Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, 1967) de John Huston

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Seguimos con el análisis de ese periodo que podríamos llamar pre-Nuevo cine americano que también empapó a realizadores que llevaban ya mucha carrera sobre sus hombros pero que ya habían llamado la atención en su manera de contar y en lo que contaba. Y además nunca habían perdido cierto grado de libertad en el sistema de estudios, digamos que ya eran independientes a su manera. Así John Huston sigue evolucionando y cuenta de manera especial un argumento complejo. Y el mismo año que nace el Nuevo cine americano con Bonnie and Clyde, Huston presenta una película mucho más oscura e innovadora y muy bien narrada cinematográficamente: Reflejos en un ojo dorado (que es una novela de Carson McCullers que no he podido leer todavía). Como casi todas las películas enmarcadas en este periodo vuela sobre ellas la sombra del desencanto y la pérdida de ingenuidad o inocencia. Entre los guionistas se encuentra uno de los cachorros del Nuevo cine americano, Francis Ford Coppola.

¿Por qué no fue una película que conectase o conecte tanto con los espectadores de la época como con los actuales? ¿Por qué es considerada una película extraña, aunque el retrato de perdedores sigue presente, del propio director? Muchas películas del periodo pre-Nuevo cine americano y durante el periodo del movimiento refleja el retrato de unos personajes con los que el público no puede identificarse porque presentan la parte más oscura y desencantada del ser humano. Y eso ocurre con cada uno de los personajes de Reflejos en un ojo dorado.

La película empieza y termina con una misma frase de Carson McCullers… al principio estas palabras esconden extrañeza y misterio. Al final esas mismas palabras cobran todo su sentido y golpean al espectador. “Hay un fuerte en el Sur, donde hace algunos años se cometió un asesinato”.

Nada más surgir esta frase, nos adentramos en la vida en tiempos de paz y en la monotonía de un fuerte militar donde entre otras cosas se imparten clases a los nuevos cadetes. Y en ese mismo fuerte viven los oficiales de alto rango. En tiempos de paz, se dan clases, se entrena, se celebran fiestas, se pasa el tiempo… y cada personaje se enfrenta con sus miserias más íntimas.

Así conocemos una extraña galería de personajes cuyas interacciones harán que en un tempo lento termine estallando, con violencia, una tragedia que culmine con el asesinato que anunciaban las primeras palabras de la historia: el oficial Weldon Penderton (Marlon Brando) y su esposa Leonora Penderton (Liz Taylor). Weldon arrastra una compleja personalidad, bajo su aparente disciplina y dureza, sus ansias de parecer un líder, se esconde un hombre reprimido y acomplejado pero narcisista que vive humillado en su hogar y que oculta su homosexualidad como puede. Su humillación mayor es la convivencia con Leonora, su mujer. Una mujer acostumbrada a la vida en el fuerte (su padre era militar), a las comodidades, a hacer lo que le da la real gana y a admirar lo que ella considera virilidad. La ausencia de esa masculinidad en su marido, hace que se lo recuerde cada instante, construyendo ambos una relación insana de dependencia. Su primera aparición es en pantalones, con fusta y montando a caballo con maestría. Todo lo contrario de su señor marido que es un malísimo jinete.

El matrimonio vecino: el oficial Morris Langdon (Brian Keith) y su delicada esposa (Julie Harris) con su criado filipino Anacleto (Zorro David). Morris es el amante de Leonora y representa la masculinidad en la figura del militar (desprecia la lectura, la música clásica, es un buen jinete…). Su esposa vive en una depresión perpetua desde que perdieron a un bebé, está delicada de salud y sabe de la infidelidad de su esposo. Ella se crea un mundo especial y extraño junto a Anacleto, su extravagante criado homosexual que siempre está con ella.

Y por último el silencioso cadete Williams (Robert Forsters) que realiza trabajos para Weldon y cuida con esmero al caballo favorito de Leonora. El cadete observa la vida de sus superiores y ronda por su casa. Siente fascinación por la feminidad de Leonora y se convierte en habitual el entrar por las noches en su habitación y contemplarla durante toda la noche mientras toca su ropa. Otro de sus hobbies es montar a un caballo negro y cabalgar desnudo por el bosque. Se convierte a la vez en objeto del deseo de Weldon.

