Historias veraniegas (4). Por qué el cine me sigue gustando

 

Por qué me gusta el cine: A Gena Rowlands, igual la admiro en cine independiente puro y duro como Una mujer bajo la influencia que en un cine más comercial como El diario de Noa.

A veces una necesita seguir reforzándose y preguntarse una y otra vez por qué le gusta el cine. Y, bueno, hoy se me ocurren diez puntos.

1. Me entero de la muerte de la actriz Gena Rowlands a sus 94 años. Musa de su esposo y de su hijo. La intérprete fue el rostro del cine independiente puro y duro de la mano de John Cassavetes. Y también fue el rostro de uno de los títulos más taquilleros de su hijo Nick Cassavetes, un drama romántico alejado totalmente del cine que hacía su padre. Pues bien, soy capaz de deleitarme con la Rowlands maravillosa de Una mujer bajo la influencia, una intérprete que arriesga en cada secuencia.

Y derretirme y emocionarme con esa mujer aquejada de alzhéimer (lo que finalmente padeció en la vida real) en El diario de Noa, protagonizando un drama romántico en El diario de Noa. Me gusta el cine que arriesga y el que forma parte de lo que llaman cultura popular, que también hay de la buena. Me gusta acercarme a las películas sin prejuicio alguno y solo a partir de ahí analizarlas.

2. El otro día me apetecía desconectar totalmente del mundo y pude hacerlo a través de dos películas que me hicieron recordar lo que me entusiasma el género de aventuras cuando está bien hecho. Así me ocurrió ante Los tres mosqueteros: D’ Artagnan y Los tres mosqueteros: Milady de Martin Bourboulon. Cómo me gusta el cine de género, cuánto puedo disfrutar de él y qué maravilla cuando se hace bien. Aventuras, buena ambientación, una galería de actores de esas que no dejas de decir: «¡Anda!, pero mira quién está aquí»…

En el momento del estreno, se decía que sí que eran buenas, pero que Bourboulon no aportaba nada al género y, qué queréis que os diga, en este caso no me importó en absoluto la no innovación, solo buscaba pasármelo bien. En este doblete además también uno puede analizar ese complejo mundo que es el de las adaptaciones literarias a la pantalla. ¿El director capta el espíritu del libro? ¿Qué aporta? ¿Y si aporta, merece la pena? De nuevo, como ocurre en otras versiones cinematográficas, el personaje más atractivo y con el que más se atreve a innovar esta adaptación cinematográfica es con Milady… No solo desconecté, sino que no respiré durante horas enganchada a la historia que me estaban contando en la pantalla.

3. Últimamente no estoy pudiendo ir mucho a la sala de cine a ver producciones de estreno. El otro día me acerqué a un cine y decidí apostar por un director al que suelo ser fiel siempre que puedo: Robert Guédiguian. Le prometí fidelidad eterna cuando le descubrí con Marius y Jeanette en 1997. Pues bien ha estrenado Que la fiesta continúe. Es una de las películas que rueda en su adorada ciudad de Marsella sobre la buena gente que sigue creyendo en cambiar el mundo, en vivir en comunidad y en las virtudes de la militancia social.

Durante décadas lleva trabajando con su esposa Ariane Ascaride y sus amigos Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan como intérpretes, así como una troupe de actores que se van incorporando en las distintas producciones. ¿La disfruté? Sí, mucho. Bajo esa columna donde descansa el busto de Homero (el leitmotiv de su nuevo largometraje), Guédiguian es otro poeta épico de los que normalmente no suelen ser portada de los periódicos ni encabezan las noticias a no ser que formen parte de las estadísticas.

Por qué me gusta el cine: Dadme una buena película de aventuras (como la última versión de Los tres mosqueteros) que me desconecte del mundo y hacedme feliz.

