Diccionario cinematográfico (235). Flores II

Flores en Stefan Zweig. Adiós a Europa, de Maria Schrader.

Cada vez me gustan más los ramos de flores. Me apetece entrar en casa y que me reciba uno de colores. Las flores están relacionadas con la vida, con el amor, con la muerte… Son regalo y detalle. Recuerdo y celebración. Tienen un lenguaje propio… Y para el cine son tremendamente visuales.

No puedo olvidar una flor. La de la hija pequeña de George Bailey, que la trae del colegio. Por no estropearla, no se abriga bien y coge un resfriado. Esa flor que se le caen los pétalos, y que su padre agotado trata de recomponer. Esos pétalos que luego están en su bolsillo… y que tanto significado tienen al final de Qué bello es vivir, de Frank Capra.

Me conmueven las flores de cáctus encima de la tumba solitaria de Tom Doniphon en la maravillosa La muerte de Liberty Valance, de John Ford. Detrás de ese tiesto humilde hay toda una historia de amor.

Loreak, de José María Goenaga y Jon Garaño, cuenta una historia triste que gira alrededor de varios ramos de flores, como los que se dejan en la carreteras cuando se ha producido un accidente para que los fallecidos no caigan en olvido. La inspiración: El ramito de violetas, esa canción maravillosa de Cecilia.

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Pigmalión (Pygmalion, 1938) de Anthony Asquith y Leslie Howard

Pigmalión

Un profesor de fonética y una vendedora de flores…

Esta versión cinematográfica, que es también una adaptación de la obra teatral de George Bernard Shaw, ha quedado totalmente eclipsada por el musical de George Cukor, My fair lady (1964). Y, sin embargo, no hay apenas diferencias en cómo avanza y se resuelve la historia. Digamos que en la película de Asquith y Howard (en la que Shaw participó en su guion) ya está la esencia de My fair lady. Y es curioso porque en ambas se elimina en su secuencia final la nueva lectura del mito clásico que ofrece Shaw. Pigmalión es más concisa, directa y realista; no cuenta con el glamour, la estilización y la elegancia del musical de Cukor. Es una historia más de carne y hueso, más cercana. El profesor Henry Higgins (Leslie Howard) y su alumna, Eliza Doolittle (Wendy Hiller), van construyendo su historia de encuentros y desencuentros con una naturalidad especial. Su historia es en blanco y negro.

Como decían Jordi Balló y Xavier Pérez en su magnífico ensayo La semilla inmortal, el mito de Pigmalión es uno de esos argumentos universales que ha permitido nuevas miradas una y otra vez en los escenarios teatrales o en la pantalla de cine. El mito cuenta la historia de un escultor que no encuentra a la mujer ideal. Decide no casarse y se dedica a esculpir una estatua. La estatua de una joven recibe el nombre de Galatea, y el escultor se enamora perdidamente de ella. La diosa del amor, Afrodita, la convierte en una mujer de carne y hueso y se convierte en su esposa. Shaw convirtió a Pigmalión en un profesor de fonética, Henry Higgins. Solterón, exquisito y misógino, totalmente entregado a su trabajo. Y a Galatea en Eliza Doolittle, una vendedora de flores de los barrios bajos de Londres, que quiere salir de su situación. Lo que hace el profesor es convertir, a través de la dicción y el lenguaje, a la vendedora de flores en toda una dama. Higgins pone todo su empeño y esfuerzo para ganar una apuesta que ha hecho con su amigo coronel Pickering: que en seis meses convierte a Liza en una dama elegante. Eliza Doolittle pone todo su empeño en aprender porque quiere salir de los bajos fondos, quiere poner una tienda de flores y huir de la miseria y los golpes de la vida.

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Luces y sombras de Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 2018) de Bradley Cooper

Ha nacido una estrella

Un momento íntimo de Ha nacido una estrella.

Como una fan fatal esperaba yo este estreno. Iba detrás del proyecto desde que Clint Eastwood dijo que lo iba a llevar a cabo junto a Beyoncé. Me entusiasma esta historia, y sus tres versiones anteriores las tengo a buen recaudo en mi deuveteca. Ilusionada, el sábado por la noche, me metí en el cine. Ha nacido una estrella ha sido realizada en distintas décadas, por diferentes parejas de actores y con directores y guionistas que nada tienen que ver entre sí. Cada una tiene su aire y su estilo…, pero todas tienen secuencias que van pasando de unas a otras. Y una frase que nunca falta: “Solo quería verte otra vez”. Sabía a lo que iba… y sospechaba también lo que me iba a encontrar. Disfruté con lo que quería ver… y las sombras no me amargaron el espectáculo, pero no puedo evitar contarlas.

