Así ama la mujer (Sadie McKee, 1934) de Clarence Brown

Joan Crawford como Sadie McKee, toda una heroína pre code en una buena película de Clarence Brown.

Hay infinitos caminos para llegar a una película y verla. ¿Cómo he llegado a Así ama la mujer? A través de un título de culto, mítico: ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), de Robert Aldrich. En la primera secuencia, después del prólogo donde se nos presenta a las hermanas Hudson, Blanche (Joan Crawford) mira emocionada en la televisión una reposición de una de sus películas. Justo cuando era una estrella dorada del Hollywood de los años treinta y no estaba postrada en una silla de ruedas. Ahora, durante los sesenta, Blanche vive aislada en una mansión junto a su hermana Jane (Bette Davis), una antigua niña prodigio. Baby Jane, este fue su apodo, posee una frágil salud mental, que además se agrava por el alcohol.

En unos momentos frente al televisor, Blanche vuelve a revivir sus momentos de gloria. Incluso expresa en voz alta algunas cosas que hubiese mejorado de su actuación, pero está satisfecha porque ve una buena película. Pues bien, los fragmentos de ese largometraje corresponden al largometraje pre code de Clarence Brown que hoy reseñamos, protagonizado por una joven y vital Joan Crawford, ya con todos los ingredientes que la harían famosa.

Y es que Clarence Brown ya ha visitado más de una vez este blog, pues cuenta con títulos de lo más interesante en su filmografía. Si bien pueden no ser redondos del todo, como este que estamos analizando, presentan motivos argumentales para pararse en ellos despacio. Además cuenta con algunas secuencias que dejan patente el domino de Brown para el lenguaje cinematográfico. Por otro lado mira a sus heroínas de forma especial al representarlas en pantalla, y en este caso es evidente con Joan Crawford. Con unos primeros planos que realzan su rostro especial, y que actúa como una especie de faro luminoso que hace posible la identificación con el personaje además de construir la imagen de una diva del cine dorado.

El título original se refiere al nombre propio y el apellido de mujer en concreto, Sadie McKee, poniendo el énfasis en un carácter concreto. Sadie es la hija de una cocinera de la adinerada familia Alderson. Esta, mientras les sirve durante una comida, se rebela cuando Michael (Franchot Tone), el hijo de los Alderson, que acaba de regresar después de estudiar derecho y que va camino de convertirse en un prestigioso profesional, menosprecia delante de todos a su novio Tommy (Gene Raymond). Sadie escucha cómo dudan de su honradez como trabajador en la empresa familiar, además ha sido recientemente despedido. Antes de este incidente, sin embargo, hemos sido testigos de la complicidad existente desde la infancia entre Michael y Sadie, que vuelve a renacer cuando se reencuentran después de unos años.

No obstante, Sadie dolida por cómo han dudado del hombre que ama, y que en concreto haya sido atacado con frialdad por su amigo de la infancia, toma una decisión: huye con Tommy a Nueva York para buscarse la vida allí y casarse. Pero las cosas no salen como Sadie espera. Su novio la abandona en cuanto le sale la oportunidad de trabajar como cantante con una artista de variedades que conoce en la pensión donde se hospedan la primera noche. Sin embargo, Sadie decide no regresar a casa, y gracias a una nueva amiga, consigue un trabajo como bailarina en un club nocturno. A los pocos días conoce a Brennan (Edward Arnold), un millonario alcohólico, que se queda prendado de ella y que además, casualmente, tiene como abogado a Michael.

Así iremos conociendo las vicisitudes de Sadie con los tres hombres de su vida: Tommy, Brennan y Michael. Y como ella no se amilana para hacer lo que realmente piensa, para ser independiente en sus decisiones y equivocarse o acertar. Al final, lo que tiene claro es que hay que salir adelante en la vida, así como ser absolutamente sincera con sus sentimientos, aunque no sea fácil.