4. Durante este mes de agosto, estoy escribiendo distintos textos de cine, si no es para el blog para otros proyectos que van surgiendo o para la única red social donde se me puede encontrar. Siempre por placer. Y aunque a veces sufro o me agobio, porque me gustaría que los días tuviesen más horas y los años más meses, cuando estoy en el proceso de escribir un texto de cine es cierto que lo disfruto a tope. Me encanta desde la concepción de la idea hasta su plasmación en papel y el proceso creativo para ir dándole forma.

Y sea cual sea el resultado: unas veces, bueno; otras, regular y otras, malo…, esas horas que estoy concentrada en la creación soy feliz. Y si tiene que ver con el cine y todo lo que le rodea más aún. Sí, el cine me inspira y me hace escribir. Y eso para mí es bueno. Además sé que todavía no he hecho ese texto o ese libro que diga esto es el top, es realmente bueno. Bastante suerte he tenido con haber podido publicar (siempre intentando hacerlo lo mejor que puedo y tomándomelo muy en serio), porque solo escribiendo y escribiendo, se aprende. Estoy orgullosa de muchas cosas de las que he escrito, pero sé que todavía puedo dar mucho más.

5. Sigo la estela del punto anterior. Casi el mismo placer que me provoca escribir sobre cine, me lo provoca leer un buen ensayo, reportaje, entrevista, texto, novela, cuento que trate este tema en cuestión. Hay textos de cine que para mí han supuesto no solo un disfrute, sino pequeñas revelaciones. Sería capaz de realizar una enorme lista con literatura cinéfila u obras cinematográficas que me han hecho pasar buenos momentos. Todo empezó hace muchísimos años cuando disfruté de un coleccionable de Diario 16 sobre la historia del cine o mi madre me conseguía los artículos que escribía cada semana Terence Moix sobre actores y sobre historia del cine. Estos textos fomentaron mi gusto por leer todo lo que cayera en mis manos relacionado con el séptimo arte.

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La casa junto al mar

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Cuando vi en los noventa Marius y Jeannette, Robert Guédiguian entró a formar parte de la nómina de directores a los que seguiría su trayectoria sin remedio y siempre que pudiera, de manera fiel. Marius y Jeannette por un motivo u otro me deslumbró. Así ya no me separé del director y de su trío protagonista: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan (y de otros actores frecuentes en sus películas como Jacques Boudet). La última donde volví a verlos juntos fue en Las nieves del Kilimanjaro en 2011. Cuando Guédiguian les hace vivir en su amada Marsella, cuando pone sobre la mesa la dificultad de ser coherente y fiel a un ideario político de izquierdas, cuando habla de ilusiones perdidas, cuando se muestra contrariado por el paso del tiempo y el cambio en los paisajes físicos y mentales, cuando expone a través de los actos de los personajes que nada está perdido…, que se pueden perseguir los ideales y los sueños, que la lucha continúa…, que uno puede equivocarse y cansarse, pero que siempre uno puede levantarse, que la solidaridad no es una palabra vacía, vieja o sin sentido, que sigue existiendo la buena gente…, que hay rebeldes, románticos e idealistas, que las distintas generaciones pueden chocar y tener distintas miradas sobre la realidad, pero que pueden caminar juntos, incluso llegar a entenderse y comprenderse, cuando muestra un sentido tragicómico de la vida; entonces este director particularmente me emociona y me llega a lo más profundo. Y La casa junto al mar reúne todas esas condiciones.

La sensación de estar viendo rostros amigos y de vivir sensaciones que te hacen salir de la sala de cine con una tranquilidad vital, como si realmente pudieras quedarte en esa casa junto al mar, hace que la película pueda dejar al espectador un poso profundo. Robert Guédiguian tiene una manera muy peculiar y elegante de ir a contracorriente con los tiempos que corren. Es encantador ver una secuencia en que de pronto todos los personajes piden un cigarrillo (aunque no fumen o lo hayan dejado) y todos se ponen a fumar tranquilamente, con placer, frente a un balcón, mirando el mar. En un momento en el que en la pantalla de cine no es políticamente correcto ver fumar a personajes que viven en nuestro presente. Y todo después de un momento sobrecogedor.

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