Antecedentes

Mientras que la versión de 1937 y la de 1954, son cine dentro del cine; las de 1976 y la que ahora nos ocupa se centran en el mundo de la música. Si bien ya en la de 1954, la actriz principal era además cantante, y la película contaba con números musicales espectaculares. William A. Wellman, George Cukor y Frank Pierson rodaron las anteriores versiones. Aquí un actor, Bradley Cooper, hace su debut detrás de las cámaras y además se convierte en protagonista masculino. William A. Wellman se ponía al frente de un melodrama clásico y contenido que era una disección crítica del Hollywood de los años 30, del sistema de estudios, donde todavía estaba reciente el espíritu pionero de los primeros creadores que pusieron en marcha la industria de los sueños. George Cukor entregaba una película elegante donde alcanzaba el éxtasis de los melodramas de los cincuenta con el alma del mejor musical. Y el desencanto hacia la industria era más exacerbado y amargo. Un desconocido Frank Pierson se empapaba del espíritu de los macroconciertos de los setenta y de las estrellas atormentadas del rock… para, de nuevo, vomitar una historia de amor trágica. Y Bradley Cooper se estrena ahora como director, que posee una mirada personal, con un melodrama triste ambientado también en el mundo de la música, un universo con luces y sombras además de nuevas tecnologías.

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Diccionario cinematográfico (227). Piscinas

Carmen y Lola

… bailando en la piscina vacía…

El otro día me metí en el cine para ver Carmen y Lola de Arantxa Echevarria. Y es una película muy interesante para debatir sobre la mirada hacia al otro en el cine y cómo la mirada hace que uno se posicione, tanto el que mira por el objetivo como el que mira la pantalla. Por eso provoca controversia y distintas reacciones. De la película, me quedo con las escenas intimistas entre las protagonistas y con que narra con delicadeza lo que supone un primer amor. Una de esas secuencias transcurre cuando Carmen y Lola van a una piscina vacía y juegan a que nadan, a que flotan, a que pueden estar juntas sin problemas, apoyándose… Y bailan, bailan sin parar.

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Hambre de cine clásico. De la Ida Lupino más oscura al Frank Borzage más romántico

Les girls

Kay Kendall, todo un divertido descubrimiento en Les girls

Sí, confieso. Me he pegado últimamente un atracón de cine clásico. Y no puedo más que regocijarme de gozo. Así que he decidido emprender un viaje y compartir los secretos, las pinceladas y la algarabía por los momentos descubiertos. Diez van a ser las paradas.

Primera parada. El autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953) de Ida Lupino

Puro cine negro de serie B, Ida Lupino se convierte en una realizadora que imprime carácter y ritmo a la película. Una road movie que atrapa y que no deja respiro al espectador. Así la actriz-directora deja un retrato inquietante de un asesino, pero también descubre su vulnerabilidad y puntos débiles. Aunque este personaje no dejará ni un momento de paz para los dos amigos a los que secuestra. El fin de semana de diversión y fuga se convierte en una pesadilla. Y los tres van arrastrando una relación cada vez más insana y violenta. No falta el actor fetiche de Lupino, Edmond O’Brien.

Segunda parada. Las Girls (Les Girls, 1957) de George Cukor

Las Girls es un musical de Cukor gozoso por varios motivos. Primero su forma de contar una historia. Una misma historia desde tres puntos de vista diferentes. Algo así como un Rashomon musical y frívolo. Y segundo por reconocer el brillo de una bella comediante que se fue demasiado pronto: Kay Kendall. Sus momentos etílicos son de lo mejor de la función. Por otra parte, un París bohemio de decorado en el que dan ganas vivir un rato.

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Confidencias de mujer (The Chapman report, 1962) de George Cukor

Confidencias de mujer

Intimidad tras el biombo…

Durante los años sesenta se empiezan a buscar en Hollywood argumentos osados. Por una parte está a punto de gestarse un cambio generacional entre directores y actores (y los de la vieja escuela tratan de adaptarse a los nuevos tiempos); por otra, el sistema de estudios está en las últimas. Además por la competencia de la televisión y la crisis de la industria se están intentando buscar nuevas maneras de atraer al público a las salas de cine. Tampoco tiene ya sentido mantener el código Hays, así que temas prohibidos vuelven a la palestra y van encontrando su camino para sortear esa obsoleta censura que da sus últimos coletazos. También los grandes estudios siguen en alerta ante el éxito de posibles best sellers para llevarlos inmediatamente a la pantalla de cine (como todavía se sigue haciendo). Por aquellos años Irving Wallace era un autor muy conocido y acababa de escribir una novela, The Chapman report, sobre un tema llamativo: un doctor realiza un estudio sobre la sexualidad femenina y necesita voluntarias para llevarlo a cabo (todavía coleaba en la puritana y conservadora sociedad americana los estudios, por ejemplo, del doctor Kinsey). Y, claro, en la América de principios de los 60 (a punto de la revolución de la mujer y la sexualidad) todavía podía resultar un tema escabroso y escandaloso.