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La abeja reina (Queen Bee, 1955) de Ranald MacDougall

La reina abeja

Joan Crawford, más malvada que ninguna…

En el mítico tomo de los años 30 de Mis inmortales del cine de Terence Moix, cuando el escritor y cinéfilo escribe su texto sobre Joan Crawford en un momento dado dice: “el que había de ser su filme más involuntariamente cómico: Queen Bee (es decir, La abeja reina). Puso a prueba el masoquismo de todas las espectadoras que aspirasen a identificarse con ella porque era la mujer más perversa que jamás pisó las mansiones de Georgia. No había maldad que no pudiese infligir a todos los miembros de su familia, dominados por su férrea dictadura. Y, mientras la ejercía, ella iba exhibiendo los mejores modelos de Jean Louis. Era una víbora con piel de visón”. Pues bien, es verdad, ahí reside el encanto de esta película, en la perversidad de su heroína: Eva Phillips. Y es cierto que no puedes evitar que una sonrisa se marque en tu rostro pensando cuál será la próxima perrería, la bordería siguiente o la explosión de nervios desatada que se espera de ella. Sí, también hay desajustes de guion y pequeñas locuras que vuelven todavía más encantador el visionado de esta película.

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Los condenados no lloran (The Damned Don’t Cry, 1950) de Vincent Sherman

Joan Crawford en los brazos de Steve Cochran.

Joan Crawford en los brazos de Steve Cochran.

Los condenados no lloran gira alrededor del rostro de Joan Crawford. Y ese rostro tiene dos momentos clave en esta película que revolotea entre el buen cine negro y el gran melodrama con una enorme sombra de pesimismo envolviéndolo todo. El primer rostro es el de una madre que ve cómo su vida se parte en dos, cuando pierde a la persona que más quiere en este mundo. Es el rostro del desgarro. A partir de ese momento, abandona una vida de sometimiento y decide subir escalones sociales y una posición sea como sea… Aunque tenga que perder su nombre y su origen. Y el segundo rostro es el de una mujer golpeada con violencia, que es consciente de que ya todo está perdido, que de nada le ha servido la huida. Que estaba siendo igualmente sometida. Que sabe que volverá otra vez a sus orígenes y que recupera su identidad a golpes. Es el rostro de la derrota.

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El discreto encanto de William Castle en tres películas

Homicidio

William Castle y su discreto encanto. Todo un personaje que durante finales de la década de los cincuenta y los sesenta se especializó en películas de terror de bajo presupuesto. Como director y productor creía en sus películas y organizaba unas promociones de lo más originales. Al igual que Alfred Hitchcock, utilizaba su imagen para publicitar las películas, pero con un sentido del espectáculo tan elevado que incluso intervenía en medio de la película (con su voz en off) para advertir al espectador que tal vez debía marcharse de la sala porque a lo mejor no aguantaba lo que iba a ver a continuación. O se inventaba mil y un artilugios en la propia sala de cine para dar más emoción a su obra… Prometía momentos tremendos, espeluznantes. Y hoy sus películas tienen un encanto y una candidez especial. William Castle sabía cómo contar sus historias, entretener, a pesar de no emplear grandes presupuestos. Si algo tenía era sentido del espectáculo.

Las tres que voy a comentar son historias bien construidas, donde curiosamente lo más caducado (sobre todo en dos de ellas), pero a la vez con gran encanto, son los efectos especiales para provocar los momentos de máximo terror. En las tres cuenta con la colaboración del guionista Robb White, famoso novelista de aventuras. La mejor de las tres y más sorprendente es sin duda Homicidio (Homicidal, 1961). Esta sigue la senda abierta por Hitchcock y su Psicosis (1960). Después La mansión de los horrores (House on Haunted Hill, 1959), que posee un encanto especial pues bajo la apariencia de película sobrenatural, de terror y de fantasmas se esconde una película de suspense y crimen perfecto. Y, por último, con una inocencia y una candidez que desarma (no obstante el máximo protagonista es un niño), así como un sentido del espectáculo genial (casi de feria), Los 13 fantasmas (13 ghosts, 1960).