Así con estos personajes John Huston construye un drama contenido que estalla. Y con ese poético título, que el sirviente filipino explica y pinta en una de sus raras acuarelas, el ojo dorado de un pavo real, nos da la clave de cómo mirar esta historia. Porque Huston la construye a base de miradas (y nosotros, los espectadores, también nos convertimos en voyeurs).

Las miradas de Williams a Weldon y a Leonora. Es un personaje que no habla sólo mira. Siempre al acecho. Mira en el interior de las ventanas del hogar de los Penderton. Mira a Leonora por las noches. Las miradas de Weldon a su esposa y a su amigo Morris. Sus miradas a los objetos que guarda como tesoros en una caja en su despacho que desvela sus secretos más ocultos. Sus miradas en los espejos y sobre todo al cadete Williams que se van convirtiendo en las miradas de un hombre enamorado de un objeto del deseo imposible. Las miradas de la delicada esposa de Morris que ve la infidelidad de su esposo, que siente la presencia de Williams en casa de sus vecinos… y cómo todo la va hiriendo y alterando hasta que se apaga totalmente.

En este drama sureño, de reflejos dorados, el espectador retiene en su memoria imágenes potentes imposibles de olvidar. El cadete Williams montando desnudo en un caballo negro. Leonora desnudándose frente a su marido para ridiculizarle y subiendo las escaleras de su casa sin ropa observada desde fuera por el cadete Williams. Weldon montando al caballo favorito de su mujer y como se desboca en una carrera desesperada, cuando logra pararle pero cae al suelo, ante la humillación vivida en soledad arremete toda su violencia contra el animal… un desnudo Williams rescata al caballo y pasa en silencio frente a un Weldon que llora. Leonora furiosa por cómo se encuentra su caballo en el establo, vuelve a la fiesta que había organizado y delante de todos pega a su marido con una fusta. El oficial Weldon en una noche de tormenta se arregla el pelo sentado en su cama porque espera que su objeto del deseo entre a la habitación… Y el espectador se convierte en un testigo de una historia lejana y extraña en un fuerte militar del sur donde hace unos años se cometió un asesinato…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dos mulas y una mujer (Two mules for sister Sara, 1970) de Don Siegel

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Hay películas que no sabes muy bien por qué las recuerdas con inmenso cariño. Quizá por lo que disfrutaste viéndola. Y así se instala en tu mente como un recuerdo agradable. Y recuerdas escenas y momentos. No la olvidas. De pronto, después de muchos años, vuelves a verla… y respiras aliviada. Has vuelto a vivirla y disfrutarla. No suelen ser películas redondas pero tienen algo que las hace permanecer. Una de ellas, de esas películas que se sitúan en la memoria y ya no te abandonan, es Dos mulas y una mujer (la protagonista, la hermana Sara, sólo tiene una mula que además cambia por un burro… ¿quién es la segunda mula? ¿Oculta un sentido metafórico? El espectador es el rey).

Dos mulas y una mujer no es un gran western, ni una increíble película de acción, sin embargo, tiene magia. Es de esas películas sin pretensiones, que de pronto se quedan ancladas en la memoria cinéfila. Y cuenta con muchos ingredientes y personas que la hacen especial a pesar de sus imperfecciones.

Sin duda los mayores culpables del cariño que genera Dos mulas y una mujer son su pareja protagonista, Clint Eastwood (convirtiéndose en leyenda) y Shirley McLaine (¿recordáis algún papel en el que esté mal o no se coma la pantalla con sus enormes ojos azules?).

Él, como un mercenario, un forajido desencantado (desencanto de su participación en la Guerra Civil Americana) pero más héroe romántico de lo que parece… esta vez con nombre, Hogan. El hermoso Eastwood que se ha paseado impávido por el spaghetti western trae los aires que le han hecho famoso en Europa a Hollywood… Y asistimos a como en la cuna del género se recibe influencia de la estética europea que está en pleno apogeo (y principio de su decadencia).

