Cóctel cinéfilo en un solo párrafo (I). Un paseo por la cartelera

La vida lliure (La vida lliure, 2017) de Marc Recha

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El arte de contar historias… Marc Recha necesita pocos ingredientes para construir una película de aventuras. Un rincón hermoso de Menorca, dos niños con imaginación desbordante y mucho tiempo, su rudo tío (un hombre sencillo, de campo, pero con toda la sabiduría rural), la ausencia de la madre (en tierras lejanas), un misterioso barco anclado y sus visitantes, el encuentro de un tesoro… y Rom, un hombre maduro y solitario. La película, como un libro abierto en el que se van pasando las páginas con gozo, nos sitúa en una historia tardía, del pasado, a finales de la Primera Guerra Mundial, y con la virulencia de la gripe española siempre presente. La mirada inocente de unos niños, sus juegos… y un deseo: reunirse con la madre en Argel. Y mientras, el paso del tiempo, el misterio, la vida de los pequeños en compañía de Rom y del tío (como dos extraños antagonistas). Una sinfonía de rostros con historias (desde los niños, Mariona Gomila y Macià Arguimbau, a Sergi López convertido en el orondo Rom, como si fuera un viejo pirata). Sí, puro cine de aventuras sin artificio alguno.

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Philomena (Philomena, 2013) de Stephen Frears

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Lo que consigue crear Stephen Frears (y el impulsor del proyecto tanto en producción como en guion y también como coprotagonista, Steve Coogan) con Philomena es una buena película de interés humano. Así se crea una película que mezcla la investigación periodística de un caso concreto y complejo, el viaje de dos personajes antagónicos y el sentido del humor para tocar, con sensibilidad, el tema de los niños robados. Y parte precisamente de un material concreto: el de un periodista británico, Martin Sixsmith, que contó en un libro la historia de una mujer, Philomena Lee. Una enfermera irlandesa, humilde y de barrio obrero que pasados cincuenta años confesó a su hija que con catorce años se quedó embarazada y su familia avergonzada la internó en un convento donde la hicieron trabajar duro para purgar sus pecados… y allí, sin su consentimiento, dieron en adopción a su hijo (lo vendieron, para más inri, a una familia estadounidense)…

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Un día perfecto (A perfect day, 2015) de Fernando León de Araona

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Un día perfecto de Fernando León de Araona es una película imperfecta, aunque ahí reside parte de su encanto, su acierto y desacierto. Al final puede dejar una sensación de frialdad… pero con un poso. Su indefinición en el tono proporciona una ristra de temas interesantes que también se esbozaban en la novela corta en la que se inspira, Dejarse llover de Paula Farias. Entre las breves páginas de la novela se dejaba caer más pesimismo, crudeza y amargura y el director Fernando León en su conversión a fotogramas trata de exacerbar el humor negro, dejar paso a cierta luz o idealismo y restar crudeza de una interesante premisa que esboza: la dificultad de alcanzar una situación de paz y normalidad después de un conflicto bélico especialmente duro y violento (la guerra de los Balcanes).

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Donde habita el peligro (Where Danger Lives, 1950) de John Farrow

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Descubrir ciertas películas, se convierte en un hallazgo sorprendente. Y en Hollywood, en el sistema de estudios, había un montón de directores-artesanos que esconden entre sus extensas filmografías, películas que son diamantes. Uno de ellos es Donde habita el peligro de John Farrow. Película de serie B (es decir, con un presupuesto menor que otras producciones del estudio, en este caso RKO) que es una muestra de buen cine negro. Y una oportunidad para valorar a Robert Mitchum como un héroe trágico del género. Muchos de los ingredientes del cine negro se vislumbran en cada uno de sus fotogramas: femme fatale, destino y fatalidad, ambigüedad moral y atmósfera enrarecida. Además cuenta con los ingredientes también de una road movie, un amor fou y una frontera (como muchas veces ocurre… el sitio al que llegar es México) como símbolo de otra vida que nunca llega.

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La escapada (Il sorpasso, 1962) de Dino Risi

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Tenía muchas ganas a esta película, sobre todo por dos motivos: mi desconocimiento de la carrera cinematográfica de Dino Risi. Este director es uno de los representantes de la comedia a la italiana (género que alcanzó la cima en los años sesenta), generación que convivió con los maestros del neorrealismo, que en su cine ‘atesoran’ algunas influencias del movimiento. Precisamente por alejarse de los postulados del neorrealismo y cultivar elementos más ‘ligeros’ y costumbristas (sobre todo en lo que se refiere en un análisis de lo social y lo político y en el reflejo ‘realista’ de Italia), los realizadores obtuvieron un importante éxito comercial pero fueron criticados ideológicamente en varios círculos intelectuales. Sin embargo también supuso una cantera de buenos actores y actrices que adquirieron no sólo popularidad sino que se convirtieron en buenos intérpretes.