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Mujeres patológicas. La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman / Madame Marguerite (Marguerite, 2015) de Xavier Giannoli / Elle (Elle, 2016) de Paul Verhoeven

Tres mujeres patológicas emocionales protagonistas de tres películas que adquieren su personalidad por los magníficos personajes que desempeñan tres actrices que se arriesgan, hasta el límite: Joan Crawford, Catherine Frot y Isabelle Huppert. Y además tres películas que tienen mucho que analizar tanto en la forma como en el contenido. Tres mujeres encerradas en sus personalidades… y donde las casas adquieren un protagonismo importante. Son sus refugios, tanto para lo bueno como para lo malo…

La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman

La envidiosa

Joan Crawford es la Harriet Craig del título. Y no la importa crear un personaje desagradable y antipático, pero además conseguir entenderla y compadecer su soledad. Más que envidiosa (título poco afortunado), Harriet es una personalidad femenina compleja que busca con brazo de hierro una seguridad férrea en el hogar conyugal. Dominar el hogar, la casa, que todo esté impoluto, ordenado, milimétricamente colocado y ella perfecta… en cada instante. Que ese hogar no lo visite nadie que ella no controle. Y un marido que trabaje, que llegue a casa, que esté tranquilito y que no necesite nada más que una esposa perfecta. Todo bajo control, que nada se resquebraje. Y si algo atenta contra esa seguridad, ella será capaz de la manipulación y la mentira, de todo lo que sea necesario.

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William Somerset Maugham, un escritor de cine

somersetmaugham

Uno de los grandes placeres veraniegos ha sido hundirme en la lectura de novelas y cuentos de William Somerset Maugham, una asignatura que tenía pendiente. Las películas que adaptaban sus obras siempre me habían llamado la atención y llevaba años detrás de leer su legado literario. Así que manos a la obra… y estoy disfrutando de lo lindo. Así he podido ir a las fuentes originales de películas que forman parte de mi memoria cinéfila y sigo buscando los relatos o cuentos que han vomitado películas que me han interesado. Lo que más me ha fascinado de Somerset Maugham como autor es sin duda la psicología de sus personajes. Así sus novelas y relatos trazan un mapa de la naturaleza humana, con sus luces y sus sombras, y la fuerza de sus historias reside en unos personajes perfectamente construidos.

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La frágil voluntad (Sadie Thompson, 1928) de Raoul Walsh

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Hay personajes que se te quedan en la retina y uno de ellos fue Sadie Thompson. Pero la de Lewis Milestone. Así me impactó ese personaje cuando aparece por primera vez para bajarse de un barco a una isla que se convertirá en una asfixiante cárcel bajo una continua lluvia. Lo primero que vemos son sus manos enjoyadas, sus zapatos blancos, medias de rejilla y su tobillera, y por fin, su rostro con el labio torcido, un cigarro y unos enormes ojos. Esa película se llamaba Rain (1932) y Sadie Thompson tenía el rostro de Joan Crawford. La película es una adaptación de un relato corto del prolífico William Somerset Maugham, Miss Thompson (que nunca he leído). Así nos hundimos, bajo la lluvia, en un relato cinematográfico con ecos de melodrama exacerbado donde miss Thompson sufre un enfrentamiento a muerte (nunca mejor dicho) con un misionero reformista e intransigente (un genial Walter Huston). El misionero le hace la vida imposible y se obsesiona con su salvación. Porque aunque no se hable mucho de su vida pasada, todo se intuye y a la vez es evidente, no ha tenido una vida fácil y seguramente ha ejercido la prostitución pero está dispuesta a emprender una nueva vida, desde cero. Pero el misionero no se lo pondrá fácil… y establecen entre ambos una guerra verbal y física de fuerzas. Sálvese quien pueda.

Así poco a poco, a partir del visionado de la película de Milestone, me fui enterando de la existencia de otras versiones. Y la primera Sadie Thompson tuvo el rostro de Gloria Swanson en el máximo esplendor del cine mudo con un realizador que se estaba convirtiendo en imprescindible, Raoul Walsh. La película se tituló como el personaje (o aquí La frágil voluntad) y fue un proyecto muy personal tanto para la actriz como para el director. Así ella se convirtió en productora (y un año después también se arriesgaría con La reina Kelly) y Raoul Walsh no solo asumió la labor de director sino también la escritura del guion y la interpretación de uno de los personajes principales. La tercera Sadie Thompson narró su historia en forma de musical en los años cincuenta y contó con la pelirroja melena de Rita Hayworth y con el director olvidado Curtis Bernhardt. La película se llamó por estos lares, La bella del Pacífico (película que todavía no he localizado).