Ella, la hermana Sara, una pizpireta y pelirroja Shirley MacLaine que da rienda suelta a su vena cómica y se convierte en reina de la función. Una religiosa con sorpresa (evidente pero que nos encanta…). Y nadie imagina otra hermana Sara. Sin embargo al principio del proyecto y en la segunda fructífera colaboración del dúo Eastwood y el director Don Siegel… parece ser que la dama iba a ser Liz Taylor (otro de esos papeles que rechazo… creo que tampoco hubiese estado mal en el papel…).

Así la película se convierte en aventura entrañable entre dos seres diferentes entre los que surge una química especial. Ambos hacen un buen equipo.

Sin embargo un vistazo a los créditos deja ver mucha mano maestra que simplemente trataron de pasarlo bien. Así Dos mulas y una mujer es un bienvenido híbrido de spaghetti western, aventuras, romance, violencia, revolución y comedia. No sólo está Don Siegel, uno de los reyes de las películas de bajo presupuesto, que esta vez no cuida mucho la dirección pero deja en varias secuencias la impronta de su mirada. Sino que nos encontramos con el director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa que emplea escenarios mexicanos convertidos en puro spaghetti western y no podía faltar en la banda sonora un reconocible Ennio Morricone. Y todos se ponen a trabajar para llevar a la pantalla un simple argumento de Budd Boetticher (un imprescindible del género) con guion de Albert Maltz (uno de los Diez de Hollywood… la lista negra de la Caza de Brujas).

La trama es muy sencilla: un forajido solitario (que va al encuentro de un coronel juarista —estamos en plena lucha del pueblo mexicano contra los franceses—) oye los gritos de una mujer en peligro, acude en su ayuda e impide que tres hombres violen a (para su estupefacción y ‘sufrimiento’) la hermana Sarah. En un principio van a separar sus destinos pero pronto el forajido queda encantado con la información que tiene la hermana sobre un fuerte francés. Además ella que abraza la causa juarista es perseguida por los franceses. Así juntos emprenden un viaje (y un objetivo común) y a pesar de sus diferencias forman un buen equipo de trabajo mientras va surgiendo una química muy especial. Entre medias de su viaje, los obstáculos y aventuras habituales en este tipo de narraciones. Así este western, con aires de spaghetti, transcurre en tierras mexicanas y sus gentes son protagonistas de una lucha contra el invasor francés. Los dos protagonistas son extranjeros al margen de su país de origen que encuentran en México un territorio donde luchar y sobrevivir…

De toda la película me quedo con dos escenas muy seguidas que tienen la culpa de la química especial entre ambos actores y que muestran que detrás había profesionales pasándoselo bien. Hogan y la hermana Sara son pillados por sorpresa por una tribu de indios (yaquis). Hogan cae malherido atravesado por una flecha… cuando logran escapar de la tribu, hay que sacar la flecha al forajido. Y entonces se construye una escena maravillosa entre Eastwood y MacLaine donde él se emborracha para soportar el dolor y ella tiene que seguir sus indicaciones y no fallar a la hora de sacarle la flecha mientras tanto en los diálogos vemos como el forajido se siente cada vez más atraído por la hermana y como la hermana trata también de luchar contra sus sentimientos. Así se mezcla tensión (¿logrará sacarle la flecha?), romanticismo y sensualidad (la química y el acercamiento entre ambos es evidente) y comedia (a pesar del momento dramático se nos escapa la sonrisa ante el diálogo que sostienen ambos)…

La otra escena es prácticamente a continuación cuando él herido y la hermana, los dos ya montados en el mismo caballo, porque en casos especiales “la Iglesia disculpa ciertas cosas”, van a un alto puente donde va a pasar un tren al que pretenden dinamitar. Eastwood todavía herido y borracho cuenta con la inestimable ayuda de la hermana que primero trepa para colocar el cargamento de dinamita y después sirve de punto de apoyo de la escopeta del forajido para que no falle el disparo a pesar de su borrachera. Mientras transcurren todas estas acciones ambos siguen dialogando y haciéndonos reír… además de mantenernos en suspense y tensión sobre si conseguirán su objetivo.

Así Dos mulas y una mujer vuelve a convertirse en un bonito recuerdo en mi memoria… Me ha gustado volver a verla… Por ahí está Hogan en su caballo, silencioso, y a una pizpireta Sara en su burro en busca de aventuras…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.