Sin embargo, La escapada no es una comedia sino una tragicomedia existencialista (profundiza además en la psicología de los personajes) que además refleja la Italia de los sesenta. Y ahí enlazo con mi segundo motivo. La escapada y su análisis de contenido ofrece varias lecturas. En muchas fuentes y escritos sobre cinematografía italiana en la Red o en libros que se refieren a esta película o bien se considera una película de culto y una de las mejores de Dino Risi (que también escribe el guion junto a Ettore Scola –un buen director que debutaría como tal en 1964– y Ruggero Maccar), o bien se habla de sus cualidades pero se apunta un pero poderoso: y es que muchos sienten una película con mensaje moral (en el espectacular y estremecedor giro final) y que ese mensaje moral resiente la película para muchos que ven una moral conservadora (es decir, ese final es una especie de “castigo divino”).

La escapada, sin embargo, me ha parecido una película más trágica que cómica, que emplea la metáfora del viaje para exponer dos maneras de ‘entender’ la vida y más que un mensaje de moral conservadora…, observo una llamada a que el destino siempre acecha al ser humano. Así que las escapadas pueden dar sentido a nuestras vidas o convertirnos en seres errantes… pero vivir con intensidad se convierte en un valor importante… porque el destino acecha en cada esquina. Y a lo mejor se nos ha olvidado vivir o hemos vivido demasiado, sin pararnos a pensar. Y para ello se sirve de dos personajes, dos hombres de diferentes edades pero también con una filosofía de vida distinta. Dos hombres tremendamente humanos, que arrastran virtudes y defectos en su mochila…, y que emprenden un viaje improvisado por las carreteras de Roma y alrededores durante dos días.

La película está protagonizada por un estudiante de derecho, muy tímido y con miedo a improvisar en el día a día, Roberto (Jean Louis Trintignant) y por un hombre ya maduro, un perdedor que vaga con un deportivo y que basa su vida en vivir el momento y en el arte de la improvisación, es todo vitalidad, Bruno Cortona (Vittorio Gassman). El género en el que se mueve la película es el de la road movie con dos personajes opuestos que terminan congeniando. Su encuentro es casual, Bruno vaga en coche por las calles de una Roma en vacaciones. Es por la mañana y sólo sabemos que busca un teléfono y unos cigarrillos. Cuando se para y está refrescándose en una fuente, se da cuenta de que desde una ventana le observa un joven. Le pide que si puede realizar una llamada telefónica de su parte, aunque al final termina subiendo al hogar del estudiante. Y antes de irse, le dice que le acompañe a tomar un aperitivo en un restaurante cercano… El estudiante accede. Lo que parecía un momento…, se convierte en un viaje.

Como ya he dicho ambos tienen virtudes y defectos y ambos se retroalimentan. Bruno, a veces, se vuelve más respetuoso con el tímido Roberto o se corta más de mostrar su comportamiento sin freno o forma de actuar. Bruno es extrovertido y carismático, a veces en exceso. Trata de sacar provecho de todas las situaciones. Disfruta de los placeres. No tiene miedo a los obstáculos de la vida. A veces es consciente de que es un fracasado con ángel. Es ligón, machista, se burla de la homosexualidad, no ve con buenos ojos a los extranjeros (recordemos su comportamiento con la joven negra) y es capaz de reírse de la gente que considera de extracción social más baja y que es de campo… Su viaje con el estudiante le hace replantearse poco a poco su vida errante como perdedor y se consciente de sus defectos, y quiere transmitir lo mejor de su vida al joven tímido (procura no mostrarle las grietas). Roberto es tímido, apocado, con miedo, no quiere improvisaciones, educado, desconfiado, sin experiencia en el amor, nostálgico, poco hablador (conocemos más de él por lo que piensa en off) y busca una vida segura. De hecho se pasa todo el improvisado viaje queriendo regresar a su hogar seguro. En un momento dado vemos que también es bastante clasista, como Bruno, al reírse de unas personas del campo que están celebrando una fiesta. Para Roberto “esta escapada” inesperada termina siendo lo más divertido, feliz y valiente que ha hecho en su corta vida. Por eso cuando el destino, unido a la imprudencia, golpea…, el espectador queda, como Bruno, en estado de shock. Porque en cuestión de segundos todo puede cambiar. Bruscamente.