Hace poco he podido ver, por fin, la Sadie Thompson de Gloria Swanson y solo me ha provocado buenas sorpresas. Primero la oportunidad de conocer un poco más la etapa silente de Raoul Walsh además de disfrutarle frente a la cámara (como actor), después comprobar que me sigue fascinando la historia de Sadie Thompson y su enfrentamiento con el misionero intransigente (esta vez, un brillante Lionel Barrymore). Desgraciadamente es de esas obras cinematográficas de cine mudo que no están completas. En este caso faltan los minutos finales que han reconstruido, en la copia restaurada en los ochenta (la que facilita el dvd), con fotogramas fijos e insertos de guion… pero la fuerza de la historia la sientes. Está.

Frente al melodrama desaforado de Milestone, asfixiante y crispado, Raoul Walsh opta por un melodrama más realista y calmado pero consigue también esa sensación de encierro y agobio por la lluvia constante. Ese encierro en un hotel de mala muerte…, que es otro personaje más. Realismo que se siente en la complicidad que surge entre el teniente O’Hara (el propio Walsh… y la posibilidad de un nuevo futuro para Sadie) y la protagonista que construyen su relación a base de bromas y complicidades, exuda un erotismo sano, bonito. Así, por ejemplo, hay una escena en que el teniente enciende el cigarrillo de Sadie y los dos tienen sus cigarros en la boca…, y ese encender es como un beso fogoso. Y realismo en la relación insana y enfrentamiento entre Sadie y el misionero así como la parte oscura y obsesiva del religioso que quiere redimir a la mujer pecadora y a la vez la desea.

Y como ocurre con ciertas heroínas del cine silente, la actriz juega con su rostro y el director con el primer plano hace maravillas. Así vemos a la vital y rebelde Sadie transformarse en la ‘redimida’ y sumisa Sadie a golpe de primer plano. Raoul Walsh maneja el lenguaje cinematográfico con soltura y arriesga en la narración cinematográfica. Sabe crear ambientes, como demostraría en sus películas de cine negro o en otra película de su periodo mudo, El ladrón de Bagdad, donde crea un mundo de ensueño. Es interesante destacar cómo los personajes al principio de la película son presentados y definidos en el barco mediante la frase que escriben alegremente cada uno en el libro de autógrafos o cómo construye una escena donde refleja el estado de ánimo del personaje principal: el rostro de Gloria, desesperada, encerrada en su cuarto y viendo la lluvia caer incesantemente se “siente” entre rejas. Sí, Sadie Thompson también tiene el rostro de Gloria Swanson. Y volvemos a encontrar en esta versión muda, a una prostituta que solo quiere empezar desde cero y que es una superviviente… que medirá sus fuerzas con un hombre intransigente que quiere enderezar almas sin ver que la suya está retorcida.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Joan Crawford y amores otoñales desgarrados. De amor también se muere (Humoresque, 1946) de Jean Negulesco/ Hojas de otoño (Autumn Leaves, 1956) de Robert Aldrich

Los ojos de Joan Crawford tienen vida propia. Basta mirarlos para caer en un abismo de sentimientos expresados. Su rostro fue reinventando durante décadas diferentes tipos de mujer. Así se mantuvo al otro lado de la pantalla de los años 20 hasta los 60. Crawford, desde su juventud en el cine silente, fue reina de heroínas protagonistas de los amores más complejos. Porque el amor no es fácil. Porque el amor puede transformar pero también desgarrar, provocar dolor infinito. En esta sesión doble, con diez años de diferencia, Joan Crawford protagoniza dos melodramas de amores otoñales desgarrados. Dos melodramas apasionantes llenos de detalles y matices… y los ojos expresivos de la actriz.

De amor también se muere (Humoresque, 1946) de Jean Negulesco

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Si en Melancolía, Lars von Triers comenzaba su película con un poema visual sobre la muerte, la melancolía y el amor con el rostro de Kirsten Dunst, impasible, y de fondo una parte musical de la ópera Tristán e Isolda de Richar Wagner, y lograba así hundirnos en el tono trágico de la película; Jean Negulesco se sirve de la misma música para llegar al máximo clímax final de Humoresque con los ojos y el rostro de una Joan Crawford que expresa todo su sufrimiento de amor y delirio en un acto final redondo. Contención y explosión y una misma melodía.

