Un hombre le dice a una mujer que se siente seguro mirando el cielo azul, solo así sabe que no está muerto, que no está enterrado en la tierra, que es libre. De pronto, mira los ojos de la compañera y le dice que tiene en su mirada atrapado el cielo. Sí, es un momento de Fueros humanos, una película que llevaba años persiguiendo, de la que tan solo había visto fotogramas y algunas secuencias y de la que había leído mucho. Y ha cumplido todas mis expectativas. Poco a poco voy completando la filmografía de Frank Borzage y cada vez me gusta más.
La manera que tiene de filmar y contar el amor pocas veces lo he visto. Amor y trascendencia. Sus historias no son fáciles, sus enamorados tampoco. Fueros humanos termina de una manera hermosa: un hombre y una mujer abrazados como polizontes en un tren. Él de negro y ella con un traje de volantes, de otra época. Me vino a la cabeza esa otra pareja al margen en L’Atalante (1934) de Jean Vigo.
Es una película totalmente precode, y Borzage la rodó en un momento de libertad creativa (pero esto es otra historia muy larga y apasionante…, cómo en el sistema de estudios también hubo grupos de directores que lucharon por alcanzar el control de su obra). En el trasfondo de la película: la depresión económica tras el crack del 29. Y en la superficie la historia de Bill (Spencer Tracy) y Trina (Loretta Young) en los márgenes de la sociedad. Fuera del sistema, solo quedan ellos dos y su complicidad. Otra pareja en la filmografía de su director que llega al séptimo cielo.
Sus protagonistas se encuentran en un banco: Bill con un smoking, parece un millonario trasnochado, da de comer a unas palomas. Trina mira anhelante la comida que este está lanzando a las palomas. Los dos entablan conversación. A Bill parece que nada le falta. Y ella le cuenta que lleva dos días sin comer y un año sin trabajar. Pronto descubrimos que Bill no tiene nada, que es un hombre anuncio, y que vive en un poblado de chabolas (los asentamientos de personas sin hogar durante la Depresión se llamaron Hoovervilles). Es un hombre que lleva a gala su libertad y su vida itinerante. No espera que se cruce en su vida Trina. Ni Trina que Bill la coja de la mano y no la suelte.
De pronto, la película gira tan solo alrededor de la intimidad que construyen ambos en su chabola, y en su convivencia con algunos vecinos del poblado, que tendrán mucho que ver con su destino final: una prostituta alcohólica (Marjorie Rambeau), un pastor viudo y retirado del mundo (Walter Connolly) y un delincuente común que sobrevive en el día a día (Arthur Hohl), atraído por Trina.