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El rostro de Ava Gardner. Cruce de destinos (Bhowani Junction, 1956) de George Cukor /La viuda del diablo (The Ballad of Tam Lin, 1970) de Roddy McDowall

Entre las dos películas de esta sesión doble pasaron catorce años. Y el rostro de Ava Gardner, como ya mostró Isaki Lacuesta en su documental La noche que no acaba, dialoga de una película a otra. Su rostro da valor a muchas de las películas en las que apareció. Y la historia real (la de la actriz insatisfecha con casi todas las películas en las que tuvo que aparecer) así como la imagen fílmica que se fue construyendo a través de los distintos personajes que encarnó dibujan un rostro en movimiento, con vida. Una mujer de una belleza casi sobrenatural que se convierte en ser solitario e inalcanzable. A veces, siendo consciente y otras sin serlo, se convierte en una mantis religiosa del amor y el deseo. Y se confunde o se funde la ficción con la realidad. Al final el rostro de Ava es un enigma apasionante.

Y ese diálogo sorprendente con el rostro de Ava puede ser entre una de las películas más desconocidas, y por ello menos valoradas, de George Cukor, Cruce de destinos, en la década de los cincuenta. Y con una película oculta y más desconocida todavía, La viuda del diablo, de nacionalidad británica, una rareza dirigida por el actor Roddy McDowall (de niño prodigio en el Hollywood clásico al éxito arrollador en la saga del Planeta de los simios) en el año que inauguraba la década de los setenta.

Durante este mes de diciembre el rostro de Ava ha vuelto con fuerza y es una buena oportunidad para descubrir títulos de su fimografía. Su presencia en los medios de comunicación es de nuevo inevitable porque fue uno de los amores más atormentados de Frank Sinatra, que está protagonizando un centenario lleno de recuerdos y memoria. Sinatra conoció a Ava, vivieron su historia con pasiones y tormentas, luego quedó la amistad, pero entre ellos se topó el magnetismo que sintió la actriz por España, donde se quedó durante años atrapada; abandonó muchas cosas, entre ellas a Frank. Por eso, ahora, Ava es un rostro de actualidad.

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Romeo y Julieta (Romeo and Juliet, 1936) de George Cukor

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… érase una vez un hombre, productor de cine, que le llamaron niño prodigio de Hollywood (uno de muchos), y que para siempre literariamente quedó como personaje trágico, como el último magnate (en la inacabada novela de Fitzgerald). Siempre de delicada salud, murió a los 37 años… y creyó poseer una sensibilidad especial y concebía el cine como arte de calidad pero también como industria, las películas tenían que ser rentables (así los outsiders como Erich von Stroheim no hicieron buenas migas con el joven y fiero capitalista con aires refinados). Olfateaba entre guiones y elegía estrellas. Era la sombra alargada tras películas que llenaban salas de cine. Él fue uno de los que fueron dando personalidad propia y un sello de calidad a las producciones de la Metro-Goldwyn-Mayer. Cómo no, se enamoró de una estrella, se casó y se obsesionó con ella. Ahora ella es una sombra olvidada pero durante los años treinta era una de las reinas, Norma Shearer. Su marido, el productor, se ocupó de ello.

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Dúos con presencia continua de George Cukor

Alrededor de George Cukor pulularon varios dúos. Y él formó también comuniones inseparables. George Cukor y Katharine Hepburn, una de sus musas. George Cukor y Judy Holliday, su musa de los cincuenta. George Cukor y una pareja de risa, Katharine Hepburn y Cary Grant. George Cukor y Garson Kanin, un guionista con buenas historias. George Cukor con Garson Kanin y con Ruth Gordon, guionista y también actriz. Ambos guionistas eran marido y mujer. George Cukor con dos actores que además eran pareja, Spencer Tracy y Katharine Hepburn… y así continuamos en un bucle que parece interminable. Y todo esto nos hace desembocar en varias películas inolvidables del realizador.

Con Katharine

Su andadura juntos comenzó con un drama con John Barrymore, Doble sacrificio (1932), donde una jovencísima Hepburn se metía en la piel de una hija comprensiva y donde la actriz ya denotaba madera de estrella por su particular presencia… Al año siguiente se convirtió en la hermana más compleja e interesante de la popular novela de Mujercitas, Jo. Cukor seguía mimándola en Las cuatro hermanitas. Aprovecha el físico andrógino y hermoso de su musa para inmiscuirla en La gran aventura de Silvia (1935). Y ahí se encuentra también una buena pareja artística para su musa, Cary Grant (de chulo encantador, con descaro y morro… con el halo que le imprimió Mae West). Una película extraña que tan pronto va a la comedia, como se va a la tragedia, que pasa de la intriga al romanticismo desaforado… Y el trío vuelve a trabajar en la maravillosa y olvidada comedia sofisticada con toques de screwball comedy, Vivir para gozar (1938).

