirroja Shirley MacLaine que da rienda suelta a su vena cómica y se convierte en reina de la función. Una religiosa con sorpresa (evidente pero que nos encanta…). Y nadie imagina otra hermana Sara. Sin embargo al principio del proyecto y en la segunda fructífera colaboración del dúo Eastwood y el director Don Siegel… parece ser que la dama iba a ser Liz Taylor (otro de esos papeles que rechazo… creo que tampoco hubiese estado mal en el papel…).

Así la película se convierte en aventura entrañable entre dos seres diferentes entre los que surge una química especial. Ambos hacen un buen equipo.

Sin embargo un vistazo a los créditos deja ver mucha mano maestra que simplemente trataron de pasarlo bien. Así Dos mulas y una mujer es un bienvenido híbrido de spaghetti western, aventuras, romance, violencia, revolución y comedia. No sólo está Don Siegel, uno de los reyes de las películas de bajo presupuesto, que esta vez no cuida mucho la dirección pero deja en varias secuencias la impronta de su mirada. Sino que nos encontramos con el director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa que emplea escenarios mexicanos convertidos en puro spaghetti western y no podía faltar en la banda sonora un reconocible Ennio Morricone. Y todos se ponen a trabajar para llevar a la pantalla un simple argumento de Budd Boetticher (un imprescindible del género) con guion de Albert Maltz (uno de los Diez de Hollywood… la lista negra de la Caza de Brujas).

La trama es muy sencilla: un forajido solitario (que va al encuentro de un coronel juarista —estamos en plena lucha del pueblo mexicano contra los franceses—) oye los gritos de una mujer en peligro, acude en su ayuda e impide que tres hombres violen a (para su estupefacción y ‘sufrimiento’) la hermana Sarah. En un principio van a separar sus destinos pero pronto el forajido queda encantado con la información que tiene la hermana sobre un fuerte francés. Además ella que abraza la causa juarista es perseguida por los franceses. Así juntos emprenden un viaje (y un objetivo común) y a pesar de sus diferencias forman un buen equipo de trabajo mientras va surgiendo una química muy especial. Entre medias de su viaje, los obstáculos y aventuras habituales en este tipo de narraciones. Así este western, con aires de spaghetti, transcurre en tierras mexicanas y sus gentes son protagonistas de una lucha contra el invasor francés. Los dos protagonistas son extranjeros al margen de su país de origen que encuentran en México un territorio donde luchar y sobrevivir…

De toda la película me quedo con dos escenas muy seguidas que tienen la culpa de la química especial entre ambos actores y que muestran que detrás había profesionales pasándoselo bien. Hogan y la hermana Sara son pillados por sorpresa por una tribu de indios (yaquis). Hogan cae malherido atravesado por una flecha… cuando logran escapar de la tribu, hay que sacar la flecha al forajido. Y entonces se construye una escena maravillosa entre Eastwood y MacLaine donde él se emborracha para soportar el dolor y ella tiene que seguir sus indicaciones y no fallar a la hora de sacarle la flecha mientras tanto en los diálogos vemos como el forajido se siente cada vez más atraído por la hermana y como la hermana trata también de luchar contra sus sentimientos. Así se mezcla tensión (¿logrará sacarle la flecha?), romanticismo y sensualidad (la química y el acercamiento entre ambos es evidente) y comedia (a pesar del momento dramático se nos escapa la sonrisa ante el diálogo que sostienen ambos)…

La otra escena es prácticamente a continuación cuando él herido y la hermana, los dos ya montados en el mismo caballo, porque en casos especiales “la Iglesia disculpa ciertas cosas”, van a un alto puente donde va a pasar un tren al que pretenden dinamitar. Eastwood todavía herido y borracho cuenta con la inestimable ayuda de la hermana que primero trepa para colocar el cargamento de dinamita y después sirve de punto de apoyo de la escopeta del forajido para que no falle el disparo a pesar de su borrachera. Mientras transcurren todas estas acciones ambos siguen dialogando y haciéndonos reír… además de mantenernos en suspense y tensión sobre si conseguirán su objetivo.

Así Dos mulas y una mujer vuelve a convertirse en un bonito recuerdo en mi memoria… Me ha gustado volver a verla… Por ahí está Hogan en su caballo, silencioso, y a una pizpireta Sara en su burro en busca de aventuras…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Señorita Kubelik…

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Mi momento más feliz del día: subir y bajar en el ascensor y mirar la nuca de la señorita Kubelik.

No me importaba hacer mis espaguetis favoritos con una raqueta por escurridor.

Soñaba que los comería junto a ella.

Me reía cuando mi vecino, el doctor, me creía el más juerguista del vecindario… y soñaba con la cara que pondría cuando viera lo formal que me había vuelto… cuando apareciera con mi ascensorista.

Nunca pensé que me gustaría el pelo corto en las mujeres…

No daba importancia a mi absurdo, alienante y aburrido trabajo…

No me daba cuenta de lo que me estaba haciendo y lo que me estaban haciendo mis jefes con ese calendario lleno de citas en mi apartamento.

No me daban rabia los cientos de catarros que agarraba mientras esperaba sentado en un banco frío… para poder entrar en mi propia casa.

Y los días solitarios frente al televisor…

Sabía que al día siguiente se abriría la puerta del ascensor… y ahí estaría la señorita Kubelik. Siempre con una sonrisa. Con una palabra amable. Colocándome una flor en el ojal. Arreglándome la corbata…

 

Nunca imaginé que me enamoraría mucho más… perdidamente cuando la descubrí vulnerable.

Me pegó el mayor susto de mi vida. Ahí en mi cama tumbada como dormida, y a su lado ese bote de pastillas vacío.

Me dolió saber que estaba enamorada de otro… No estaba ahí en ese lecho por mí.

Los dos por lo tanto entendíamos de amores no correspondidos.

Y a pesar de lo que me dolió… me encantó que se recuperara en mi casa.

Me di cuenta de que estaba total y profundamente enamorado…

Y que mi vida gris carecía de sentido.

Sabía que ya para siempre la echaría de menos.

 

La echo de menos.

Ahora no tengo ni trabajo ni amigos ni nada… sólo mi apartamento y mi propia soledad.

Tengo un montón de horas para mí solo.

Suena el timbre.

Y es la señorita Kubelik.

Es fin de año.

Parece que ha corrido.

… empezamos una partida de cartas.

 

… Me encontraba esperando.

Aquí en mi apartamento.

 

Empieza un nuevo año.

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