De amor también se muere emplea su banda sonora de manera brillante para contarnos una historia compleja sobre un amor trágico. La historia se centra en un famoso violinista atormentado, con cara de boxeador (como le dicen en un momento de la película… y no es otro que un carismático John Garfield), que vuelca su vida en convertirse en uno de los mejores violinistas. Pero esto supone sacrificar distintas facetas de su vida. El violinista de Garfield es como una estrella de rock de los setenta con aires de genio artístico, con dilemas y tormentos, arrastrando el peso de la fama. Un muchacho humilde que se aferra al violín para lograr llegar a ser alguien. Y en este camino obsesivo (en el que le acompaña sobre todo su madre y un irónico e incondicional amigo pianista) se cruza una mecenas millonaria (nuestra Joan Crawford), alcohólica, maravillosamente miope (memorables las escenas de la protagonista con las gafas) y aburrida de la vida loca que cae sucumbida a los pies del artista.

Los obstáculos de su amor son muchos, no solo la diferencia de edad o la clase social y los ambientes diferentes. Pero el obstáculo más importante e insuperable para la heroína que sufre es el siguiente: si el violinista tiene que elegir entre el amor y la música… claramente se decanta por la música. Ella tampoco está dispuesta a ser la mujer a la sombra del artista o la que cuida al guerrero porque no está ni en su naturaleza ni en su carácter. Su amor está condenado a la pasión desgarrada y al conflicto continuo. Y el personaje de Crawford, como una diosa, necesita que la adoren incondicionalmente… como eso no es posible y es mujer eternamente insatisfecha solo encuentra un camino para terminar con una historia que la devora… Ella sabe que el personaje de John Garfield nunca va a postrarse a sus pies, ni va a perder su libertad artística… Así que un día mientras escucha al amado en la radio interpretar un concierto, se acerca a la orilla del mar…

Humoresque hace gala de melodrama desaforado pero magníficamente contado e interpretado.

Hojas de otoño (Autumn Leaves, 1956) de Robert Aldrich

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Robert Aldrich imprime su firma en todas las películas que interviene. Hasta un melodrama sin mayores ambiciones es capaz de convertirlo en una retorcida, asfixiante y agobiante historia de amor otoñal. Un melodrama que pilló a Aldrich en un momento que no sabía muy bien qué iba a ser de su futuro como realizador. Así el director toma esta historia, que podría haber sido rutinaria, y quiere como protagonista a una diva, Joan Crawford (que luego se convertiría también en personaje fundamental en uno de los éxitos del director, Qué fue de Baby Jane). Así se convierte en una atormentada y solitaria mecanógrafa que ha sacrificado su juventud y la posibilidad de ser amada por cuidar a su padre enfermo. Ahora sola se vuelca en el trabajo para no pensar en su soledad que por otra parte le da menos miedo que darse una nueva oportunidad para encontrar el amor.

Un día acude a un concierto y después a un restaurante… y allí se sienta en su mesa un joven desconocido con mucho encanto (Cliff Robertson). A pesar de sus miedos (sobre todo la diferencia de edad) y obsesiones, la mecanógrafa inicia una historia de amor y termina casada con casi un desconocido joven que la cuenta mil y una anécdotas… Casi desde el principio empieza a chocarse con pequeñas contradicciones en la vida que le cuenta su joven amante hasta que un día se presenta en su nuevo hogar alguien inesperado: la joven y hermosa esposa de su marido para que firme los papeles del divorcio.

A partir de ese momento la mecanógrafa se convierte en una detective y psicóloga enamorada que se descubre casada con un mentiroso compulsivo con graves problemas de salud mental… que, sin embargo, se aferra a ella y a su amor como tabla de salvación para no hundirse en el abismo.

Así Robert Aldrich logra un tortuoso melodrama donde una Joan Crawford con su ojos siempre abiertos (como de no salir del asombro) crea una compleja heroína otoñal enamorada que al final tiene miedo infinito a ser tan solo una “necesidad psicológica” de su joven y solitario amado. Es decir, llega a temer que si su amante logra curarse de su enfermedad deje de quererla y necesitarla… Puro Aldrich. Puro Crawford.

