Quiéreme o déjame (Love me or Leave me, 1955), de Charles Vidor

Quiéreme o déjame, una película más en la que James Cagney deja una interpretación para el recuerdo.

Cuando escribí un breve artículo en el blog con motivo de la muerte de Doris Day (el 13 de mayo de 2019), varios lectores y amigos mencionastéis una película que aún no había visto, Quiéreme o déjame. Y se me quedó la copla. Ya sabéis que pienso que hay películas que nos llaman y llegan hasta nosotros por diferentes caminos. Esa fue la primera llamada que tuve con la película de Vidor.

Hace poco en una de mis vueltas por una librería, no pude resistir la tentación de comprarme una nueva edición de un libro de cine de François Truffaut, Las películas de mi vida (Cult Books, 2021). Curiosamente en esta recopilación de críticas de Truffaut se encontraba una sobre esta producción. Y en un momento del texto, el crítico y cineasta francés recuerda una frase de Jean Renoir para explicar su mirada sobre Quiéreme o déjame: “No hay realismo en el cine americano. Nada de realismo, sino algo que importa mucho más: una gran verdad” y entonces añade que en el musical sobre la cantante Ruth Etting se narra la historia de una pareja con “una crueldad desgarradora y tiene una sonoridad más trágica, más atroz. En definitiva, suena a más real y toca más el corazón”.

No hace mucho acudí a una tienda de DVD, que para todo amante del cine clásico es una gozada. Y cuando me puse a mirar películas, escogí a voleo una de sus múltiples torres hasta arriba de carcasas. Y, de repente, al retirar la primera película me topé con el dvd de Quiéreme o déjame. Y no perdí ni un segundo, cogí el dvd y me lo llevé. No podía ser de otra manera.

Ya la he visto dos veces, y sé que no será la última. Su análisis no es fácil. Efectivamente, hay una verdad que sobrecoge, y que se convierte en totalmente creíble gracias a cómo se construye y se refleja la relación que establecen Ruth Etting (Doris Day) y el gánster Martin Snyder (James Cagney). Pero además James Cagney consigue un milagro con su interpretación, pues nos sobrecogemos al empatizar con un hombre con todas las características para tacharlo sin ningún escrúpulo: chantajista, matón, violento, machista, maltratador, capaz de humillar al otro una y otra vez… Pero a la vez se dibujan otros aspectos del personaje que nos hacen entender cómo es (que no justificarlo) y también destaca la energía indestructible que tiene para lo bueno y para lo malo.

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Adiós, Doris

El trompetista

Adiós, Doris…

Hoy que Hildy Johnson cumple un año más…, y es feliz por poder contar con más tiempo para disfrutar de mis pasiones, se despide de Doris Day con una preciosa coincidencia.

Ayer recibí un wasap donde me avisaban del fallecimiento de la actriz. Justo en esos momentos estaba leyendo (y, confieso, pasándomelo fenomenal) las memorias de Michael Caine, La gran vida. The Elephant to Hollywood, (que pronto tendrán su reseña) y, de pronto, os lo juro, no habían pasado ni unos minutos de la noticia cuando leo esto:

“Cruzando la calle se encontraba la Daisy, la primera discoteca de Beverly Hills. Shirley me llevó una noche, temprano, para tomar una copa antes de cenar, y el local estaba prácticamente vacío. De pronto, se abrió la puerta e irrumpieron unas cuarenta chicas idénticas a Doris Day. No era casualidad: participaban en una competición de dobles de la actriz —se llamaba “Doris for a Day”— y las paseaban por los locales favoritos de los artistas… a una hora a la que difícilmente las estrellas estarían en sus lugares favoritos. Sin embargo, aquella era su noche de suerte. En cuanto vieron a Shirley empezaron a proferir agudos chillidos, dos de las chicas se desmayaron y más de una se echó a llorar. Aprovechamos el caos para escapar. ¡Bienvenido a Hollywood!”.

