El club (El club, 2015) de Pablo Larraín

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El club de Pablo Larraín pertenece a un grupo de películas que provoca al espectador, lo agita y lo remueve, le hace pensar y dar vueltas a la cabeza sobre lo que está viendo. Le impacta. Hay películas que sorprenden no solo por lo que cuentan y cómo lo cuentan sino por la mirada proyectada. Si buscamos títulos, podemos hablar de Funny games de Michael Haneke, continuar con Canino de Giorgos Lanthimos, seguir con la trilogía Paraíso de Ulrich Seidl… y si nos vamos a un referente más lejano, podemos llegar a Pasolini y Saló, o los 120 días de Sodoma. Tanto los directores como las películas nombradas son muy diferentes, lo que une a esta ristra de títulos es el poseer una mirada original, perturbadora y catártica hacia temas conflictivos que mueven y remueven…, un enfoque diferente para reflejar y mostrar la realidad que nos rodea.

Larraín crea un espacio ficticio asfixiante, angustioso y demoledor partiendo de un asunto hiriente, que se sabe que está ahí. Se intuye. Y el director recrea y crea ese espacio al que no tenemos acceso, que desconocemos. El escenario es una aparente tranquila casa amarilla en un pueblecillo costero de Chile. Y ahí viven, retirados, cuatro curas y una monja. Con reglas y ritos, con una cotidianidad y repetición del día a día. Con un único esparcimiento, el entrenamiento obsesivo de un galgo de carreras y la participación en torneos con apuestas incluidas. Pero la llegada de un quinto cura y la aparición de un personaje herido, un hombre sin hogar, que empieza a gritar, bajo los efectos del alcohol, acusaciones terribles… altera esa aparente y falsa tranquilidad. El espectador empieza a entender una realidad escalofriante: es una casa de retiro donde la Iglesia aísla a todos aquellos curas que han cometido un delito (desde la pedofilia hasta niños robados o encubrir los horrores de la dictadura…).

El director logra crear un clima inquietante y enfermo. Para ello se sirve no solo del propio paisaje y la música o las canciones entonadas sino del rostro inquietante de cada uno de los sacerdotes (esos primerísimos planos, sobre todo en los momentos de los interrogatorios, que hacen que cuatro grandes actores chilenos compongan unos personajes tremendamente desagradables: Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking y Jaime Vadell). Con la alteración de la cotidianidad, que acaba con un hecho terrible e impactante, llega a esa casa de retiro por mandato de altas instancias de la Iglesia, un sacerdote que además es psicólogo para aclarar unos hechos. Y ahí también se van destapando los dos personajes más inquietantes y perturbadores: la monja y el sacerdote psicólogo (Antonia Zegers y Marcelo Alonso). Los titiriteros que mueven los hilos y se enfrentan entre ellos, veladamente, para ir destapando no solo su poder en ese espacio sino para dejar a la vista una sombra oscura de la Iglesia, cómo desde altas instancias se encubre y no se toma medidas contra aquellos que delinquen en sus filas. Como existe la impunidad ante situaciones sangrantes dentro de la institución… y cómo también se condena al silencio a las víctimas.

Para golpear más aún al espectador, Pablo Larraín emplea un humor negro que hace que haya momentos que rocen el esperpento. El desconcierto que provocan algunas “confesiones” o algunos de los discursos que suelta Sandokan (Roberto Farías), el sin hogar, mueven a una risa incómoda y nerviosa. Pero sobre todo deja otro complejo entramado que también está en el fondo de esta impactante película: no hay arrepentimiento (ninguno de los sacerdotes encerrados muestra explícitamente algún signo de arrepentimiento, es más creen que es una injusticia ese retiro. Todos han creado un discurso con coherencia interna para justificar su comportamiento…, ese es uno de los caminos, o perder la cabeza, anularse) pero tampoco redención ni perdón posible sino un enquistamiento enfermo (alimentado por personajes como el de la monja y el padre psicólogo), mientras se permita ese encubrimiento, ese secretismo, ese silencio…

El club de Pablo Larraín impacta por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por la mirada que proyecta… y está llena de matices, de incomodidades (no hay compasión hacia ninguno de los personajes, ni siquiera los del pueblo, es como si toda la sociedad estuviera enferma y sin posibilidad de creer o aferrarse en algo, sobre todo cuando aquellos que dicen ser “guías” están más enfermos todavía), de metáforas (ese galgo al que hacen correr eternamente tras una presa que nunca alcanza) y de lecturas. Solo hay que empaparse en ellas y después debatir.

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6 comentarios en “El club (El club, 2015) de Pablo Larraín

  1. Estoy deseando verla, cae el próximo sábado.

    «Es como si toda la sociedad estuviera enferma» que es precisamente mi punto de partida al contemplarnos tomados en conjunto. Y me convencen las historias que lo muestran y que incitan al debate tras verlas. Sin olvidar que el autoengaño y la hipocresía forman parte de una institución caduca e infame (siempre bajo mi punto de vista)y me gusta que haya alguien que lo recuerde de vez en cuando. No se escapa pues.

    Besote!

  2. Mi querida Marga, tienes el debate asegurado. El club es una película-impacto muy bien contada. Y como digo es una película que merece la pena por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por la mirada que proyecta. Remueve y hace pensar y hablar. Ya me dirás cuando la veas el sábado.

    Beso
    Hildy

  3. Es de las películas más duras que he visto y no sólo por sus escenas explícitas sino por su atomósfera que enenvuelve no sólo a los personajes sino también a los espectadores…el paisaje también es opresosr, el cielo, el mar…todo parece confluir en ese infierno mental que se esconde en esa casa en apariencia vulgar. Y los rostros que más me han impactado son el de la monja, y el del cura «salvador»…porque precisamente no son tan siniestros como los demás seres perversos y odiosos a los que «custodian», pero para mi ellos son el verdadero horror de lo que cuenta la película, no los casos individuales que muestran, sino los rostros «oficiales» de la institución que dice Marga y que los toleran, amparan y esconden.
    No obstante me ha gustado leer en las entrevistas que sobre la película han hecho a Larrain en el País, como él diferencia en su experiencia personal de formación católica, entre los curas santos y los que no lo son…porque tampoco hay que perder de vista que nada es tan injusto como que se lleve a la práctica ese refrán de que «paguen justos por pecadores» cuando hay tantos religiosos y religiosas que son verderamente valiosos a la sociedad y llevan a su vida personal los principios que predican…Ahi es donde está – a mi juicio – el verdadero papel que debería protagonizar la jerarquía oficial de la iglesia (de cualquier iglesia) «tolerancia cero» para los que amaparados en su estatus son verdaderos delincuentes depravados.

  4. Sí, querida María Rosa, tienes razón que otro de los puntos fuertes de la película es la ambientación que oprime y envuelve y se convierte en otra protagonista. Coincidimos en los dos personajes que más nos han impactado. Yo también he leído entrevistas a Larraín y explica muy bien su mirada sobre esta película y sobre lo que quiere contar y reflejar. Muy interesante tu reflexión.

    Beso
    Hildy

  5. Jo, salí noqueada de la sala. Y tenías razón, la conversación de después de las mejores en mucho tiempo aunque mi chico y yo seamos igual de anticlericales y no diéramos lugar al desacuerdo, jajaja.

    Gracias!

  6. Jo, querida Marga, qué bueno. Y, sí, es cierto, la película provoca conversaciones interesantes, remueve y plantea muchas cosas. Además es también superinteresante cómo la cuenta el director y cómo está interpretada. ¡No tiene desperdicio!

    Un beso enorme y gracias a ti, por tus comentarios y reflexiones
    Hildy

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