A través de su viaje por las carreteras romanas descubrimos la Italia de los sesenta. Esa Italia que empieza a resurgir de las cenizas, la importancia del turismo, la brecha entre el campo y la ciudad, lo moderno y lo tradicional… Conocemos los garitos, los restaurantes, las canciones que se oyen, los locales nocturnos, la importancia que va adquiriendo el ocio, las playas, las nuevas modas, los referentes culturales (genial la apreciación de Bruno sobre el cine de Antonioni, diciendo que es un gran cineasta pero que él se queda dormido en sus películas), los nuevos ricos y hombres de negocios…

La película funciona porque no sólo cuenta con el carisma de ambos protagonistas sino que además el viaje tiene ritmo, mucho ritmo, continuamente ocurren cosas, muy cotidianas. Visitan a unos familiares, paran a comer, intentan ligar, tienen distintos encuentros en la carretera, salen por la noche, se pierden el uno del otro y se vuelven a encontrar… Además de un reflejo bastante realista de lo que debía ser la Italia de aquellos años, cuenta con dos actores que realmente construyen a sus personajes, unos personajes complejos. Tan difícil es mostrar la timidez y el miedo a vivir tal y como lo hace Jean Louis Trintignant, como mostrar el carisma y la vitalidad que exuda el rostro de Vittorio Gassman sin ser excesivo o exagerado, sin llegar a la caricatura.

El título de la película es buenísimo porque esa escapada tiene muchos significados y todos están contenidos en los fotogramas. No dejamos nunca de oír esa bocina escandalosa que siempre toca Bruno… para advertir su presencia arrebatadora (pero también a su manera autodestructiva), ni de ver la sonrisa tímida y finalmente ilusionada de un Roberto que iba camino de conquistar una vida gris y que siente que existen otros caminos posibles, apasionantes, con un poco de riesgo…

La escapada es un buen título para empezar a indagar en la filmografía de Dino Risi.

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Anochece en la India (2014) de Chema Rodríguez

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El documentalista Chema Rodríguez (que entre otros trabajos realizó el vital documental Estrellas de la Línea sobre unas prostitutas guatemaltecas que para denunciar su situación y hacerse visibles forman un equipo de fútbol) realiza su primer largometraje de ficción. Y se decanta por una road movie, por un viaje físico y mental…

El propio director explica cómo este género le llama poderosamente la atención y nombra París, Texas, Una historia verdadera o Pequeña Miss Sunshine… como películas en las que el viaje por carretera se convierte también en una metáfora de vida. Pero además para el personaje protagonista, Ricardo (Juan Diego), busca inspiración real —recoge pinceladas— en Lorenzo del Amo cuya peripecia vital el propio director relató en el libro Anochece en Katmandú.

Así Ricardo se convierte en un parapléjico malhumorado y desencantado al que solo le queda esperar la muerte y que vive aferrado a sus recuerdos y a un pasado que identifica con la felicidad. En su juventud, trasportaba en su furgoneta a hippies cuyo destino era la India, además allí vivió junto al amor de su vida. Ricardo proyecta en la pared de su hogar viejas cintas donde revive sus momentos más felices. Poca amabilidad le queda y convive con una silenciosa y también hosca cuidadora rumana, Dana (Clara Voda). Ambos viven encerrados entre cuatro paredes entre silencios y choques continuos… pero también aferrándose el uno al otro. Así el protagonista, ante su inminente final, decide tomar una decisión: emprender un último viaje en furgoneta. Regresar al Edén. A esa India idealizada. Y en ese plan no entra Dana… Sin embargo el destino irá urdiendo sus planes para que ambos se embarquen en un viaje ¿sin retorno? y sus lazos de unión vayan reforzándose.

A priori Anochece en la India cuenta con los ingredientes necesarios para una película atractiva además de contar con dos intérpretes que se vuelcan en la construcción de sus personajes (solo por verlos a ambos tanto a Juan Diego como a la actriz rumana Clara Voda merece ser vista). Sin embargo, no llega a ser redonda. Una película con numerosos aciertos (valiente y arriesgada) pero lastrada, sobre todo, por tres aspectos: no conseguir el tono adecuado, el equilibrio entre géneros. No encontrar el ‘ritmo’ y el ‘tempo’ adecuado en la evolución y relación de los personajes protagonistas (el famoso amor-odio, odio-amor) así como la aparición de una galería de personajes secundarios desaprovechados. Y precisamente no contar con todas las ‘ventajas’ narrativas de una road movie en furgoneta destartalada (con una buena fotografía y un reflejo de los distintos escenarios en los que se percibe la sensibilidad documental del Chema Rodríguez)…, es decir, aprovechar el propio viaje hasta el destino final.

No obstante, por sus intérpretes, su manera de mirar, sus momentos de autenticidad, sus aciertos y su para mí arriesgado y valiente final, Anochece en la India es de esas películas que encierran un encanto especial y que se convierten en rarezas que bien merecen un ‘viaje’ por ellas.