… Sólo George Cukor podía sacar a su musa de la temida lista ‘veneno para la taquilla’ y lo consigue en 1940. La Hepburn quiere adaptar cinematográficamente su éxito teatral con Historias de Filadelfia. Y con su famosa cabezonería lo logra. Por supuesto quiere que la dirija George Cukor y que su pareja romántica sea Cary Grant… y aún hoy nos congratulamos con la pelirroja con cara de diosa y el marido que olvidó sus penas en alcohol pero eternamente enamorado y encantador… y los alocados miembros de la familia de la protagonista. Entremedias un periodista (James Stewart) que pasa del odio hacia lo que representa Katharine Hepburn al amor idílico.

En 1942 George Cukor vuelve con su pareja que ya tiene nueva pareja artística (y también sentimental), Spencer Tracy. Y comienza con un drama olvidado La llama sagrada, interesante película sobre poder político, manipulación y medios de comunicación. Y el trío se vuelve a reunir en una maravillosa comedia sobre derecho, guerra de sexos y amor: La costilla de Adán (1948). Para de nuevo volver a unirse en una comedia fallida, La impetuosa (1952), sobre los amores deportivos entre Pat y Mike o Hepburn y Tracy.

Cukor trabajó dos veces más con su musa en dos películas que nunca he visto. Una para televisión, Amor entre ruinas (1975), donde la Hepburn se mide con Laurence Olivier con toques de humor y romanticismo. Y ambos dejaron un retrato de la vida rural y la enseñanza en un remake de una película de Bette Davis en los años cuarenta, El trigo está verde (1979).

Con Judy Holliday

Fue en La costilla de Adán (1948) donde entró en contacto con otra de sus musas, la olvidada Judy Holliday. Aquí en un papel secundario, dicen que la Hepburn (junto a Cukor) le cedió protagonismo para que se luciera porque el director la quería como protagonista de Nacida ayer (1950) y necesitaba convencer a la productora para que diera un papel protagonista a una actriz hasta el momento desconocida (pero que había triunfado en los escenarios con la obra… de Garson Kanin, que además en un principio  la había escrito para Jean Arthur…).

Y Nacida ayer supuso que Judy Holliday se convirtiera en estrella fulgurante en un papel que bordó, la rubia tonta no tan tonta. Aquí es la chica de un empresario corrupto que se enamora de su serio profesor (maravilloso William Holden), al que contrata el bruto del empresario cuando piensa que ‘su’ rubia tiene que adquirir modales y culturizarse para que él pueda seguir prosperando y ella no le deje en ridículo (cuando él es igual de ridículo que ella y además zafio). A Holliday le pasaron tres cosas para quedar relegada al olvido: fue investigada en la Caza de Brujas y por ello formó parte de las listas negras, murió demasiado joven y coincidió con otra rubia tonta con aureola de leyenda, Marilyn Monroe (con la que Cukor también trabajaría).

Dos años después volverían a trabajar juntos en una película que aún no he podido ver, Chica para matrimonio sobre las tribulaciones de un matrimonio que se separa en clave de comedia. Y la culminación sería en 1953 con una encantadora comedia que descubrí recientemente, Una rubia fenómeno, sobre el mundo de la publicidad y la fama por la fama, que supuso también el genial debut de Jack Lemmon. Una rubia fenómeno cuenta con una declaración de amor que ha pasado a mi colección particular de este tipo de escenas.

Con Garson Kanin

George Cukor también tuvo varias colaboraciones con el guionista Garson Kanin (y casi siempre con la colaboración de la esposa de éste, Ruth Gordon). Ambos trabajaron juntos y el resultado fue una serie de películas recordadas por la memoria cinéfila: pasamos de una tragedia con Shakespeare de fondo, Doble vida (1947) a una de las películas más populares y recordadas de Hepburn y Tracy con Holliday con papel secundario bombón, La costilla de Adán. Los dos cimentaron la carrera de Holliday con Nacida ayer (adaptación de la propia obra de Kanin), Chica para matrimonio y Una rubia fenómeno. Y resbalaron, como resbalaron todos los que participaron en el proyecto, en La impetuosa. Ruth Gordon, la esposa eterna de Kanin (y también actriz, que alcanzó popularidad con ya cierta edad), estaba también en los créditos de Doble vida, La costilla de Adán, Chica para matrimonio y La impetuosa. Además trabajó con Cukor en solitario en el guión de su propia autobiografía: La actriz (1953), película que aún no he podido ver con Jean Simmons de protagonista.

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