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Un grito en la niebla (Midnight lace, 1960) de David Miller

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Doris Day en 1954 se convirtió en una rubia hitchconiana donde se transformaba en una esposa de una familia americana de clase media alta que vivía su peor pesadilla en unas vacaciones… Me estoy refiriendo a El hombre que sabía demasiado. Demuestra así la actriz cómo podía reflejar a una madre angustiada por el secuestro de su hijo… y se pasaba más de la mitad de la película con un austero vestido gris, un gorrito negro y un simple moño… No hacía falta más. Seis años después Doris Day protagonizaba uno de esos thrillers intensos y bien hechos con un suspense bien trabajado. Ahora para cada gesto de susto, para cada momento de pánico… miss Doris Day luciría un traje diferente y un peinado distinto. Estoy hablando de Un grito en la niebla de David Miller. En la primera se encontraba detrás de la cinta el maestro del suspense, en la segunda un director-artesano-que recibía encargos y un productor con olfato Ross Hunter… Un productor que tenía entre su nómina de estrellas femeninas a una Doris Day que en los últimos años se estaba prodigando en comedias de éxito donde mostraba los mejores vestidos, los mejores peinados y las mejores virtudes de la mujer americana de los años 50 y principios de los 60. Y eso funcionaba. Así que Hunter decidió que Doris Day podía protagonizar una película de suspense… pero con la misma vestimenta que una de sus comedias junto a Rock Hudson… Y ¡la fórmula funcionó!

Reparto esplendoroso, una historia bien contada y rodada… un éxito seguro. Aun hoy Un grito en la niebla hace pasar más de una hora y media con distintas emociones. Su argumento no es original sino que forma parte de un género protagonizado por mujeres que casi siempre obtiene buenos resultados: mujeres indefensas (y solas) al borde del paroxismo y la locura por un peligro acechante. A veces nadie las cree, otras sienten cómo otros quieren hacerlas perder la cabeza, más allá se encuentran en la soledad más absoluta… Y el espectador sufre con ellas todas sus angustias… Recordemos títulos legendarios: Luz que agoniza, Voces de muerte, Crimen perfecto (del propio Hitchcock) o Sola en la oscuridad

Aquí Doris Day es una millonaria americana que se casa con un empresario americano y se traslada a vivir a Londres. En un día de niebla mientras atraviesa el parque que la conduce a su casa… escuchará una siniestra voz que anuncia su asesinato…

Como millonaria que es luce sus mejores galas en cada momento y aunque lo pase fatal, ella está divina de la muerte. Y eso da a la película un extra absolutamente fascinante. No obstante Day logra imprimir su terror y angustia en varias escenas rodadas de manera inteligente (y muy cinematográfica). Por ejemplo, cuando se queda encerrada en el ascensor y se queda oscuras… y escucha los pasos y siente las sombras del que cree que es su asesino.

Como película de suspense juega con el espectador y presenta toda una galería de personajes que se convierten en presuntos sospechosos (y que aumentan la paranoia de la rubia bien peinada). En esta galería unos hacen sufrir a la pobre Doris Day porque sospechan de la veracidad de los hechos que la ocurren: ahí tenemos a la propia policía británica (Doris Day es una esposa insatisfecha y frustrada que trata de llamar la atención a su marido con alucinaciones varias… tiene bemoles el asunto), a su señor esposo, a su tía que llega de América para hacerla una visita, a su vecina… Y los otros son los potenciales sospechosos: el hijo de su asistenta que tiene un morro que se lo pisa, un bellísimo constructor que está realizando obras al lado de su casa, el tesorero de la empresa de su marido, y un extraño hombre con cara siniestra y siempre de negro…

Por supuesto crea un álgido suspense final de resolución inesperada (aunque viendo el rostro del culpable… sospechas desde el principio pero no quieres creerlo). Y acabas la película toda contenta de lo bien que lo has pasado y con ganas de pasarte por la peluquería y de comprarte unos trapos…

Otro punto a favor para Un grito en la niebla es su genial reparto. Además de Doris Day y sus modelitos (y que sabe angustiarse y gritar bastante bien) nos encontramos con viejos rostros del pasado, con actores consagrados, algún secundario glorioso y otros que en esos años están en su momento álgido. Del pasado como tía de vida loca (pero bastante cerebral y que duda de la salud mental de su sobrina) nos encontramos con una elegante y atractiva Myrna Loy. Curiosamente visita a un pretendiente de tiempos lejanos, el tesorero con cara ajada de Herbert Marshall. El marido empresario de Doris Day cuenta con el rostro de un actor versátil y siempre correcto, Rex Harrison, de larga y fructífera carrera de buenos títulos. Por medio se cruza el hermoso constructor, el actor de moda, John Gavin. El hijo con mucho morro es un secundario de carrera kilométrica (no sólo fue un simio), Roddy McDowall y otro secundario de lujo es el policía con la teoría de las mujeres insatisfechas le damos el rostro de John Williams (que se le daban bien los papeles serios… también fue el inspector de Crimen perfecto).

Está claro… cuando haya niebla iré muy bien arreglada para que los sustos me pillen por lo menos acicalada… Así me lo enseñó Doris Day que me lo hizo pasar muy bien en Un grito en la niebla.

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