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Nebraska (Nebraska, 2013) de Alexander Payne

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Hacia tiempo que no tenía tantas ganas de llorar en una sala de cine. La persona que estaba a mi lado me dijo: ¿Estás llorando? Y yo le contesté que sí, llorando y riendo. Eso es lo que me pasó mientras miraba en una enorme pantalla blanca… una larga e interminable carretera en blanco y negro. Toda la película a punto hasta que las lágrimas cayeron. Sin remedio. Pero no eran lágrimas de tristeza, ni melodramáticas, ni de drama… eran de pura emoción contenida… por toda la historia que había vivido a través de los fotogramas.

Y es que tenía que ser en blanco y negro para reflejar esa vida en tonos grises de una familia de Montana. Para viajar por paisajes desolados por la crisis, por ciudades que se derrumban, por tabernas, karaokes, pequeñas empresas, granjas, hogares, tiendas, viejos despachos de periódicos locales… que se van deteriorando. Para reflejar unos rostros de supervivientes, con huellas, con arrugas o sin ellas.

Pero la película no va de perdedores sino de personas que se niegan a perder. De un padre y un hijo que emprenden un viaje de unos cuantos kilómetros. Una road movie… Una historia sencilla, muy sencilla. De un padre que quiere ir a recoger una cantidad de dinero que en una carta dice que le corresponde. Y de un hijo que alimenta la fantasía de un padre que va perdiendo la cabeza y la vida… Sabe que es un timo… pero se lanza a la carretera con un padre que siente de pronto, después de años, una especie de emoción, ganas de moverse, de seguir vivo aunque su mente le traicione. Tiene un objetivo y su desorientación continua encuentra un motivo que perseguir… Cobrar ese dinero.

El hijo le pregunta desde el principio que para qué quiere ese dinero y sólo consigue sacarle al padre que quiere una nueva camioneta y un compresor de pintura (porque el suyo lo prestó a un amigo hace años y todavía no se lo ha devuelto). Pero luego, casi al final, habrá una confesión… llana y simple. Humana. Que te parte el corazón en dos.

De Montana a Nebraska pasando por la localidad donde su padre tiene las raíces…, los recuerdos. Un pasado que se diluye, que se deteriora, como la casa vacía de su infancia. Entre buena gente y otros que siempre fueron mezquinos, padre e hijo van tras un botín imposible. Y en algunos puntos del camino se unen viejos vecinos, desagradables amigos,  algunos familiares con ganas de rascar viejas heridas, una antigua novia… También están presentes, a ratos, la esposa cascarrabias y el hermano desencantado. Pero a su manera los cuatro, cuando les vemos juntos en un coche (protagonizando una de las escenas más divertidas), sabemos que se quieren a pesar de los dolores, los sufrimientos y las frustraciones.

El padre y el hijo tienen el rostro de Bruce Dern y Will Forte y es una de las parejas más emotivas que últimamente han pisado la pantalla… Pero sin rastro de almíbar y sí con mucha humanidad. Con silencios y pocas palabras, las justas. Con miradas.

En Nebraska vemos nacer a un personaje de una manera maravillosa. El padre, Woody, un hombre enorme y muy anciano con la mente casi perdida… Lo primero que sabemos es que es una carga para su esposa, un agobio para el hermano mayor… y que su hijo pequeño trata de comprenderle… aunque nunca hayan hablado mucho. Parece que no les ha hecho muy felices sobre todo por sus problemas con el alcohol… pero a través del viaje conocemos, construimos, con las palabras de otros, y con los recuerdos sesgados de Woody, y con la mirada comprensiva e incondicional del hijo y con el cariño escondido de su esposa y su otro hijo… el retrato de un buen hombre. Y nos vamos sorprendiendo ante el descubrimiento como lo hace el hijo, que ya lo intuía.

Y ha sido maravilloso volver a reencontrarse con ese hombre enorme que es Bruce Dern, un hombre que se niega a perder, un hombre que no pierde su dignidad… aunque esta hace lo posible por huir. Un hombre que vemos grande, que fue fuerte, de pocas palabras… y que encontró en el alcohol una manera de alejar sus malos recuerdos de guerra, la monotonía de un paisaje en blanco y negro, de una vida con muchas puertas cerradas, que intentó ser buen padre, buen amigo, buen novio, buen esposo…

Mi primer recuerdo de Dern fue interpretando a otro hombre tremendamente fuerte en Danzad, danzad malditos. Ahí era un hombre joven enorme que trataba de ganar desesperadamente junto a su esposa embarazada una maratón inhumana de baile. Un hombre que no separaba ante nada con tal de ser un superviviente. Y fue una película que me marcó y en parte por su personaje.

Ahora veo que sigue siendo inmenso… y que me arrastra, con sencillez, a que llore en silencio.