Y como siempre, Aldrich logra sorprender con la forma de contar la historia. Llama la atención cómo se mete en la psicología del personaje femenino con un maravilloso flash back (por cómo está rodado) en el concierto al que acude para explicar totalmente su soledad. Deja escenas sorprendentes como la del primer encuentro de los amantes en el restaurante o su escarceo en la playa. Muestra inquietud, desasosiego y deja una ya clásica galería de personajes opresivos y desagradables memorable. Y llama la atención cómo muestra, de manera directa, agresiva y fría, la “curación” del protagonista masculino en una clínica psiquiátrica. Así como también acierta en la elección de una canción preciosa de Nat King Cole como leitmotiv de los amantes que es a la vez, según el momento que se escuche, preciosa o inquietante.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Miedo súbito (Sudden fear, 1952) de David Miller

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Miedo súbito muestra un mecanismo perfecto, como un reloj (protagonista fundamental de la trama… el paso del tiempo, las horas), donde el suspense logra mantener al espectador en vilo. Película eficaz que encierra un buen funcionamiento del lenguaje cinematográfico capaz de mantener durante los minutos finales una tensión especial sin apenas emplear la palabra… Cuenta además con trío de actores excepcional: Joan Crawford, Jack Palance y Gloria Grahame.

La dirección corre de la mano del irregular David Miller que sin embargo se mostró eficaz las dos veces que empleó la intriga con dos esposas atemorizadas (este tipo de intriga que protagonizan esposas al borde del pánico es un subgénero de lo más interesante). Primero fue Miedo súbito (que curiosamente reposa en el más absoluto olvido) y después con una de sus obras más recordadas, Grito en la niebla.

La película está dividida perfectamente en dos partes. Primero narra con buenos aciertos una historia de romanticismo exacerbado y después va convirtiéndose en una historia de intriga y terror que roza la pesadilla. Y la fórmula funciona a pesar de lo inverosímil y lo enrevesado de la trama…, todo encaja a la perfección, como las piezas de un reloj. El suspense, la tensión, el ritmo, la intriga y la perfecta interpretación así como el carisma de los tres protagonistas convierten Miedo súbito en una película a reivindicar.

Miedo súbito empieza con un ensayo teatral donde el actor principal con rostro de Jack Palance está interpretando un monólogo de romanticismo extremo. El magnetismo y el carisma de Palance son evidentes. Su interpretación está siendo vista por la autora de éxito de la obra (Joan Crawford), por el director, el productor… Todos están entusiasmados con la interpretación menos la dramaturga. Ella expone que no es un mal actor pero que su físico es extraño, no es un galán y su obra puede no funcionar porque los espectadores tienen que sentir el magnetismo, la atracción y la belleza del actor principal. Así que exige su despido y que se la culpe a ella. Cuando le despiden, Palance muestra su enfado desde el escenario, y le dice a la autora que vaya a ver un cuadro de Casanova y descubrirá que no es el retrato de un hombre bello… Y se marcha enfadadísimo y dejando con la palabra en la boca a la protagonista.

Esta primera escena es clave para entender cómo está contada la trama (y que no extrañen los momentos inverosímiles y lo enrevesado de la trama, como antes he señalado). Da perfectamente con el tono de esta obra cinematográfica que juega con las ‘apariencias’, con la ficción y la realidad (la realidad y la ficción)… con la vida como puro teatro donde todos nos vemos obligados a actuar, con la sensación de que nada es lo que parece, con que en la vida parece que hay alguien manejando los hilos y el destino de cada personaje está ya escrito (como la dramaturga escribe sobre sus personajes)…

De manera ‘casual’, la protagonista (que además de dramaturga de éxito es una millonaria heredera soltera) se encuentra al actor que ha despedido en un tren rumbo a su hogar de San Francisco. Así empieza un juego de seducción y una trama de romanticismo extremo que culmina en una escena crucial: en el hogar de la millonaria, ésta le está mostrando el funcionamiento de una grabadora en su despacho (otro objeto importantísimo para el avance de la trama) y le conmina a que diga algo para luego volver a escucharlo. Ella ya está absolutamente enamorada…, entonces Jack Palance vuelve a recitar el monólogo del principio y la tensión sexual va creciendo… hasta llegar a la culminación, cuando ella vuelve a dar al play y escuchan de nuevo el monólogo en silencio, mirándose. El actor demuestra su poder de atracción así como su carisma y se funden en un apasionado beso. Le demuestra que poseía ese magnetismo para ‘representar’ el papel adecuadamente.

