Luces y sombras de Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 2018) de Bradley Cooper

Ha nacido una estrella

Un momento íntimo de Ha nacido una estrella.

Como una fan fatal esperaba yo este estreno. Iba detrás del proyecto desde que Clint Eastwood dijo que lo iba a llevar a cabo junto a Beyoncé. Me entusiasma esta historia, y sus tres versiones anteriores las tengo a buen recaudo en mi deuveteca. Ilusionada, el sábado por la noche, me metí en el cine. Ha nacido una estrella ha sido realizada en distintas décadas, por diferentes parejas de actores y con directores y guionistas que nada tienen que ver entre sí. Cada una tiene su aire y su estilo…, pero todas tienen secuencias que van pasando de unas a otras. Y una frase que nunca falta: “Solo quería verte otra vez”. Sabía a lo que iba… y sospechaba también lo que me iba a encontrar. Disfruté con lo que quería ver… y las sombras no me amargaron el espectáculo, pero no puedo evitar contarlas.

Antecedentes

Mientras que la versión de 1937 y la de 1954, son cine dentro del cine; las de 1976 y la que ahora nos ocupa se centran en el mundo de la música. Si bien ya en la de 1954, la actriz principal era además cantante, y la película contaba con números musicales espectaculares. William A. Wellman, George Cukor y Frank Pierson rodaron las anteriores versiones. Aquí un actor, Bradley Cooper, hace su debut detrás de las cámaras y además se convierte en protagonista masculino. William A. Wellman se ponía al frente de un melodrama clásico y contenido que era una disección crítica del Hollywood de los años 30, del sistema de estudios, donde todavía estaba reciente el espíritu pionero de los primeros creadores que pusieron en marcha la industria de los sueños. George Cukor entregaba una película elegante donde alcanzaba el éxtasis de los melodramas de los cincuenta con el alma del mejor musical. Y el desencanto hacia la industria era más exacerbado y amargo. Un desconocido Frank Pierson se empapaba del espíritu de los macroconciertos de los setenta y de las estrellas atormentadas del rock… para, de nuevo, vomitar una historia de amor trágica. Y Bradley Cooper se estrena ahora como director, que posee una mirada personal, con un melodrama triste ambientado también en el mundo de la música, un universo con luces y sombras además de nuevas tecnologías.

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El ángel de la calle (Street Angel, 1928) de Frank Borzage

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Janet Gaynor era la estrella del momento. La primera en recibir una estatuilla dorada, un oscar. Y se la premiaba por tres interpretaciones: Amanecer de F.W. Murnau, El séptimo cielo y El ángel de la calle, ambas de Frank Borzage. Además El séptimo cielo la emparejó por primera vez con Charles Farrell y se convirtieron en la pareja romántica que todo el mundo quería admirar en pantalla. De hecho El ángel de la calle, fue un proyecto impulsado por el tremendo éxito de El séptimo cielo. Ironías del destino, diez años después su luz se apagó. Janet Gaynor se convirtió en una de las primeras actrices que se enfrentaría a la ‘tiranía’ del sistema de estudios y abandonó su exitosa carrera cinematográfica en 1938. Un año antes volvió a ser nominada por su papel en Ha nacido una estrella de William A. Wellman.

Murnau, director alemán admirado, llegó a Hollywood con un halo de leyenda. El director europeo llegaba para elevar el cine a la categoría de arte y así lo demostró con Amanecer donde Gaynor interpretaba a una sensible campesina que se enfrenta a las tiranías de la vida urbana. Su esposo cae en las tentaciones de la gran ciudad y llega un momento en que piensa que su dulce esposa no es más que un impedimento para su futura felicidad. Los enormes ojos y la mirada de Janet Gaynor se quedaron como una marca de su registro como actriz.

Pero ahí estaba también el director norteamericano Frank Borzage con una sensibilidad especial y elevando el cine a la misma categoría de Murnau con las dos obras cinematográficas antes citadas y con los ojos de Janet en ellas. En el imprescindible libro sobre el director de Hervé Dumont (Frank Borzage. Sarastro en Hollywood) se dice que “sabemos que Borzage ha estudiado el rodaje de Sunrise y que, en reciprocidad, Murnau ha expresado su admiración por Seventh Heaven y ha asistido algunas veces al rodaje de The River”. También señala que a Murnau le impresionó tanto la fotografía de El ángel de la calle que contrató al equipo de Palmer e Ivano para su siguiente trabajo en Hollywood. Tanto Amanecer como El séptimo cielo se rodaron ambas en 1927.