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Diccionario cinematográfico (207)

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Autobús: hoy me he despertado y me he dicho: me apetece montar en un autobús y a ver dónde me lleva… Porque son muchos los autobuses que han salido en el cine y muy distintos los motivos del viaje.

En la screwball comedy no faltan los autobuses. Recuerdo una película que se llama Una chica afortunada, me parto de risa. Todo comienza en un autobús. Y también termina ahí. Mary (Jean Arthur) se dispone como cada mañana a ir a trabajar en el medio de transporte que puede permitirse. De pronto le cae del cielo un abrigo de piel… y toda su vida cambia. También se conocen en un autobús la millonaria Ellie Andrews (Claudette Colbert) —que huye de su padre y además esconde su identidad— y el periodista intrépido Peter Warne (Clark Gable)… en esa joya de Frank Capra que se titula Sucedió una noche. Como siempre ocurría con este director los compañeros de viaje de los protagonistas no tienen desperdicio.

Por otra parte se hacen viajes en autobús que transforman. Que se lo digan a las tres drag queens que protagonizan Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Las tres artistas de cabaret recorren Australia en un autobús muy especial y a la vez van construyendo relaciones y como toda buena road movie que se precie es un viaje que cambia sus vidas.

Otro autobús con mucha vida es el de Bus Stop donde una soñadora cantante de cabaret, maleada por la vida, y un inocente vaquero pasarán del odio al amor. Del miedo al cariño. Cada uno vivirá su particular infierno y paraíso en un viaje en autobús.

Hay películas que terminan con un final incierto y abierto… pero con sus protagonistas montados en un autobús. Así ocurre en El graduado. El joven Benjamin y la bella Elaine vestida de novia nos miran desde los asientos traseros de un bus…

Y es que los viajes pueden ser de todo tipo. Incluso de acción. Pero de acción trepidante. Así ocurre en Speed. Un policía y una viajera lo pasan canutas sin poder parar un autobús que cada vez va más rápido y que si su trayectoria se interrumpe todos los viajeros morirán al explotar la bomba que esconde en su interior.

… Especialmente trágico es el viaje en autobús de una madre y su hija (y todos los viajeros) en La Soledad de Jaime Rosales en una de las escenas más impactantes de la película. O Alfred Hitchcock nos hace que lo pasemos muy mal durante el trayecto en autobús de un niño con una caja en Sabotaje (1936). Él no sabe lo que porta en esa caja, los espectadores sí: una bomba.

Todo puede ocurrir en un autobús: desde conocer a la persona que cambiará tu vida como le ocurre a Michelle Pfeiffer como un ama de casa americana de los sesenta obsesionada con Jackie Kennedy que quiere acompañarla durante los funerales de su esposo asesinado, el presidente John F. Kennedy, y se sube a un autobús donde conoce a un hombre negro con una niña que no habla apenas… en Por encima de todo de Jonathan Kaplan.

A conocer al amor de tu vida o al amigo del alma como le ocurre a Forrest Gump. En un autobús escolar conoce a Jennie. Y en otro autobús, cuando se alista para Vietnam, conoce a Bubba, su mejor amigo. Además es en una parada de autobuses urbanos donde empieza a contar toda su historia…

El autobús lleva a los personajes a un destino concreto donde empezar una nueva vida o para arreglar cuentas pendientes. Todo puede depender del asiento que esté libre o el compañero de viaje que toque. El viaje en autobús significa también huida o alcanzar un sueño. Que se lo digan a los personajes, a los peculiares amigos, de Cowboy a medianoche. Los dos harán un último viaje, Joe (John Voight) y Rizzo (Dustin Hoffman)… a punto de rozar un sueño.

Próxima parada.

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Tres películas españolas, tres caminos

Caníbal de Manuel Martín Cuenca

Esta crítica contiene spoilers. Si aún no la has visto y quieres ir totalmente de sorpresa, léela después de su visionado.

canibal

Arranca Caníbal con unos primeros minutos de puro cine. No hay ni una sola palabra todo es imagen. Y nos sitúa desde el primer momento en el punto de vista del protagonista, el caníbal del título (un Antonio de la Torre superlativo). Desde el principio, por tanto, sabemos que tras el sastre tradicional y profesional habita un asesino en serie que busca víctimas femeninas (que desea) y después se las come. Descuartiza sus cuerpos, convierte su carne en filetes, los congela y así plantea su dieta diaria. Todo de manera meticulosa y perfecta.

Dicho sastre vive en Granada, una Granada de tradiciones… donde en pleno siglo XXI sobreviven los artesanos, como el sastre (porque él es artesanal en todo hasta matando a sus víctimas), en sus viejos locales. La Granada de casas antiguas de techos altos, de callejuelas, de procesiones religiosas…, de saludo al vecino que pasa y le pregunto por la familia…, una Granada por la que parece se ha detenido el tiempo.

