Mi momento más feliz del día: subir y bajar en el ascensor y mirar la nuca de la señorita Kubelik.
No me importaba hacer mis espaguetis favoritos con una raqueta por escurridor.
Soñaba que los comería junto a ella.
Me reía cuando mi vecino, el doctor, me creía el más juerguista del vecindario… y soñaba con la cara que pondría cuando viera lo formal que me había vuelto… cuando apareciera con mi ascensorista.
Nunca pensé que me gustaría el pelo corto en las mujeres…
No daba importancia a mi absurdo, alienante y aburrido trabajo…
No me daba cuenta de lo que me estaba haciendo y lo que me estaban haciendo mis jefes con ese calendario lleno de citas en mi apartamento.
No me daban rabia los cientos de catarros que agarraba mientras esperaba sentado en un banco frío… para poder entrar en mi propia casa.
Y los días solitarios frente al televisor…
Sabía que al día siguiente se abriría la puerta del ascensor… y ahí estaría la señorita Kubelik. Siempre con una sonrisa. Con una palabra amable. Colocándome una flor en el ojal. Arreglándome la corbata…
Nunca imaginé que me enamoraría mucho más… perdidamente cuando la descubrí vulnerable.
Me pegó el mayor susto de mi vida. Ahí en mi cama tumbada como dormida, y a su lado ese bote de pastillas vacío.
Me dolió saber que estaba enamorada de otro… No estaba ahí en ese lecho por mí.
Los dos por lo tanto entendíamos de amores no correspondidos.
Y a pesar de lo que me dolió… me encantó que se recuperara en mi casa.
Me di cuenta de que estaba total y profundamente enamorado…
Y que mi vida gris carecía de sentido.
Sabía que ya para siempre la echaría de menos.
La echo de menos.
Ahora no tengo ni trabajo ni amigos ni nada… sólo mi apartamento y mi propia soledad.
Tengo un montón de horas para mí solo.
Suena el timbre.
Y es la señorita Kubelik.
Es fin de año.
Parece que ha corrido.
… empezamos una partida de cartas.
… Me encontraba esperando.
Aquí en mi apartamento.
Empieza un nuevo año.
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