Pero el cine también es industria, y cuando se dan cuenta del potencial de Janet Gaynor y Charles Farrell en El séptimo cielo…, la maquinaria de Hollywood quiere otra película donde ambos se enamoren. Se la encargan a Borzage y él vuelve a crear pura emoción cinematográfica. Así tanto El ángel de la calle como El séptimo cielo ‘recrean’ una Europa especial: los bajos fondos de principios del siglo xx… La primera transcurre en París y la segunda en Nápoles para contar ambas una historia de amor fou que llega al éxtasis y a la trascendencia entre dos seres al margen de la sociedad. Las dos gustaron muchísimo al público de la época.

Frank Borzage vuelve a crear formalmente una película prodigiosa, impecable, y no es ninguna tontería decir que logra algo cercano a la poesía visual. Sabe ‘reformular’ el éxito de El séptimo cielo y las dos forman un dúo de películas sobre el amor y la trascendencia.

Esta vez la historia es la de Ángela y Gino. Ella es una muchacha pobre que ante la necesidad de comprar una cara medicina a su madre moribunda, se ve abocada a la calle. Primero intenta mendigar, después prostituirse… sin éxito. Cuando ve a un hombre en la barra de un bar soltar el dinero que necesita, se precipita hacia los billetes… con tan mala suerte de que en ese momento pasa una pareja de policías que la detiene. En un juicio rápido e injusto la condenan a un año de cárcel por robo y prostitución. Ella es un ángel de la calle. Pero Ángela huye y vuelve al cuarto de su madre donde ésta ha fallecido. La policía la ha seguido y la joven sale por la ventana hasta que consigue esconderse en el interior de un tambor de una compañía circense. Posteriormente se ha convertido en una de sus estrellas, es una joven que no cree en el amor, desencantada, vivaracha, con carácter, que huye de su pasado. Y se cruza en su camino un joven pintor bohemio e idealista, Gino, que se une a la compañía. El joven desea pintarla… y realiza un hermoso retrato donde capta toda la pureza de Ángela. Quita su máscara de chica dura. Pero el pasado siempre regresa. Y las adversidades ponen a prueba el amor puro de los dos jóvenes (tan puro que cuando regresan a Nápoles, los dos viven en habitaciones separadas).

Otra vez vuelve a funcionar la sensibilidad y sensualidad entre Gaynor y Farrell. Y otra vez los dos son capaces de crear un universo propio donde alimentar su amor. Esta vez su manera de llamarse es a través de un silbido repetitivo, la famosa canción napolitana O sole mio.

También se producirá un milagro trascendental. Los dos han caído en una espiral de desolación y desgarro. Parece que el amor entre ambos está destruido. Durante sus penurias como joven pareja enamorada, él decidió vender el hermoso retrato de Ángela a un ‘estafador’ que falsifica la imagen convirtiéndola en una madonna antigua y vendiéndola como si fuera una obra de un gran maestro de la antigüedad… En su último encuentro, los dos están rotos. Él desencajado por el odio y el desencanto, ya no cree en ese amor puro e ideal que había creado con la amada, ya no puede pintar y está alcoholizado y él mismo ha perdido su encanto e inocencia… Ella recién salida de la cárcel, desvalida y hambrienta, y triste porque su amor no ha logrado los triunfos y sueños que ella pensaba. Se da cuenta que no sirvió de nada ocultarle su pasado. Se encuentran en el puerto y ella no puede creerse el odio que siente en los ojos de Gino. Huye despavorida, Gino la sigue y terminan los dos en una capilla. Cuando la pareja está en un momento especialmente dramático, Gino alza la vista y se encuentra con el retrato de la madonna, con la mirada de Ángela. Y ella suplicándole que la mire de nuevo a los ojos, que sigue siendo la misma de siempre. El milagro se hace realidad. Gino y Ángela vuelven a recuperar su amor perdido… y salen juntos de la iglesia.

La película es bellísima en cada una de sus partes, Frank Borzage no sólo muestra un total dominio del lenguaje cinematográfico sino también las influencias del cine europeo, sobre todo el cine alemán.

Desde la presentación, al principio, del barrio de Nápoles donde reside Ángela… con un paseo que realiza la cámara mientras nos narra la historia. Hasta las gigantescas sombras de los reclusos en las paredes. Y también muestra el cuidado en los decorados, así se vuelve a construir un precioso universo aparte para los dos amantes, pero igual de humilde que en El séptimo cielo con escenas llenas de sensibilidad. También son impresionantes las escenas circenses, sobre todo una en la que Ángela está subida en unos altos zancos mirando al amado que está junto al mar… O toda la escena final en el puerto… el paseo de ambos perdidos, la persecución, la escena de la iglesia y la reconciliación final…

… Ha sido una suerte poder disfrutar de El ángel de la calle y caer de nuevo en un amor fou. Es de esos visionados que recomendaría sin pensármelo dos veces.

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