Manuel Martín Cuenca maneja su virtuosismo como director a la hora de mostrarnos su historia durante toda la película. Está tan bien contada que es imposible quedarse indiferente ante la belleza de una película oscura. Por otra parte Antonio de la Torre se sumerge en un personaje siniestro creíble y sigues su particular historia a pesar del rechazo y el miedo que te provoca este personaje bien construido.

Sin embargo algo hace que la película termine siendo tan fría y gélida como el personaje que representa (y quizá esto sea un punto fuerte)… O quizá pensándolo y analizando más profundamente qué fue lo me dejó tan impasible fue que el conflicto de la película (lo que perturba la ‘tranquila’ vida del sastre y le hace plantearse lo que hace) no se me hizo creíble. Lo que no logro dilucidar es si algo tiene que ver  con la elección de la protagonista en su doble papel (en un eco muy lejano a Vértigo) de hermanas gemelas rumanas (mucho más creíble como Nina que como Alexandra) o si es cómo está planteada y reflejada esta premisa que en un principio es buena, muy buena. Al sastre se le remueve todo su espíritu cuando en su vida ‘ordenada’ vuelve a aparecer una mujer a la que ya ha deseado y eliminado. Una mujer que ha saboreado. Este hecho le descoloca pues vuelve a desear a quien ya se ha comido. De alguna manera el sastre caníbal se plantea una redención imposible a través de esa mujer doble a la que desea.

Caníbal, sin embargo, es un deleite visual. Si la escena del principio es un prodigio, otra escena perturbadora e inquietante es la de otro asesinato del sastre caníbal en una playa en plena noche… Y esa inquietud se encuentra en cada fotograma de la película. El espectador no puede relajarse ni un segundo, siempre parece que algo va a suceder o estallar… y a la vez todo está narrado en un tono tranquilo y pausado.

Manuel Martín Cuenca vuelve a demostrar que tiene mucho que contar con su cámara que escribe puro cine.

Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba

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David Trueba después de tirarse al abismo y salir airoso con Madrid, 1987 vuelve otra vez al pasado, esta vez a los años sesenta, con una road movie muy bien contada. No sólo parte de un guión perfectamente construido sino que lo puebla de personajes creíbles y bien interpretados. David Trueba crea lo que denomino una película-medicina. Películas muy bien contadas, con personajes que te gustaría conocer y protagonizando historias que hacen que salgas de la sala del cine con una sonrisa y pensando que la vida merece la pena vivirla incluso en periodos oscuros donde el miedo campa a sus anchas, donde se mira al fondo del túnel y no se ve el futuro.

David Trueba saca su cámara de la habitación íntima donde dos personajes desnudos terminan creando una película imposible en la pared de un baño… y se va al exterior, a una Almería llena de luz, donde tres personajes que viven en un mundo que los asfixia y los hace callar… tratan de escaparse y evadirse. Y en ese breve viaje hablan, sueñan, se frustran, persiguen sueños, los alcanzan, luchan contra el miedo, aclaran sus ideas o se complican más la vida pero recargan sus baterías para seguir adelante aunque todos tengan que regresar a sus vidas de siempre (aunque ligeramente transformados).

Vivir es fácil con los ojos cerrados parte de una anécdota real: un profesor de inglés que enseña a sus alumnos este idioma con las letras de los Beatles, decide ir a visitar a John Lennon que se encuentra en plena España franquista rodando una película británica en Almería. Su viaje tiene como objetivo que John le ayude a transcribir correctamente las letras de las canciones y sugerirle que sería bueno que se incluyeran las letras de sus canciones en los discos. Y ese profesor es un Javier Cámara que se empapa de su personaje optimista e idealista pero con un punto de melancolía, de perdedor, de solitario y fracasado pero con una dignidad a prueba de bombas… y eso lo transmite al patio de butacas. En ese viaje liberador, el profesor recoge a dos jóvenes, con sus propias historias con futuro negro, que hacen autostop. Una chica embarazada y sola, con reminiscencia plasmada a la chica de la maleta. Y un adolescente creativo que le pesa el yugo de la disciplina y la falta de libertad en el seno de su familia. Los tres terminan en una pequeña localidad de Almería donde se incorpora otro personaje carismático, El catalán, que regenta el bar y su hijo Bruno y ahí el objetivo principal de todos es contactar con Lennon…

Entre la melancolía y la comedia, una historia muy bien contada. David Trueba narra cinematográficamente una historia para salir del cine pensando que hay que seguir en este día a día aunque los tiempos sean oscuros… de fondo escuchamos a John Lennon cantando Strawberry Fields Forever. Huele a marihuana. Y de pronto nos entra la risa, una risa lejana. Una risa que se hace necesaria.