Ambos se casan: el actor humilde y la dramaturga millonaria. Y en una elipsis narrativa (no vemos la boda), nos muestra ya a la feliz pareja de luna de miel en una casa veraniega de la autora… empezando así la segunda parte de la película. Y donde entra el tercer personaje con fuerza. Lo ‘idílico’ y el ‘romanticismo’ que ha logrado construir el actor con rostro siniestro (un Jack Palance que merece un párrafo aparte) que ya anuncia sombras… queda totalmente fracturado-quebrado cuando se presenta en una fiesta el personaje de Gloria Grahame. Una mujer seductora que aparece acompañada de uno de los abogados de la famosa dramaturga… Y entonces descubrimos que Palance arrastra un pasado y que Grahame forma parte de él. Son amantes, fríos, manipuladores y calculadores… que no desean ningún bien a la rica heredera. Las sombras de la trama acechan toda la narración que va transformándose en una pesadilla.

Y esa pesadilla llega a su culminación con el descubrimiento de la feliz esposa de la trama que pone en peligro su vida… Despierta de golpe de su sueño de mujer enamorada por la grabadora…, encendida cuando no debe. La dama escucha una conversación de enamorados que nunca debería haber oído… Y entonces transcurren los últimos casi treinta minutos de la película donde la esposa asustada toma las riendas y emplea toda la astucia de una dramaturga precisa. Crea toda una obra teatral perfecta. La millonaria construye un mecanismo exacto como un reloj, no solo para salvarse la vida sino para ejecutar una venganza perfecta. La intriga, el suspense, el miedo y el terror está servido y no decaé ni un solo segundo…, con los giros necesarios (recordemos la premisa de nada es lo que parece), para mostrar un final impecable (sin apenas diálogos solo tensión, miradas y persecución) donde el destino juega con sus personajes. Como en el teatro, la vida es puro teatro.

Pero me gustaría señalar en un párrafo la presencia de un Jack Palance que empezaba a destacar en el mundo del cine…, hacía dos años que había debutado con Elia Kazan y le faltaba uno para realizar su mítico malvado en Raíces profundas. Cada vez es un actor que me apasiona más aunque me faltan un montón de películas de una filmografía irregular y extraña (como su físico) pero a la vez con joyas (El gran cuchillo, Los profesionales, El desprecio, Bagdad Café…) que muestran su versatilidad y su carisma especial.

En Miedo súbito, Jack Palance se convierte en un actor de teatro de origen humilde que quiere subir escalones en la vida social a costa de su millonaria esposa. Lo maravilloso es que el personaje representado (y lleno de matices) por Palance, muestra rasgos y elementos de su propia biografía. Enseñando así, de nuevo, ese juego de ficción y realidad en el que se mueve toda la película. Cuando el personaje de Palance le cuenta a la dramaturga sus orígenes…, coinciden en muchos elementos con los suyos. Su procedencia de una familia humilde, su padre minero…, su trabajo en la mina (y otros muchos oficios), su paso por el ejército, su pasión por la interpretación y su lucha hasta conseguir llegar a ser actor… Además la película, emplea su físico y extraño rostro para dotar de personalidad al personaje. Un rostro curtido que tiene las huellas del pasado como boxeador de Palance así como de su paso por la Segunda Guerra Mundial que dejó secuelas graves en su cara (que fueron corregidas por múltiples operaciones). No olvidar que además está magníficamente acompañado por los ojos de Joan Crawford que traspasan la pantalla y transmiten además de terror muchos otros sentimientos y la sensualidad extraña con aires de mujer fatal de Gloria Grahame.

Miedo súbito es una buena película para rescatar del olvido. Su empleo del suspense, del miedo y la tensión crea imágenes potentes para no olvidar… como ese perrito mecánico que avanza por una habitación hasta un armario semiabierto y en penumbra donde un personaje aterrorizado se esconde…