Grand Piano de Eugenio Mira

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Eugenio Mira es de esa generación de cineastas españoles tremendamente cinéfilos, que se criaron con el cine americano de los años 80 pero que indagan en los clásicos, que aman la profesión y se lanzan a la dirección con energía y con una visión del cine a la americana que eclosionó al final del Nuevo cine americano donde Steve Spielberg y George Lucas crearon el marketing cinematográfico… y el cine como espectáculo e industria pura y dura. El cine es taquilla.

Esta manera de mirar el cine supone un lanzamiento estratosférico del producto cinematográfico (sea bueno, mediano  o malo) alabando que es lo mejor nunca visto. Elevar el producto cinematográfico a la estratosfera. Así a veces el batacazo puede ser impresionante o realmente puede funcionar. Lo que importa es que se hable de la película y sobre todo que los espectadores vayan al cine.

Lo que es innegable a esta generación a la que se une Mira es que han visto cine, y saben narrar (se nota la sombra alargada del productor Ricardo Cortés). Mantener tensión y ritmo. Pero no basta ser ingenioso y crear un buen juego cinematográfico. Hace falta un salto más. Y Grand Piano se queda en el juego ingenioso y punto. Sin embargo creo que no hay que perderlos de vista… cuando den el salto de juego ingenioso a algo más, quizá (sólo quizá) puede haber sorpresas.

Eugenio Mira crea una historia en tiempo real. Un pianista joven, que tras un concierto traumático llevaba años sin tocar, regresa a los escenarios con el viejo piano de su maestro. Su famosa esposa, una actriz de cine, se encuentra en un palco principal y ha luchado para que su amado vuelva a tocar las teclas del piano. De pronto el pianista es amenazado en su primera partitura de que si falla una sola nota en todo el concierto morirá asesinado él o su amada. El pianista estará en tensión hasta el final porque tiene que luchar por mantenerse con vida, también evitar un susto a su amada, y seguir con un concierto de nivel. Y ya está, eso es lo que ocurre.

Movimientos de cámara imposibles, nerviosos e incluso algo paranoicos, con mucha grúa que sube y baja (es como si los técnicos tuvieran también muchos nervios y tensión). Estrellas de Hollywood en los papeles estelares (y con poquísima alma, nula) aunque salgan cuatro minutos, corriendo, deprisa y mal para palmarla en el momento. Homenajes a Hitchcock sobre todo a El hombre que sabía demasiado en su versión con Doris Day (aunque confieso que así como deseábamos que Doris Day tuviera un final bonito, cuando Karry Bishé se pone a cantar no nos importaría que tuviera un final dramático…) y todo envuelto en producto vacío. Nos hemos entretenido un poco con el juego pero no hemos podido escarbar más…

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Cóctel de películas variadas

El gran McGinty (The great McGinty, 1940) de Preston Sturges

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No hace mucho disfruté de la segunda película de Preston Sturges como director, Navidades en julio. Y hace menos tuve en mis manos el dvd de su primera vez como director El gran McGinty y de nuevo ha sido otra sorpresa esplendorosa. Por su tremendísima actualidad. Esta ópera prima, donde Sturges es un guionista que se convierte en director, deberían verla todos los políticos inmersos en tramas de corrupción. Porque Sturges no tiene pelos en la lengua aunque al final se encariñe de sus personajes (porque no les quita un ápice de humanidad). Viajamos a un local perdido de las Bahamas, un tugurio. Ahí coinciden en una barra un camarero que dice que fue gobernador de un Estado y un empleado de banca desesperado que también ha terminado con sus huesos ahí por un fallo cometido. Sturges les presenta como uno que nunca fue recto en su vida hasta que tuvo un momento de lucidez y al otro como uno que siempre llevó una vida recta hasta que falló sólo una vez.

Y la película es un flashback del camarero contando al empleado de banco desesperado su carrera política. El bueno de McGinty (un grandullón y efectivo Brian Donlevy) era un sin hogar de la Depresión. De pronto le sale la oportunidad de colaborar en un fraude electoral para la elección del alcalde (auspiciado por el mafioso local)… y lo hace muy bien. Así empieza su carrera política trepidante… hasta llegar a gobernador para lo cual incluso protagonizará un matrimonio de conveniencia. Y ahí es donde nos encontramos la debilidad de McGinty, los buenos sentimientos de su señora esposa hacen mella en él… Y llega un momento en que quiere actuar por sí solo como político y realmente ejercer haciendo lo mejor para los ciudadanos. Misión imposible y fallida… que le lleva con su mafioso a un tugurio dejando los ideales para otros. Ante la historia de ‘un caradura’ sincero la chica de mala vida preocupada por el ‘buen’ empleado le anima a que arregle las cosas y regrese de nuevo…

Los años no han pasado por esta película… tremendamente actual.

Anastasia (Anastasia, 1956) de Anatole Litvak

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La elegancia de un director se deja ver en una sola escena. Y eso es lo que le ocurre a Anatole Litvak en Anastasia. Por encima del glamour que supone la vuelta de una Ingrid Bergman a Hollywood representando a una mujer sin identidad y que trata de recuperarla (ella es Anastasia, ¿o no?). O de dejarse llevar por el magnetismo animal y la sensualidad de un Yul Brynner que ocupa toda la pantalla (¡cómo me gusta!). Así como disfrutar de las viejas glorias como Helen Hayes mostrándose como gran señora y actriz… Por encima de todo ese reparto y una historia atrayente (con sus dosis de misterio, ambigüedad, romanticismo, zares rusos, revoluciones y finales precipitados), nos encontramos con la puesta en escena especial de un director a reivindicar, Anatole Litvak (y del que me queda mucho por descubrir).

La escena es la de una habitación majestuosa con dos puertas abiertas frente a frente. Detrás de cada una de esas puertas hay un personaje diferente: en una el ambiguo Yul Brynner (¿un noble desencantado y aprovechado o un hombre enamorado? y en la otra la etérea Ingrid Bergman (¿verdadera Anastasia, mujer sin memoria, o estafadora?). Ella ha subido de una cita (impuesta por el maestro de ceremonias y estafa, Yul) algo bebida. Les oímos a los dos hablar y sólo escuchamos sus voces, la cámara está todo el rato en la habitación vacía. Sin embargo sentimos la tensión sexual que recorre el cuarto y la preocupación de ambos. De pronto ella deja de hablar, entendemos que se ha dormido. Y sólo entonces Yul sale de su cuarto, cruza la habitación y entra en el dormitorio de Ingrid para taparla… y quizá también contemplarla.

Tierras de penumbra (Shadowlands, 1993) de Richard Attenborough

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… Richard Attenborough se basó en las reflexiones que vertió C. S. Lewis en el libro Una pena en observación (que no he leído y ganas me han quedado) tras la muerte de su esposa y amor, Joy Gresham. Así el director deja tras de sí una película que reflexiona sobre el amor tardío, el dolor, la soledad, la enfermedad terminal, la muerte y lo que supone la ausencia del ser querido (en una escena contenida y magistral entre C.S. Lewis y el hijo pequeño de su amada).

No sólo nos dejamos llevar por las interpretaciones de Anthony Hopkins y Debra Winger sino que algunas frases que se pronuncian se quedan para siempre en la memoria. En este caso, entre tierras de penumbra, atesoro una frase que le dice un alumno a C.S. Lewis: “Leemos para saber que no estamos solos”. Y ya solo por esa frase la película merece la pena ser vista por lo menos una vez en la vida.

Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) de Nure Bilge Ceylan

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El otro día viajé al cine turco y me llevé una sorpresa enorme con Nure Bilge Ceylan (del cuál sólo había visto Lejano, película que en su momento me costó digerir). La película se encuentra ahora en las salas de cine, Érase una vez en Anatolia e impone su propio ritmo al espectador. Si te dejas llevar el viaje merece la pena. Lo que en un principio tiene estructura de thriller y road movie extraña: vamos entendiendo qué es lo que hacen tres coches por las carreteras de Anatolia (buscar un cadáver), termina convirtiéndose en un viaje de humanidad. Y lo que se nos presenta es un grupo humano variopinto: dos detenidos, los policías, los militares, los conductores, el médico forense y el fiscal…

Y vamos con ellos en este viaje nocturno en busca de un cuerpo y asistimos a las conversaciones y miradas que tienen entre ellos. Y poco a poco vamos adentrándonos en distintas historias y vamos construyéndolas. Unos van cediendo protagonismo a otros a lo largo de la búsqueda, con una cotidianeidad que impregna todo, que hace que este grupo de hombres hagan su trabajo y choquen con la burocracia más rancia y la humanidad más profunda. En una parada a cenar, en casa del alcalde de la localidad, se quedan en un momento sin luz. Y surge un momento casi mágico, donde una bella joven con un quinquel que ofrece té, se convierte en una aparición y no será la única. Asistimos durante más de tres horas a un viaje con final: la búsqueda del cuerpo, la parada en casa del alcalde, la confesión, el encuentro del cuerpo, el camino hasta el hospital donde se le hará la autopsia… y la vida sigue. Pero mientras hemos conocido un poco más el mundo de cada uno de los hombres que protagonizan esta historia, hemos transitado en sus secretos y silencios. Y también hemos conocido a las mujeres ausentes.

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