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Dos clásicos y un moderno

Noble gesta (L’onorevole Angelina, 1947) de Luigi Zampa

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… los indignados han existido (hemos existido) siempre y también han sido reflejados por el cine. Así tras la Segunda Guerra Mundial y en pleno neorrealismo para analizar y reflejar la época (que influenció todo el cine italiano del momento) no eran fáciles las cosas en Italia. De tal manera que no queda lejos de la situación actual, lo que cuenta Noble gesta: unos vecinos hartos de las injusticias urbanísticas, sociales y políticas que se levantan y revolucionan para conseguir sus derechos… capitaneados por Angelina (como siempre, una maravillosa Ana Magnani), una mujer de la barriada de familia numerosa harta ya de no llegar a final de mes y de romperse la cabeza cada día para poder alimentar a sus hijos. Así la película ilustra el recorrido de esta mujer, casada con un pobre suboficial de policía, que pasa de ser una más a convertirse en líder de las protestas. Vivirá un ascenso y una caída en picado donde todos le retiran la palabra hasta volver a resurgir. Angelina es una mujer del pueblo con conciencia que lucha por mejorar su situación. La convierten en líder por lo bien que protesta e incluso llega a idear un partido político pero ella misma se da cuenta de que esa tarea ya le queda grande. También sufrirá la manipulación de los poderosos y la retirada de confianza de los que la siguieron… hasta que vuelve de nuevo a restablecerse su popularidad. Finalmente se quedará junto a su familia… renuncia a la política pero no a la lucha diaria y a la indignación continua (crítica y necesaria)… Luigi Zampa dirige con solvencia este largometraje de indignados con aires neorrealistas.

 ¿Qué fue de Baby Jane? (What ever happened to Baby Jane, 1962) de Robert Aldrich

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Mucho se ha escrito sobre Baby Jane y es que esta película de culto del interesante realizador Robert Aldrich mantiene su magnetismo aunque vaya pasando el tiempo. Además también inauguró un género, el grand guignol, que sigue teniendo tradición en el actual cine americano (podemos perseguir sus huellas en Killer Joe, Stoker o El consejero).

Son muchos los alicientes para inmiscuirse en esta historia. Por una parte ese clima de suspense y misterio claustrofóbico. Sus personajes oscuros hasta resultar desagradables. No se salva ni uno (ni siquiera las plácidas y ‘pesadas’ vecinitas de al lado, madre e hija, hasta el siniestro pianista y su desagradable madre). La visión de la fama y el éxito efímero seguido de una larga decadencia, el cine dentro del cine. El ocaso del vodévil ante el nuevo arte, el cine (el espectáculo de Baby Jane en los escenarios de teatro y el posterior éxito en el cine de su hermana). Las enfermizas relaciones familiares (entre las hermanas, entre el pianista y su madre…). La locura, el alcoholismo, la decadencia, la dependencia emocional…

Pero sobre todo se sigue sustentando esta película por las increíbles interpretaciones de sus dos protagonistas: dos grandes divas del cine. Bette Davis y Joan Crawford se unen para ser las decrépitas hermanas Hudson. No fue un rodaje fácil, la lucha de egos de las actrices benefició el resultado de la película pero convirtió el proceso en una pesadilla. Jane Hudson-Davis y Blanche Hudson-Crawford se apoderan de sus personajes y la película y dejan dos interpretaciones memorables. Inolvidable la actuación de una anciana Jane cantando una canción a su padre o la angustia de una mujer en silla de ruedas encerrada cruelmente…

Vidas contadas (Thirteen Conversations About One Thing, 2002) de Jill Sprecher

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Desde un Robert Altman en Vidas cruzadas, pasando por González Iñárritu, Guillermo Arriaga, Paul Thomas Anderson, Rodrigo García… las películas de vidas cruzadas se han convertido casi en un subgénero que ha dejado interesantes propuestas cinematográficas (y otras que no lo son tanto)… Y una de ellas es esta película. Con un buen reparto coral donde brilla sobre los demás Alan Arkin y donde vemos ya la semilla del hoy prolífico y arriesgado Matthew McConaughey. La historia dividida en trece segmentos habla precisamente de felicidad y ‘juega’ con este concepto a través de la vida (y el azar) de varios personajes: una empleada de limpieza, un exitoso y joven fiscal, un trabajador de una empresa de seguros y un matemático. La directora Jill Sprecher, junto a su hermana Karen, crea un buen guion y dirige una obra elegante, interesante y sensible con diálogos certeros. Una película a reivindicar. La sonrisa de Alan Arkin cierra de manera brillante esta reflexión sobre la felicidad humana.

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